viernes, 27 de diciembre de 2013


 
“Sumergidos en el fuego del amor de Dios”. “Fiesta de San Juan Apóstol”. Por: Iván A. Muvdi Meza.

A continuación encontrará las lecturas correspondientes a la liturgia de hoy y debajo de ellas la meditación respectiva:

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (1,1-4):

Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de la vida (pues la vida se hizo visible), nosotros la hemos visto, os damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó. Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto, para que nuestra alegría sea completa. Palabra de Dios.
 
 

Salmo Responsorial: (Sal 96,1-2.5-6.11-12):

R/. Alegraos, justos, con el Señor.

El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono.
R/.

Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria.
R/.

Amanece la luz para el justo,
y la alegría para los rectos de corazón.
Alegraos, justos
, con el Señor,
celebrad su santo nombre.
R/.
 
Lectura del santo evangelio según san Juan (20,2-8):

El primer día de la semana, María Magdalena echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Palabra del Señor.
 
Antes de iniciar con la reflexión de hoy, rápidamente quisiera que juntos recordemos lo siguiente:
·      El nombre Juan significa: “Dios es misericordioso”.
·      Era el apóstol más joven del grupo de los doce.
·      Se le conoce como el Teólogo por la profundidad de sus escritos. Por esta misma razón:
·      Se le representa con un águila porque de los cuatro evangelistas, éste es el que vuela más alto. (La profundidad de sus escritos se debe a que su mensaje es dirigido a comunidades que ya habían escuchado o conocían sobre Jesús. Por eso en su evangelio, no narra absolutamente nada de la infancia de Jesús.
·      Fue el único de los apóstoles que no murió mártir.
·      Fue el único de los apóstoles que permaneció fiel al pie de la cruz de Cristo.
 
·      Es conocido como “el discípulo amado” o como aquel a quien Jesús más quería.
·      Fue que representó a la Iglesia en el momento en que Jesús nos deja a María como nuestra madre.


Quisiera que se hicieran la siguiente imagen en su mente, ya que, lo que hoy les escribiré estará estrechamente relacionado con este hecho: en la última cena, San Juan recostó su cabeza sobre el pecho de Jesús.

En las comidas más solemnes, los comensales se recostaban sobre divanes, apoyados sobre un brazo. Estar “en el pecho de alguien” era estar a su lado, de tal manera que permitía a las dos personas conversar.

 

En la primera lectura, el apóstol San Juan nos presenta como base de su mensaje: la comunión, el testimonio y el anuncio.

“Lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos oído, lo que palparon nuestras manos”… La experiencia es fundamental a la hora de hablar de comunión o unión íntima con Dios; Él habla de la gracia particular de haber sido escogido por Jesús como apóstol y por ende el privilegio de haber vivido junto a Él a lo largo de tres años. Estos hechos le dan la autoridad para hablar de Él y para que entendamos que su testimonio es válido y digno de ser creído. La experiencia de Juan fue física mientras Jesús estuvo con ellos a lo largo de su ministerio público; sin embargo no fue esta la única experiencia pues fue mayor el tiempo en que Juan le sirvió a Jesús cuando éste ya estaba sentado a la derecha del Padre. Lo que intento recalcar es que lo físico no es lo único que permite la comunión. Les he dicho en reflexiones anteriores que el mundo está enfermo, se ha deshumanizado porque le falta Dios. Muchos van a Misa o hacen oración de  manera mecánica, sin entender siquiera qué es lo que celebramos y cómo es que lo hacemos; por eso el mundo sigue enfermo y empeora cada vez más, porque parte de la humanidad le dio la espalda a Dios y de la restante, muchos no viven una experiencia, sino que, viven inmersos en una costumbre y en unos ritos, que al no encontrarles sentido, difícilmente causan transformación interior.

Recuerdo que una de las costumbres de la Madre Teresa de Calcuta, antes de iniciar la jornada de trabajo junto a sus hermanas de comunidad, era celebrar la Misa. Llegado el momento de la comunión, pedía  a las hermanas que recibieran la eucaristía en la mano y les decía que ese mismo Jesús que ahora tenían en la mano, volverían a tenerlo una vez que tuvieran en frente a los enfermos. Con esta convicción, era posible soportar el hedor de los leprosos y la visión de quien se deshacía en materia y pus frente a ellas.

