miércoles, 4 de diciembre de 2013


“NO SEA QUE DESFALLEZCAN EN EL CAMINO”… (MT 15, 29-37). Por Iván Muvdi.

 
La liturgia de hoy nos presenta como imagen central el hecho de compartir con Dios un banquete.

En la primera lectura, tomada del libro de Isaías, invitándonos a la esperanza (él consuela al pueblo que se encontraba exiliado y esclavizado), nos presenta a Dios preparando un suculento manjar en su monte, todas las naciones invitadas y se cantará a grandes voces: “aquí está nuestro Dios de quien se esperaba nos salvara”; es decir, todos contemplarán su triunfo sobre el mal y sobre la muerte; pero sobre todo, la esperanza depositada en Él no quedó defraudada.

El salmo, que es la respuesta en oración de quien se deja impetrar por la proclamación de la primera lectura, refuerza esta idea de festín, de banquete: El Señor, que es el “Buen Pastor”, “nos lleva a verdes pastos, repara nuestras fuerzas, nos conduce hacia aguas límpidas y tranquilas, prepara un banquete para nosotros en frente de nuestros enemigos”.

En el Evangelio, Jesús lleno de compasión, no quiere que las personas que fueron a su encuentro y que ya tenían tres días con Él en el monte, se desmayaran por los caminos, por eso multiplica panes y peces y les da de comer.
 


El Espíritu me inspira contrastar estas imágenes muy dicientes con el episodio del llamado “Rico Epulón y el pobre Lázaro” (Lc 16, 19-31).
En griego epulos significa banquete, es decir, realmente epulón (banquetón) no es un nombre y estos detalles en la Biblia, no son casuales. Cuando un personaje no tiene nombre, es para que ese nombre sea el tuyo o el mío. Seremos el personaje, si hacemos lo que él hace.
Nos dice la Escritura que vestía de púrpura (las telas más finas y costosas), que ofrecía “banquetes diarios” y que ni siquiera daba las migajas que caían de su mesa a un mendigo que yacía en el suelo a las afuera de su casa.
Caso contrario, Jesús siente compasión al ver la gente llena de necesidades.
En ambos textos se muestra la miseria humana, la miseria física, pero más dolorosa aún, la miseria espiritual.
El contexto de un banquete para un judío, que no se sienta con cualquiera a la mesa, es signo de comunión, de estrecha e íntima relación. Epulón rechaza entrar en comunión con sus hermanos, por lo menos, con los necesitados. Cristo, por el contrario, no distingue entre unos y otros, a todos ama, a todos cobija con su amor misericordioso, porque todos lo necesitamos independientemente de los recursos económicos con los que contemos.
En el caso de Epulón, la fiesta no acaba, tiene varios días; no se ha pensado en otra cosa que no sea divertirse; no se piensa en el trabajo, en la familia, en el otro. Es la carnalidad y el egoísmo lo que da fuerzas para continuar en la fiesta. Así es el pecado, pareciera que fuera de nunca acabar.
Pero, ¿cuál es el destino de Epulón? ¿Cuál el destino de sus hermanos y amigos que vivían como él? El llanto y el crujir de dientes, las tinieblas exteriores.
 
Es un hecho, Dios nos ama, quiere establecer una relación íntima y muy familiar con nosotros, por eso nos invita a su mesa, Él es el anfitrión, Él es quien sirve y Él es quien se sirve. Él es el manjar insustituible, el festín de manjares suculentos que menciona Isaías, Él es el pasto siempre verde, la fuente de agua límpida.
Por eso, mis queridos hermanos, no debemos temer el colocarnos en sus manos, Él nunca defrauda. Pero nuestra debilidad nos hace inconstantes, temerosos, nos agotamos con facilidad; por eso es importante, renovarnos en Él cada día, dejarlo reparar nuestras fuerzas, dejarnos guiar por Él hasta los verdes pastos o hasta las fuentes de agua limpias y tranquilas.
Esto es lo que quiere recordarnos la liturgia de hoy; alejarnos de la monotonía, de celebrar por costumbre y redescubrir que es precisamente por nosotros, para nosotros, que Jesús viene litúrgicamente en este momento, pero en gloria en su parusía. Nos desfallezca nuestra esperanza, pues Dios mismo enjugará cada lágrima y Él mismo nos llevará a su casa y nos sentará en su mesa.
Nuestros esfuerzos no son en vano; mis pobres esfuerzos son multiplicados por Dios. ¿Cuáles son los panes y los peces que hoy le ofreceremos al Señor?
Oh, Señor, ¿cómo podemos agradecerte o compensarte por tanto bien? No podemos, Señor, jamás estaremos en condiciones de ofrecerte algo que esté a tu altura; sin embargo, sigue posando sobre nosotros tus ojos llenos de amor, compasión y misericordia; sigue velando para que no desfallezcamos en el camino, sigue guiando nuestros pasos para encontrar cada día pastos verdes que renueven nuestras fuerzas y nuestra entrega a Ti. No permitas que nos contaminemos por el egoísmo, la injusticia, la maldad. Te abrimos el corazón para que donde abundó el pecado, sobreabunde tu gracia. Que sea tu voz la única que reconozcamos para que no andemos tras otras guías, ni construyamos apariencias y felicidad artificial como lo hizo Epulón. Me presento ante ti como Lázaro, menesteroso, lleno de miserias y llagas. Sé Tú mi consuelo, mi salud, mi fuerza para continuar. Tu amor me sostenga en pie de lucha y la esperanza me anime porque en Ti nunca seré defraudado. Amén.
 
 
 
 
 

 

 
 

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