jueves, 12 de diciembre de 2013


“Fiesta de Nuestra Señora, bajo la advocación de Ntra. Sra. De Guadalupe”: (Por Iván Muvdi).
Lecturas del día y reflexión sobre las mismas debajo de este artículo.
A lo largo de todo el año litúrgico aparece la Sma. Virgen María porque siendo ella el medio por el cual, el Señor Jesús, se hizo hombre y vino a este mundo, continúa siendo el medio por el cual Él llega hasta nosotros y por el que nosotros llegamos a Él.

Antes de tratar de exponer una reflexión sobre nuestra Madre del cielo, quisiera recordar que la Santísima Virgen María es una sola. Se ha aparecido en diversos lugares y quizás con rasgos distintos, en su vestir o incluso en su físico, pero es la misma que dio su consentimiento para que en su seno virginal, Jesús, nuestro Dios y Señor, tomara nuestra naturaleza humana. En cada uno de esos sitios y culturas, le han puesto un nombre para venerarla y honrarla y eso se llama  a d v o c a c i ó n. Habiendo escrito esto, continuemos.

 San Luis María Grignon de Monfort escribió en su obra: “El Tratado de la Verdadera Devoción”, lo siguiente:

 Dios Padre entregó su Unigénito al mundo solamente por medio de María. Por más suspiros que hayan exhalado los patriarcas, por más ruegos que hayan elevado los profetas y santos de la antigua ley durante cuatro mil años a fin de obtener dicho tesoro, solamente María lo ha merecido y ha hallado gracia delante de Dios por la fuerza de su plegaria y la elevación de sus virtudes. El mundo era indigno, dice san Agustín, de recibir al Hijo de Dios inmediatamente de manos del Padre. Quien lo entregó a María para que el mundo lo recibiera por medio de Ella.

Dios Hijo se hizo hombre para nuestra salvación, pero en María y por María.

Dios Espíritu Santo formó a Jesucristo en María, pero después de haberle pedido consentimiento por medio de los primeros ministros de su corte.

 Dios no cambia en su manera de proceder, aún hoy, la persona de Jesús sigue llegándonos a través de ella. La Iglesia nos la presenta como modelo debido a que fue ella el molde por medio del cual Jesús tomó nuestra humanidad. De igual modo, ella es el molde por medio del cual nosotros podemos asemejarnos más a Jesús practicando sus virtudes y sus enseñanzas.

 El mismo santo que he citado nos enseña sobre la maternidad espiritual de María con relación a toda la humanidad, él explicaba: que María no podía ser madre sólo de la cabeza, pues aquello, a nivel humano sería un monstruo. De igual forma en el orden de la gracia. Si la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo y Él es la cabeza, su maternidad se extiende también a los miembros de este cuerpo.

San Agustín, excediéndose a sí mismo y a cuanto acabo de decir, afirma que todos los predestinados, para conformarse a la imagen del Hijo de Dios, están ocultos, mientras viven en este mundo, en el seno de la Santísima Virgen, donde esta Madre bondadosa los protege, alimenta, mantiene y hace crecer hasta que los da a luz para la gloria después de la muerte, que es, a decir verdad, el día de su nacimiento, como llama la Iglesia a la muerte de los justos.

Todos los santos, sin excepción, han sido devotos de la Santísima y bienaventurada María, siempre Virgen. Ser devoto de ella es signo seguro de predestinación.

San Juan evangelista nos dice que el primer prodigio o signo milagroso que hizo Jesús fue en Caná de Galilea; recordemos que fue María precisamente quien le rogó por su ayuda en aquella situación. Aunque su hora no había llegado todavía, obró el milagro a petición de su Madre. Ya antes, Abraham y Moisés, ´por citar dos ejemplos habían logrado de Dios, con su oración de intercesión, el que Dios perdonara a su pueblo (Abraham pide por Sodoma y Gomorra; Moisés pide por Israel). Con mayor razón es escuchada esta tierna Madre que ha sido acogida por el Padre, como su hija predilecta; por Dios Hijo, como su Madre; y por Dios Espíritu Santo, como su esposa.

Ella es modelo de fe inquebrantable, de obediencia heroica y extrema, de silencio contemplativo para adorar a Dios, asumir su voluntad y disponerse interiormente a servir sin cuestionar. Ella fue dichosa no sólo por haber llevado en su vientre a Jesús, sino, por haberlo escuchado y por haber puesto en práctica sus enseñanzas.

Ella es el nuevo paraíso donde siempre el fruto será bendito y jamás nos dará como consecuencia la muerte, por el contrario, Él que es el camino, la verdad y la vida; la resurrección y la vida; nos revestirá de inmortalidad.

La Iglesia nos enseña que: “La Madre de Jesús, glorificada ya en los cielo, en cuerpo y alma, es la imagen y comienzo de la Iglesia que llegará a su plenitud en el siglo futuro. También en este mundo, hasta que llegue el día del señor, brilla ante el pueblo de Dios en marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo”. (Lumen Gentium).


