lunes, 31 de marzo de 2014

“Sólo Dios cambia el luto en danzas.” Por Iván Muvdi. Día 27 en travesía por el desierto cuaresmal.


Lectura del libro de Isaías (65,17-21):


Así dice el Señor: «Mirad: yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva: de lo pasado no habrá recuerdo ni vendrá pensamiento, sino que habrá gozo y alegría perpetua por lo que voy a crear. Mirad: voy a transformar a Jerusalén en alegría, y a su pueblo en gozo; me alegraré de Jerusalén y me gozaré de mi pueblo, y ya no se oirán en ella gemidos ni llantos; ya no habrá allí niños malogrados ni adultos que no colmen sus años, pues será joven el que muera a los cien años, y el que no los alcance se tendrá por maldito. Construirán casas y las habitarán, plantarán viñas y comerán sus frutos.»

Palabra de Dios.

 

Salmo Responsorial:

 

R/. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

Te ensalzaré, Señor,
porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.
R/.

Tañed para el Señor, fieles suyos,
dad gracias a su nombre santo;
su cólera dura un instante;
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto;
por la mañana, el júbilo.
R/.

Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre.
R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (4,43-54):


En aquel tiempo, salió Jesús de Samaria para Galilea. Jesús mismo había hecho esta afirmación: «Un profeta no es estimado en su propia patria.» Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta. Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verle, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose.

Jesús le dijo: «Como no veáis signos y prodigios, no creéis.»
El funcionario insiste: «Señor, baja antes de que se muera mi niño.»

Jesús le contesta: «Anda, tu hijo está curado.»

El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo estaba curado. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría.
Y le contestaron: «Hoy a la una lo dejó la fiebre.»
El padre cayó en la cuenta de que ésa era la hora cuando Jesús le había dicho: «Tu hijo está curado.» Y creyó él con toda su familia. Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a Galilea. Palabra del Señor.

 En la primera lectura de hoy, tomada de la profecía de Isaías, el Señor anuncia que habrá para nosotros un cielo nuevo y una tierra nueva. Recordemos que para la época de Isaías, el pueblo de Israel se encontraba en el exilio, es decir, lejos de su territorio y en situación de esclavitud.

En una situación tal, donde los sentimientos son de abandono, de soledad, de tristeza, de añoranza de lo perdido, de dolor por los caídos en guerra, de dolor por los que no saben nada de sus seres queridos; Dios anuncia que habrá una situación nueva de tal magnitud que la gente ya ni siquiera recordará los tiempos malos. En el Apocalipsis se reafirma esta promesa cuando el Señor nos dice: “yo hago nuevas todas las cosas”.

Jerusalén, que somos todos nosotros, “la ciudad de Dios”, será renovada, se sentirá con fuerza la presencia de Dios, la cual, ahuyentará todos los pesares y fatigas por la lucha emprendida, por las batallas perdidas. Dirá un Salmo, que aún en ruinas, Jerusalén será reedificada con piedras preciosas.

Eso es precisamente lo que se busca en este tiempo especial y santo donde sobreabunda la gracia: la cuaresma. Nos acercamos ya a la celebración de la pascua, donde Cristo, a través de su entrega en obediencia y amor, vence el poder del pecado y de la muerte, dando origen a una nueva creación, donde ya no somos sólo creaturas de Dios, sino sus hijos por adopción; todo ello prefiguración de lo que en concreto tendremos al gozar de la presencia viva y eterna de nuestro Dios en el cielo. Lo que en principio fue derrota, Cristo muestro en un madero, en medio de dos ladrones; fue semilla de un pueblo que acoge en su seno a todos los hombres sin distingo de raza, idioma o condición social. El Reino de los Cielos se inauguró con la venida de Cristo al mundo y todo lo que ahora es doloroso será pasajero cuando plenamente se manifieste con poder la gracia, el amor, la misericordia de Dios que se ha mantenido vivo y cercano a su pueblo. En Él todo lo que hagamos tendrá un propósito concreto, por eso nos dice el profeta que “construiremos casas y las habitaremos, plantaremos viñas y comeremos de sus frutos”; con esto significa que el destierro ha terminado, que ha concluido el tiempo de estar errantes, porque envueltos en gracia, estaremos firmemente establecidos en el Señor.

El salmo hace eco a todo esto que hemos venido exponiendo: “te ensalzaré, Señor, porque me has librado”, “porque sacaste mi vida del abismo”. A lo largo de todos estos días de cuaresma, en la Liturgia de las Horas, se ha usado como responsorio: “Él me librará de la red del cazador”, el apóstol Pedro nos dirá en una de sus cartas, que el demonio anda como león rugiente buscando a quien devorar. Es ese el cazador, es ese el que extiende trampas en nuestro camino para atraparnos y mantenernos cautivos, lejos de Dios y si puede, para impedir que entremos en posesión de la tierra de promisión que Dios nos ha prometido: “el cielo”. Este tiempo santo de Cuaresma debe ser propicio para alejarnos de todo aquello que ofende al Señor, buscar refugio bajo su plumaje, bajo la sombra de sus alas. Sólo Él es capaz de cambiar nuestro lamento, nuestro luto, en baile. Si le dejamos que tome el control de nuestra vida, viviremos hasta el último de nuestros días inmersos en la liturgia de la vigilia pascual, resplandecientes en la aurora del cirio pascual, Cristo resucitado, que vence la oscuridad con su luz, una luz que las tinieblas no pueden apagar y que nos susurra al oído: “despierta, tú que duermes, y Cristo te alumbrará”.

