martes, 26 de noviembre de 2013


“Con vuestra perseverancia, salvaréis vuestras almas”. Lc 21, 12-19. Por Iván Muvdi.
              “Si no os afirmáis en Mí, no seréis firmes”




El texto sobre el cual reflexionaremos y que nos presenta la liturgia de hoy, miércoles 27 de noviembre, podemos seccionarlo en tres partes diferentes, a saber:

1.   Los que siguen a Jesús sufrirán persecución.

2.   Las persecuciones darán la oportunidad de dar testimonio del Señor.

3.   Los que perseveren hasta el final se salvarán. (Manténganse firmes para poder salvarse).

 Es interesante ver cómo, de manera irresponsable algunos intentan vender a las personas una fe que los librará del sufrimiento. A ninguno nos gusta sufrir, si así fuera, estaríamos enfermos. Pero lo que sí es un hecho, es que Jesús claramente dice: “quien quiera ser mi discípulo que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga”. (Mt 16,24). Nunca dijo que tire su cruz y me sigue. San Juan de la Cruz nos dice: “No busquéis a un Cristo sin cruz”.

Cuando Jesús tuvo 8 días de nacido, para cumplir con lo estipulado en la Ley de Moisés, sus padres, lo presentaron en el templo. En aquel momento, el anciano Simeón nos dice: “este niño será bandera de contradicción, otras traducciones expresan piedra de tropiezo, para que muchos caigan o se levanten. Esta es la realidad de quien se encuentra con Cristo. Él lo pide todo, pide un compromiso radical y ante esa exigencia o nos comprometemos con una vida a su servicio, o sencillamente, colocamos la mano en el arado y miramos atrás dándole la espalda a Él. El compromiso cristiano nos lleva a un modo de vida que por naturaleza no compagina, rechaza, muchos de los lineamientos, estereotipos, costumbres, etc; de este mundo. Eso genera contradicción y por ende el rechazo de quienes viven de acuerdo a este mundo. Por eso sufriremos persecución.

Ahora bien, el mismo Jesús nos dice que no nos preocupemos de antemano por preparar nuestra defensa. ¿Por qué? Porque la verdad se impone por su propia fuerza, porque si hemos mantenido una conducta acorde a la fe que profesamos, nuestras acciones vendrán en nuestra defensa y lo más importante, porque será Él mismo quien a través de su Espíritu nos inspirará lo que tengamos que decir o hacer.

Pero el día de hoy quiero profundizar en la última frase que tiene que ver con la perseverancia. Creo que es muy difícil perseverar cuando sientes que todo te es contrario, que por más esfuerzo que hagas no ves las cosas distintas en cuanto a la injusticia y la incomprensión que sufres por causa de este mundo; por las dificultades de todo tipo que nunca faltan y que pueden llevarte a sentir que no vale la pena seguir luchando y deseas, ya desmotivado, bajar los brazos y sencillamente dejar que la corriente te arrastre y te lleve donde quiera, al fin y al cabo, a veces sientes que no avanzas.

Es precisamente esta la artimaña que utiliza el enemigo de las almas para ponernos fuera de batalla y lograr que se haga su obra y no la de Dios. No podemos secundarlo si decidimos un día ser soldados de Cristo.

San Pablo dirá a Timoteo y a través de él a todos nosotros: “Timoteo, hijo mío, te doy este encargo para que combatas el buen combate con fe y buena conciencia, conforme a las palabras proféticas pronunciadas anteriormente sobre ti”. (1 Tim 1, 18-19).

Es necesario pedirle a Dios el don de la perseverancia final parta poder estar siempre dispuestos a dar testimonio de Él.

Cuando Dios se dirige a la serpiente en el paraíso una vez se consuma el pecado de Adán y Eva, nos da a entender que desde ese momento habrá una guerra constante entre los que escuchan la voz de Dios y los que se dejan seducir por la voz de la serpiente. Nos guste o no, nosotros estamos en medio y no es una opción permanecer neutrales. O con Dios, o con la serpiente. Por eso, en el catecismo se consigna esta frase: “El combate se decide cuando se elige a quien se desea servir”. La pregunta es ¿a quién servimos en este momento?

El numeral 162 del C.E.C. nos dice que la fe es un don gratuito que Dios hace al hombre. Este don inestimable podemos perderlo por eso, para poder perseverar en la fe tenemos que:

1.   Alimentarnos con la Palabra de Dios.

2.   Alimentarnos con su Cuerpo y Sangre.

3.   Pedir en oración que el Señor aumente y haga fuerte nuestra fe.

4.   Debemos actuar por la caridad. Ver a Dios en el otro, servirles y ayudarles en la medida de nuestras posibilidades.

5.   Debemos sostenernos en la esperanza de que Dios tiene el poder para cumplir sus promesas.

6.   Enraizarnos en la fe de la Iglesia.

 “Si no os afirmáis en Mí, no seréis firmes” (Is 7,9).

Las dificultades, las pruebas, e incluso las tentaciones, traen consigo la oportunidad de dar testimonio del Señor. Esto mis queridos hermanos es sumamente difícil más no imposible. Los mártires  creían sufriendo y fue eso lo que los hizo grandes.

La palabra testigo proviene del vocablo griego martyria de donde también proviene la expresión mártir; esto puede significar:

1.   Afirmar lo que se ha visto para que los demás se convenzan de ello.

2.   El hecho mismo de que con la conducta el justo da testimonio de su Señor.

3.   Firmar con la sangre lo que se afirma. “Todavía no habéis llegado hasta la sangre en vuestra lucha contra el pecado”. Hb12,4.

 El P.A.P.A. Juan Pablo II, decía hacia el final de su pontificado que el mundo necesita en estos últimos días a muchos mártires con el testimonio de vida. No es fácil vivir según los lineamientos cristianos en un mundo empecinado en vivir de espaldas a Dios y haciendo parte de la cultura misma todo aquello que es contrario a los mandatos divinos. Pero como le dijo Dios al profeta Jeremías, “no eres tú quien tiene que volverse a ellos, son ellos quienes tienen que volverse a ti”.

 También a través del profeta nos dice el Señor: “Ay del pastor inútil que huye cuando ve venir al lobo”. (Zac 11, 15-17).

Pidámosle al Señor que nos ayude a mantenernos firmes en Él y estar siempre dispuestos a dar el testimonio de todo aquello sobre lo cual hemos puesto nuestra fe, nuestra confianza, nuestra esperanza, nuestro amor.

Somos todos pastores en nuestra familia, en nuestro trabajo, en nuestro vecindario, en nuestra sociedad en general. No huyamos cuando se requiera de nuestro testimonio, no permitamos que las dificultades nos minen en el interior, nos arrebaten la paz y con ella el deseo de perseverar en Dios. Oremos los unos por los otros para que apoyándonos en los hombros del amor y de la fe podamos mantenernos fuertes en nuestra lucha cotidiana.
 
Encontrará fe el Hijo del Hombre cuando regrese? (Lc 18,8).

 QUEDAOS CON DIOS!



 

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