martes, 25 de marzo de 2014


“Fiesta de la Anunciación”. Por Iván Muvdi. Día 21 en travesía por el desierto cuaresmal.


Lectura del libro de Isaías (7,10-14;8,10):


En aquel tiempo, el Señor habló a Acaz: «Pide una señal al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo.»
Respondió Acaz: «No la pido, no quiero tentar al Señor.»
Entonces dijo Dios: «Escucha, casa de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa "Dios-con-nosotros".» Palabra de Dios.

 

Salmo Responsorial:

 

R/. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo: «Aquí estoy.»
R/.

«Como está escrito en mi libro
para hacer tu voluntad.»
Dios mío, lo quiero,
y llevo tu ley en las entrañas.
R/.

He proclamado tu salvación
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios:
Señor, tú lo sabes.
R/.

No me he guardado en el pecho tu defensa,
he contado tu fidelidad y tu salvación,
no he negado tu misericordia
y tu lealtad ante la gran asamblea.
R/.

 

Lectura de la carta a los Hebreos (10,4-10):


Es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados. Por eso, cuando Cristo entró en el mundo dijo: «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: "Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad."» Primero dice: «No quieres ni aceptas sacrificios ni ofrendas, holocaustos ni victimas expiatorias», que se ofrecen según la Ley. Después añade: «Aquí estoy yo para hacer tu voluntad.» Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.

Palabra de Dios.

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (1,26-38):


A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.

El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»

Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.

El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.»
Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?»

El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.»
María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.»

Y la dejó el ángel. Palabra del Señor.

 En la primera lectura, se nos presenta la promesa mesiánica de Isaías 7,14. El contexto histórico es el siguiente: El pueblo de Judá está amenazado, por una parte, por Asiria, y, por otra, los pueblos vecinos, Siria, edomitas y filisteos. La disyuntiva era clara; aliarse con Asiria, o con sus vecinos. Y Acaz, el rey de Judá, había escogido al más poderoso, Asiria, como amigo. Isaías se presenta y aconseja al Rey el tercero y único camino salvador para Judá, una postura no de alianzas políticas ni diplomáticas, sino de fe. Precisamente de lo que carecía el rey Acaz y sus asesores; que tenga fe, que sea providencialista, que confíe única y exclusivamente en el Dios de la Alianza y las Promesas.

La vida de Israel y su legitimidad no pueden apoyarse en su propia fuerza ni en las alianzas con otros pueblos, sino sólo en Dios. Sin embargo, Acaz busca seguridades distintas de la fe: cree más prudente pactar con Asiria para defender los intereses político-religiosos de Israel.

El cristianismo no consiste en quedarnos cruzados de brazos y dejarle a Dios todo en sus manos. Perfectamente sabemos que nosotros debemos hacer lo posible y dejarle lo imposible a Dios. Pero en el caso que nos ocupa, el Rey Acaz se olvidó que el reino de Israel no era igual al resto. Dios era el verdadero Rey de Israel y el ungido como tal era sencillamente su representante y de allí el que se le juzgara por su rectitud, por su justicia especialmente para con los huérfanos, las viudas y los pobres.

Pese a las alianzas políticas y militares, Israel, tanto en el Reino del Norte, como en el del Sur, terminó conquistado y exiliado en naciones lejanas. Era la fidelidad a Dios a su alianza las que les permitía subsistir. Acaz se olvidó de esto. Lo mismo puede ocurrirnos. Siempre tenemos que hacer lo posible frente a nuestras dificultades sin olvidarnos de Dios y de la fe y la confianza que sólo en Él debemos depositar. Frente a nuestros enemigos, NUESTROS PECADOS, no bastan nuestras solas fuerzas, ni mucho menos para escapar de realidades dolorosas, aliarnos con el alcohol, las drogas, la promiscuidad sexual, la anorexia, la bulimia, el cortarnos y tantas otras cosas esclavizantes a las que podemos someternos. El profeta da una señal al Rey, el nacimiento de un niño, el cual sería, Enmanuel: “Dios con nosotros”; junto a este niño, su Madre. Hoy entendemos que ella es modelo y figura de lo que debe ser la Iglesia y sobretodo que en ella se ha cumplido a cabalidad todo lo que Dios ha prometido. Debido a ello, nuestro Dios es digno de nuestra confianza.