En el Evangelio, se nos narra la sanación de un enfermo con la sola palabra de Jesús que la pronuncia desde la distancia. Jesús es la mayor prueba de que Dios tiene el poder para hacer nuevas todas las cosas, en Él somos más que vencedores. Sin embargo, Jesús nos recalca insistentemente que no caigamos en el error de buscar los dones y no al dador de los dones; de no vivir una fe milagrera, donde sólo creemos si hay signos prodigiosos. No olviden que no son los milagros los que manifiestan la santidad y el poder de Dios. Jesús los hizo no para aumentar su fama, sino como muestra de que el reino de Dios ya estaba entre nosotros. Sin embargo, no se les olvide que los brujos del Faraón lanzaron sus bastones al suelo y también se convirtieron en serpiente; no olviden que Judas Iscariote, al igual que el resto de los apóstoles, en nombre de Cristo pudo hacer milagros y prodigios, y sin embargo, fue el traidor. Escrito está que el Anticristo hará señales en el cielo con el objeto de engañar incluso a los que Dios ha escogido. Por esa razón, si sólo andamos buscando milagros, podemos ser engañados fácilmente. Pero si buscamos a Dios, si es su Espíritu el que constantemente actúa en nosotros y por nuestro medio, si es Él quien nos ayuda a discernir, si en Él conocemos las Escrituras y el Magisterio de la Iglesia, difícilmente seremos engañados y apartados de la fe verdadera. Quedaos con Dios!

domingo, 30 de marzo de 2014


“Jesús es la luz del mundo”. Día 26 en travesía por el desierto cuaresmal.

 
Lectura del primer libro de Samuel (16,1b.6-7.10-13a):

En aquellos días, el Señor dijo a Samuel: «Llena la cuerna de aceite y vete, por encargo mío, a Jesé, el de Belén, porque entre sus hijos me he elegido un rey.»
Cuando llegó, vio a Eliab y pensó: «Seguro, el Señor tiene delante a su ungido.»
Pero el Señor le dijo: «No te fijes en las apariencias ni en su buena estatura. Lo rechazo. Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón.»
Jesé hizo pasar a siete hijos suyos ante Samuel; y Samuel le dijo: «Tampoco a éstos los ha elegido el Señor.»
Luego preguntó a Jesé: «¿Se acabaron los muchachos?»
Jesé respondió: «Queda el pequeño, que precisamente está cuidando las ovejas.»
Samuel dijo: «Manda por él, que no nos sentaremos a la mesa mientras no llegue.»
Jesé mandó a por él y lo hizo entrar: era de buen color, de hermosos ojos y buen tipo.
Entonces el Señor dijo a Samuel: «Anda, úngelo, porque es éste.»
Samuel tomó la cuerna de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. En aquel momento, invadió a David el espíritu del Señor, y estuvo con él en adelante.
Palabra de Dios.
 
Salmo Responsorial:
 
R/. El Señor es mi pastor, nada me falta.

El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar,
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas.
R/.

Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.
R/.

Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.
R/.

Tu bondad y tu misericordia
me acompañan todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.
R/.
 
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (5,8-14):

En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz –toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz–, buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciadlas. Pues hasta da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas. Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto, y todo lo descubierto es luz. Por eso dice: «Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz.» Palabra de Dios.
 
Lectura del santo evangelio según san Juan (9,1.6-9.13-17.34-38):

En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).»
Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: «¿No es ése el que se sentaba a pedir?»
Unos decían: «El mismo.»
Otros decían: «No es él, pero se le parece.»
Él respondía: «Soy yo.»
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.
Él les contestó: «Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.»
Algunos de los fariseos comentaban: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.»
Otros replicaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?»
Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?»
Él contestó: «Que es un profeta.»
Le replicaron: «Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?»
Y lo expulsaron.
Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?»
Él contestó: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?»
Jesús le dijo: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.» Él dijo: «Creo, Señor.» Y se postró ante él.
Palabra del Señor.
 
Levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz
Pablo está hablando de la vida nueva del cristiano. Ha utilizado antes la imagen del hombre viejo y del hombre nuevo para hablar de la vida de los bautizados, y ahora habla en términos de tinieblas y de luz, muy presentes también en los primeros tiempos del cristianismo.
“Antes erais tinieblas, ahora sois luz”
El bautismo en el Señor marca la diferencia entre el antes, en que "erais tinieblas" y el ahora, en que "sois luz". Y la luz da fruto: bondad, justicia y verdad son términos globales para indicar la manera de vivir según el Señor.
cuando se proyecta la luz sobre el pecado, se consigue que el pecado aparezca como tal, digno de reprobación.
Pablo llama "tinieblas" al pecado y a la ignorancia que tiene el hombre acerca de Dios, y "luz" a la presencia de Dios en la que vive el justo y el verdaderamente sabio. El hombre se define por sus obras, el que comete pecado es tinieblas y el que hace la justicia es luz. Pablo se dirige a los cristianos de Éfeso que proceden del mundo pagano. Estos hombres han encontrado en Cristo "la luz del mundo". Ahora tienen el deber de iluminar a cuantos todavía permanecen en las tinieblas. Si los cristianos no se comportan como la luz, si no llevan una vida que oriente a los hombres, de poco servirá que descubran a la luz del evangelio las obras malas de los gentiles. Pablo espera que los fieles brillen en el mundo no sólo con las palabras, sino también con el testimonio de las obras. Su presencia ha de ejercer en el mundo una función crítica y liberadora, para que todos lleguen a ser luz en el Señor.
“Jesús es la luz del mundo”:
Jesús está presente como la «luz del mundo». Al símbolo de la luz responde la doble reacción humana de ceguera y visión, como expresión respectivamente de la incredulidad y de la fe, de la desgracia y la salvación. Así, pues, el milagro de curación está al servicio de la revelación y la salud que Jesús trae al hombre. Además, el propio curado aparece como testigo de Cristo, y lo es en virtud de lo que Jesús ha obrado en él. Su testimonio consiste precisamente en que no puede por menos de testificar su curación operada por Jesús: al hablar de su curación tiene que hablar también de quién le ha curado y salvado. Por ello, de un modo perfectamente lógico, el enfrentamiento acerca de su curación se convierte en un enfrentamiento acerca del mismo Jesús, aunque él se halle ausente. Y, por fin, se suma un último elemento, y es el de que en este relato se trata del enfrentamiento entre la comunidad judía y la cristiana en tiempo del evangelista y de su círculo.
 
