martes, 4 de marzo de 2014


CONFESION QUE CONDUCE AL HOMBRE INTERIOR A LA HUMILDAD:



Les comparto mi bitácora para esta cuaresma: ¿REALMENTE AMAMOS A DIOS?

 No amo a Dios. —Puesto que si amase a Dios, estaría continuamente pensando en Él con profundo gozo. Cada pensamiento de Dios me daría alegría y deleite. Por el contrario, pienso mucho más a menudo, y con mucho más anhelo, en las cosas terrenales, y el pensar en Dios me resulta fatigoso y árido. Si amase a Dios, hablar con Él en la oración sería entonces mi alimento y mi deleite, y me llevaría a una ininterrumpida comunión con Él. Pero, por el contrario, no sólo no encuentro deleite en la oración, sino que incluso representa un esfuerzo para mí. Lucho con desgana, me debilita la pereza, y estoy siempre dispuesto a ocuparme con afán en cualquier fruslería, con tal de que acorte la oración y me aparte de ella. El tiempo se me va sin advertirlo en ocupaciones vanas, pero cuando estoy ocupado con Dios, cuando me pongo en Su presencia, cada hora me parece un año. Quien ama a otra persona, piensa en ella todo el día sin cesar, se la representa en la imaginación, se preocupa por ella, y en cualquier circunstancia no se le va nunca del pensamiento. Pero yo, a lo largo del día apenas si reservo una hora para sumirme en meditación sobre Dios, para inflamar mi corazón con amor por Él, mientras que entrego con ansia veintitrés horas como fervorosas ofrendas a los ídolos de mis pasiones. Soy pronto a la charla sobre asuntos frívolos y cosas que desagradan al espíritu; eso me da placer. Pero cuando se trata de la consideración de Dios, todo es aridez, fastidio e indolencia. Aun cuando sea llevado sin querer por otros hacia una conversación espiritual, rápidamente intento cambiar el tema por otro que dé satisfacción a mis deseos. Tengo una curiosidad incansable por las novedades, sean acontecimientos ciudadanos o asuntos políticos. Busco con ahínco la satisfacción de mi amor por el conocimiento en la ciencia y en el arte, y en la manera de obtener cosas que

quiero poseer. Pero el estudio de la Ley de Dios, el conocimiento de Dios y de la religión, no me causan efecto, y no sacian ningún apetito de mi alma. Veo estas cosas no sólo como una ocupación no esencial para un cristiano, sino ocasionalmente como una especie de cuestión secundaria en que ocupar quizá el ocio, a ratos perdidos. Para resumir: Si el amor a Dios se reconoce por la observancia de sus mandamientos (Si me amáis, guardaréis mis mandamientos, dice Nuestro Señor Jesucristo), y yo no sólo no los guardo sino que incluso lo procuro poco, se concluye verdaderamente que no amo a Dios, Esto es lo que Basilio el Grande dice: “La prueba de que un hombre no ama a Dios y a Su Cristo está en el hecho de que no guarda Sus mandamientos.” RELATOS DE UN PEREGRINO RUSO.

 “Oh Dios, y Señor mío, hazme capaz de amarte ahora como he amado el pecado en el pasado.” (De la octava oración de los Maitines del Devocionario de los Laicos de la Iglesia Rusa).

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