“Fiesta de Nuestra Señora, bajo la
advocación de Ntra. Sra. De Guadalupe”: (Por Iván Muvdi).
Lecturas del día y reflexión sobre las mismas debajo de este artículo.
A lo largo de todo el año
litúrgico aparece la Sma. Virgen María porque siendo ella el medio por el cual,
el Señor Jesús, se hizo hombre y vino a este mundo, continúa siendo el medio
por el cual Él llega hasta nosotros y por el que nosotros llegamos a Él.
Antes de tratar de exponer una
reflexión sobre nuestra Madre del cielo, quisiera recordar que la Santísima
Virgen María es una sola. Se ha aparecido en diversos lugares y quizás con
rasgos distintos, en su vestir o incluso en su físico, pero es la misma que dio
su consentimiento para que en su seno virginal, Jesús, nuestro Dios y Señor,
tomara nuestra naturaleza humana. En cada uno de esos sitios y culturas, le han
puesto un nombre para venerarla y honrarla y eso se llama a d v o c a c i ó n. Habiendo escrito esto,
continuemos.
Dios Hijo se
hizo hombre para nuestra salvación, pero en María y por María.
Dios Espíritu
Santo formó a Jesucristo en María, pero después de haberle pedido
consentimiento por medio de los primeros ministros de su corte.
San Agustín, excediéndose a sí
mismo y a cuanto acabo de decir, afirma que todos los predestinados, para
conformarse a la imagen del Hijo de Dios, están ocultos, mientras viven en este
mundo, en el seno de la Santísima Virgen, donde esta Madre bondadosa los
protege, alimenta, mantiene y hace crecer hasta que los da a luz para la gloria
después de la muerte, que es, a decir verdad, el día de su nacimiento, como
llama la Iglesia a la muerte de los justos.
Todos los
santos, sin excepción, han sido devotos de la Santísima y bienaventurada María,
siempre Virgen. Ser devoto de ella es signo seguro de predestinación.
San Juan
evangelista nos dice que el primer prodigio o signo milagroso que hizo Jesús
fue en Caná de Galilea; recordemos que fue María precisamente quien le rogó por
su ayuda en aquella situación. Aunque su hora no había llegado todavía, obró el
milagro a petición de su Madre. Ya antes, Abraham y Moisés, ´por citar dos
ejemplos habían logrado de Dios, con su oración de intercesión, el que Dios
perdonara a su pueblo (Abraham pide por Sodoma y Gomorra; Moisés pide por
Israel). Con mayor razón es escuchada esta tierna Madre que ha sido acogida por
el Padre, como su hija predilecta; por Dios Hijo, como su Madre; y por Dios
Espíritu Santo, como su esposa.
Ella es
modelo de fe inquebrantable, de obediencia heroica y extrema, de silencio
contemplativo para adorar a Dios, asumir su voluntad y disponerse interiormente
a servir sin cuestionar. Ella fue dichosa no sólo por haber llevado en su
vientre a Jesús, sino, por haberlo escuchado y por haber puesto en práctica sus
enseñanzas.
Ella es el
nuevo paraíso donde siempre el fruto será bendito y jamás nos dará como
consecuencia la muerte, por el contrario, Él que es el camino, la verdad y la
vida; la resurrección y la vida; nos revestirá de inmortalidad.
La Iglesia
nos enseña que: “La Madre de Jesús, glorificada ya en los cielo, en cuerpo y
alma, es la imagen y comienzo de la Iglesia que llegará a su plenitud en el
siglo futuro. También en este mundo, hasta que llegue el día del señor, brilla
ante el pueblo de Dios en marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo”.
(Lumen Gentium).
No temamos
abrirle nuestro corazón y confiarnos a nuestra Madre del cielo. Son muchos los
que creen que los católicos pretendemos colocarla en el centro de nuestra fe
desplazando a Cristo. No hay nada más inverosímil que esto. El alma que tiene
por Madre a María, necesariamente tendrá a Cristo por centro, si no es así, la
devoción a ella está equivocada, es incorrecta. Las únicas palabras que
consigna el evangelio en relación a lo que María dijo a la comunidad de
creyentes fueron: “haced lo que Él os
diga”. Siempre nos invita a la conversión, a la oración, a la adoración y
desagravio de Jesús eucaristía, a vivir la misa como lo que es, un memorial en
donde la única pascua de Cristo se actualiza y en donde junto con Él, nos
ofrecemos al Padre.