Según el v. 35 a Jesús le han llegado rumores de que habían expulsado al ciego curado. En un nuevo encuentro le plantea la pregunta de fe con la fórmula concreta de ¿Crees tú en el Hijo del hombre? Es una formulación que supone la firme identificación cristiana entre Jesús de Nazaret y el Hijo del hombre, como venía dada en la comunidad pospascual de tradición judeocristiana. Pero en la concepción joánica -como ya hemos visto repetidas veces- el concepto «Hijo del hombre» incluye también el acontecimiento salvador de la muerte en cruz y la resurrección, es decir, la exaltación y glorificación del Hijo del hombre. En ese sentido el concepto de Hijo del hombre como fórmula cristológica es en Juan una fórmula de fe universal, que abarca en un solo concepto la persona y el destino de Jesús. Se trata, por consiguiente, de la plena confesión cristológica y soteriológica de la comunidad joánica.
El ex ciego responde con la contrapregunta de quién es ese personaje en el que debe creer. Para ello utiliza el tratamiento Kyrios, Señor, que aquí probablemente todavía no hay por qué entender en todo su alcance cristológico, aunque sí con una gran apertura en esa dirección (v. 36). El giro «para que yo crea en él» muestra toda su buena disposición para la fe. Y a esa pregunta responde Jesús dándose a conocer personalmente, que ahora con su experiencia de fe se convierte en vidente en el pleno sentido de la palabra. El simbolismo determina también aquí hasta los últimos detalles la elección del vocabulario, pues que Jesús dice: Tú le has visto su realidad, entera y sin mermas, que constituye el ser de Jesús. En la visión de Jesús entra también la palabra de Jesús: «...el que está hablando contigo, ése es».
De inmediato el ciego sanado proclama el pleno reconocimiento de Jesús, y formula la confesión de fe: «¡Creo, Señor! » En esas palabras la fórmula con Kyrios alcanza ahora todo su sentido (cf. la paralela confesión de Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!», Jn 20,28). Y al mismo tiempo se postra ante Jesús. Cumple el rito de la proskynesis, lo cual significa que reconoce en Jesús el lugar de la presencia de Dios. Y así el relato alcanza su verdadero objetivo.
Como revelador de Dios, Jesús es personalmente «la luz del mundo». Pero esa luz introduce también la crisis en forma de división entre ciegos y videntes. El proceso divisorio está formulado de un modo paradójico, como un cambio de la situación existente. Están los ciegos, es decir, aquellos que están en la desgracia y tienen conciencia de la misma, de tal forma que no se atribuyen la visión, y que van a convertirse en videntes. Y, a la inversa, están los «videntes», o lo que es lo mismo, los que alardean de ver, y que por ello piensan que no necesitan curación: se trocarán en ciegos. En esta afirmación resuena también una vez más el motivo del endurecimiento u obstinación.
Algunos de los fariseos, que oyen la afirmación de Jesús, se sienten aludidos por tales palabras: ¿Acaso piensa que también ellos son ciegos? (v. 40). La respuesta de Jesús (v. 41) asegura que no son precisamente ciegos, sino «videntes»; gentes que saben muy bien de qué se trata y que realmente han visto algo en la actividad de Jesús, como se demuestra en la curación del ciego. Por tanto, su no ver no es algo ajeno a cualquier prejuicio, sino más bien un consciente e intencionado no querer ver, con lo que se sitúan del lado de la incredulidad y se hacen culpables. Si realmente hubieran sido ciegos, no habrían tenido pecado, ni culpa alguna, delante de Dios. Su pecado es la incredulidad por la que rechazan el reconocimiento del enviado de Dios. Además se tienen a sí mismos por videntes, por lo cual también les falta el recto deseo de la salvación. De ahí que su culpa persista, y desde luego tanto como persista su incredulidad.

 
 
 

sábado, 29 de marzo de 2014


“La seguridad está en el Señor y no en nuestra justicia”. Por Iván Muvdi. Día 25 en travesía por el desierto cuaresmal.

Lectura de la profecía de Oseas (6,1-6):

Vamos a volver al Señor: él, que nos despedazó, nos sanará; él, que nos hirió, nos vendará. En dos días nos sanará; al tercero nos resucitará; y viviremos delante de él. Esforcémonos por conocer al Señor: su amanecer es como la aurora, y su sentencia surge como la luz. Bajará sobre nosotros como lluvia temprana, como lluvia tardía que empapa la tierra. «¿Qué haré de ti, Efraín? ¿Qué haré de ti, Judá? Vuestra piedad es como nube mañanera, como rocío de madrugada que se evapora. Por eso os herí por medio de los profetas, os condené con la palabra de mi boca. Quiero misericordia, y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos.» Palabra de Dios.
 
Salmo Responsorial:
 
R/. Quiero misericordia, y no sacrificios

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito, limpia mi pecado.
R/.

Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias.
R/.

Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos.
R/.
 