La Santísima Virgen María fue el molde humano por medio del cual Jesús tomó la naturaleza humana y de igual manera será el molde por medio del cual nosotros podremos asemejarnos más a su Hijo.

El salmo responsorial nos recuerda que la obediencia a la voluntad de Dios es la mejor ofrenda que le podemos ofrecer. Hacer la voluntad de Dios implica abstenernos de muchas cosas que el mundo nos ofrece y que muchos hacen. No es fácil, por ello es necesaria la gracia de Dios, ya que es esta, como dice el salmo, la que nos abre los oídos a la voz de Dios, para que a su vez, se cierren a aquella voz seductora que desde el Paraíso ha pretendido mostrarnos a un Dios egoísta, mentiroso y temeroso de nuestra divinización, (no morirán, lo que pasa es que Dios sabe que si comen de ese fruto serán como Dios).

Aunque el salmo es anuncio y figura de Cristo, no es descabellado incluir en nuestra reflexión a la Santísima Virgen que, a pesar de tener ya un proyecto de vida trazado (el matrimonio y una familia), fue capaz, ante el pedido de Dios, de dejarlo atrás para colaborar con su asentimiento en la Redención de todo el género humano. Fue una obediencia que implicó una gran renuncia, pero como saben, acarreó una gran bendición pues sólo de ella puede decirse que es realmente la Madre de la segunda persona de la Santísima Trinidad, y al ser Madre de la cabeza de la Iglesia, lo es también del resto de sus miembros, como quien dice, en ella también se cumplió la promesa de Jesús a sus apóstoles: “aquel que deje padre, madre, hermanos, mujer, hijos, tierra, por mi nombre, recibirá 100 veces más”. (Mt 19, 29).

En la Carta a los Hebreos, se nos habla de la función mediadora de Cristo como el nuevo y más grande Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza. En Él serán reemplazados los sacrificios de la Antigua Alianza, por el de su propia pascua, única y definitiva.

Es muy importante aplicar este principio al punto central, es decir, al del sacrificio. El autor acentúa la actitud de Cristo en los primeros versículos (5-6). Lo principal es la aceptación del plan del Padre, el cumplimiento de sus designios. Y queda muy claro que el Padre no desea sacrificios expiatorios (EXPIACIÓN), como si los necesitara para volverse benévolo hacia el hombre.

El texto presente habla de la aceptación por parte de Cristo de la voluntad del Padre al entrar en el mundo.

Es decir, la voluntad de Dios es que el Hijo sea hombre y comparta el destino humano en todos los aspectos menos en el pecado personal. Este tema está enormemente subrayado en Hebreos.

Los sacerdotes del A.T., no ofrecían su propia vida, sino la vida de animales; no se comprometían propiamente en su sacrificio. Y de esta manera su vida profana quedaba al margen de la víctima sacrificada o santificada. El culto, meramente exterior, no afectaba radicalmente al que lo ofrecía. Pero Cristo, siendo a la vez sacerdote y víctima, interioriza el culto y se compromete en el culto de toda su vida. En consecuencia, todo es en Cristo sagrado y profano; su culto es toda su vida, y toda su vida hasta la muerte es su único culto a Dios. Tenemos aquí la auténtica y válida desacralización; pues, cuando todo es sagrado, ya no hay distinción entre lo sagrado y lo profano.

Vivir será para Jesús ya desde el principio cumplir en todo la voluntad del Padre, y en esto consistirá el verdadero carácter sacrificial de su vida y de su muerte en la cruz. Cristo ejercerá su sacerdocio no como miembro de una clase sacerdotal; Cristo ofrecerá su vida y entregará su espíritu al Padre no en un ámbito sagrado, en el templo, sino en medio de la sociedad y fuera de la ciudad santa, elevado en la cruz, que ha sido plantada sobre una colina. Y en este ajusticiado por los romanos no se verá nada específicamente "religioso", aunque todo sea verdaderamente santo.

