lunes, 17 de marzo de 2014


“El Señor es compasivo y misericordioso”. Día 13 en travesía por el desierto cuaresmal. (por Iván Muvdi).


Lectura de la profecía de Daniel (9,4b-10):


Señor, Dios grande y terrible, que guardas la alianza y eres leal con los que te aman y cumplen tus mandamientos. Hemos pecado, hemos cometido crímenes y delitos, nos hemos rebelado apartándonos de tus mandatos y preceptos. No hicimos caso a tus siervos, los profetas, que hablaban en tu nombre a nuestros reyes, a nuestros príncipes, padres y terratenientes. Tú, Señor, tienes razón, a nosotros nos abruma hoy la vergüenza: a los habitantes de Jerusalén, a judíos e israelitas, cercanos y lejanos, en todos los países por donde los dispersaste por los delitos que cometieron contra ti. Señor, nos abruma la vergüenza: a nuestros reyes, príncipes y padres, porque hemos pecado contra ti. Pero, aunque nosotros nos hemos rebelado, el Señor, nuestro Dios, es compasivo y perdona. No obedecimos al Señor, nuestro Dios, siguiendo las normas que nos daba por sus siervos, los profetas. Palabra de Dios.

 

Salmo Responsorial:

 

R/. Señor, no nos trates
como merecen nuestros pecados.


No recuerdes contra nosotros
las culpas de nuestros padres;
que tu compasión nos alcance pronto,
pues estamos agotados.
R/.

Socórrenos, Dios, salvador nuestro,
por el honor de tu nombre;
líbranos y perdona nuestros pecados
a causa de tu nombre.
R/.

Llegue a tu presencia
el gemido del cautivo:
con tu brazo poderoso,
salva a los condenados a muerte.
R/.

Mientras, nosotros, pueblo tuyo,
ovejas de tu rebaño,
te daremos gracias siempre,
contaremos tus alabanzas
de generación en generación.
R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (6,36-38):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros.» Palabra del Señor.

 

1. En la primera lectura, se nos muestra a un Profeta Daniel, realizando en oración un profundo examen de conciencia en donde, reconoce en nombre de su pueblo, todas las transgresiones al amor y voluntad de Dios a lo largo de la historia. De igual manera, ojalá también nosotros, después de darle gracias a Dios por todos sus beneficios, adquiramos una conciencia expiatoria y reparadora por todas los pecados con que nosotros, pero también con que el mundo ha ofendido a Dios, pese a su amor y sacrificio: ¿Cuántos abortos? ¿Cuántas eutanasias y demás homicidios? ¿Cuánta injusticia que ha llevado a continentes completos a morir de hambre y de sed? ¿Cuántas guerras en nombre de Dios? ¿Cuánto odio y resentimientos? ¿Cuántas familias destruidas? ¿Cuántos viven encadenados al alcohol, las drogas, la pornografía, la promiscuidad sexual? ¿Cuántas situaciones y condiciones pecaminosas se defienden como derechos y se pretenden imponen al resto de la sociedad como situaciones normales y morales? ¿Cuántos malos ejemplos de nuestra parte, de nuestros sacerdotes? ¿Cuánta maledicencia contra la Iglesia por causa de nuestros pecados? ¿Cuántos sagrarios en soledad? ¿Cuántas comuniones sacrílegas? ¿Cuánta división, incluso al interior de la Iglesia? Etc. Señor, ten misericordia de nosotros porque hemos pecado contra Ti. De igual modo, al igual que el profeta Daniel, debemos tener presente, aunque sin abusar por ello, que el Señor es clemente y misericordioso, lento a la ira y rico en piedad.

2. El salmista ruega a Dios que no nos trate como lo merecemos por nuestros pecados. Dios nos ama tanto que ciertamente, pese a nuestra maldad, persiste en amarnos y espera con ansias nuestra conversión para lo cual no nos niega su gracia. Es un hecho probado que Dios no nos trata según nuestros pecados sino según su corazón de Padre amoroso y misericordioso. Esto no debe ser excusa para persistir en nuestra maldad abusando del amor de Dios y cayendo por ello en el pecado de presunción. El amor de Dios no debe movernos al abuso y al libertinaje, debe movernos al amor: “Muéveme, Señor, el verte clavado en una cruz… Aún si no hubiera cielo, yo te amara, aún si no hubiera infierno, te temiera…Pues lo que me mueve a amarte no es el interés de un premio o el miedo a un castigo; muéveme tu amor eterno.

3. En el Evangelio de hoy, Jesús nos recalca la compasión y misericordia de Dios que comprende nuestra fragilidad y que por ende nos sostiene con su gracia. Pero deriva de ello otro asunto no menos importante: si Dios es misericordioso, ¿quiénes somos nosotros para negar el perdón a nuestros hermanos? ¿quiénes para condenar al odio o al resentimiento a aquellos que una vez estuvieron en nuestro camino? Jesús nos dice que la misma vara que usemos para medir, se usará para medirnos a nosotros. Quien practica la misericordia, la hallará sin medida cuando requiera de ella. Quedaos con Dios que brilla como un sol para justos e injustos e imitadle en su amor y misericordia.  

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