Lecturas del día:
(sábado 7 de diciembre):
(Comentarios a las lecturas al final).
Así dice el Señor, el Santo de Israel: «Pueblo de Sión, que habitas en
Jerusalén, no tendrás que llorar, porque se apiadará a la voz de tu gemido:
apenas te oiga, te responderá. Aunque el Señor te dé el pan medido y el agua
tasada, ya no se esconderá tu Maestro, tus ojos verán a tu Maestro. Si te
desvías a la derecha o a la izquierda, tus oídos oirán una palabra a la
espalda: "Éste es el camino, camina por él." Te dará lluvia para la
semilla que siembras en el campo, y el grano de la cosecha del campo será rico
y sustancioso; aquel día, tus ganados pastarán en anchas praderas; los bueyes y
asnos que trabajan en el campo comerán forraje fermentado, aventado con bieldo
y horquilla. En todo monte elevado, en toda colina alta, habrá ríos y cauces de
agua el día de la gran matanza, cuando caigan las torres. La luz de la Cándida
será como la luz del Ardiente, y la luz del Ardiente será siete veces mayor,
cuando el Señor vende la herida de su pueblo y cure la llaga de su golpe.»
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
146,1-2.3-4.5-6
R/. Dichosos los que esperan en el Señor
Alabad al Señor, que la música es buena;
nuestro Dios merece una alabanza armoniosa.
El Señor reconstruye Jerusalén,
reúne a los deportados de Israel. R/.
Él sana los corazones destrozados,
venda sus heridas.
Cuenta el número de las estrellas,
a cada una la llama por su nombre. R/.
Nuestro Señor es grande y poderoso,
su sabiduría no tiene medida.
El Señor sostiene a los humildes,
humilla hasta el polvo a los malvados. R/.
R/. Dichosos los que esperan en el Señor
Alabad al Señor, que la música es buena;
nuestro Dios merece una alabanza armoniosa.
El Señor reconstruye Jerusalén,
reúne a los deportados de Israel. R/.
Él sana los corazones destrozados,
venda sus heridas.
Cuenta el número de las estrellas,
a cada una la llama por su nombre. R/.
Nuestro Señor es grande y poderoso,
su sabiduría no tiene medida.
El Señor sostiene a los humildes,
humilla hasta el polvo a los malvados. R/.
En aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias. Al ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor.
Y llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia.
A estos doce los envió con estas instrucciones: «Id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis.»
Palabra del Señor.
Al ver a las
personas, se compadecía de ellas! Por
Iván A. Muvdi Meza.
Enmudece
el corazón, todo nuestro interior, al tratar siquiera de imaginar el inmenso
amor de Dios por la humanidad. Jesús vio a la multitud desorientada, como
ovejas sin pastor, y allí está Él preocupado por todos ellos, por todos nosotros
y nos dice al oído yo soy tu Pastor! no temas! Pues Yo voy delante abriéndote
el camino; y como nos decía el miércoles, (reflexión: “No sea que desfallezcan
en el camino”) yo te conduzco hacia fuentes tranquilas, su vara y su cayado
inspiran confianza, pues aunque estemos atravesando el más oscuro de los valles,
Él va con nosotros.
El
P.A.P.A. Benedicto XVI, en su encíclica “Deus Caritas Est”, nos explica en la
primera parte que la novedad bíblica frente a las concepciones de la divinidad
en la antigüedad, (donde Dios, es un Dios distante, ajeno a nuestros sufrimientos;
el hombre tiene que esforzarse por no hacerlo enojar, pues es un implacable
castigador), es que nuestro Dios estima
y ama a la creatura que Él mismo ha hecho. El Dios único en el que cree Israel
ama personalmente. Su amor, además, es un amor de predilección…Entre todos los
pueblos de la Tierra, escoge a Israel y lo ama, aunque con el objeto de salvar
a toda la humanidad.
Quisiera
que hagamos juntos el ejercicio de contrastar esta afirmación de S.S. Benedicto
XVI con lo que nos dice Dios a través del profeta Isaías en la primera lectura:
· No tendrás que llorar porque tan pronto gimas Dios escuchará tu
ruego.
· Aunque Dios te dé el pan y el agua medidos, ya no se esconderá
tu Maestro, tus ojos lo verán.
· Si te desvías a derecha o a izquierda del camino escucharás en
tu oído: “este es el camino, camina por él”.
Cuántas veces nuestros sufrimientos nos impulsan a pensar o
creer que Dios se ha olvidado de nosotros, cuántas veces hemos pensado,
siquiera, siendo atrevidos y sentarlo a Él en el banquillo de los acusados y reclamarle
por su silencio, por su pasividad en referencia a nuestras carestías y
sufrimientos. No es este el camino mis queridos hermanos. Lo que nos hace
ciegos, lo que no nos deja ver la acción de Dios en nuestra cotidianidad es el
hecho de no aceptar la sencillez de su proceder, es no aceptar que Él no actúe
como “nosotros pensamos que TIENE que ser”, que no sea en el tiempo que
nosotros queremos, etc.