Continúa la
Iglesia animándonos: “Al pronunciar el “fiat” (hágase), de la anunciación, y al
dar su consentimiento al Misterio de la encarnación, María colabora ya en toda la
obra que debe llevar a cabo su Hijo. Ella
es Madre allí donde Él es Salvador y
cabeza del Cuerpo Místico. (C.E.C. #973).
Serán flechas
agudas en las manos poderosas de María para atravesar a sus enemigos (la
serpiente y su descendencia), como saetas en manos de un valiente.
Serán hijos
de Leví, bien purificados por el fuego de grandes tribulaciones y muy unidos a
Dios. Llevarán en el corazón el fuego del amor, el incienso de la oración en el
espíritu y en el cuerpo la mirra de la mortificación.
Serán en
todas partes el buen olor de Jesucristo para los pobres y sencillos; pero para
los grandes, los ricos y mundanos orgullosos serán olor de muerte.
Serán nubes
tronantes y volantes, en el espacio, al menor soplo del Espíritu Santo. Sin
apegarse a nada, ni asustarse, ni inquietarse por nada, derramarán la lluvia de
la Palabra de Dios y de la Vida Eterna, tronarán contra el pecado, lanzarán
rayos contra el mundo del pecado, descargarán golpes contra el demonio y sus
secuaces y con la espada de dos filos de la Palabra de Dios traspasarán a todos
aquellos a quienes sean enviados de parte del Altísimo.
Serán los
apóstoles auténticos de los últimos tiempos. A quienes el Señor de los
ejércitos dará la palabra y la fuerza necesarias para realizar maravillas y
ganar gloriosos despojos sobre sus enemigos.
Dormirán sin
oro ni plata y, lo que más cuenta, sin preocupaciones en medio de los demás
sacerdotes, eclesiásticos y clérigos (Sal. 68, 14). Tendrán, sin embargo,
las alas plateadas de la paloma, para volar con la pura intención de la gloria
de Dios y de la salvación de los hombres adonde los llame el Espíritu Santo. Y
no dejarán en pos de sí en los lugares en donde prediquen sino el oro de la
caridad, que es el cumplimiento de toda ley (cfr. Rom. 13, 10).
Por último,
sabemos que serán verdaderos discípulos de Jesucristo. Caminando sobre las
huellas de su pobreza, humildad, desprecio de lo mundano y caridad evangélica,
enseñarán la senda estrecha de Dios en la pura verdad, conforme al Evangelio y
no a los códigos mundanos, sin inquietarse por nada ni hacer acepción de
personas, sin dar oídos ni escuchar ni temer a ningún mortal por poderoso que
sea.
Llevarán en
la boca la espada de dos filos de la Palabra de Dios, sobre sus hombros el
estandarte ensangrentado de la cruz, en la mano derecha el crucifijo, el
Rosario en la izquierda, los sagrados nombres de Jesús y María en el corazón y
en toda su conducta la modestia y mortificación de Jesucristo.
Tales serán
los grandes hombres que vendrán y a quienes María formará por orden del
Altísimo para extender su imperio sobre el de los impíos, idólatras y
mahometanos. Pero, ¿Cuándo y cómo sucederá esto?... ¡Sólo Dios lo sabe! A
nosotros toca callar, orar, suspirar y esperar: Yo esperaba con ansia
(Sal. 40, 2).
Oh, Señora
mía; oh, Madre mía.
Yo me entrego
enteramente a vos y como prueba de mi filial afecto, os consagro noche y día,
mis ojos, mis oídos, mi lengua y mi corazón. En una palabra, todo mi ser. Ya
que soy todo tuyo, oh Madre de bondad, guardadme y defendedme como cosa y
posesión vuestra. Amén.
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