lunes, 9 de diciembre de 2013


Diciembre 9 de 2013

Lecturas del día. (Reflexión al final).

Lectura del libro de Isaías (Is 35, 1-10).

 El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría. Tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarión. Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios. Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará.» Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará. Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa; el páramo será un estanque, lo reseco, un manantial. En el cubil donde se tumbaban los chacales brotarán cañas y juncos. Lo cruzará una calzada que llamarán Vía Sacra: no pasará por ella el impuro, y los inexpertos no se extraviarán. No habrá por allí leones, ni se acercarán las bestias feroces; sino que caminarán los redimidos, y volverán por ella los rescatados del Señor. Vendrán a Sión con cánticos: en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán. Palabra de Dios.
 

 
Salmo Responsorial (Sal 84):
 R/. Nuestro Dios viene y nos salvará

Voy a escuchar lo que dice el Señor:
«Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos.»
La salvación está ya cerca de sus fieles,
y la gloria habitará en nuestra tierra. R/.

La misericordia y la fidelidad se encuentran,
la justicia y la paz se besan;
la fidelidad brota de la tierra,
y la justicia mira desde el cielo. R/.

El Señor nos dará la lluvia,
y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia marchará ante él,
la salvación seguirá sus pasos. R/.

 
 
Lectura del santo evangelio según san Lucas (5,17-26):

Un día estaba Jesús enseñando, y estaban sentados unos fariseos y maestros de la ley, venidos de todas las aldeas de Galilea, Judea y Jerusalén. Y el poder del Señor lo impulsaba a curar. Llegaron unos hombres que traían en una camilla a un paralítico y trataban de introducirlo para colocarlo delante de él. No encontrando por donde introducirlo, a causa del gentío, subieron a la azotea y, separando las losetas, lo descolgaron con la camilla hasta el centro, delante de Jesús.
Él, viendo la fe que tenían, dijo: «Hombre, tus pecados están perdonados.»
Los escribas y los fariseos se pusieron a pensar: «¿Quién es éste que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados más que Dios?»
Pero Jesús, leyendo sus pensamientos, les replicó: «¿Qué pensáis en vuestro interior? ¿Qué es más fácil: decir "tus pecados quedan perdonados", o decir "levántate y anda"? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar pecados... –dijo al paralítico–: A ti te lo digo, ponte en pie, toma tu camilla y vete a tu casa.»
Él, levantándose al punto, a la vista de ellos, tomó la camilla donde estaba tendido y se marchó a su casa dando gloria a Dios.
Todos quedaron asombrados, y daban gloria a Dios, diciendo llenos de temor: «Hoy hemos visto cosas admirables.»

Palabra del Señor.
 
 

Jesús es el consuelo y la esperanza de los exiliados. Por Iván Muvdi.


