“NO SEA QUE
DESFALLEZCAN EN EL CAMINO”… (MT 15, 29-37). Por
Iván Muvdi.
La
liturgia de hoy nos presenta como imagen central el hecho de compartir con Dios
un banquete.
En la
primera lectura, tomada del libro de Isaías, invitándonos a la esperanza (él
consuela al pueblo que se encontraba exiliado y esclavizado), nos presenta a
Dios preparando un suculento manjar en su monte, todas las naciones invitadas y
se cantará a grandes voces: “aquí está nuestro Dios de quien se esperaba nos
salvara”; es decir, todos contemplarán su triunfo sobre el mal y sobre la
muerte; pero sobre todo, la esperanza depositada en Él no quedó defraudada.
El
salmo, que es la respuesta en oración de quien se deja impetrar por la
proclamación de la primera lectura, refuerza esta idea de festín, de banquete:
El Señor, que es el “Buen Pastor”, “nos lleva a verdes pastos, repara nuestras
fuerzas, nos conduce hacia aguas límpidas y tranquilas, prepara un banquete
para nosotros en frente de nuestros enemigos”.
En el
Evangelio, Jesús lleno de compasión, no quiere que las personas que fueron a su
encuentro y que ya tenían tres días con Él en el monte, se desmayaran por los
caminos, por eso multiplica panes y peces y les da de comer.
En
griego epulos significa banquete, es decir, realmente epulón (banquetón) no es
un nombre y estos detalles en la Biblia, no son casuales. Cuando un personaje
no tiene nombre, es para que ese nombre sea el tuyo o el mío. Seremos el
personaje, si hacemos lo que él hace.
Nos
dice la Escritura que vestía de púrpura (las telas más finas y costosas), que
ofrecía “banquetes diarios” y que ni siquiera daba las migajas que caían de su
mesa a un mendigo que yacía en el suelo a las afuera de su casa.
Caso
contrario, Jesús siente compasión al ver la gente llena de necesidades.
En
ambos textos se muestra la miseria humana, la miseria física, pero más dolorosa
aún, la miseria espiritual.
El
contexto de un banquete para un judío, que no se sienta con cualquiera a la
mesa, es signo de comunión, de estrecha e íntima relación. Epulón rechaza
entrar en comunión con sus hermanos, por lo menos, con los necesitados. Cristo,
por el contrario, no distingue entre unos y otros, a todos ama, a todos cobija
con su amor misericordioso, porque todos lo necesitamos independientemente de
los recursos económicos con los que contemos.
En el
caso de Epulón, la fiesta no acaba, tiene varios días; no se ha pensado en otra
cosa que no sea divertirse; no se piensa en el trabajo, en la familia, en el
otro. Es la carnalidad y el egoísmo lo que da fuerzas para continuar en la
fiesta. Así es el pecado, pareciera que fuera de nunca acabar.
Pero,
¿cuál es el destino de Epulón? ¿Cuál el destino de sus hermanos y amigos que
vivían como él? El llanto y el crujir de dientes, las tinieblas exteriores.
Es un
hecho, Dios nos ama, quiere establecer una relación íntima y muy familiar con
nosotros, por eso nos invita a su mesa, Él es el anfitrión, Él es quien sirve y
Él es quien se sirve. Él es el manjar insustituible, el festín de manjares
suculentos que menciona Isaías, Él es el pasto siempre verde, la fuente de agua
límpida.
Por
eso, mis queridos hermanos, no debemos temer el colocarnos en sus manos, Él
nunca defrauda. Pero nuestra debilidad nos hace inconstantes, temerosos, nos
agotamos con facilidad; por eso es importante, renovarnos en Él cada día,
dejarlo reparar nuestras fuerzas, dejarnos guiar por Él hasta los verdes pastos
o hasta las fuentes de agua limpias y tranquilas.
Esto es
lo que quiere recordarnos la liturgia de hoy; alejarnos de la monotonía, de
celebrar por costumbre y redescubrir que es precisamente por nosotros, para
nosotros, que Jesús viene litúrgicamente en este momento, pero en gloria en su
parusía. Nos desfallezca nuestra esperanza, pues Dios mismo enjugará cada
lágrima y Él mismo nos llevará a su casa y nos sentará en su mesa.
Nuestros esfuerzos no son en vano; mis pobres esfuerzos son multiplicados por Dios. ¿Cuáles son los panes y los peces que hoy le ofreceremos al Señor?
Oh,
Señor, ¿cómo podemos agradecerte o compensarte por tanto bien? No podemos,
Señor, jamás estaremos en condiciones de ofrecerte algo que esté a tu altura;
sin embargo, sigue posando sobre nosotros tus ojos llenos de amor, compasión y
misericordia; sigue velando para que no desfallezcamos en el camino, sigue
guiando nuestros pasos para encontrar cada día pastos verdes que renueven
nuestras fuerzas y nuestra entrega a Ti. No permitas que nos contaminemos por
el egoísmo, la injusticia, la maldad. Te abrimos el corazón para que donde
abundó el pecado, sobreabunde tu gracia. Que sea tu voz la única que
reconozcamos para que no andemos tras otras guías, ni construyamos apariencias
y felicidad artificial como lo hizo Epulón. Me presento ante ti como Lázaro,
menesteroso, lleno de miserias y llagas. Sé Tú mi consuelo, mi salud, mi fuerza
para continuar. Tu amor me sostenga en pie de lucha y la esperanza me anime porque
en Ti nunca seré defraudado. Amén.
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