Mis queridos hermanos, es necesario que en la relación que ahora sostenemos con nuestro Señor haya realmente una cercanía tal que podamos sentirlo; nuestro Dios es un Dios vivo, no es algo muerto; es alguien que se ha querido convertir en Enmanuel (Dios CON NOSOTROS) para quedarse con nosotros y que se ha querido convertir en eucaristía para quedarse EN NOSOTROS. Si no es esto lo que sentimos, es necesario trabajar en ello porque, de lo contrario, el tiempo pasará y sería triste que nos sorprendiera la muerte sin haber sentido a Dios con nosotros y en nosotros. Esto es comunión. Esta comunión nos lleva a una experiencia donde esa presencia incontenible se desborda en nosotros y desde nosotros. Necesariamente quien está en comunión con Dios se convierte en misionero pues se vuelve una necesidad el llevar y compartir el gozo que Dios nos ha hecho sentir. María Santísima recibió el anuncio del ángel y de inmediato se fue a las montañas a llevar su gozo a Isabel, su prima. San Pablo, una vez recibió la visita del profeta y cayeron las escamas de sus ojos, salió de su encierro para convertirse en el gran apóstol que hoy todos conocemos. Todos, por el bautismo somos misioneros, así que, mis queridos hermanos, pidamos a Dios la gracia de vivir nuestros compromisos bautismales, de sentirlo a Él amándonos como Padre para que inmersos en esa experiencia filial podamos vivir en plena comunión con Él y por ende dar testimonio de ese amor recibido y que al desbordarse podamos llevarlo a los demás. “He venido a traer fuego a la Tierra y cómo quiero que arda”; Si tú eres una llama de amor, si yo soy una llama de amor, qué gran incendio podríamos hacer, este fuego de amor sería la salvación para este mundo que habita en las tinieblas del error, del pecado , del materialismo, del hedonismo , de la vanidad y de la deshumanización.

 

La comunión es vivir esta experiencia de amor en la que la cercanía es tal que se puede recostar la cabeza sobre el pecho de quien se ama y escuchar de primera mano el latir de su corazón. En la reflexión de muchos santos se nos dice que Cristo no ha permitido que cicatrice la llaga de su costado para que detrás de ella todos podamos ver que hay un corazón que late de amor por nosotros; aún desde lo profundo de su ser, Jesús nos dice al oído: “Tengo sed”, tiene sed de ti y de mí. ¿Lo dejaremos así? ¿No correremos a darle nuestro corazón para darle de beber nuestro amor? DIOS TIENE SED DE QUE EL HOMBRE SIENTA SED DE ÉL.

Ahora bien, todos tenemos en nuestro corazón una sed de Dios innata, lo que pasa es que muchos no son conscientes de ello. Hay algo que no podemos satisfacer plenamente y estamos en búsqueda de esa satisfacción, pero al no ser conscientes de que es Dios la fuente, que al beber de Él, se convertirá en manantial de vida en nuestro interior capaz de saltar hasta la vida eterna, buscamos llenar ese vacío con cosas, vicios o placeres desenfrenados.

Vivir en comunión con Dios es vivir un encuentro entre dos sedientos; el encuentro entre la sed de Dios y la sed del hombre.

Hermanos, ya el contexto de la cena indica comunión; pero Juan no se contentó con ella, buscó recostar su cabeza sobre el pecho de Jesús, colocar su oído directamente en su corazón para escuchar de viva voz el lenguaje de amor de un corazón que lo ha dado todo por nosotros.

He tratado de hablar de comunión con Dios; pero esa comunión no es solo vertical, debe extenderse hacia la Iglesia, es decir, hacia la comunidad de hermanos (mi prójimo), pero también hacia la jerarquía eclesial (los apóstoles), especialmente el P.A.P.A. Quiero que lo noten en el hecho de que Juan, a pesar de haber llegado primero que Pedro al sepulcro, lo esperó y no entró hasta que éste último llegara, entrara y creyera. Juan entró después que Pedro; vio y creyó; pero para ello fue importante que antes viera y creyera Pedro, pues la Iglesia, fue fundada por Jesús sobre la confesión de fe de Pedro.
Por último, no olvidemos que Juan recibió a la Santísima Virgen María como madre y la llevó a su casa. Si hay alguien que puede servirnos de ejemplo de amor y entrega a Dios, de comunión como experiencia viva, es ella. Recibámosla como Madre y démosle cobijo en nuestro hogar interior, nuestra casa, nuestro corazón.

Oh, mi Señor y mi Dios; concédeme a mí y a mis hermanos la gracia de que nuestra oración, nuestra escucha o lectura meditativa de tu Palabra, la celebración de tus misterios sea un continuo recostar nuestra cabeza sobre tu pecho para colocar nuestro corazón en sintonía contigo. Oh, Señor; el mundo se enferma cada vez más porque cada vez son menos los que te comunican al resto, no como una idea, no como un conjunto de ritos y rezos vacíos; sino como una experiencia de vida y de amor. Permítenos, Buen Señor, sentirnos enamorados de Ti, alimentar ese amor con los ecos del latir de tu corazón; que seamos capaces de sentirnos hijos, amados por Ti como nuestro Padre; permítenos redescubrir tu amor extremo en tu Iglesia, en el P.a.p.a. y los ministros ordenados, pero de manera especial, en la eucaristía. Que tu presencia real no quede solitaria entre las telarañas de un templo frío y oscuro. Que cada uno de nosotros sea un sagrario vivo, una custodia viva que lleve dentro de sí, con profundo celo y ardor, tu presencia a los demás.

Que nuestro corazón sea una gran hoguera de amor cuyo fuego encendido por tu pasión y entrega arda inextinguible hasta la consumación de los tiempos.

Que una vez encendido por tu amor, arda como el cirio cuyo fuego se extingue sólo cuando él se ha consumido completamente. Amén.

 
 
 
 

 
 

 

 








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