martes, 1 de abril de 2014


“Mi Señor y mi Dios, tú eres mi fuente de agua viva”. Por Iván Muvdi. Día 28 en travesía por el desierto cuaresmal.

 
Lectura de la profecía de Ezequiel (47,1-9.12):

En aquellos días, el ángel me hizo volver a la entrada del templo. Del zaguán del templo manaba agua hacia levante –el templo miraba a levante–. El agua iba bajando por el lado derecho del templo, al mediodía del altar. Me sacó por la puerta septentrional y me llevó a la puerta exterior que mira a levante. El agua iba corriendo por el lado derecho.
El hombre que llevaba el cordel en la mano salió hacia levante. Midió mil codos y me hizo atravesar las aguas: ¡agua hasta los tobillos! Midió otros mil y me hizo cruzar las aguas:¡agua hasta las rodillas! Midió otros mil y me hizo pasar: ¡agua hasta la cintura! Midió otros mil. Era un torrente que no pude cruzar, pues habían crecido las aguas y no se hacía pie; era un torrente que no se podía vadear.
Me dijo entonces: «¿Has visto, hijo de Adán?» A la vuelta me condujo por la orilla del torrente. Al regresar, vi a la orilla del río una gran arboleda en sus dos márgenes.
«Estas aguas fluyen hacia la comarca levantina, bajarán hasta la estepa, desembocarán en el mar de las aguas salobres, y lo sanearán. Todos los seres vivos que bullan allí donde desemboque la corriente, tendrán vida; y habrá peces en abundancia. Al desembocar allí estas aguas, quedará saneado el mar y habrá vida dondequiera que llegue la corriente. A la vera del río, en sus dos riberas, crecerán toda clase de frutales; no se marchitarán sus hojas ni sus frutos se acabarán; darán cosecha nueva cada luna, porque los riegan aguas que manan del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales.» Palabra de Dios.
 
Salmo Responsorial:
 
R/. El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro.
Por eso no tememos aunque tiemble la tierra,
y los montes se desplomen en el mar.
R/.

El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios,
el Altísimo consagra su morada.
Teniendo a Dios en medio, no vacila;
Dios la socorre al despuntar la aurora.
R/.

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
Venid a ver las obras del Señor,
las maravillas que hace en la tierra.
R/.
 
Lectura del santo evangelio según san Juan (5,1-3.5-16):

En aquel tiempo, se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la puerta de las ovejas, una piscina que llaman en hebreo Betesda. Esta tiene cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos. Estaba también allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo.
Jesús, al verlo echado, y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice: «¿Quieres quedar sano?»
El enfermo le contestó: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado.»
Jesús le dice: «Levántate, toma tu camilla y echa a andar.» Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar.
Aquel día era sábado, y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano: «Hoy es sábado, y no se puede llevar la camilla.»
Él les contestó: «El que me ha curado es quien me ha dicho: "Toma tu camilla y echa a andar."»
Ellos le preguntaron: « ¿Quién es el que te ha dicho que tomes la camilla y eches a andar?»
Pero el que había quedado sano no sabía quién era, porque Jesús, aprovechando el barullo de aquel sitio, se había alejado.
Más tarde lo encuentra Jesús en el templo y le dice: «Mira, has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor.»
Se marchó aquel hombre y dijo a los judíos que era Jesús quien lo había sanado. Por esto los judíos acosaban a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado. Palabra del Señor.
 