Lectura del santo evangelio según san Lucas (18,9-14):

En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: "¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo." El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador." Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.» Palabra del Señor.
En la primera lectura de hoy, tomada del Profeta Oseas, en primer lugar se nos exhorta a regresar al Señor. El regreso implica estar lejos. Días atrás, en alguna de nuestras reflexiones había comentado que en principio, la batalla entre el bien y el mal en la que participamos nosotros, se libra en nuestra mente. De allí, pasa a la acción y que en este sentido yo entendía la exhortación de San Pablo en su Carta a los Romanos: “Cambien su manera de pensar, para que cambie su manera de vivir”. Por tal motivo, el “irnos de Dios” comienza con una idea, pasa a un sentimiento y termina en una acción concreta. La parábola del Hijo Pródigo nos muestra, a mi modo de ver, claramente este aspecto: “dame la parte de la herencia que me corresponde”. Sin esperar a que el Padre muera, el hijo reclama la herencia, “sus bienes”, para irse lejos, sencillamente porque cree que lejos de su padre y de su casa, será más feliz. De igual modo, nosotros, que hemos sido enriquecidos con toda clase de dones y carismas, podemos llegar a pensar que vivir sin los mandamientos o que quebrantar alguno de ellos en una situación concreta, nos hará más felices. Por allí comienza nuestra desgracia; nunca es mejor algo que no nos ofrezca Dios. Volver al Señor es mantenernos firmes en la convicción de que sólo en Él se halla nuestra salud y remedio, nuestra eterna felicidad. Volver a Él significa hacer una elección radical, mantenerla hasta el último de nuestros días y vivir conforme a ella. Si no lo hacemos así, creerlo y aceptarlo en la mente, pasarlo al sentimiento que se traduce en el deseo de devolver amor a Aquel que desde el principio nos ha amado con amor eterno y hacer vida esa convicción, caeríamos en la tragedia del hijo pródigo que dilapida sus bienes hasta denigrarse por completo, lo cual, la parábola refleja en el hecho de que vivía en harapos, con un hambre tal que deseaba comer la comida de los cerdos entre los cuales vivía (el cerdo representa la impureza).
El profeta nos hace entrever la pascua de Cristo que es herido por nuestros pecados, pero que resucita al tercer día. En Dios, sólo hay victoria, sólo debemos ser fieles.
Dios reclama que nuestra fe no sea tipo alkaseltzer, es decir, que sea sólo de un momento de efervescencia y que luego, al final, las cosas vuelvan al estado anterior.
Por último, Dios nos reclama que le conozcamos, recuerdo el salmo que dice “no dije a la estirpe de Jacob, buscadme en el vacío”. De hecho es así, aún siendo nuestro Dios y como tal incomprensible e inaccesible, Él mismo se ha dado a la tarea de que, en la medida de nuestra capacidad le conozcamos. ¿Cómo puede haber un hijo que no conozca a su padre? ¿Qué no le interese conocerle? En Cristo Jesús, en sus enseñanzas, se refleja auténticamente quién es el Padre.
El Salmo responsorial nos recuerda que antes que sacrificios, Dios quiere misericordia. El contexto de sacrificio comprende el ofrecimiento de machos cabríos sobre un altar de piedra. En Israel, llegó el momento en que esto pasó a ser algo puramente externo. En nuestro caso, el sacrificio que nosotros ofrecemos es la misa y para ella también aplica lo que dijo Jesús: “si al presentar tu ofrenda te acuerdas que tienes algo en contra de tu hermano, deja t ofrenda y reconcíliate con tu hermano y luego sí, presenta tu ofrenda al Señor”. Lamentablemente considero que en muchos casos, asistimos a Misa pero no participamos de ella. Quien participa en Misa, no puede volver a ser el mismo, la gracia de Dios transforma y más aún, la presencia viva de Jesús eucarístico nos moldea para la eternidad, y en este sentido, Él que es misericordioso, nos concede la gracia de ser misericordiosos, en cuanto a perdonar, en cuanto a descubrir su presencia en el prójimo, especialmente en aquellos que no tienen nada.
El Santo Evangelio nos trae hoy la parábola del Fariseo y el Publicano. El fariseo representa el estricto cumplimiento de la ley, el escrupuloso cumplimiento de los ritos de purificación; por el contrario, el publicano representa al pecador a aquel que según los maestros de esos tiempos se condenarían sin remedio porque ni siquiera sabían qué tenían que hacer para salvarse. El uno en apariencia perfecto, el otro, sin duda un pecador.
Ante los hombre quizás sea posible mostrar una imagen que nos somos, pero, frente a Dios, es imposible engañarle. El amor de Dios es infinito y por ello, escucha a todos sus hijos, sean fariseos o publicanos; sin embargo la actitud a la hora de servirle, lo que le decimos y lo que hacemos debe ser coherente. El fariseo relativizó su fe al cumplimiento “externo de unos ritos” y al cumplirlos cabalmente cayó en la presunción de creerse mejor que los demás y eso se refleja incluso en su oración. Agradece a Dios no ser un pecador, no ser como aquel que tiene a su lado. El publicano es consciente de su miseria, de su precariedad, de su necesidad de Dios, de su amor y de su perdón; es humilde pues se sabe indigno siquiera de elevar sus ojos hasta Dios. “oh Dios, ten compasión de mí que soy un pecador”. No ha existido un solo santo que se sienta como tal, entre más santos, más pecadores se sienten. Cualquiera que haya logrado tal virtud, tiene bien claro que “bueno, solamente hay uno, y es Dios”. Por ejemplo, decía un santo: “mío, son sólo mis pecados. Lo demás es de Dios”. San Agustín dijo: “que te conozca, Señor y que me conozca”; es eso lo que deseo para ustedes hoy, mis queridos hermanos; que allá en tu interior, medites en aquello que se inscribió en el oráculo de Delfos en la antigua Grecia: “conócete a ti mismo”; ¿quién eres?, sólo soy un pecador y desde esta perspectiva sabrás qué necesitas y qué debes hacer para alcanzarlo. Como escribía Fray Luis de Granada, una obra inacabada, bajo el supuesto de que pueda tener consciencia de ello y capacidad para actuar, ¿acaso no iría donde el artista buscando que éste le acabara? Como quien dice, “aquí me dieron lo tengo y aquí me darán lo que me falta”.
Quedaos con Dios!
 


viernes, 28 de marzo de 2014


“El Señor es uno. Ojalá escuchéis hoy su voz”. Por Iván Muvdi. Día 24 en travesía por el desierto cuaresmal.


