Primer Domingo de Cuaresma: “Al Señor tu Dios
adorarás y sólo a Él le darás culto”. (5º día de Cuaresma). Por Iván
Muvdi.
MEDITACIÓN AL FINAL DE LAS LECTURAS DEL DÍA
Lectura del libro del Génesis (2,7-9;3,1-7):
El Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz un aliento de vida, y el hombre se convirtió en ser vivo. El Señor Dios plantó un jardín en Edén, hacia oriente, y colocó en él al hombre que había modelado. El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver y buenos de comer; además, el árbol de la vida, en mitad del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y el mal. La serpiente era el más astuto de los animales del campo que el Señor Dios había hecho.
Y dijo a la mujer: «¿Cómo es que os ha dicho Dios que no comáis de ningún árbol del jardín?»
La mujer respondió a la
serpiente: «Podemos comer los frutos de los árboles del jardín; solamente del
fruto del árbol que está en mitad del jardín nos ha dicho Dios: "No comáis
de él ni lo toquéis, bajo pena de muerte."»
La serpiente replicó a la mujer: «No moriréis. Bien sabe Dios que cuando comáis de él se os abrirán los ojos y seréis como Dios en el conocimiento del bien y el mal.»
La mujer vio que el árbol era apetitoso, atrayente y deseable, porque daba inteligencia; tomó del fruto, comió y ofreció a su marido, el cual comió. Entonces se les abrieron los ojos a los dos y se dieron cuenta de que estaban desnudos; entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron. PALABRA DE DIOS.
La serpiente replicó a la mujer: «No moriréis. Bien sabe Dios que cuando comáis de él se os abrirán los ojos y seréis como Dios en el conocimiento del bien y el mal.»
La mujer vio que el árbol era apetitoso, atrayente y deseable, porque daba inteligencia; tomó del fruto, comió y ofreció a su marido, el cual comió. Entonces se les abrieron los ojos a los dos y se dieron cuenta de que estaban desnudos; entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron. PALABRA DE DIOS.
Salmo Responsorial:
R/. Misericordia,
Señor: hemos pecado
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa,
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R/.
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces. R/.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza. R/.
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa,
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R/.
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces. R/.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza. R/.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos
(5,12-19):
Lo mismo que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron. Porque, aunque antes de la Ley había pecado en el mundo, el pecado no se imputaba porque no había Ley. A pesar de eso, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre los que no habían pecado con una transgresión como la de Adán, que era figura del que había de venir. Sin embargo, no hay proporción entre el delito y el don: si por la transgresión de uno murieron todos, mucho más, la gracia otorgada por Dios, el don de la gracia que correspondía a un solo hombre, Jesucristo, sobró para la multitud. Y tampoco hay proporción entre la gracia que Dios concede y las consecuencias del pecado de uno: el proceso, a partir de un solo delito, acabó en sentencia condenatoria, mientras la gracia, a partir de una multitud de delitos, acaba en sentencia absolutoria. Por el delito de un solo hombre comenzó el reinado de la muerte, por culpa de uno solo. Cuanto más ahora, por un solo hombre, Jesucristo, vivirán y reinarán todos los que han recibido un derroche de gracia y el don de la justificación. En resumen: si el delito de uno trajo la condena a todos, también la justicia de uno traerá la justificación y la vida. Si por la desobediencia de uno todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos. PALABRA DE DIOS.
Lo mismo que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron. Porque, aunque antes de la Ley había pecado en el mundo, el pecado no se imputaba porque no había Ley. A pesar de eso, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre los que no habían pecado con una transgresión como la de Adán, que era figura del que había de venir. Sin embargo, no hay proporción entre el delito y el don: si por la transgresión de uno murieron todos, mucho más, la gracia otorgada por Dios, el don de la gracia que correspondía a un solo hombre, Jesucristo, sobró para la multitud. Y tampoco hay proporción entre la gracia que Dios concede y las consecuencias del pecado de uno: el proceso, a partir de un solo delito, acabó en sentencia condenatoria, mientras la gracia, a partir de una multitud de delitos, acaba en sentencia absolutoria. Por el delito de un solo hombre comenzó el reinado de la muerte, por culpa de uno solo. Cuanto más ahora, por un solo hombre, Jesucristo, vivirán y reinarán todos los que han recibido un derroche de gracia y el don de la justificación. En resumen: si el delito de uno trajo la condena a todos, también la justicia de uno traerá la justificación y la vida. Si por la desobediencia de uno todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos. PALABRA DE DIOS.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (4,1-11):
En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre.
En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre.
El tentador se le acercó y le
dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes.»
Pero él le contestó, diciendo:
«Está escrito: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que
sale de la boca de Dios."»
Entonces el diablo lo lleva a la
ciudad santa, lo pone en el alero del templo y le dice: «Si eres Hijo de Dios,
tírate abajo, porque está escrito: "Encargará a los ángeles que cuiden de
ti, y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las
piedras."»
Jesús le dijo: «También está
escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios."»