El día de hoy, la primera lectura nos la presenta el Profeta Ezequiel, en donde de manera insistente, nos trae el símbolo del agua. En la mentalidad del autor sagrado, el agua es el origen de la vida. Es uno de los símbolos más usados por la Escritura para referirse al Santo Espíritu de Dios. Ya encabezando el libro del Génesis, se nos dice que el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas. En este suceso, la Iglesia siempre ha visto la acción santificadora obrada por el Espíritu Santo en el bautismo.
Cuando el hombre es creado, el símbolo del Espíritu que se utiliza es el “soplo de Dios” (ruah). Adán ya modelado del barro del suelo, aún no tiene vida, hasta que, Dios insufló en sus narices el aliento de vida.
Después del pecado original, el signo del agua, además de vida, indicará regeneración, purificación. Quisiera que en este sentido, entendiéramos la imagen utilizada por Ezequiel. En su visión, el ángel del Señor lo lleva hasta el templo, del cual manaba agua, pero luego en detalle describe que del lado derecho del templo era desde donde corría el agua. Podemos vislumbrar ya a Cristo crucificado desde cuyo costado manará Sangre y Agua. La Iglesia ha reconocida en esta preciosa fuente, el origen de la Iglesia y de los sacramentos; especialmente del bautismo (agua) y la eucaristía (sangre). Un santo nos enseñaba que, de la misma forma que del costado de Adán, dormido, salió Eva, su esposa; de igual manera, del costado de Cristo, dormido en la cruz, salió su esposa, la Iglesia.
En la visión, entre más se adentraba Ezequiel en la guía de quien “llevaba un cordel”, iba descubriendo mayor profundidad, hasta que era completamente desbordado, un río profundo y caudaloso imposible de pasar para el ser humano. ¿Cómo interpretar esto? Quisiera compartirles lo siguiente:
Para nosotros es difícil tratar de entender las Escrituras porque muchas veces desconocemos las costumbres, los usos y la cultura de la época. Por ejemplo, para nosotros un cordel es una cuerda delgada y será difícil que signifique otra cosa. Por eso es importante estar siempre atentos a los detalles que la misma Escritura nos presenta, ya que nada se consignó en ella por casualidad. Por ejemplo, para el caso que nos ocupa hoy, sabemos que quien llevaba el cordel, medía en codos, la profundidad del agua. Entonces podemos entender que el “cordel”, que en efecto era una cuerda, estaba dividida en unidades de medida como el “codo” y se usaba para ese fin; ya en el sentido bíblico nos indica dos cosas: la medida con la que se mide la conducta, y quien la tiene, ostenta el poder para medir, así que, se nos hace alusión a Cristo, nuestro Señor, quien gobernará a las naciones con cetro de hierro (Ap 12,5) y pagará a cada uno conforme hayan sido sus obras (Mt 16,27/ Ro 2,6). El poder pagar conforme a las obras sólo lo puede hacer quien tiene la autoridad para medir, para juzgar, para dictar sentencia y ello corresponde únicamente a quien ha de venir como juez de vivos y muertos. (Hch 10, 42/ Ro 14,9/ etc).
Pero enfocándonos en una interpretación espiritual, yo quisiera proponerles la siguiente línea de reflexión:
El pecado, del cual tratamos de hacernos conscientes en este tiempo de gracia y fundamentalmente fuerte de conversión, nos lleva a la aridez interior y exterior; a la sequía, al permanente peligro de muerte, al desánimo, etc. Si hacemos como Ezequiel, es decir, si nos dejamos guiar por el Señor que busca ir delante de nosotros, como el buen Pastor, nos conducirá a límpidas aguas y a lugares de delicados pastos, lejos del peligro de intoxicación o de ingerir aquello que pueda dañarnos. Si perseveramos en el seguimiento de nuestro Dios y Señor, no sólo encontraremos el agua pura, sino que nos sumergiremos en ella, cada vez más, hasta que nos desborde y sea de un caudal y de una profundidad tal que nos perderemos en la profundidad de esa gracia. Creo que esto explica claramente por qué unas personas pueden llegar a ser santas y otras no, y también, por qué unos son más santos que otros. A todos se nos ofrece el caudal de la santidad, de la gracia que no es otra cosa que la presencia de Dios en el alma; sin embargo, no todos siguen al Señor, y si lo siguen, no todos están dispuestos a seguirle hasta la mayor profundidad, pues ello implica una mayor renuncia.
