lunes, 31 de marzo de 2014

“Sólo Dios cambia el luto en danzas.” Por Iván Muvdi. Día 27 en travesía por el desierto cuaresmal.


Lectura del libro de Isaías (65,17-21):


Así dice el Señor: «Mirad: yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva: de lo pasado no habrá recuerdo ni vendrá pensamiento, sino que habrá gozo y alegría perpetua por lo que voy a crear. Mirad: voy a transformar a Jerusalén en alegría, y a su pueblo en gozo; me alegraré de Jerusalén y me gozaré de mi pueblo, y ya no se oirán en ella gemidos ni llantos; ya no habrá allí niños malogrados ni adultos que no colmen sus años, pues será joven el que muera a los cien años, y el que no los alcance se tendrá por maldito. Construirán casas y las habitarán, plantarán viñas y comerán sus frutos.»

Palabra de Dios.

 

Salmo Responsorial:

 

R/. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

Te ensalzaré, Señor,
porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.
R/.

Tañed para el Señor, fieles suyos,
dad gracias a su nombre santo;
su cólera dura un instante;
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto;
por la mañana, el júbilo.
R/.

Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre.
R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (4,43-54):


En aquel tiempo, salió Jesús de Samaria para Galilea. Jesús mismo había hecho esta afirmación: «Un profeta no es estimado en su propia patria.» Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta. Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verle, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose.

Jesús le dijo: «Como no veáis signos y prodigios, no creéis.»
El funcionario insiste: «Señor, baja antes de que se muera mi niño.»

Jesús le contesta: «Anda, tu hijo está curado.»

El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo estaba curado. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría.
Y le contestaron: «Hoy a la una lo dejó la fiebre.»
El padre cayó en la cuenta de que ésa era la hora cuando Jesús le había dicho: «Tu hijo está curado.» Y creyó él con toda su familia. Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a Galilea. Palabra del Señor.

 En la primera lectura de hoy, tomada de la profecía de Isaías, el Señor anuncia que habrá para nosotros un cielo nuevo y una tierra nueva. Recordemos que para la época de Isaías, el pueblo de Israel se encontraba en el exilio, es decir, lejos de su territorio y en situación de esclavitud.

En una situación tal, donde los sentimientos son de abandono, de soledad, de tristeza, de añoranza de lo perdido, de dolor por los caídos en guerra, de dolor por los que no saben nada de sus seres queridos; Dios anuncia que habrá una situación nueva de tal magnitud que la gente ya ni siquiera recordará los tiempos malos. En el Apocalipsis se reafirma esta promesa cuando el Señor nos dice: “yo hago nuevas todas las cosas”.

Jerusalén, que somos todos nosotros, “la ciudad de Dios”, será renovada, se sentirá con fuerza la presencia de Dios, la cual, ahuyentará todos los pesares y fatigas por la lucha emprendida, por las batallas perdidas. Dirá un Salmo, que aún en ruinas, Jerusalén será reedificada con piedras preciosas.

Eso es precisamente lo que se busca en este tiempo especial y santo donde sobreabunda la gracia: la cuaresma. Nos acercamos ya a la celebración de la pascua, donde Cristo, a través de su entrega en obediencia y amor, vence el poder del pecado y de la muerte, dando origen a una nueva creación, donde ya no somos sólo creaturas de Dios, sino sus hijos por adopción; todo ello prefiguración de lo que en concreto tendremos al gozar de la presencia viva y eterna de nuestro Dios en el cielo. Lo que en principio fue derrota, Cristo muestro en un madero, en medio de dos ladrones; fue semilla de un pueblo que acoge en su seno a todos los hombres sin distingo de raza, idioma o condición social. El Reino de los Cielos se inauguró con la venida de Cristo al mundo y todo lo que ahora es doloroso será pasajero cuando plenamente se manifieste con poder la gracia, el amor, la misericordia de Dios que se ha mantenido vivo y cercano a su pueblo. En Él todo lo que hagamos tendrá un propósito concreto, por eso nos dice el profeta que “construiremos casas y las habitaremos, plantaremos viñas y comeremos de sus frutos”; con esto significa que el destierro ha terminado, que ha concluido el tiempo de estar errantes, porque envueltos en gracia, estaremos firmemente establecidos en el Señor.

El salmo hace eco a todo esto que hemos venido exponiendo: “te ensalzaré, Señor, porque me has librado”, “porque sacaste mi vida del abismo”. A lo largo de todos estos días de cuaresma, en la Liturgia de las Horas, se ha usado como responsorio: “Él me librará de la red del cazador”, el apóstol Pedro nos dirá en una de sus cartas, que el demonio anda como león rugiente buscando a quien devorar. Es ese el cazador, es ese el que extiende trampas en nuestro camino para atraparnos y mantenernos cautivos, lejos de Dios y si puede, para impedir que entremos en posesión de la tierra de promisión que Dios nos ha prometido: “el cielo”. Este tiempo santo de Cuaresma debe ser propicio para alejarnos de todo aquello que ofende al Señor, buscar refugio bajo su plumaje, bajo la sombra de sus alas. Sólo Él es capaz de cambiar nuestro lamento, nuestro luto, en baile. Si le dejamos que tome el control de nuestra vida, viviremos hasta el último de nuestros días inmersos en la liturgia de la vigilia pascual, resplandecientes en la aurora del cirio pascual, Cristo resucitado, que vence la oscuridad con su luz, una luz que las tinieblas no pueden apagar y que nos susurra al oído: “despierta, tú que duermes, y Cristo te alumbrará”.

En el Evangelio, se nos narra la sanación de un enfermo con la sola palabra de Jesús que la pronuncia desde la distancia. Jesús es la mayor prueba de que Dios tiene el poder para hacer nuevas todas las cosas, en Él somos más que vencedores. Sin embargo, Jesús nos recalca insistentemente que no caigamos en el error de buscar los dones y no al dador de los dones; de no vivir una fe milagrera, donde sólo creemos si hay signos prodigiosos. No olviden que no son los milagros los que manifiestan la santidad y el poder de Dios. Jesús los hizo no para aumentar su fama, sino como muestra de que el reino de Dios ya estaba entre nosotros. Sin embargo, no se les olvide que los brujos del Faraón lanzaron sus bastones al suelo y también se convirtieron en serpiente; no olviden que Judas Iscariote, al igual que el resto de los apóstoles, en nombre de Cristo pudo hacer milagros y prodigios, y sin embargo, fue el traidor. Escrito está que el Anticristo hará señales en el cielo con el objeto de engañar incluso a los que Dios ha escogido. Por esa razón, si sólo andamos buscando milagros, podemos ser engañados fácilmente. Pero si buscamos a Dios, si es su Espíritu el que constantemente actúa en nosotros y por nuestro medio, si es Él quien nos ayuda a discernir, si en Él conocemos las Escrituras y el Magisterio de la Iglesia, difícilmente seremos engañados y apartados de la fe verdadera. Quedaos con Dios!

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