jueves, 26 de diciembre de 2013


“Llenos de Gracia y de Poder”. Por Iván Muvdi.


A continuación encontrará las lecturas correspondientes a la liturgia de Hoy. Acto seguido, hallará la meditación con base en las mismas.
 
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (6,8-10;7,54-60):


En aquellos días, Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo. Unos cuantos de la sinagoga llamada de los libertos, oriundos de Cirene, Alejandría, Cilicia y Asia, se pusieron a discutir con Esteban; pero no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba. Oyendo estas palabras, se recomían por dentro y rechinaban los dientes de rabia. Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo: «Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios.»
Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos, dejando sus capas a los pies de un joven llamado Saulo, se pusieron también a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación: «Señor Jesús, recibe mi espíritu.»
Luego, cayendo de rodillas, lanzó un grito: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado.» Y, con estas palabras, expiró. Palabra de Dios.
 
Salmo Responsorial: (Sal 30,3cd-4.6 y Sab 16bc-17):

R/. A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu

Sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve,
tú que eres mi roca y mi baluarte;
por tu nombre dirigeme y guíame. R/.

A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás.
Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría.
Te has fijado en mi aflicción. R/.

Líbrame de los enemigos que me persiguen;
haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia. R/.
 
Lectura del santo evangelio según san Mateo (10,17-22):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «No os fiéis de la gente, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra sus padres, y los matarán. Todos os odiarán por mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará.» Palabra del Señor.
 
