viernes, 15 de noviembre de 2013



“La Conversión: camino al cielo” (Por Iván Muvdi).





Como seguramente saben, la palabra conversión aparece en el Nuevo Testamento como Metanoia” (gr.) lo cual indica un cambio profundo que compromete a toda la persona. San Pablo en la Carta a los Romanos nos dirá “No vivan ya según los criterios del tiempo presente, cambien su manera de pensar, para que así también cambie su manera de vivir y lleguen a conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que es grato, lo que es perfecto” (Ro 12, 2).

 

Pero creo que para poder llegar a este compromiso tan serio es necesario entender dos cosas:

 

1. Fuimos creados por Dios y para Dios. Le pertenecemos y sólo nos realizaremos profundamente junto a Él y no lejos de Él. “La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre con amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador”. (GS 19,1).

2. En el plan inicial de Dios, no había lugar para el sufrimiento, el dolor, la injusticia, la maldad, la muerte. Fuimos creados en un estado de “justicia original” y colocados en medio de una creación armoniosa y no hostil. Todo esto cambia cuando el hombre abusando de su libertad elige hacer uso de sus capacidades y potencias para transgredir la voluntad de Dios y con esa acción toda la realidad ofrecida por Dios cambió. Dios quiere nuestra felicidad, nuestra realización, pero incluso Él respeta la libertad que nos dio y no nos obliga a acogerlo ni a abrazar su voluntad a la fuerza. Por eso, no hay un camino diferente a la conversión que ser conscientes de lo que es el pecado en realidad, lo que le hace a nuestra alma. Basta con mirar a Cristo, Ecce Homo dijo Pilato a la nación judía, miren al hombre y según la Escritura, Jesús estaba completamente desgarrado por los golpes y los azotes y si eso no basta contemplémosle entonces colgado en el madero junto a criminales, en agonía intensa, desnudo, humillado y luchando contra la asfixia. Ese es el verdadero rostro del pecado.

 

En la imagen que aparece ilustrando este escrito (La Trinidad Misericordiosa, Caritas Müller), si la observan bien, en el centro aparece el hombre, pero es una figura amorfa. Eso es lo que nos hace el pecado; sin embargo, la respuesta de Dios ante esa realidad espantosa es la de salvarnos, no la de expulsarnos del paraíso como muchos piensan, eso es sencillamente la consecuencia de nuestros actos; la verdadera respuesta de Dios fue enviarnos a su Hijo, para que, hecho hombre igual que nosotros se entregara en obediencia, libertad y con profundo amor a la muerte. Si observan nuevamente la imagen, detallarán que con actitud de esclavo aparece el Hijo de Dios  a los pies del hombre; Él perderá su apariencia de hombre, se convertirá en un varón de dolores, para restablecer la imagen deformada por la maldad y revestirnos de incorruptibilidad. Él muere desnudo para vestirnos de su santidad. Ya en la escritura con frecuencia se hace alusión a la desnudez como expresión del pecado (Adán y Eva se escondieron de Dios porque estaban “desnudos”) y del vestido de fiesta como expresión de la santidad (Cuando el rey entró a ver a los invitados, se fijó en un hombre que no iba vestido con traje de boda. Le dijo: “amigo, ¿cómo has entrado aquí, si no traes traje e bodas? Pero el otro se quedó callado. Entonces el Rey dijo a los que atendían las mesas: átenlo de pies y manos y échenlo a la oscuridad de afuera” Mt22, 11-14).

 
¿Qué es el pecado?

Es un acto o un deseo:

1. Contrario a la ley eterna.

2. Contrario a la ley moral natural.

3. Contrario a la verdad, la razón y la conciencia recta.

4. Contrario al amor de Dios y al amor que debemos dar a nuestros hermanos.

5. Hiere la naturaleza del hombre.

6. Atenta contra la solidaridad humana.

7. Es un abuso de nuestra libertad.

8. Es una rebelión contra Dios al pretender hacernos como dioses determinando por nuestra cuenta qué es bueno y qué es malo.