No temamos abrirle nuestro corazón y confiarnos a nuestra Madre del cielo. Son muchos los que creen que los católicos pretendemos colocarla en el centro de nuestra fe desplazando a Cristo. No hay nada más inverosímil que esto. El alma que tiene por Madre a María, necesariamente tendrá a Cristo por centro, si no es así, la devoción a ella está equivocada, es incorrecta. Las únicas palabras que consigna el evangelio en relación a lo que María dijo a la comunidad de creyentes fueron: “haced lo que Él os diga”. Siempre nos invita a la conversión, a la oración, a la adoración y desagravio de Jesús eucaristía, a vivir la misa como lo que es, un memorial en donde la única pascua de Cristo se actualiza y en donde junto con Él, nos ofrecemos al Padre.

Continúa la Iglesia animándonos: “Al pronunciar el “fiat” (hágase), de la anunciación, y al dar su consentimiento al Misterio de la encarnación, María colabora ya en toda la obra que debe llevar a cabo su Hijo. Ella es Madre allí donde Él  es Salvador y cabeza del Cuerpo Místico. (C.E.C. #973).

 San Luis María Grignon de Monfort escribe en su obra (ya referenciada), lo que serán aquellos que toman a María por Madre, ojalá estas palabras los animen como a mí, a entregarnos a ella para ser realmente los apóstoles de estos últimos tiempos:

 Los Servidores e hijos de María serán fuego encendido, ministros del señor, que prenderán por todas partes el fuego del amor divino.

Serán flechas agudas en las manos poderosas de María para atravesar a sus enemigos (la serpiente y su descendencia), como saetas en manos de un valiente.

Serán hijos de Leví, bien purificados por el fuego de grandes tribulaciones y muy unidos a Dios. Llevarán en el corazón el fuego del amor, el incienso de la oración en el espíritu y en el cuerpo la mirra de la mortificación.

Serán en todas partes el buen olor de Jesucristo para los pobres y sencillos; pero para los grandes, los ricos y mundanos orgullosos serán olor de muerte.

Serán nubes tronantes y volantes, en el espacio, al menor soplo del Espíritu Santo. Sin apegarse a nada, ni asustarse, ni inquietarse por nada, derramarán la lluvia de la Palabra de Dios y de la Vida Eterna, tronarán contra el pecado, lanzarán rayos contra el mundo del pecado, descargarán golpes contra el demonio y sus secuaces y con la espada de dos filos de la Palabra de Dios traspasarán a todos aquellos a quienes sean enviados de parte del Altísimo.

Serán los apóstoles auténticos de los últimos tiempos. A quienes el Señor de los ejércitos dará la palabra y la fuerza necesarias para realizar maravillas y ganar gloriosos despojos sobre sus enemigos.

Dormirán sin oro ni plata y, lo que más cuenta, sin preocupaciones en medio de los demás sacerdotes, eclesiásticos y clérigos (Sal. 68, 14). Tendrán, sin embargo, las alas plateadas de la paloma, para volar con la pura intención de la gloria de Dios y de la salvación de los hombres adonde los llame el Espíritu Santo. Y no dejarán en pos de sí en los lugares en donde prediquen sino el oro de la caridad, que es el cumplimiento de toda ley (cfr. Rom. 13, 10).

Por último, sabemos que serán verdaderos discípulos de Jesucristo. Caminando sobre las huellas de su pobreza, humildad, desprecio de lo mundano y caridad evangélica, enseñarán la senda estrecha de Dios en la pura verdad, conforme al Evangelio y no a los códigos mundanos, sin inquietarse por nada ni hacer acepción de personas, sin dar oídos ni escuchar ni temer a ningún mortal por poderoso que sea.

Llevarán en la boca la espada de dos filos de la Palabra de Dios, sobre sus hombros el estandarte ensangrentado de la cruz, en la mano derecha el crucifijo, el Rosario en la izquierda, los sagrados nombres de Jesús y María en el corazón y en toda su conducta la modestia y mortificación de Jesucristo.

Tales serán los grandes hombres que vendrán y a quienes María formará por orden del Altísimo para extender su imperio sobre el de los impíos, idólatras y mahometanos. Pero, ¿Cuándo y cómo sucederá esto?... ¡Sólo Dios lo sabe! A nosotros toca callar, orar, suspirar y esperar: Yo esperaba con ansia (Sal. 40, 2).

 Oh, Santísima Madre de Dios y Madre nuestra; me presento ante ti deseoso de acogerte por Madre y de encontrar refugio en tu inmaculado corazón. Haz que el triunfo de Cristo se haga realidad en mi corazón y en mi vida; que nada, ni nadie pueda alejarme de Dios. Obtenme del buen Dios, los dones, virtudes y gracias que requiero para ser un verdadero apóstol en estos últimos tiempos.


Oh, Señora mía; oh, Madre mía.
Yo me entrego enteramente a vos y como prueba de mi filial afecto, os consagro noche y día, mis ojos, mis oídos, mi lengua y mi corazón. En una palabra, todo mi ser. Ya que soy todo tuyo, oh Madre de bondad, guardadme y defendedme como cosa y posesión vuestra. Amén.

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