Después el diablo lo lleva a una
montaña altísima y, mostrándole los reinos del mundo y su gloria, le dijo:
«Todo esto te daré, si te postras y me adoras.»
Entonces le dijo Jesús: «Vete, Satanás, porque está escrito: "Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto."»
Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían. PALABRA DEL SEÑOR.
Entonces le dijo Jesús: «Vete, Satanás, porque está escrito: "Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto."»
Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían. PALABRA DEL SEÑOR.
La primera lectura, tomada del libro del Génesis, nos narra la creación
del hombre; del amor y dedicación con que Dios nos modeló hasta insuflar su Espíritu
en nosotros. De este maravilloso hecho surge para nosotros una primera
reflexión:
“Fuimos creados por Dios y para Dios”. Recuerdo entonces aquel pasaje
bíblico en el que, para poner a prueba a Jesús, le preguntaron si era lícito o
no pagar impuestos al César, a lo cual Jesús solicitó que le dieran una moneda
para posteriormente preguntar de quién era la inscripción y la silueta que en
ella aparecía. Cuando recibió la respuesta: “del César”, Él enseñó: “Dad al
César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
Mis muy amados hermanos, si se nos concediera el poder ver nuestras almas,
en ella veríamos la esfinge de Dios, nuestro hacedor, su imagen, nuestra
semejanza con Él. Si se nos concediera el poder hacerlo, veríamos el resplandor
que brota de los sellos de la gracia con que fuimos marcados como posesión de
Dios el día de nuestro bautismo y el día de nuestra confirmación. De esta visión,
brotaría una segunda perspectiva de reflexión: “no somos solo cuerpo, también
somos alma” y de ello lógicamente se desprende el hecho de que no sólo debemos
vivir para las cosas de este mundo sino también para las de Dios, sobre todo,
si es lo que únicamente permanecerá al final. Mis queridos hermanos, todo en
nosotros nos grita con fuerza: “Dad a Dios lo que es de Dios”. No nos rehusemos
más a corresponder al amor infinito que Él, desde toda la eternidad, nos ha
manifestado. Amor, con amor se paga; y aunque nunca podremos estar a la altura
del amor que hemos recibido de parte de Él, qué placentero y consolador será el
saber que le dimos todo lo que desde nuestra limitación podíamos darle.
La Escritura continúa luego narrándonos la tragedia del pecado. Tantos dones
hemos recibido de Dios, entre ellos la libertad y libre albedrío y con dolor
debemos decir que los hemos usado incluso para hacer guerra contra Aquel que
nos los dio y que es en sí mismo el mayor de todos los dones. Oh, Señor; ten
piedad de este pueblo de cerviz dura; oh corazón endurecido que no te ablandas
fácilmente ni siquiera ante el calor del fuego del amor de Dios, mira sus
lágrimas brotar de sus ojos que pese a todo aún te miran con amor; y si eso no
es suficiente; contempla corazón mío la sangre que mana de sus heridas
abiertas, contempla su condena injusta, contempla su entrega silenciosa a un
castigo inhumano y cruel; es por ti corazón endurecido que presuroso extiende
sus brazos para ser clavados en un madero y dejarlos allí fijos para envolver
en tierno abrazo a toda la humanidad pasada, presente y futura y decirle a su
oído: es por Ti que lo hago! Y si aún esto no te mueve, oh corazón mío
endurecido, mira su corazón a través de la herida de su costado, que con cada
latido te dice: ¡yo te amo! Mis queridos hermanos, cuánto daría porque hoy mis
palabras te movieran a penitencia y conversión. ¿Hay alguien que te haya amado
más? Cubre Tú mi desnudez, mi Señor y mi Dios, toma Tú mi corazón deshecho y
como el barro en manos del alfarero, toma mi vida y hazme de nuevo.
El salmo, que expresa la respuesta orante de quien se reconoce pecador,
nos invita a través de la experiencia de quien busca reflejarse en Dios y
contempla su imagen desfigurada por el pecado, a tener siempre presente ante sí
su pecado, para saber que hay mucho por lo cual trabajar, pues aún, cada uno de
nosotros debe esforzarse para que la luz de Dios brote desde nuestro interior
sin ser eclipsada por nuestras iniquidades y pecados. El primer paso en un
camino serio de conversión es reconocer que somos pecadores. El segundo es
abrirnos a la gracia para que ésta con nuestra disposición y esfuerzo nos
transforme en los santos de estos últimos tiempos. La pregunta es ¿queremos ser
diferentes? ¿Realmente queremos vivir para Dios y dar la espalda a nuestros
pecados? Ninguno de los santos nació en ese estado y cualquiera de nosotros
podría llegar a asemejarse a ellos. ¿Por qué no somos tan santos como ellos? La
diferencia se marca en el nivel de respuesta y de entrega al Señor.
En la segunda lectura de la liturgia de hoy, San Pablo nos presenta un
panorama esperanzador. Las cosas no quedaron en la ruina del pecado; Cristo
vino al mundo para pagar la deuda de Adán, vino para romper las cadenas del
pecado y de la muerte. Sin embargo, como lo han venido haciendo los diferentes
textos bíblicos de estos días, tenemos frente a nosotros dos modelos, a saber,
podemos configurarnos con Adán, o con Cristo.