9. Destruye la caridad en el corazón del hombre.

10.  Destruye la relación de amistad con Dios.

11.  Nos priva de la gracia santificante.

12.  Engendra vicios por la repetición de actos.

13.  Corrompe la valoración concreta del bien y del mal.

14.  Si no nos arrepentimos de ellos, nos excluyen de la comunión con Dios y por ende nos conduce a la condenación eterna. 

¿Qué es la conversión?
 

Es un proceso de cambio, de transformación profunda que vive el hombre que vive de Cristo, que está abierto a la gracia y asistido por ella, con el objeto de que se obre en él la gracia de la justificación y santificación acogiendo el llamado universal a la santidad hecho por Dios. “Con Cristo he sido crucificado y ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí”. (Gal 2,20).

 Este proceso solo acaba el día de nuestra muerte.

Nos sirve para ser santos. Para vivir según el espíritu, para despojarnos del hombre viejo y revestirnos del hombre nuevo. Para poder gozar de Dios en el cielo.

 ¿Cómo se adelanta un proceso serio de conversión?

 
1.   Tener conciencia de que sólo en Dios hallaremos la fuerza y por ello es menester:

·      Oración constante.

·      Recepción frecuente de la Eucaristía.

·      Adoración eucarística.

·      Lectura asidua de la Palabra de Dios, orar con ella y esforzarnos por llevarla a la práctica.

·      Confesión frecuente. (Yo recomiendo una vez al mes).

·      Hacer penitencia con frecuencia. El ayuno nos ayuda a fortalecer la voluntad.

 
2.   Dios debe ser nuestro amor primero.

3.   No perder de vista lo que hace el pecado para de allí sacar la convicción para combatirlo y evitarlo. Hay que analizarnos y descubrir cuáles son nuestros pecados dominantes y cuáles son las situaciones, personas o cosas que sirven de raíz a los mismos.

El pecado:

·      Hacen al alma enferma, miserable, tardía e inestable para todo lo bueno y la inclina hacia todo lo malo.

·      Hace al alma débil para resistir a las tentaciones y pesada para andar por el camino de los mandamientos.

·      Priva al alma de la verdadera libertad y del Señorío del Espíritu; la hace cautiva del demonio, del mundo y de la carne y de sus propios apetitos y así llega a vivir en un cautiverio peor que el de Israel en Egipto o en Babilonia.

·      Incapacita al alma para oír las voces e inspiraciones de Dios, para ver los males que nos trae el pecado y para percibir el olor suavísimo de las virtudes y ejemplos de los santos.

·      Incapacita al alma para gustar cuán bello es el señor, para sentir los azotes o los beneficios con los que Dios nos provoca a su amor.

·      Quitan la paz y la alegría de la conciencia.

·      Apagan el fervor del espíritu.

·      Dejan al hombre sucio, feo y abominable en el acatamiento de Dios.

 
4.   Ser agradecidos con Dios.

5.   Perseverar. (Hay que pedir insistentemente el don de la perseverancia final).

6.   Ser humildes y confiar en que no estamos solos.

7.   Evitar las ocasiones de pecar.

8.   Hacer diariamente un examen de conciencia (con ello identificamos nuestros pecados, hacemos seguimiento a nuestro progreso espiritual, vigilamos nuestro interior).

9.   Pensar con frecuencia en las postrimerías (la muerte, el juicio final, el cielo, el purgatorio, el infierno).

10.                   Pensar que siempre estamos en la presencia de Dios.

 

¿Cuáles son los obstáculos para la conversión?

1.   La dilación. Lc 12, 16-21.

2.   La presunción. Ro 2, 4-8 / Hb 10, 26-27.

3.   La pereza espiritual. Ro 13, 11-14.

4.   La desesperación y el desánimo. Hb 12, 3-6-

5.   La desconfianza en el amor y perdón de Dios. (Yo no tengo perdón, yo ya me muero así, no me corrijo, etc.).

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