Domingo I de
Adviento: “La Vigilancia”.
“Al
final de los días estará firme el monte de la casa del Señor en la cima de los
montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán los gentiles,
caminarán pueblos numerosos”. Esto nos dice el profeta Isaías en la primera
lectura de la liturgia de hoy. Al igual que lo hemos venido reflexionando a lo
largo de esta última semana, hoy nuevamente se nos coloca en frente la
esperanza como remedio a todo lo negativo que nos rodea. Al final Dios vencerá.
Sabemos que si no lo ha hecho aún se debe a que el tiempo que transcurre es una
oportunidad para quienes aún no viven un proceso serio de conversión, ya que,
una vez se cumpla la parusía, o antes de ella, nos sorprenda la muerte, no habrá
nada que hacer; nuestro tiempo es ahora y por eso, como lo hicieron los santos,
hay que vivir cada día como si fuera el último. “Tú desprecias la inagotable bondad,
tolerancia y paciencia de Dios, sin darte cuenta de que es precisamente su
bondad la que te está llevando a convertirte a Él”. (Ro 2, 4).
Desde
esta perspectiva podemos comprender mejor la segunda lectura que nos trae la
Carta de San Pablo a los Romanos en la que nos invita a “despertarnos del sueño”.
Antes de finalizar nuestra reflexión puntualicemos el mensaje en conjunto.
· En la Primera Lectura se nos presenta el Monte de Jerusalén como
una roca firme. Es decir, no temamos en apostarlo todo en Dios pues Él permanecerá
firme, incluso después del final.
· Por lo anterior el salmo no muestra a los peregrinos que se
dirigen hacia Jerusalén llenos de la alegría de haber sido invitados.
· En la segunda lectura, se nos invita a despertar del sueño,
porque este nos somete a un estado en el que no podemos ser fieles a Dios.
· El evangelio nos presenta el antónimo de la situación del sueño;
estar despiertos, lo cual equivale a vigilar y para ello nos da un muy buen
ejemplo: si te avisaran que un ladrón entrará a tu casa y te dicen a qué hora y
de qué forma, ¿qué harías? ¿harías caso omiso y permanecerías durmiendo como de
costumbre? No lo creo. Entonces la pregunta es ¿qué representa el sueño? El
mismo San Pablo nos lo dice: “dejemos las actividades de las tinieblas y
pertrechémonos con las armas de la luz.
Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas
ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias.
Vestíos del Señor Jesucristo”.
El sueño es vivir de espaldas a Dios, es olvidarnos que tenemos
un alma que salvar, que recibiremos el pago conforme a nuestras obras, que no
podemos olvidar que la paga del pecado siempre ha sido y será la muerte. Es por
eso que Jesús dirá en el evangelio que «Cuando venga el Hijo del hombre, pasará
como en tiempo de Noé. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba,
hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el
diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el
Hijo del hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro
lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán”.
Siempre, mis queridos hermanos, dos bandos; no se puede permanecer neutral; o
con Dios o en su contra; o escuchamos su voz o la de la serpiente.
Señor, tú
conoces mi corazón. Sabes que deseo con toda mi alma servirte con fidelidad y
sin reservas. Pero, ¿cuántas veces tiendo a adormecerme? ¿Cuántas veces he
sentido desfallecer? ¿Cuántas veces he sentido que no me quedan fuerzas,
olvidando que ella no depende de mis músculos, sino de los tuyos?
El
Espíritu está pronto, pero la carne es débil (Mt 26,41). Ayúdame, Señor, a ser
señor de mi voluntad para luego colocarla a tus pies y seas Tú el Señor de mi
vida, de mi historia, para que también en mí haya parte de victoria. Tuyo soy,
Señor; y tuyo quiero ser! Amén.
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