 
La liturgia de hoy continúa llevándonos por el camino hacia el pesebre, por medio de la esperanza y el consuelo que representa la encarnación y nacimiento del Hijo de Dios y Señor nuestro.
El profeta Isaías, que comunica de parte de Dios un mensaje que contribuya a animar, consolar y levantar del suelo a quienes tienen años padeciendo el exilio como consecuencia de conquistas sufridas y que les devolvieron a la época de la esclavitud, hoy nos dice: fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará.»
El tiempo en cautiverio ha minado la confianza, la fe, la esperanza de volver al tiempo en que, en posesión de la tierra prometida y dada a los padres de Israel, adoraban a Dios en el Templo, “lugar de su residencia en medio de su pueblo.” ¿Cuántos no se sienten así en este momento? ¿Cuántos no se han entregado a la contrariedad dejándose ganar por el fatalismo, la tristeza, el desánimo? No es fácil enfrentar nuestra existencia, pero es nuestro deber hacerlo. La experiencia que sirvió de marco a la revelación divina nos muestra claramente que hay que atravesar el desierto antes de llegar a la tierra de promisión. Ya en el marco del Nuevo Testamento, Jesús nos mostrará con su propia vida el hecho de que no habrá gloria sin cruz. La Escritura nos dice que no hemos recibido un Espíritu de cobardía (otras traducciones: timidez), sino Espíritu de fortaleza, caridad y templanza (otras traducciones: poder, amor y buen juicio). Es con esta fuerza que tenemos que levantarnos de nuestras adversidades: “Recuerda que no eres tú quien sostiene a la raíz, sino que la raíz te sostiene a ti”. (Ro 11,18).
La respuesta del salmo reafirma la intención del profeta en su esfuerzo de animarnos: “nuestro Dios vendrá y nos salvará”. Sólo Dios es eterno; no lo es ninguno de nosotros, ni tampoco nuestras vivencias en este mundo. Todo lo malo pasará y al final sólo quedará Dios y su amor eterno por nosotros. Sólo es menester abrir el corazón a su acción, a su gracia para que la sentencia del salmista sea una realidad en nuestra vida: “El Señor nos dará la lluvia y nuestra tierra dará su fruto”.
En la mentalidad antigua, tanto el bien como el mal, provenían de Dios. (El ejemplo de Job: “el Señor me lo dio, el Señor me lo quitó… Si he de aceptar de Dios los bienes, ¿por qué no los males?).
En el Evangelio podemos ver claramente la posición de Dios con referencia al mal padecido y al sujeto que lo sufre (es toda la humanidad). Dios no quiere la muerte del pecador, sino que éste se convierta y viva.
Jesús personifica las Escrituras, Él es la Palabra, el Logos del Padre. Todo lo que se había anunciado, se cumple en la persona de Jesús; por eso, sana al paralítico, en este caso; pero como lo sabemos también a los sordos, los leprosos, los tullidos, etc.  Sin embargo, considero muy importante el que hoy el evangelio de San Lucas nos muestre dos acciones estrechamente ligadas: “primero el perdón y luego la sanación”. Por fin se responde a la pregunta que por milenios el hombre se ha hecho, ¿de dónde proviene el mal? ¿Es Dios el que lo envía? ¿Permanece Dios ajeno a nuestros sufrimientos? La respuesta es NO!, por el contrario, ¿cuándo lo hubiera pensado la mente humana? Dios se hace hombre, comparte y padece en su persona el sufrimiento; lo dignifica y lo convierte en medio de purificación y de santificación, es decir, en una escalinata que nos une a Él en su ascenso al cielo. Los males que padecemos son consecuencia del pecado y no de una decisión de Dios. No puede ser que un cristiano pueda siquiera concebir la idea de que su Dios le envía males.
Volvamos al siguiente texto y pensemos por un instante:
“Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en su Hijo con toda clase de bendiciones espirituales. Dios nos escogió en la persona de Cristo desde antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos y sin defecto en su presencia. Por amor, nos había destinado a ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo, hacia el cual nos ordenó, según la determinación bondadosa de su voluntad”. Este sí es nuestro Dios, el que nos escogió y nos destinó desde toda la eternidad para hacernos sujetos de su amor como hijos, para compartir toda la eternidad con nosotros.
“Para que sepan que el Hijo del Hombre tiene poder…” hizo lo más difícil (hacer que un paralítico se levante) para que comprendamos que también tiene el poder para hacer algo que por su amor es más fácil, lo cual es, perdonarnos.
¡Oh Buen Señor! Así como dista el oriente del occidente aleja de tu vista mis pecados.
 Un poeta de nuestro tiempo lo expresaba de este modo:

Señor, hoy que he vuelto a encontrarte
después de tanto tiempo transcurrido,
no permitas que el corazón arrepentido
olvide nuevamente cómo amarte.

Después de tantos años sepultado,
entre las sombras del pecado prisionero,
no me abandones Señor, que yo no quiero
sentirme otra vez desesperado.

De mi vida anterior, perdóname la herida,
fui culpable y me arrepiento,
ayúdame Señor, dame fe, dame aliento
para que cuando llegue la muerte, me des vida.

(Andrés del Puerto Bello, Señor, Poesías inéditas).
 Quedaos con Dios, mis muy amados hermanos, QUEDAOS CON DIOS, HOY MAÑANA Y SIEMPRE!

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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