Lectura de la profecía de Oseas (14,2-10):


Así dice el Señor: «Israel, conviértete al Señor Dios tuyo, porque tropezaste por tu pecado. Preparad vuestro discurso, volved al Señor y decidle: "Perdona del todo la iniquidad, recibe benévolo el sacrificio de nuestros labios. No nos salvará Asiria, no montaremos a caballo, no volveremos a llamar Dios a la obra de nuestras manos. En ti encuentra piedad el huérfano." Yo curaré sus extravíos, los amaré sin que lo merezcan, mi cólera se apartará de ellos. Seré para Israel como rocío, florecerá como azucena, arraigará como el Líbano. Brotarán sus vástagos, será su esplendor como un olivo, su aroma como el Líbano. Vuelven a descansar a su sombra: harán brotar el trigo, florecerán como la viña; será su fama como la del vino del Líbano. Efraín, ¿qué te importan los ídolos? Yo le respondo y le miro: yo soy como un ciprés frondoso: de mí proceden tus frutos. ¿Quién es el sabio que lo comprenda, el prudente que lo entienda? Rectos son los caminos del Señor: los justos andan por ellos, los pecadores tropiezan en ellos.» Palabra de Dios.

 

Salmo Responsorial:

 

R/. Yo soy el Señor, Dios tuyo: escucha mi voz

Oigo un lenguaje desconocido:
«Retiré sus hombros de la carga,
y sus manos dejaron la espuerta.
Clamaste en la aflicción, y te libré.
R/.

Te respondí oculto entre los truenos,
te puse a prueba junto a la fuente de Meribá.
Escucha, pueblo mío, doy testimonio contra ti;
¡ojalá me escuchases, Israel!
R/.

No tendrás un dios extraño,
no adorarás un dios extranjero;
yo soy el Señor, Dios tuyo,
que te saqué del país de Egipto.
R/.

¡Ojalá me escuchase mi pueblo
y caminase Israel por mi camino!:
te alimentaría con flor de harina,
te saciaría con miel silvestre.»
R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Marcos (12,28b-34):

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?»
Respondió Jesús: «El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser." El segundo es éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." No hay mandamiento mayor que éstos.»

El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.»
Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios.»

Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas. Palabra del Señor.

 
En la primera lectura, tomada de la profecía de Oseas, el Señor nos llama a la conversión, es precisamente a través de este profeta que Dios nos dice: (refiriéndose al pueblo de Israel, hoy la Iglesia) “La llevaré al desierto y le hablaré al corazón”. Es precisamente eso lo que Dios intenta hacer con cada uno de nosotros en esta cuaresma; y digo intenta, porque el ir o no al desierto con Él, depende de nosotros, es decir, si esta es una cuaresma definitiva o es otra más que transcurre por nuestras vidas sin pena, ni gloria porque la dejamos pasar sin hacer siquiera el esfuerzo de aprovechar la santa gracia que a través de ella se nos otorga.

Llama la atención que Dios diga “preparad vuestro discurso” y más aún que Él mismo nos diga lo que debemos decirle. Todo esto es muestra de que ante el mínimo intento de pedir perdón y de perseverar en el bien, Dios está dispuesto a perdonarnos envolviéndonos con su amor y misericordia y concedernos su gracia para que abandonemos el camino del pecado y recorramos el de la santidad. “Yo curaré sus extravíos, los amaré sin que lo merezcan”.

El pecado, que es negación al amor de Dios, que es abuso de nuestra libertad, puede llevarnos, en nuestro interior,  a una aridez más seca, más cruel que la de los desiertos que conocemos, incluso, no sólo en nuestro interior, sino que también afecta toda la realidad que nos rodea. El Señor no se goza con la destrucción del pecador, aunque detesta el pecado, ama profundamente al pecador. Por eso, por muy extensos o profundos que puedan llegar a ser nuestros desiertos, nuestro Dios está allí, descendiendo sobre nosotros, sobre nuestra historia como el rocío de la mañana que aunque casi imperceptible, es capaz de empaparlo todo y ello para no violentarnos más que con su amor, porque cuando decidamos abrirle nuestro corazón, su acción será como la más fuerte inundación: “Seré para Israel como rocío, florecerá como azucena”.

Terminaré con dos ideas dadas por el mismo Dios, a saber: ¿qué te importan los ídolos? Cualquier persona o cosa a la cual entreguemos el corazón y ello nos desvía del amor, la honra y la adoración que sólo le es debida a Dios, es idolatría. Es posible que todos tengamos ídolos y es por ello que seriamente debemos analizar nuestra conciencia y nuestra vida para detectar qué nos aparta de Dios, qué nos impide pertenecerle completamente y desde ese punto de vista desenmascaremos a nuestros ídolos. Nuestro Dios es un Dios celoso que no comparte nuestro corazón con los ídolos.