Si lo hacemos con Adán, significa tomar nuestra vida, inteligencia y libertad
para vivir haciendo nuestra voluntad y no la de Dios. Significa optar por ser
nosotros quienes decidamos qué es lo bueno y qué es lo malo sin contar con
Dios. Esto nos conducirá a la muerte pues el pecado no nos dará una pada
distinta.
Si decidimos tomar por modelo a Cristo, el Señor, significa tomar el
camino de la obediencia, no habrá una voluntad distinta en nosotros que la de
nuestro Padre Celestial, no habrá una obra más importante que servirle a Él y a
nuestros hermanos, especialmente los más necesitados, será un compromiso con el
amor y con el perdón y una continua lucha por hacernos pequeños para que sea
Dios quien nos exalte.
Por último, en el Evangelio, se nos muestra a un Jesús que toma el lugar
del pueblo de Dios en el desierto y recapitula en sí sus dificultades con la
gran diferencia de que el pueblo sucumbió ante la tentación mientras que Cristo
las venció todas. La Escritura nos presenta tres tentaciones:
·
La primera tiene que
ver con el sustento (la tentación del pan). Ante la sensación de hambre en el
desierto, la tentación sugiere el volver a Egipto, es decir, volvamos a la
abundancia y seguridad que allá encontrábamos a pesar de que ello signifique
volver a ser esclavos. Algo parecido ocurriría con cualquiera de nosotros cuando
orienta su vida sólo hacia la consecución de los bienes materiales sobre los
cuales, la mayoría de nosotros, colocamos nuestra seguridad. Viene un desastre
natural y ¿de qué sirve todo ello? Aquí surge la figura de Abraham, que deja la
seguridad de su asentamiento y de sus bienes y se lanza a la aventura de ir en
busca de un lugar que desconoce sólo sujeto de una promesa de recibir un país
en propiedad perpetua.
·
La segunda tentación
trata sobre si no es una locura colocarnos ciegamente en las manos de Dios (la
tentación del agua). “Tírate al vacío, porque escrito está que Dios mandará a
sus ángeles para que tu pie no tropiece con piedra alguna”. Lo que impulsa a Israel a ir al desierto es su
confianza en Dios que los acaba de sacar de Egipto tras una serie de prodigios
y milagros, pero ante la dificultad, ¿no será todo un espejismo del desierto?
¿si camina Dios en medio de su pueblo? La respuesta de Jesús: “no tentarás al
Señor tu Dios” está tomada de Dt6, 16 y por ello nos remite a la fuente de
Meribá donde el pueblo se sublevó ante la falta de agua. Si la falta de pan fue
una prueba dura, la del agua somete la voluntad a una prueba peor, ya que la
sed atormenta más que el hambre y además porque
sin pan es posible avanzar y resistir por un tiempo, pero sin agua, en el
desierto, ¿cómo serás ello posible? Sin embargo, todos sabemos que Dios actúa
en el momento oportuno y que no nos dejará abandonados y heridos en medio del
camino. Dios hizo brotar agua de una roca, ya antes había dividido el mar. ¿Por
qué si le hemos visto actuar, si somos conscientes de su poder no es fácil
dudar? Quien tiene a Dios no le falta nada.
·
Por último, aparece el
poder, es decir la exaltación del propio yo. Las dos situaciones anteriores, al
ser resueltas, no cambiaría el hecho de seguir viviendo oprimidos; ahora, lo
que Satanás ofrece es convertirnos en opresores, una “libertad total”, una “seguridad
sin límites”, ya Jesús se había referido a esto cuando dijo a sus apóstoles: “entre
las naciones, sus reyes y gobernantes las tiranizan, NO SEA ASÍ entre ustedes,
por el contrario, quien quiera ser el primero, que sea el último, el servidor
de todos”.
Muy amados en el Señor, sólo Dios
permanece para siempre, todo lo demás es efímero. No vivamos para aquello que
perece, que es artificial, que nos aporta una seguridad vacía y voluble. Sólo
Dios es la roca inconmovible que permanecerá firme así arremeta todo contra
nosotros, nada lo moverá de su sitio, como tampoco a aquel que sobre esa roca
construya, que se cubra con su sombra. La cuaresma que estamos viviendo nos
ofrece la oportunidad de hacer un balance: ¿cuántos años tienes? ¿De esos años
cuántos has vivido para Dios? Si respondes esta segunda pregunta, quizás te
entristezcas; pero si al responder la primera te das cuenta que los años que
tienes no son los que has vivido, porque ya no son tuyos, ya no vuelven; sino
los que te quedan, ¿qué pensarías? No olvides: “volverás al polvo del que
fuiste formado porque polvo eres y en polvo te convertirás”. HAZ QUE TU VIDA
VALGA LA PENA! QUEDAOS CON DIOS!
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