jueves, 28 de noviembre de 2013


“LEVANTAD LA CABEZA, VUESTRA LIBERACIÓN ESTÁ CERCA”. (Lc 21, 20-28). Por Iván Muvdi.

Continúa la Liturgia de la Palabra describiéndonos las señales antes del fin del mundo y emplea para ello el género literario apocalíptico acostumbrado por aquellos días. Ante esta serie de señales, de desastres, de guerras, de persecuciones, podríamos atemorizarnos. De hecho hay muchos que insisten es esto para llevar a los demás al encuentro de Dios por medio del miedo. Sin embargo, no olvidemos, que todas estas lecturas tienen como marco la celebración del último domingo del año litúrgico: “Jesucristo, Rey del Universo”. Es decir, pese a todos nuestros males, Él ya ha vencido.

Esta es una realidad de la que tenemos que convencernos, pues de esto depende mucho con referencia a nuestra fe y a nuestra salvación.

Quizás en nuestro optimismo, por nuestro esfuerzo y trabajo esperábamos que este año que ya termina trajera consigo muchas cosas positivas en el aspecto material, profesional, académico, económico y espiritual. Es posible que en muchos casos el resultado no haya sido el esperado. El fantasma de las dificultades, del desempleo, de la pérdida de un ser querido, del desprecio padecido por quien lo ha dado todo y recibe a cambio maldad, etc; tantas cosas que pueden desmotivarnos y lanzarnos al suelo. Estos son los cataclismos personales que a diario podemos contemplar; no nos fijemos solamente en las guerras, los desastres naturales, las persecuciones religiosas, políticas, entre otras. Muchos sectores de nuestra vida pueden estar en ruinas y todo ello tendrá que pasar, pero al final, es importante tener presente que el Señor nos invita a levantar la cabeza y fijarnos en el hecho de que Él está sobre la nube lleno de poder y de gloria y dispuesto a librarnos, a liberarnos, a salvarnos.

Frente a esta realidad es importante “PERMANECER FIELES”. En la primera lectura de hoy tomada del libro de Daniel, el texto sagrado nos narra el peligro en que estuvo Daniel por violar el decreto real que prohibía dirigirse a cualquier Dios distinto al de los medos y los persas. Daniel hizo caso omiso a esta orden y como era su costumbre se dirigía a Dios piadosamente tres veces durante el día por lo que fue acusado y arrojado al foso de los leones. Sin embargo, “Dios cerró las fauces de los leones”. Aún en el peligro más grande Dios es capaz de hacer lo imposible. Por eso, en el engranaje de nuestro interior, además de la fidelidad que ahora he mencionado, debe aparecer “LA FE”; porque, de lo contrario, podría ocurrirnos como a los apóstoles, que en medio de la violencia del viento y las olas, sintieron terror a pesar de tener a Jesús en su barca, ante lo cual el Señor les echó en cara su incredulidad. ¿Por qué temen si estoy YO con ustedes? Si creemos que Jesús duerme, hay que despertarlo con nuestra oración, sin embargo, no olvidemos que: “Nunca permitirá que resbales! Nunca se dormirá el que te cuida! El Señor es quien te protege, quien está junto a ti para ayudarte”. (Sal 121 (120)).

Frente a los cataclismos anunciados aparecen dos grupos de personas:

·         “Los incrédulos”, cuya actitud será el pánico.

·         “El creyente”, cuya herencia será el gozo.

De acuerdo a lo anterior, aparece entonces un tercer elemento: “LA PERSEVERANCIA”, no cansarnos nunca de hacer el bien, aunque mal nos paguen; insistir en nuestra salvación y en la de nuestros hermanos, aunque incluso por ello, busquen nuestro mal. De la perseverancia reflexionamos en nuestro tema anterior: “Con vuestra perseverancia, salvaréis vuestras almas”, por lo que no me alargaré en esto el día de hoy.

Nuestro consuelo debemos hallarlo en el Señor: “Levanto mis ojos a los montes y me pregunto: ¿de dónde vendrá mi auxilio? Mi auxilio vendrá del Señor, que hizo el cielo y la tierra. (Sal 121 (120)). “Venid a Mí todos los que estáis cansados y agobiados que Yo os haré descansar”. (Mt 11, 28).

La última pieza que nos propone la liturgia para el engranaje de nuestra alma es “la ESPERANZA”. Nos decía el P.a.p.a. Benedicto XVI en su carta encíclica Spe Salvi, lo siguiente:

 1. Dios nos ha dado una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino.

2. Antes del encuentro con Cristo, los Efesios estaban sin esperanza, porque estaban en el mundo « sin Dios ». Llegar a conocer a Dios, al Dios verdadero, eso es lo que significa recibir esperanza.

3. A través de  la historia de la santa Bakhita (fue vendida como esclava 5 veces, uno de sus amos le tatuó 142 cicatrices por azotes) de Sudán, nos  propone su consigna para animar nuestra esperanza: “yo soy definitivamente amada, suceda lo que suceda; este gran Amor me espera. Por eso mi vida es hermosa”.

Quería cerrar definiendo qué es la esperanza y para ello copiaré textualmente una definición que me encantó y que expreso el P.a.p.a. Francisco: “La virtud de la esperanza – quizás menos conocida que la de la fe y la caridad– nunca debe confundirse con el optimismo humano, que es una actitud más relacionada con el estado de ánimo. Para un cristiano, la esperanza es Jesús en persona, es su fuerza de liberar y volver a hacer nueva cada vida. La esperanza es un don, es un regalo del Espíritu Santo y por esto Pablo dirá: ‘Nunca defrauda’. La esperanza nunca defrauda, ¿por qué? Porque es un don que nos ha dado el Espíritu Santo. Pero Pablo nos dice que la esperanza tiene un nombre. La esperanza es Jesús. No podemos decir: 'Yo tengo esperanza en la vida, tengo esperanza en Dios’, no: si no dices: 'Tengo esperanza en Jesús, en Jesucristo, Persona viva, que ahora viene en la Eucaristía, que está presente en su Palabra”.

No lo olvidemos, FIDELIDAD, FE, PERSEVERANCIA Y ESPERANZA, serán las condiciones para que podamos mantener en alto nuestra cabeza y confiar en nuestra pronta liberación.

 Oh, mi buen Señor! Mi roca y mi fortaleza, baluarte donde me pongo a salvo, mi más alto escondite, mi sol y mi escudo. Tanto quiero darte, Señor y mi condición de fragilidad me lo impide. Tú mereces lo mejor de mí, la medida completa de mi capacidad, aunque ello sea insignificante frente a tu majestad. Oh, mi Señor, hoy elevo mi corazón a Ti y te repito lo que con frecuencia te decía San Agustín: “dame lo que me pides y pídeme lo que quieras”. Ayúdame a serte fiel, a permanecerte fiel. Aumenta, Señor, mi fe; para que confiado en Ti pueda yo decirle a las inmensas montañas de mis dificultades y falencias, quítate de aquí y plántate en el mar. Concédeme el don de la perseverancia final para que seas Tú mi mayor motivación y todo sea para tu mayor gloria. Sé Tú mi esperanza, para que esta no sea una simple actitud humana. Tú eres certeza, Tú no fallas, Tú has vencido! Tuyo soy, Señor, y tuyo quiero ser. Amén.


 


 
 

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