CONFESION QUE CONDUCE AL HOMBRE INTERIOR A
LA HUMILDAD:
Les comparto mi bitácora para esta cuaresma: ¿REALMENTE AMAMOS A
DIOS?
No amo a Dios. —Puesto que si amase a Dios, estaría continuamente pensando en Él con
profundo gozo. Cada pensamiento de Dios me daría alegría y deleite. Por el contrario,
pienso mucho más a menudo, y con mucho más anhelo, en las cosas terrenales, y
el pensar en Dios me resulta fatigoso y árido. Si amase a Dios, hablar con Él
en la oración sería entonces mi alimento y mi deleite, y me llevaría a una ininterrumpida
comunión con Él. Pero, por el contrario, no sólo no encuentro deleite en la
oración, sino que incluso representa un esfuerzo para mí. Lucho con desgana, me
debilita la pereza, y estoy siempre dispuesto a ocuparme con afán en cualquier
fruslería, con tal de que acorte la oración y me aparte de ella. El tiempo se
me va sin advertirlo en ocupaciones vanas, pero cuando estoy ocupado con Dios,
cuando me pongo en Su presencia, cada hora me parece un año. Quien ama a otra
persona, piensa en ella todo el día sin cesar, se la representa en la
imaginación, se preocupa por ella, y en cualquier circunstancia no se le va
nunca del pensamiento. Pero yo, a lo largo del día apenas si reservo una hora
para sumirme en meditación sobre Dios, para inflamar mi corazón con amor por
Él, mientras que entrego con ansia veintitrés horas como fervorosas ofrendas a los
ídolos de mis pasiones. Soy pronto a la charla sobre asuntos frívolos y cosas
que desagradan al espíritu; eso me da placer. Pero cuando se trata de la
consideración de Dios, todo es aridez, fastidio e indolencia. Aun cuando sea
llevado sin querer por otros hacia una conversación espiritual, rápidamente
intento cambiar el tema por otro que dé satisfacción a mis deseos. Tengo una
curiosidad incansable por las novedades, sean acontecimientos ciudadanos o
asuntos políticos. Busco con ahínco la satisfacción de mi amor por el
conocimiento en la ciencia y en el arte, y en la manera de obtener cosas que
quiero poseer. Pero el estudio de la Ley de Dios, el conocimiento de Dios
y de la religión, no me causan efecto, y no sacian ningún apetito de mi alma.
Veo estas cosas no sólo como una ocupación no esencial para un cristiano, sino
ocasionalmente como una especie de cuestión secundaria en que ocupar quizá el
ocio, a ratos perdidos. Para resumir: Si el amor a Dios se reconoce por la
observancia de sus mandamientos (Si me amáis, guardaréis mis mandamientos, dice
Nuestro Señor Jesucristo), y yo no sólo no los guardo sino que incluso lo
procuro poco, se concluye verdaderamente que no amo a Dios, Esto es lo que
Basilio el Grande dice: “La prueba de que un hombre no ama a Dios y a Su Cristo
está en el hecho de que no guarda Sus mandamientos.” RELATOS DE UN PEREGRINO RUSO.
“Oh Dios, y Señor mío,
hazme capaz de amarte ahora como he amado el pecado en el pasado.” (De la
octava oración de los Maitines del Devocionario de los Laicos de la Iglesia
Rusa).
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