jueves, 5 de diciembre de 2013


EN LA ENCRUCIJADA DE NUESTRA EXISTENCIA. (Los dos caminos). Mt7, 21.24-27. Por Iván  Muvdi.


La liturgia de hoy evoca unas imágenes muy hermosas y tocan profundamente nuestra forma de expresar y vivir la fe que decimos tener.

En la primera lectura tomada del libro de Isaías (Is 26, 1-6), se nos invita a la confianza pues si entramos y permanecemos en Jerusalén, estaremos seguros, debido a que Dios mismo la ha fortificado con murallas y baluartes; sin embargo, hay una actitud que debemos mantener para poder estar allí seguros. Lo mencionaremos más adelante.

El salmo (117), por su parte, nos reafirmará que mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres; pero también nos dice que sólo los vencedores entrarán a la ciudad de Dios.

En el Evangelio, tomado de San Mateo, (Mt 7, 21.24-27), el Señor Jesús nos invita a edificar sobre la “Roca” que es Él mismo. Pero llega el momento de enunciar las actitudes y compromisos que nuestro Dios y Señor nos pide para poder acceder a todas estas bondades.

En la primera lectura:

“Abrid las puertas para que entre un pueblo justo, que observa la lealtad; su ánimo está firme y mantiene la paz, porque confía en ti”.

·      Practicar la justicia.

·      Ser leales a nuestros compromisos.

·      Cumplirlos con firmeza.

·      Ser gestores de paz y no de discordias.

·      Confiar plenamente en Él.

·      Ser humildes.

En el salmo:

·      Ser agradecidos con Dios. “Dice esta es la puerta”

·      Depositar nuestra fe y confianza en Él.

En el Evangelio:

·      Cumplir la voluntad de Dios.

·      Escuchar a Cristo y poner en práctica sus enseñanzas.

 

Jesús utiliza la imagen de una construcción y las consecuencias cuando una casa se construye sobre arena y otra sobre roca firme. Sin embargo, como en una reflexión anterior me referí a lo que significa construir sobre roca, hoy quisiera compartirles cuál es la encrucijada de todo ser humano que busca vivir de cara a Dios. Por eso en la imagen que adjunte debajo del título que encabeza el mensaje de hoy coloqué dos caminos, uno que nos conduce al bien y el otro al mal.

Una vez viendo un documental, el expositor nos ilustraba indicándonos lo que pasó en Masada, una fortificación construida por Herodes sobre una montaña, dando la impresión de estar erigida sobre un gran abismo y sobretodo, inculcaba en las mentes de quienes le veían que se trataba de una construcción impenetrable. Masada traduce fortaleza. En ese lugar, se refugiaron un poco más de 900 personas del grupo de los “zelotes” contra un asedio romano que duró 9 años, hasta que por fin, los soldados romanos encontraron la forma de ingresar a esa fortificación. En su interior, los zelotes, que apreciaban y estaban comprometidos con su libertad y sobre todo con su religión vieron en la futura conquista romana un peligro de esclavitud y un peligro en cuanto al corrompimiento de sus costumbres y valores religiosos, así que decidieron morir antes que verse entregados a los romanos; así cuando estos por fin ingresaron, los encontraron a todos muertos. Hoy en día, como parte del final del proceso de adiestramiento de las fuerzas militares de Israel, llevan a los soldados a Masada y allí hacen este juramento: “mientras yo viva, Masada no caerá”.
Hoy, mis muy amados en el Señor, quisiera invitarlos a esto, a que juntos hagamos el propósito de que esta edificación de Dios, que somos nosotros, sus templos vivos, no caiga en el egoísmo, la injusticia, la maldad, el apego desenfrenado a los bienes materiales, no caiga ante la impureza, ante los vicios, ante la intolerancia; que mientras vivamos esta vida mortal, seamos capaces de asumir como nuestra gran responsabilidad que Masada (que eres tú, que soy yo, que es la familia que has construido), no caiga. Para poder lograrlo, necesitamos a Dios, necesitamos su gracia.
“Mira, yo he puesto delante de ti hoy, la vida y el bien, la muerte y el mal…escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia”. (Dt 30, 15-20).

“Escogeos hoy a quién serviréis”. (Jos 24, 15).

“Así dice Yahwéh, he aquí que pongo delante de vosotros camino de vida y de muerte”. (Jer 21,8).

Desde hace varios mensajes que les he compartido, les he insistido una y otra vez de que estamos en medio de una guerra espiritual de grandes alcances y eso significa que tenemos que tomar partido y que de hecho lo hacemos cada día con nuestras acciones. En este sentido es una realidad para nosotros el hecho de que en frente tenemos dos caminos y hemos recibido la libertad para tomar cualquiera de los dos.

El problema es que el camino que nos conduce a la felicidad tiene una puerta estrecha, mientras que el camino que nos trae como consecuencia la muerte, tiene una puerta espaciosa, nos presenta cada cosa con un envoltorio tal, que a veces, nos es muy difícil percatarnos del mal que hay en tal situación.

Por eso, en este sentido, no en el del suicidio (que en aquel tiempo y cultura era considerado honorable), es importante el ejemplo de los zelotes de Masada: “La lealtad es sólo para Dios”.

Hay una canción que nos dice “que se te note, que se te note, que se te note que tú amas a Jesús”; creo, mis queridos hermanos, que este es nuestro gran pecado en estos tiempos; no se nos nota; el mundo está como está porque se nota más el mal, porque hemos sido incapaces de que se note más el bien.
 
Oh, Señor, cuando el Rey David tuvo que huir de Saúl, se dirigió al desierto y se refugió en "lugares fuertes", dentro de las rocas (Sal 18, 1-2. Cuevas); míranos benigno y concédenos la gracia de no sucumbir frente a nuestros deseos de comodidad, de poca lucha y de poco esfuerzo. Por el contrario, guía tú nuestros pasos y fortalece nuestra voluntad para escoger por amor y siempre en libertad el camino del bien que Tú nos presentas a pesar de que su puerta sea angosta. Que nuestra lealtad y fidelidad sea para Ti, que mientras vivamos peregrinos por este mundo el Masada de nuestra existencia no caiga, porque Tú, Señor, serás nuestra roca y nuestra fortaleza, nuestro refugio en el peligro, el baluarte donde nos ponemos a salvo.
Que Dios nos bendiga a todos! Amén.

 

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