La segunda idea es “de Mí proceden tus frutos”; no sé por qué somos tan testarudos de pensar y de actuar como si todo dependiera exclusivamente de nosotros; nuestros triunfos son méritos personales, y nuestros males, son consecuencia de un castigo divino. “Sin Mí nada podéis hacer, nos dirá Jesús” y ya en el Antiguo Testamento cantará el salmista “si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles”, “Si el Señor no vigila la ciudad, de nada sirven los centinelas”, que el Señor nos conceda la gracia de entenderlo y de vivirlo para que, como en la profecía de Oseas, podamos nuevamente buscar nuestro refugio bajo su sombra.

El salmista recoge en su cántico una queja del Señor, Dios nuestro: “Yo Soy el Señor, tu Dios, escucha mi voz”. He mencionado varias veces a lo largo de las reflexiones que hemos hecho en esta cuaresma, que no sólo Dios habla; habla la serpiente que odia a Dios y envidia  a los hombres y lo hace a través del mundo y de la carne; siempre con  la intención de convencernos de que los mandamientos acaban con nuestra libertad y nos esclavizan; él es la indulgencia porque para él no existe el pecado; Dios es un mentiroso, que vive lejos de nosotros y que no le importa nuestro sufrimiento, que es egoísta, etc. Ante tantas voces que hoy nos hablan y que nos hacen creer que valemos por lo que tenemos y no por lo que somos; que pretenden que vivamos la vida lejos del compromiso y que nos engaña convenciéndonos de que es mucho el tiempo que aquí tenemos, Dios nos centra y nos dice que fuimos creados por Él y para Él, que nuestra verdadera y eterna felicidad está en Él y que nuestro tiempo en este mundo se irá en un abrir y cerrar de ojos y por ende hay que aprovecharlo al máximo. Pidamos a Dios el don de discernimiento para estar siempre prestos a distinguir su voz de entre todos los que nos hablan, el don de sabiduría para elegir lo correcto en el momento indicado y el don de la perseverancia final para nunca perder nuestras conquistas espirituales.

Por último, en el Evangelio, se pregunta y se responde ¿cuál es el mandamiento más importante? Jesús, inicia su respuesta con el  “shemá”, que significa, “escucha Israel”. Lo hemos escuchado tantas veces y aún no lo tenemos claro, aún no lo hacemos vida, después de milenios de cristianismo. Escucha corazón mío, escucha la voz de tu Dios, qué sentido tiene que latas, si por Él no lates; por qué olvidas con facilidad que sólo Él te sobrepasa; tú no duermes, ni descansas, para ayudar al hombre a velar en el amor a Dios y a su prójimo. Ayúdame, corazón mío, a vivir para Dios y mis hermanos; late unísono con aquel que desde el cielo descendió a lo más bajo del barro asumiendo nuestra naturaleza pecadora para llevarnos a lo más alto del cielo. ¿Cómo pagar este favor? Jamás la paga será mayor que la deuda, pero la intención de amar profundamente, hace que quien es objeto de ese amor y que está por encima de nosotros, supla con su misericordia lo que en nosotros es falencia. Oh corazón mí, ábrete al amor y la acción de Dios, para que reproduzcas el eco de sus latidos y sea Él quien ama y quien sostiene cuando te vuelcas a tu hermano. Tuyo soy, Señor, y tuyo quiero ser. “Inquieto e intranquilo está mi corazón hasta que no descanse en Ti, Dios mío”.

 

jueves, 27 de marzo de 2014


“El que no está conmigo, está contra Mí, y el que no recoge conmigo, desparrama”. Por Iván Muvdi. Día 23 en travesía por el desierto cuaresmal.


Lectura del libro de Jeremías (7,23-28):


Así dice el Señor: «Ésta fue la orden que di a vuestros padres: "Escuchad mi voz. Yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo; caminad por el camino que os mando, para que os vaya bien." Pero no escucharon ni prestaron oído, caminaban según sus ideas, según la maldad de su corazón obstinado, me daban la espalda y no la frente. Desde que salieron vuestros padres de Egipto hasta hoy les envié a mis siervos, los profetas, un día y otro día; pero no me escucharon ni prestaron oído: endurecieron la cerviz, fueron peores que sus padres. Ya puedes repetirles este discurso, que no te escucharán; ya puedes gritarles, que no te responderán. Les dirás. "Aquí está la gente que no escuchó la voz del Señor, su Dios, y no quiso escarmentar. La sinceridad se ha perdido, se la han arrancado de la boca."» Palabra de Dios.

 

Salmo Responsorial:

 

R/. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:
«No endurezcáis vuestro corazón»


Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
R/.

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía.
R/.

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masa en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras.»
R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (11,14-23):


En aquel tiempo, Jesús estaba echando un demonio que era mudo y, apenas salió el demonio, habló el mudo. La multitud se quedó admirada, pero algunos de ellos dijeron: «Si echa los demonios es por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios.» Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo en el cielo.

Él, leyendo sus pensamientos, les dijo: «Todo reino en guerra civil va a la ruina y se derrumba casa tras casa. Si también Satanás está en guerra civil, ¿cómo mantendrá su reino? Vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belzebú; y, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros. Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros. Pero, si otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte el botín. El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama.» Palabra del Señor.

 

En la primera lectura de hoy, el Profeta Jeremías recuerda de parte de Dios al pueblo de Israel la Alianza que hicieron con Él en las faldas del Monte Sinaí: Así dice el Señor: «Ésta fue la orden que di a vuestros padres: "Escuchad mi voz. Yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo; caminad por el camino que os mando, para que os vaya bien."

