jueves, 26 de diciembre de 2013


Navidad – Contemplación:
 

¿Qué te puedo traer a tu portal, Niño Jesús, si Tú has venido en mi carne débil? Más bien soy yo quien se apresta a recibir el sentido que tiene la pobreza, si Tú has querido asumir nuestra breve historia.

Nunca acabo de acostumbrarme a mis quiebras, y a veces se presentan tan agudas, que pienso es más honesto desistir en el combate, que soportar la inclemencia de mi naturaleza. Y cuando te contemplo hecho hombre, sin muestras de poder ni de ropajes, me vuelvo hacia mi conciencia herida y me pregunto ¿Quieres mantenerme en la fragilidad, para que me experimente en tu despojo, amado?

Ya no podré decir que ser humano es la razón de pactar con la miseria, cuando Tú conviertes la vida en amorosa y  obediente estancia, reveladora del amor divino, restauradora del ayer aciago.

Solo al contemplarte en el pesebre y después en la cruz, puedo creer que habernos hecho tan indigentes no merma la bendición, si Tú te muestras tan pequeño. Viéndote a ti, el dolor, la prueba, la “desgracia”… no es mala suerte.

Desde tu nacimiento, aunque nos duela, has elevado al mayor rango la pobreza, lo débil, lo pequeño. En ello encierras una extraña sabiduría, que llega hasta un gozo, inalcanzable con la posesión de bienes ni por la fuerza, por más que se procure.

Es muy extraña tu sabiduría, oculta a quienes solo empleamos la cabeza para comprender el sentido de las cosas. Pero los que aciertan a dejarse tocar el corazón, gustan la dicha indecible cuando comparten contigo la intemperie, la pobreza, y hasta la humillación en forma de indigencia.

Junto a ti, no cabe el desamor, cuando eres la bondad sobre la tierra. No es compatible la violencia, ni la guerra, cuando te cantamos Príncipe de la paz. No tomas un modo de vida prepotente, cuando te dejas cuidar por la Nazarena. No te asocias con los poderes de este mundo, si naces desconocido de los que imperan.

Hay quienes al verte así, pequeño, desnudo, entregado, toman tu misma forma de vida. Tú les prometes que no quedará frustrada su esperanza y les llenas de alegría el interior, aunque nada poseen, ni es barata su entrega de por vida, que les cuesta  su persona entera.

Intuyo, más que vivo, los secretos que esconde el camino que Tú enseñas de avanzar, aunque a oscuras, por el sendero de tus pisadas. Eres Tú el modelo y a quien te sigue, le dejas gustar más allá de la inclemencia, la riqueza de saberse amado, sin merma insatisfecha.

Es más el regalo que Tú nos haces que el que nosotros te hacemos al contemplar en ti nuestra naturaleza, y a quienes no especulen con su pobreza, los bendices haciéndolos saberse en ti divinizados.

Gracias, Jesús, pequeño de María, graba en mi carne la certeza, de que por más que me hiera, nunca podré borrar la semejanza, que Tú has impreso en mi naturaleza humana.

 

Tomado de: Monasterio de la Madre de Dios, Buena Fuente del Sistal.

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