“LEVANTAD LA
CABEZA, VUESTRA LIBERACIÓN ESTÁ CERCA”. (Lc 21,
20-28). Por Iván Muvdi.
Continúa
la Liturgia de la Palabra describiéndonos las señales antes del fin del mundo y
emplea para ello el género literario apocalíptico acostumbrado por aquellos
días. Ante esta serie de señales, de desastres, de guerras, de persecuciones,
podríamos atemorizarnos. De hecho hay muchos que insisten es esto para llevar a
los demás al encuentro de Dios por medio del miedo. Sin embargo, no olvidemos,
que todas estas lecturas tienen como marco la celebración del último domingo
del año litúrgico: “Jesucristo, Rey del Universo”. Es decir, pese a todos
nuestros males, Él ya ha vencido.
Esta
es una realidad de la que tenemos que convencernos, pues de esto depende mucho
con referencia a nuestra fe y a nuestra salvación.
Quizás
en nuestro optimismo, por nuestro esfuerzo y trabajo esperábamos que este año
que ya termina trajera consigo muchas cosas positivas en el aspecto material,
profesional, académico, económico y espiritual. Es posible que en muchos casos
el resultado no haya sido el esperado. El fantasma de las dificultades, del
desempleo, de la pérdida de un ser querido, del desprecio padecido por quien lo
ha dado todo y recibe a cambio maldad, etc; tantas cosas que pueden
desmotivarnos y lanzarnos al suelo. Estos son los cataclismos personales que a
diario podemos contemplar; no nos fijemos solamente en las guerras, los
desastres naturales, las persecuciones religiosas, políticas, entre otras.
Muchos sectores de nuestra vida pueden estar en ruinas y todo ello tendrá que
pasar, pero al final, es importante tener presente que el Señor nos invita a
levantar la cabeza y fijarnos en el hecho de que Él está sobre la nube lleno de
poder y de gloria y dispuesto a librarnos, a liberarnos, a salvarnos.
Frente
a esta realidad es importante “PERMANECER FIELES”. En la primera lectura
de hoy tomada del libro de Daniel, el texto sagrado nos narra el peligro en que
estuvo Daniel por violar el decreto real que prohibía dirigirse a cualquier
Dios distinto al de los medos y los persas. Daniel hizo caso omiso a esta orden
y como era su costumbre se dirigía a Dios piadosamente tres veces durante el
día por lo que fue acusado y arrojado al foso de los leones. Sin embargo, “Dios
cerró las fauces de los leones”. Aún en el peligro más grande Dios es capaz de
hacer lo imposible. Por eso, en el engranaje de nuestro interior, además de la
fidelidad que ahora he mencionado, debe aparecer “LA FE”; porque, de lo contrario, podría ocurrirnos como a los
apóstoles, que en medio de la violencia del viento y las olas, sintieron terror
a pesar de tener a Jesús en su barca, ante lo cual el Señor les echó en cara su
incredulidad. ¿Por qué temen si estoy YO con ustedes? Si creemos que Jesús
duerme, hay que despertarlo con nuestra oración, sin embargo, no olvidemos que:
“Nunca permitirá que resbales! Nunca se dormirá el que te cuida! El Señor es
quien te protege, quien está junto a ti para ayudarte”. (Sal 121 (120)).
Frente
a los cataclismos anunciados aparecen dos grupos de personas:
·
“Los incrédulos”, cuya
actitud será el pánico.
·
“El creyente”, cuya
herencia será el gozo.
De
acuerdo a lo anterior, aparece entonces un tercer elemento: “LA PERSEVERANCIA”, no cansarnos nunca de hacer el bien, aunque mal nos paguen;
insistir en nuestra salvación y en la de nuestros hermanos, aunque incluso por
ello, busquen nuestro mal. De la perseverancia reflexionamos en nuestro tema
anterior: “Con vuestra perseverancia, salvaréis vuestras almas”, por lo que no
me alargaré en esto el día de hoy.
Nuestro
consuelo debemos hallarlo en el Señor: “Levanto mis ojos a los montes y me
pregunto: ¿de dónde vendrá mi auxilio? Mi auxilio vendrá del Señor, que hizo el
cielo y la tierra. (Sal 121 (120)). “Venid a Mí todos los que estáis cansados y
agobiados que Yo os haré descansar”. (Mt 11, 28).
La
última pieza que nos propone la liturgia para el engranaje de nuestra alma es “la ESPERANZA”. Nos decía el P.a.p.a.
Benedicto XVI en su carta encíclica Spe Salvi, lo siguiente:
2. Antes del encuentro con Cristo, los Efesios estaban sin
esperanza, porque estaban en el mundo « sin Dios ». Llegar a conocer a Dios, al
Dios verdadero, eso es lo que significa recibir esperanza.
3.
A través de la historia de la santa Bakhita (fue vendida
como esclava 5 veces, uno de sus amos le tatuó 142 cicatrices por azotes) de
Sudán, nos propone su consigna para
animar nuestra esperanza: “yo soy definitivamente amada, suceda
lo que suceda; este gran Amor me espera. Por eso mi vida es hermosa”.
Quería cerrar
definiendo qué es la esperanza y para ello copiaré textualmente una definición
que me encantó y que expreso el P.a.p.a. Francisco: “La virtud de la esperanza – quizás menos conocida que
la de la fe y la caridad– nunca debe confundirse con el optimismo humano, que
es una actitud más relacionada con el estado de ánimo. Para un cristiano, la
esperanza es Jesús en persona, es su fuerza de liberar y volver a hacer nueva
cada vida. La esperanza es un don, es un regalo del Espíritu Santo y por esto
Pablo dirá: ‘Nunca defrauda’. La esperanza nunca defrauda, ¿por qué? Porque es
un don que nos ha dado el Espíritu Santo. Pero Pablo nos dice que la esperanza
tiene un nombre. La esperanza es Jesús. No podemos decir: 'Yo tengo esperanza
en la vida, tengo esperanza en Dios’, no: si no dices: 'Tengo esperanza en
Jesús, en Jesucristo, Persona viva, que ahora viene en la Eucaristía, que está
presente en su Palabra”.
No lo olvidemos,
FIDELIDAD, FE, PERSEVERANCIA Y ESPERANZA, serán las condiciones para que
podamos mantener en alto nuestra cabeza y confiar en nuestra pronta liberación.
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