 
En la primera lectura de hoy, tomada del Libro de Los Hechos de los Apóstoles, San Lucas, nos narra la historia del martirio de Esteban, uno de los primeros diáconos que existieron en la Iglesia y el primer mártir cristiano. Es muy diciente el hecho de que de manera abrupta, acabando de celebrar el nacimiento del Hijo de Dios, hoy la Escritura nos sumerge en el martirio. La Iglesia, a través de su liturgia, nos ubica en el hecho central del misterio de navidad, el cual, no podemos separarlo del todo que representa el ministerio de Jesús. “Encarnación, pasión, muerte y resurrección”, Jesús tomó nuestra naturaleza humana precisamente para poder ser clavado en una cruz. No existiría la pascua que hoy celebramos si primero no se hubiera dado la navidad. Este es el marco general del misterio cristiano, por eso los ángeles le dirán a los pastores: “les ha nacido un salvador” antes de decirles que era el Mesías, el Señor. Ahora bien, en Esteban que eleva sus ojos al cielo en pleno martirio, que ve a Cristo sentado a la diestra del Padre y que muere encomendando su alma a Dios y pidiéndole que tenga en cuenta el pecado de quienes atentaban contra su vida, vemos ya realizado el propósito de quien se encarnó, nos dice la narración, antes de mencionar el final de Esteban, que éste lleno de gracia y de poder realizaba grandes signos y prodigios en medio del pueblo.
Mis queridos hermanos, como ustedes bien lo saben fuimos creados por Dios y para Dios y en su infinita bondad, amor, misericordia y propósito, nos creó en un estado de justicia original. De los mismos dones que Él nos dio tomamos para hacer guerra contra Él, es decir, abusando de nuestra libertad e inteligencia, la creatura decidió desobedecer, creer que en su elección distante a la voluntad de Dios, encontraría la felicidad y terminamos sometidos a desgracia. Esa naturaleza, ahora mortal, inclinada al pecado, capaz de todo lo malo, frágil y voluble; fue revestida por lo más santo, llevada a una dignidad inigualable en Cristo, Jesús, nuestro Señor, para hacernos capaces también de todo lo bueno, de lo más sublime.
La gracia, es la presencia de Dios en nosotros, en Cristo la humanidad se ha revestido de Dios: “Por la fe en Cristo Jesús todos ustedes son hijos de Dios, ya que al unirse a Cristo en el bautismo, han quedado revestidos de Cristo”. (Gal 3, 26-27).
Ahora bien, mis muy amados en el Señor, cuando hablamos de poder, normalmente pensamos en hacer milagros físicos como hacer que un paralítico se levante o que un ciego vea de nuevo; sin embargo, al pensar así, auto limitamos los grandes alcances del amor de Dios que nos ha dado poder para hacer cosas aún más grandes. Antes de concluirles mi idea, quiero recordarles el pasaje del paralítico que introducen hasta la presencia de Jesús a través del techo por causa de la gran multitud. Jesús le dijo: “tus pecados te son perdonados” y empezaron a hablar mal de Él y a criticarlo. Jesús preguntó a sus oyentes ¿qué era más fácil? ¿Sanar al paralítico o hacer que se levantara en medio de ellos? Pues ante nuestro saber limitado y por nuestra inclinación a dar más valor a lo físico, la respuesta era obvia: “era más fácil decir al paralítico que estaba perdonado, al fin y al cabo, nadie podría constatarlo”. Jesús hizo que el paralítico se levantara como queriendo indicar: si puedo hacer lo más difícil, puedo hacer lo más fácil. Con ello demostró su autoridad  y poder para perdonar los pecados. Sin embargo, mis queridos hermanos, a estas alturas de mi vida, ya no estoy tan seguro de que lo más fácil era perdonar los pecados y lo más difícil era hacer que el paralítico se levantara. Creo que lo más difícil era perdonar los pecados; ello costó la encarnación, vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús. Así que, a mi modo de ver hoy las cosas, era difícil (imposible) hacer que ese paralítico de nacimiento se levantara de su camilla, pero era aún más difícil y definitivamente imposible para nosotros recibir el perdón de nuestros pecados. Imaginen ¿cuán difícil e imposible era que nuestros pecados fueran perdonados cuando el único capaz de satisfacer por ellos era Dios mismo? ¿Si el precio de nuestro perdón fueron sus incomodidades sufridas, sus lágrimas, su dolor, su agonía y hasta su última gota de sangre? Por eso, mis queridos hermanos, este Dios que nos brinda un amor infinito hasta el punto del escándalo, nos regala hasta lo imposible: “por tu fe has sino salvado”; no se contentaba con simplemente sanarnos.
Hermanos, Cristo nos ha revestido de poder, por medio del amor que Dios nuestro Padre y Jesucristo, el Señor, han derramado sobre nosotros; su Espíritu, hemos recibido la facultad de hacer verdaderos prodigios como por ejemplo, hacer que un cuadripléjico espiritual tome fuerzas en los tobillos y rodillas de su voluntad para hacer una opción radical por Cristo; ese es un verdadero milagro, mucho mayor que hacer que un paralítico se levante de su postración pero continúe viviendo su vida en el error o peor aún, recobrar la salud, para perderse en los caminos que antes, por su incapacidad física, no podía recorrer. Tú y yo mi querido (a) hermano (a), llenos del amor de Dios podemos contribuir con nuestras palabras y ejemplos para que muchos ciegos vean realmente las cosas como son, desde la óptica de la fe, dándoles la oportunidad de sacar real provecho a su existencia. Cuántos tullidos, cuántos sedientos, cuántos hambrientos, cuántos sordos y ciegos Y ¡NI SIQUIERA LO SABEN! Oh, mis muy amados hermanos, si pudieran verlo: “Ustedes pueden resucitar muertos”: “Nosotros somos como el olor del incienso que Cristo ofrece a Dios y que se esparce tanto entre los que se salvan como entre los que se pierden. Para los que se pierden, este incienso resulta un aroma mortal, pero para los que se salvan, es una fragancia que les da vida”.   (2Co 2, 15-16).
 
“Dios nos escogió en Cristo desde antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos y sin defecto en su presencia. Por su amor nos había destinado a ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo, hacia el cual nos ordenó según la determinación bondadosa de su voluntad”. (Ef 1, 4-6).
 
Dios está dispuesto a darlo todo de sí; la pregunta es: ¿qué tanto estamos dispuestos a recibir nosotros? ¿Qué tanto estamos dispuestos a desprendernos de las cosas que en apariencia nos llenan y restan espacio a Dios? No olvidemos que Jesús nació en un pesebre porque no hubo lugar para Él, ni para sus padres.
 
El salmista nos invita a vivir en las manos de Dios, a encomendarnos a Él, a buscar refugio en Él. El Evangelio de Mateo nos muestras las advertencias de nuestro Señor. No todas las personas recibirán con agrado nuestro anuncio y testimonio, algunos nos odiarán por ello y harán cuanto esté en sus manos para dañarnos e impedirnos hacer presente en nuestro entorno el Reino de Dios.
Que el Señor nos bendiga a todos y nos conceda la gracia de tomar conciencia de que Él nos ha revestido de sí mismo para que teniendo esta certeza busquemos a toda costa evitar todo aquello que nos postra espiritualmente.
¡QUEDAOS SIEMPRE CON DIOS! AL FINAL DE TODO SÓLO QUEDA ÉL.


 
 
 

 

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