Desde que abre nuestra historia con Dios en el Génesis, queda claro que desde el principio, nuestro oído interior, está expuesto a escuchar la Palabra de Dios, o también, dejarse seducir por aquella voz llena de resentimiento y odio contra Dios, envidiosa del hombre a quien Dios ama y deseosa de separar a la creatura del Creador.

La fidelidad a la alianza, nos llevará a abrir nuestro corazón a la gracia y con esa fuerza que Dios nos da para ser santos, podremos resistirnos a las seducciones del maligno, porque el Señor, reforzará nuestros muros y los cerrojos de nuestras puertas.

Continúa el profeta expresando el reclamo de Dios, que pese a haberlo dado todo, recibe a cambio indiferencia y maldad, “me daban la espalda y no la frente”, “seguían su corazón obstinado y no mi voz”.

Por último, el Señor recuerda que ha enviado a lo largo de toda la historia de Israel, a los profetas, para que recordaran constantemente al pueblo la Alianza que habían establecido con Dios, pero a ellos también los rechazaron e incluso los asesinaron.

El salmo que se nos presenta es nuevamente el 94, “ojalá escuchemos hoy la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón”. Fíjense que el asunto se deja a nuestro arbitrio, “ojalá”. Se nos presenta no como una imposición de parte de Dios, sino como una nueva oportunidad de conversión, otra más, que muchos acogerán o rechazarán, hasta que llegue el día en que no habrá otra y lamentaremos haber rechazado tantas invitaciones a gozar del amor de Dios.

En el evangelio de hoy, Jesús presenta la vida cristiana como un combate. «¡El que no está conmigo, está contra mi!». A menudo, por desgracia, somos cristianos «a medias», en una gran mezcolanza de actitudes positivas y negativas. Esto lo reprochaba ya Jeremías a los fieles de su época. “San Pablo nos dirá: pelea el buen combate”, pero para ello es necesario acudir a la oración diaria, que no es una fórmula mecánica, sino hablar con Dios; la lectura de la Palabra de Dios que nos fortalece e ilumina, los sacramentos por medio de los cuales nos asiste la gracia de Dios (confesión y comunión), la práctica constante de las obras de misericordia.

Jesús, aprovecha la crítica de algunos judíos para hablar de un tema importante.  Todo reino dividido contra sí mismo quedará desolado.  Este pensamiento profético puede aplicarse también a la falta de unidad entre los cristianos. Dios une, el demonio divide. Los que son de Dios procuran la unidad, los que no sirven a Dios, buscan procurar la desunión, la discordia, un ambiente propicio para la oscuridad.

Frente a esta lucha espiritual, en la que queramos o no, con nuestra manera de vivir todos los días tomamos partidos, procuremos pelear el buen combate, ya que de ello dependerá nuestra felicidad eterna. “No olvidéis que tenéis un alma que salvar”; y tampoco olviden que tenemos dos brazos, dos piernas, dos ojos, dos oídos, etc; de modo que si perdemos uno de esos miembros o sentidos, aún nos queda el otro para remediarnos; PERO ALMA NO TENEMOS SINO UNA y si la perdemos, no habrá nada que hacer. Quedaos con Dios!


miércoles, 26 de marzo de 2014


“Muestra con tu conducta que llevas la ley escrita en tu corazón”. Por Iván Muvdi. Día 22 en travesía por el desierto cuaresmal.




Lectura del libro del Deuteronomio (4,1.5-9):


Moisés habló al pueblo, diciendo: «Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os mando cumplir. Así viviréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar. Mirad, yo os enseño los mandatos y decretos que me mandó el Señor, mi Dios, para que los cumpláis en la tierra donde vais a entrar para tomar posesión de ella. Ponedlos por obra, que ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos que, cuando tengan noticia de todos ellos, dirán: "Cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente." Y, en efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor Dios de nosotros, siempre que lo invocamos? Y, ¿cuál es la gran nación, cuyos mandatos y decretos sean tan justos como toda esta ley que hoy os doy? Pero, cuidado, guárdate muy bien de olvidar los sucesos que vieron tus ojos, que no se aparten de tu memoria mientras vivas; cuéntaselos a tus hijos y nietos.» Palabra de Dios.

 

Salmo Responsorial:

 

R/. Glorifica al Señor, Jerusalén

Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti.
R/.

Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz;
manda la nieve como lana,
esparce la escarcha como ceniza.
R/.

Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos.
R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,17-19):


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.» Palabra del Señor.

 

En la primera lectura, se nos narra el momento en que Moisés presenta al pueblo los mandamientos que éste recibió de Dios cuyo cumplimiento será el signo de haber aceptado la alianza con el Señor, sellada en el monte Sinaí.

“Shemá Israel”, escucha Israel: muchos santos han dicho que la fe empieza por el oído. En esta lectura se recalca el hecho de que Dios se dirige a su pueblo como si hablara a una persona en concreto. Ciertamente, el Señor nos ama a todos con un amor personal y no como si para Él nos perdiéramos en una gran masa de personas. A cada uno nos llama por el nombre y de cada uno espera el que no nos perdamos, que nos convirtamos y vivamos gozando de su presencia eternamente en el cielo; esta es nuestra patria definitiva, para ello fuimos creados.

Al igual que con Israel, Dios hoy nos dice al oído, si quieres entrar a la “tierra prometida”, no olvides cumplir los mandamientos, no en un sentido puramente legalista que degenera en prácticas externas que no hayan sentido en el corazón (caso de los fariseos y saduceos), sino como una manera de espiritualidad, como signo de querer estar permanentemente unidos a nuestro Señor, como muestra de amor a Aquel que sabemos que nos ama.

