sábado, 21 de diciembre de 2013


¡Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a mí! Por Iván Muvdi.
 
Lectura del libro del Cantar de los Cantares (2,8-14):
¡Oíd, que llega mi amado, saltando sobre los montes, brincando por los collados! Es mi amado como un gamo, es mi amado un cervatillo. Mirad: se ha parado detrás de la tapia, atisba por las ventanas, mira por las celosías. Habla mi amado y me dice: «¡Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a mí! Porque ha pasado el invierno, las lluvias han cesado y se han ido, brotan flores en la vega, llega el tiempo de la poda, el arrullo de la tórtola se deja oír en los campos; apuntan los frutos en la higuera, la viña en flor difunde perfume. ¡Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a mí! Paloma mía, que anidas en los huecos de la peña, en las grietas del barranco, déjame ver tu figura, déjame escuchar tu voz, porque es muy dulce tu voz, y es hermosa tu figura.» Palabra de Dios.
 
Salmo Responsorial (Sal 32,2-3.11-12.20-21)
R/. Aclamad, justos, al Señor, cantadle un cántico nuevo

Dad gracias al Señor con la cítara,
tocad en su honor el arpa de diez cuerdas;
cantadle un cántico nuevo,
acompañando los vítores con bordones. R/.

El plan del Señor subsiste por siempre,
los proyectos de su corazón, de edad en edad.
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad. R/.

Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo;
con él se
alegra nuestro corazón,
en su santo nombre confiamos. R/.
 
Lectura del santo evangelio según san Lucas (1,39-45):

Unos días después, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre.
Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.»

Palabra del Señor.
 
 
 

 
 



En la Primera Lectura que nos presenta la liturgia en el día de hoy nos muestra la alegría que siente la novia al contemplar que su novio, su amado, ha regresado por ella y le dice: “¡levántate, amada mía, hermosa mía, ven a mí!”. Y además de que ha regresado por ella y la invita a levantarse, le amplía los motivos para alegrarse: “Porque ha pasado el invierno, las lluvias han cesado y se han ido…”

En esta ocasión, pasaré al mensaje del Evangelio para luego tomar como conclusión lo que expresa el salmista.

En el Evangelio, se nos presenta la visita de María a su prima Isabel, ambas en estado de gravidez.

Les decía que en la primera lectura se nos evidencia a dos enamorados que se encuentran y se alegran sobre la base de un amor profundo; pues bien, para que sepamos quién es el amado y quién es la amada la liturgia nos muestra el texto del evangelio de hoy: “el amor humano se encuentra con el amor de Dios encarnado”. Cristo es el amado y la humanidad, que en Él será Iglesia, nuevo pueblo de Dios, es la amada por la que Él viene.

En este hermoso texto podemos constatar el encuentro entre el Antiguo Testamento, tiempo de espera y de anuncio mesiánico; con el Nuevo Testamento, la plenitud de los tiempos.

En el seno de Isabel yace Juan, el último profeta del Antiguo Testamento y en el de María, Jesús, el Señor, el cumplimiento perfecto de todo lo anunciado.

Algo curioso es ver cómo, al saludo de María, el niño salta de alegría en el vientre de Isabel. Uno de los signos que nos presenta el Antiguo Testamento para reconocer a un profeta, son los saltos. Esto quiere decir, que tal como lo había anunciado el Arcángel Gabriel, el niño fue constituido profeta desde antes de nacer. Sin embargo, como alguien decía, el primer santo deudor de la intercesión de María es Juan.

Por otra parte, la Escritura nos muestra a María como la nueva Arca de la Alianza; así como nos lo narra el libro 2º de Samuel, en el capítulo 6, cuando David intentó trasladar el Arca de Hebrón a Jerusalén, la dejó por un espacio de tres meses en casa de Obed Edom; de igual modo, María, se queda en casa de su prima por el mismo espacio de tiempo trayendo consigo no sólo tipo de bendiciones, sino al Autor de las mismas, que desde ya, de manera anticipada, otorga el don del Espíritu Santo a quien lo recibe.

Después de haber visto la conexión entre la primera lectura y el evangelio, recurramos al salmista para complementar los sentimientos que deben embargarnos frente a este amor que viene a nuestro encuentro:

1.   Nos invita a entonar un cántico nuevo.  

2.   Nos asegura que los planes del Señor subsisten por siempre y por ende es dichosa la nación que Él se escogió como heredad.

3.   En el Señor se alegra nuestro corazón porque Él es nuestro auxilio y escudo.

Rápidamente concluyamos entonces lo siguiente:

1.   Frente al misterio del amor que Dios siente por cada uno de nosotros, nuestra actitud debe ser de profundo agradecimiento, de fidelidad y de mucha confianza: “amor, con amor se paga”. Yo entiendo, “un cántico nuevo”, como dejar atrás al hombre viejo del que nos habla San Pablo. No podemos permanecer iguales ante todo ese amor que se encarna para ser clavado en una cruz, extendió a voluntad los brazos para abrazar a toda la humanidad pecadora.

2.   Somos dichosos si de verdad vivimos entregado a Aquel que siempre cumple lo que promete y que en Cristo nos enriquece con toda clase de bienes.

3.   Que al ser el Señor, que es auxilio y escudo perenne, la base sobre la cual se erige nuestra existencia, debemos permanecer inmersos en el don de la alegría, ya que esta no es artificial, no se basa en cosas efímeras, sino en el mismo amor de Dios que es eterno y que se nos brinda como amor de Padre.

 

Les transcribo lo siguiente para finalizar:

 

O Oriens

 

«Oh Oriente, Sol que naces de lo alto,
resplandor de la luz eterna,
sol de justicia:
ven ahora a iluminar
a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte»

 

En el día más corto del año, el día en que el sol cósmico brilla menos horas, invocamos a Cristo, nuestro verdadero Sol, «el Sol que nace de lo alto», como dice Zacarías en el Benedictus.

Cristo es la luz que refleja para nosotros la luz de Dios: «Oh luz gozosa de la santa gloria del Padre celeste», como decían las primeras generaciones en uno de los mejores himnos cristológicos que compusieron, y que todavía cantamos.

Simeón anunció que Jesús venía «para alumbrar a las naciones». Y el mismo Jesús dijo: «yo soy la Luz del mundo». Él es el que de veras puede venir a iluminar nuestras tinieblas en esta Navidad, como tantas veces nos ha anunciado el profeta Isaías.

 

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995 . Págs. 85-89

 

 

 









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