Contemplad a Cristo traspasado, mirad su herida abierta en el costado, contemplad la fuente que de ella brota; allí está el caudal; hasta dónde nos sumergiremos, la respuesta a esa pregunta la damos en el día a día y la abarcaremos en su totalidad al final de nuestra existencia. ¿Hasta dónde estamos dispuestos a vivir la gracia del bautismo? Es decir, ¿Hasta dónde estamos dispuestos a vivir como hijos de Dios? ¿Hasta dónde llegaremos en nuestra renuncia al demonio, al mundo y a la carne? Y en la Eucaristía: ¿hasta dónde nos asociaremos a la víctima que se ofrece en el altar? ¿Hasta dónde permitiremos que toda nuestra existencia sea una oblación en Cristo al Padre eterno? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a aceptar la cruz, vivir su misterio, amarla y colocarla sobre nuestros hombros a voluntad para ir tras Cristo como nuevos cireneos?
Sólo en Dios, venceremos. El salmista nos dice que Él es nuestro alcázar, es decir, nuestro castillo fortificado y ubicado en un lugar estratégico para defender todo un territorio. Si Él es nuestro refugio, nuestra fortaleza, nuestro más alto escondite, nuestra roca en las alturas donde nos ponemos a salvo, ¿quién contra nosotros? Oh, mi querido (a) hermano (a), te lo vengo diciendo, te lo digo a ti, alma mía; que esta no sea una cuaresma más que pasa y se queda atrás; esta debe ser definitiva, ya es tiempo, como dice San Pablo, de despertar del sueño; la noche va pasando y el día llega, revistámonos de las obras de la luz; tras ese costado abierto hay un corazón que late intensamente y eternamente de amor por ti y por mí; desde ese madero mi Señor me grita y te grita: “tengo sed”; ¿cómo no correr a brindarle lo que nos pide? ¿Cómo conformarnos con que le llenen la boca con hiel amarga? No, mi Señor, clama por mi corazón y por el tuyo; su sed, es sed de amor, y amor sólo puede corresponderse con amor.
San Francisco, en oración, en la porciúncula, contemplando a Cristo en lo alto, le dijo: “estás muy lejos”, y de rodillas en el aire (levitación) se acercó a aquel crucifijo de San Damián. Oh, Señor; soy yo, eres tú mi querido (a) hermano (a) el (la) que está lejos; que mi corazón en un impulso de amor llegue hasta Ti y que te ofrezca como la más pura oración el latir incesante de un corazón enamorado; fui creado por ti y para ti y no quiero otra opción que imitar los ciriales que indican tu presencia real en el sagrario; una vez encendidos, arden hasta consumirse completamente. Tu fuego de amor se encendió en mí el día de mi bautismo, se avivó el día de mi confirmación y mi deber, y el de mis hermanos que también han tenido esta gracia, es arder en tu presencia hasta que sea consumido por tu amor y así, como dice el canto de ofrendas, seamos como gotas de agua que se funden en el mar inmenso de tu amor, de tu misericordia, de tu presencia.
En el Evangelio se nos narra la curación del paralítico de Betzasá; uno de mis pasaje bíblico favoritos.
Existía la leyenda de que en esa piscina interior del templo, de tiempo en tiempo, un ángel bajaba desde el cielo, removía las aguas y quien entrara primero, quedaba sanado. El enfermo del que se nos habla hoy, tenía 38 años esperando tal milagro, y lo obtuvo en un instante al tener un encuentro con Cristo. Aquí tenemos dos realidades que subsisten y que lamentablemente aún coexisten hasta nuestros días, a saber, la superstición a la cual nosotros le atribuimos un poder que no tiene y Aquel a quien pertenecen todo el poder, el honor y la gloria. Cuando el Señor es nuestra prioridad, cuando le dejamos hacerse presente en nuestra vida, cuando le dejamos actuar, cuando procuramos acercarnos a Él y vivir un encuentro vivo, personal y también comunitario; los milagros vendrán por montones y serán sólo la consecuencia lógica de vivir aferrados a Aquel que tiene el poder de concedernos más allá de todo lo que podamos pedirle.
Podríamos tomar este texto para reflexionar sobre el egoísmo, donde sólo yo soy el centro y los demás importan muy poco o sencillamente no importan. 38 años llevaba este paralítico en espera de alguien le ayudara a meterse en la piscina y nada.
También podríamos tomar este texto de hoy, uniéndolo al de Bartimeo, al de la Samaritana, al de Caná de Galilea, para hablar de la ley antigua que no sana, ni salva, porque la convirtieron en normas puramente externas que no trasnformaban el corazón del hombre; y la ley nueva: Cristo, plenitud de la ley, como aquella capaz de sanar, de vivificar, de colmar en ímpetus para continuar perseverando en el amor a Dios y al prójimo, como lo nuevo y mejor que Cristo trae consigo para todo aquel que le acoge. Digámosle como los discípulos de Emaús: Señor, quédate con nosotros, porque la tarde está cayendo… Si Él está junto a nosotros no temeremos la oscuridad de la noche que envuelve al mundo, pues Cristo es sol y escudo para quienes le abren el corazón. Quedaos con Dios.  

 




No hay comentarios.:

Publicar un comentario