Recalcará Moisés, de parte de Dios, que poner por obra los mandamientos es muestra de sabiduría e inteligencia. Como creo que ya mencioné en reflexiones anteriores, les recuerdo que sabiduría proviene del vocablo sapere que a su vez indica sabor, saborear. “Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso quien se acoge a Él”. Cuando tenemos presente los mandamientos en nuestro corazón, enmarcados en el amor recíproco que recibimos de Dios y que damos a Dios, ellos no son una carga, por el contrario, entre más nos esforzamos por cumplirlos, más cerca nos sentimos de Dios, más felices de saber a Dios complacido y comprendemos que la sabiduría no es un cúmulo de conocimientos, sino el mismo Dios y Señor nuestro: Cristo es la sabiduría encarnada y al comprometernos con un proceso serio de conversión, no lo olvidemos, la Santísima Trinidad vendrá a hacer morada en nosotros.

Por su parte, inteligencia, proviene del latín intus legere, o sea, leer por dentro. Con ello, tratamos de buscar la riqueza interior, el sentido que evitará que las cosas se conviertan en asuntos mecánicos y formalismos externos.

Moisés dirá que Israel será reconocido por los demás como una nación sabia e inteligente. Realmente, mis queridos hermanos, quizás hoy no tengamos dicho elogio; por el contrario, entre más te esfuerces por ser fiel a tu Dios, más ataques recibirás del mundo que te tendrá por tonto, por reprimido (al no “gozar” de todas las cosas que te ofrece el mundo, como el libertinaje sexual, el hedonismo, el consumismo, etc), por loco y te verán como una amenaza al no consentir ver como algo normal y permitido conductas o comportamientos ofensivos a la moral, tales como matrimonio entre homosexuales, aborto, eutanasia, etc. Ante esto, a pesar de lo doloroso que pueda ser, tenemos que tener claro que si el mundo nos rechaza por esto, vamos por buen camino. Todos los profetas de Dios, sin excepción, fueron rechazados e incluso asesinados, pues en ninguna época el mundo ha soportado que alguien les diga lo que ellos “no quieren escuchar,” el verdadero profeta actúa como la voz de la conciencia del pueblo, como la voz de Dios que mantiene vivo y actual su mensaje. El profeta anuncia la Palabra de Dios y denuncia todo aquello que va contra ella.

En el salmo responsorial, dirá el cantor, “glorifica al Señor Jerusalén” y destaca con ello el hecho de que Israel tiene el privilegio de saber qué le agrada a Dios y qué le desagrada (con ninguna nación obró así, dirá el salmista), es decir, la Ley nos ubica con certeza en el camino por el cual podemos llegar a recibir todas las bendiciones de Dios; Cristo, plenitud de la ley, es el camino. Llama mi atención en este salmo, teniendo en cuenta lo que hemos reflexionado hasta el momento, la frase: “porque ha reforzado los cerrojos de tus puertas y ha bendecido a tus hijos dentro de ti”. Como seguramente saben, en la antigüedad, las ciudades principales o que por ubicación geográfica representaban una parte crucial o neurálgica para un país en sentido estratégico y militar, eran reforzadas con muros de piedras grandes (murallas), con garitas para los centinelas y para acceder a ellas, con inmensas puertas pesadas, normalmente, de metal.

Quiero, mi querido hermano (a) que entiendas que Jerusalén, “la ciudad de Dios”, es símbolo de la Iglesia, pueblo de Dios del que, por el bautismo, tú haces parte, por ende, todo bautizado es Jerusalén. Cuando las ciudades fortificadas eran atacadas, lo que se hacía era, (si se contaba con dichas armas) lanzar con catapultas grandes rocas contra un mismo sitio del muro, hasta hacerlo caer, o además de lo anterior, golpear las puertas de la ciudad con grandes arietes o maderos impulsados por muchos hombres.

Si tú y yo somos Jerusalén, entenderás que nuestros enemigos, esos que quieren ver caer nuestros muros, son las raíces de nuestros pecados, es decir, todo aquello que busca desmotivarnos en nuestra empresa de ser fieles a Dios: la maledicencia contra la Iglesia, contra sus ministros, el mal ejemplo que vemos en algunos ministros, los escándalos, nuestra apatía, nuestro desinterés, el estar ocupados para Dios, nuestra falta de humildad, de compromiso, etc. Dios nos está diciendo que si somos fieles a Él, nuestros muros, nuestras puertas, nuestros cerrojos serán reforzados y así, por mucho que lo intenten, en Él seremos fuertes y resistentes a cualquier ataque.

Qué actual el mensaje del Evangelio, por ejemplo, muchos esperan que el nuevo Papa cambie la posición de la Iglesia, obviando lo que plantea la Escritura con relación a matrimonio entre homosexuales, contracepción, eutanasia, aborto, divorcio, experimentación genética con humanos, entre otros. El mundo, o mejor dicho, el hombre de todos los tiempos no ha sido muy distinto. Todo se reduce a una lucha entre  lo que quiere Dios y lo que queremos nosotros con el agravante de pretender que sea Dios quien se amolde a nosotros; según muchos, es Él y su Iglesia la que debe “evolucionar”.

El verdadero creyente muestra en su conducta que la ley de Dios no es una norma muerta, sino que la lleva estampada en su corazón para hacerla vida. Juan Pablo II nos enseñó que, en estos últimos tiempos, lo que más se necesita son mártires con el testimonio. Personas valientes que pese a la oscuridad que impera se esfuerzan por ser sal y luz para este mundo enfermo de odio, de materialismo consumista, entre otros.

Ningún mandamiento, por pequeño que sea, es insignificante o pequeño, todos merecen nuestra atención y esfuerzo, así que por ello, quisiera cerrar repitiendo la frase de algunos santos: “el que obedece, no se equivoca”. Quedaos con Dios!