Con el Evangelio de hoy constatamos el orden y sabiduría de la liturgia eclesial que consciente de que el 25 de diciembre celebra el nacimiento de Cristo, 9 meses antes, celebra la anunciación del Arcángel Gabriel a la Sma. Virgen María.

Con su disponibilidad, con su obediencia y humildad, María se ubica en un lugar, el nuestro: "Aquí", en el mundo, que es el lugar de la obediencia a la Palabra de Dios y de la esperanza de los hombres, el lugar en donde el Verbo se hace carne. María está conscientemente "aquí", y lo está porque es interrogada por Dios y llamada a su presencia. María está "aquí" para servir, con una actitud activa; aunque toda su actividad, como la nuestra, sea siempre provocada por la acción de Dios y la palabra que la anuncia. La respuesta de María: "Hágase en mí según tu palabra", es la manifestación de la más alta actividad del hombre, que es la acogida de Dios por la fe. Por eso lo que nazca de ella nacerá de Dios, no de la carne y de la sangre y por obra de varón, será el Hijo del Altísimo.

La aparición de Gabriel da el tono a la escena de la Anunciación y la sitúa dentro del contexto profético y escatológico. Desde /Dn/08/16 y /Dn/09/21, Gabriel era considerado como el ángel especialista de la medida de las 70/semanas (SEMANAS/70) anunciadas antes del establecimiento del reino definitivo (Dn 9, 24-26).

Efectivamente, conforme al procedimiento midráshico de Lc 1-2, Gabriel aparece primero en Lc 1, 19 en el templo; después, al cabo de seis meses (180 días), a María, Lc 1, 26; nueve meses después (270 días) nace Cristo, y 40 días más tarde hace su entrada en el templo. Pues bien, estas cifras hacen un total de 490 días, es decir, ¡SETENTA SEMANAS! Cada una de esas etapas es señalada, además, con la expresión "Cuando se cumplieron los días..." (Lc 1, 23; 2, 6; 2, 22).

La expresión "llena de gracia" ha recibido de la teología posterior una explicación que no estaba probablemente implícita en el pensamiento de S. Lucas. En la pluma de Lc significa que la Virgen es "graciosa" como en el vocabulario de los esponsales. Al estilo de Ruth ante Booz (Rt 2, 2; 10, 13), Ester ante Asuero (Est 2, 9; 15, 17; 5, 2. 8; 7, 3; 8, 5), toda mujer ante los ojos de su esposo (Pr 5, 19; 7, 5; 18, 22; Ct 8, 10). Este contexto matrimonial está, pues, cargado de evocaciones: Dios busca desde hace tiempo una ESPOSA que le sea fiel. Ha repudiado a Israel, la esposa anterior (Os 1-3), pero está dispuesto a "prometerse" de nuevo. Interpelada con una expresión frecuente en las relaciones entre esposos, María comprende que Dios va a realizar con ella el misterio de los esponsales prometidos por el A.T. Este misterio alcanzará incluso un realismo inaudito, merced a que las dos naturalezas -divina y humana- se unirán en la persona del Hijo de María con un lazo mucho más fuerte que el de los cuerpos y las almas en el abrazo conyugal.

MARÍA es la expresión de la humanidad que se mantiene abierta ante el misterio de Dios y concretiza la esperanza de Israel y el caminar de aquellos pueblos que buscan su verdad y su futuro.

Pero, al mismo tiempo, María es la realidad del hombre enriquecido por Dios, como lo muestran las palabras del saludo del ángel que proclama: "el Señor está contigo", "has encontrado gracia ante Dios". Desde este punto de vista, María se convierte en la figura del adviento, en signo de la presencia de Dios entre los hombres. Más que Juan Bta., más que todos los profetas, ella es la humanidad que simplemente ama y espera, la humanidad que acepta a Dios, admite su Palabra y se convierte en instrumento de su obra. Así descubrimos que en el límite de su esperanza (hombre abierto a Dios) se encuentra el principio de la fe (la aceptación del Dios presente, tal como se refleja en la respuesta de María: "Hágase en mí según tu palabra"). Quedaos con Dios!

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