Recuerdo mientras escribo estas líneas, que el P.A.P.A. Juan
Pablo II en las reflexiones que se consignaron en la obra “Cruzando el Umbral
de la esperanza” nos decía precisamente así: “Hombre, tú que juzgas a Dios, que
le ordenas que se justifique ante tu tribunal, piensa en ti mismo, mira si no
eres tú el responsable de la muerte de este Condenado, si el juicio contra Dios
no es en realidad un juicio contra ti mismo. Reflexiona y juzga si este juicio
y su resultado -la Cruz y luego la Resurrección- no son para ti el único camino
de salvación”.
Son mis pecados lo que han traído tal muerte; pero viendo el
resultado “mi salvación”, “el amor de Dios”, “ser coherederos con Cristo en el
cielo”, sólo me resta exclamar con el exultet: “Oh, feliz culpa, que nos dio
tal Redentor”.
La realidad es que Dios siempre actúa, nunca se encuentra pasivo,
“Nunca duerme el guardián de Israel”, es menester esperar en fe.
Para nosotros hoy, la concepción de un Dios distante, ajeno a
nuestros sufrimientos, no puede iluminar nuestra experiencia. Estamos próximos
precisamente a celebrar al Enmanuel, DIOS CON NOSOTROS. Tan cercano como para
hablarnos al oído e indicarnos cuál es el camino que nos conduce hasta Él.
Oh, mis queridos hermanos, pidamos a la Santísima Virgen que nos
ayude a esperar, a aguardar la venida de nuestro Enmanuel, en fidelidad, en
amor, en entrega total. San Pablo nos dice: “Para mí, el vivir es Cristo”; que
ojalá nosotros podamos hacer vida estas palabras desde nuestra propia
experiencia. Nos Dirá Benedicto XVI: “el hombre, viviendo en fidelidad al único
Dios, se experimenta a sí mismo como quien es amado por Dios y descubre la
alegría en la verdad y en la justicia; la alegría en Dios que se convierte en
su felicidad esencial: ¿no te tengo a ti en el cielo? Y contigo, ¿qué me
importa la tierra?... Para mí lo bueno es estar junto a Dios. (Sal 73 (72)
25.28).
Citando nuevamente al tan recordado Papa Juan Pablo II, en su
Carta Encíclica Dives in Misericordia”, nos dirá que, “Dios, rico en
misericordia es el que Jesucristo nos ha revelado como Padre; cabalmente su
Hijo, en sí mismo, nos lo ha manifestado y nos lo ha hecho conocer”. Por eso
vemos a Jesús sanando todo tipo de enfermedades y dolencias, pero sobretodo,
preocupado por vernos como ovejas sin pastor; por ver que la necesidad es mucha
y que son muy pocos los que se comprometen por llevar a Dios-amor al corazón de
todos los seres humanos.
Jesús encarna y personifica la misericordia de Dios. Pienso que
uno de los más grandes retos que tenemos todos es vivir y sentirnos realmente
amados por Dios. Es fundamental que trabajemos sobre esto; creo que de alguna
manera nos hemos rutinizado, en el sentido de que sí, Jesús se entregó a la
muerte por mí; pero vemos esto como algo en la historia y no en mi historia
personal “hoy”. Le pido a Dios para mí y para ustedes, que nos permita
redescubrir su amor por nosotros, redescubrirnos amados personalmente por Él,
con amor de predilección, porque al igual que Israel, el nos escogió a ti y a
mí desde antes de nacer, fue Él quien nos formó en el vientre de nuestra madre
y es por cada uno de nosotros que a través de la liturgia y por la fuerza y el
poder del Espíritu Santo actualiza su única pascua y se queda realmente
presente, como Enmanuel, en el sagrario para que se cumpla en nosotros lo que
dice la Escritura: ¡Yo no te dije buscadme en el vacío!
Sobra decir que hacen falta muchos sacerdotes y que hay que rogar
para que los que en este momento están al frente de las diversas comunidades,
sean realmente, pastores según el corazón de Dios; pero también, mis muy amados
hermanos, hay que pedirle a Dios que nos anime a todos y a cada uno de nosotros
a tomar de una vez por todas partido en la misión evangelizadora de la Iglesia
(que somos todos) con relación al anuncio de Cristo, especialmente con nuestro
ejemplo. Este debe ser el siglo de los laicos, nos decía Juan Pablo II.
También pido al Señor que nos conceda ser impulsados por sus
sentimientos para que también nosotros podamos sentir compasión (que no es
lástima) por nuestros hermanos, especialmente los que sufren en el alma o en el
cuerpo por causa de la injusticia social, la enfermedad, el desánimo, etc.
No quiero extenderme más, espero realmente que estas reflexiones
que con amor te comparto te aporten a tu espiritualidad y te sirvan en tu de
conversión y de servicio a Dios. Dios te bendiga!
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