“Con vuestra
perseverancia, salvaréis vuestras almas”. Lc 21, 12-19. Por Iván Muvdi.
“Si no os afirmáis en Mí, no seréis firmes”
El texto
sobre el cual reflexionaremos y que nos presenta la liturgia de hoy, miércoles
27 de noviembre, podemos seccionarlo en tres partes diferentes, a saber:
1.
Los que siguen a Jesús
sufrirán persecución.
2.
Las persecuciones darán la
oportunidad de dar testimonio del Señor.
3.
Los que perseveren hasta
el final se salvarán. (Manténganse firmes para poder salvarse).
Cuando
Jesús tuvo 8 días de nacido, para cumplir con lo estipulado en la Ley de
Moisés, sus padres, lo presentaron en el templo. En aquel momento, el anciano
Simeón nos dice: “este niño será bandera de contradicción, otras traducciones
expresan piedra de tropiezo, para que muchos caigan o se levanten. Esta es la
realidad de quien se encuentra con Cristo. Él lo pide todo, pide un compromiso
radical y ante esa exigencia o nos comprometemos con una vida a su servicio, o
sencillamente, colocamos la mano en el arado y miramos atrás dándole la espalda
a Él. El compromiso cristiano nos lleva a un modo de vida que por naturaleza no
compagina, rechaza, muchos de los lineamientos, estereotipos, costumbres, etc;
de este mundo. Eso genera contradicción y por ende el rechazo de quienes viven
de acuerdo a este mundo. Por eso sufriremos persecución.
Ahora
bien, el mismo Jesús nos dice que no nos preocupemos de antemano por preparar
nuestra defensa. ¿Por qué? Porque la verdad se impone por su propia fuerza,
porque si hemos mantenido una conducta acorde a la fe que profesamos, nuestras
acciones vendrán en nuestra defensa y lo más importante, porque será Él mismo
quien a través de su Espíritu nos inspirará lo que tengamos que decir o hacer.
Pero el
día de hoy quiero profundizar en la última frase que tiene que ver con la
perseverancia. Creo que es muy difícil perseverar cuando sientes que todo te es
contrario, que por más esfuerzo que hagas no ves las cosas distintas en cuanto
a la injusticia y la incomprensión que sufres por causa de este mundo; por las
dificultades de todo tipo que nunca faltan y que pueden llevarte a sentir que
no vale la pena seguir luchando y deseas, ya desmotivado, bajar los brazos y
sencillamente dejar que la corriente te arrastre y te lleve donde quiera, al
fin y al cabo, a veces sientes que no avanzas.
Es
precisamente esta la artimaña que utiliza el enemigo de las almas para ponernos
fuera de batalla y lograr que se haga su obra y no la de Dios. No podemos
secundarlo si decidimos un día ser soldados de Cristo.
San Pablo
dirá a Timoteo y a través de él a todos nosotros: “Timoteo, hijo mío, te doy
este encargo para que combatas el buen combate con fe y buena conciencia,
conforme a las palabras proféticas pronunciadas anteriormente sobre ti”. (1 Tim
1, 18-19).
Es
necesario pedirle a Dios el don de la perseverancia final parta poder estar
siempre dispuestos a dar testimonio de Él.
Cuando
Dios se dirige a la serpiente en el paraíso una vez se consuma el pecado de
Adán y Eva, nos da a entender que desde ese momento habrá una guerra constante
entre los que escuchan la voz de Dios y los que se dejan seducir por la voz de
la serpiente. Nos guste o no, nosotros estamos en medio y no es una opción
permanecer neutrales. O con Dios, o con la serpiente. Por eso, en el catecismo
se consigna esta frase: “El combate se decide cuando se elige a quien se desea
servir”. La pregunta es ¿a quién servimos en este momento?
El
numeral 162 del C.E.C. nos dice que la fe es un don gratuito que Dios hace al
hombre. Este don inestimable podemos perderlo por eso, para poder perseverar en
la fe tenemos que:
1.
Alimentarnos con la
Palabra de Dios.
2.
Alimentarnos con su Cuerpo
y Sangre.
3.
Pedir en oración que el
Señor aumente y haga fuerte nuestra fe.
4.
Debemos actuar por la
caridad. Ver a Dios en el otro, servirles y ayudarles en la medida de nuestras
posibilidades.
5.
Debemos sostenernos en la
esperanza de que Dios tiene el poder para cumplir sus promesas.
6.
Enraizarnos en la fe de la
Iglesia.
Las dificultades,
las pruebas, e incluso las tentaciones, traen consigo la oportunidad de dar
testimonio del Señor. Esto mis queridos hermanos es sumamente difícil más no
imposible. Los mártires creían sufriendo
y fue eso lo que los hizo grandes.
La
palabra testigo proviene del vocablo griego martyria de donde también proviene
la expresión mártir; esto puede significar:
1.
Afirmar lo que se ha visto
para que los demás se convenzan de ello.
2.
El hecho mismo de que con
la conducta el justo da testimonio de su Señor.
3.
Firmar con la sangre lo
que se afirma. “Todavía no habéis llegado hasta la sangre en vuestra lucha
contra el pecado”. Hb12,4.
Pidámosle
al Señor que nos ayude a mantenernos firmes en Él y estar siempre dispuestos a
dar el testimonio de todo aquello sobre lo cual hemos puesto nuestra fe,
nuestra confianza, nuestra esperanza, nuestro amor.
Somos
todos pastores en nuestra familia, en nuestro trabajo, en nuestro vecindario,
en nuestra sociedad en general. No huyamos cuando se requiera de nuestro
testimonio, no permitamos que las dificultades nos minen en el interior, nos
arrebaten la paz y con ella el deseo de perseverar en Dios. Oremos los unos por
los otros para que apoyándonos en los hombros del amor y de la fe podamos
mantenernos fuertes en nuestra lucha cotidiana.
Encontrará fe el Hijo del Hombre cuando regrese? (Lc 18,8).
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