“YA NOS OS LLAMO SIERVOS SINO AMIGOS” (Por: Iván Muvdi).
Hace algún tiempo escuché una frase que atrapó
mi atención: “Quien no vive para servir, no sirve para vivir”. Buscando en la
red, supe que esta frase la atribuyen a San Agustín y también a la Madre Teresa
de Calcuta.
En el contexto bíblico servir puede verse desde
dos ángulos completamente diversos, a saber:
ABAD (hebr.) y DULEUEIN (gr.) pueden hacer
referencia a “esclavo” como también a “siervo” o “servidor”.
El contexto es el que nos va a ayudar a mirar
en qué sentido entendemos el uso de la palabra, él nos permitirá constatar el
tipo de sujeción o sumisión, es decir, si se trata de la sumisión “libre” y “voluntaria”
del hombre a Dios; o si es del hombre por el hombre bajo la forma de esclavitud
en donde se anula por completo la voluntad y la libertad y la dignidad humana
se denigra.
El esclavo se coloca al nivel de las cosas y de los
animales, es posesión del amo quien tiene sobre él derechos de vida o muerte.
Pierde la dignidad de persona y la capacidad para ser sujeto de derechos.
El siervo no deja de ser humano, conserva su lugar en la
familia y en la sociedad; de modo que, siendo realmente un fiel servidor, puede
llegar a ser en dicha familia a la que sirve, un hombre de confianza y
heredero. Por ejemplo: Eleazar, siervo de Abraham sería quien lo heredaría si
Abraham moría sin dejar descendientes.
Cuando referenciamos
el Servicio
cultual, entendemos que en la antigüedad se entendía como
ofrecer a Dios dones, sacrificios y también en el caso de los Levitas, asumir
el cuidado del Templo.
A diferencia de lo
que se pensaba en la antigüedad, no podemos reducir la presencia de Dios
exclusivamente al templo. Ciertamente el templo sigue siendo hoy el lugar
privilegiado en el cual como comunidad nos reunimos para ofrecer a Dios nuestro
culto de adoración, además de que allí encontramos a Cristo realmente presente
en las formas eucarísticas. Sin embargo, sin restarle importancia a lo que
acabo de escribir, Dios nos ha llamado a ser adoradores en “Espíritu y Verdad”
y ello tiene que ver mucho con el asumir de una vez por todas que siempre
estamos en la presencia del Señor, no solo cuando vamos al templo físico; que
llevamos su presencia en nosotros y también debemos encontrarla en los demás y
sobretodo que nuestro culto a Él no puede ser un mero ritualismo, un culto
vacío en donde sin intervenir nuestra conciencia nos limitamos a repetir
gestos, posturas y palabras. Esto es fundamental, de allí la importancia de
redescubrir la belleza y profundidad de cada uno de los momentos de la Santa
Misa para que esta realmente nos transforme, para que la vivamos como un
encuentro real y personal que nuestro Señor y no que asistamos a misa con el
ánimo de “cumplir” con un precepto o una costumbre. No hay nada que iguale la
riqueza que contiene la misa. Muchos nos estamos perdiendo de esto.
Servir desde la conducta: nuestro
servicio a Dios no se reduce sólo a la parte cultual; si hay algo que tiene un
verdadero Cristiano es “compromiso”, siente como una necesidad impactar con la
riqueza cristiana al mundo que le rodea, pues el cristianismo no es en
exclusiva una relación vertical entre Dios y yo, sino también horizontal porque
Dios está también presente en todo aquel que me rodea, principalmente en los
necesitados. Si no es así, se cumpliría tristemente en nosotros lo que dijo
Dios a través del profeta Isaías: “este pueblo me honra con sus labios pero su
corazón está lejos de mí”.
Fray Luis de Granada
en su obra: “Guía de Pecadores” expone varios argumentos que sirven para mover
la voluntad, entre ellos, me referiré a los siguientes:
1. Por ser
Él quien es: decía Jesús, “dadle al César lo que es
del César y a Dios lo que es de Dios”. Cierto es que todo el universo y
nosotros principalmente dentro de él le pertenecemos. Él es nuestro dueño,
nuestro Señor, el principio y el fin de todo. Decía el santo: “si se acata y
reverencia a un rey, a un presidente, en este mundo, aunque esté fuera de su
reino o Estado por su sola dignidad o la dignidad de lo que representa; ¿cuánto
más se deberá a Aquel Señor que trae bordado en su vestidura (como lo atestigua
el Apocalipsis) Rey de reyes y Señor de señores?
No
cabe duda hermanos, el amor, la fidelidad, la obediencia y el agradecimiento
son las bases sólidas de un auténtico servicio.
También podemos
encontrar en la Biblia otros dos términos que hacen alusión al servicio y estos
son:
Serat: (hebr.)
servidor del Rey. Tiene un carácter honorífico, es decir, es un honor servir al
Rey, un privilegio que no tiene cualquiera.
Liturgein: (Gr.)
también tiene un carácter honorífico, referencia un servicio oficial en cuyo
primer rango se halla el servicio cultual.
Con base en lo que
hasta aquí hemos descrito, tenemos entonces que:
1. Servir
al Rey (nuestro Dios), es un honor. (SERAT).
2. El
servicio a Dios es libre y voluntario, es decir, quien lo presta no lo hace a
la fuerza. Desde esta perspectiva debemos entender por qué nuestro Señor Jesús
nos dice en el Evangelio según San Mateo, lo siguiente: “Vengan a mí todos
ustedes que están cansados y agobiados de sus trabajos y cargas, y Yo los haré
descansar. Acepten el yugo que les pongo, y aprendan de mí, que soy manso y
humilde de corazón; así encontrarán descanso. Porque el yugo que es pongo y la
carga que les doy a llevar son ligeros”. (Mt 11, 28-30). No quiere decir esto
que llevar a la práctica las enseñanzas cristianas sea fácil; lo que quiere
decir es que al hacerlo por amor, al ser una decisión libre, voluntaria,
espontánea, no pesa como pesaría a cualquiera que le fueran impuestas. ¿Cuánto
cuesta criar a un hijo? Y no me refiero al aspecto económico que también es
duro; sino, a velar por él, a criarlo, a formar su carácter, el estar allí
siempre, etc; sin embargo, muy a pesar de todo esto, que verdadero padre o
madre se queja por esto. Ninguno que ame de verdad a sus hijos lo haría. De
igual manera, en un mundo donde cada vez más se alejan las costumbres y la
cultura misma de las enseñanzas divinas, cuesta mucho permanecer fiel allí
donde la mayoría ha dado la espalda a Dios y en donde las cosas se presentan
como normales, muchas veces escondidas tras las leyes con la premisa de que
todo lo que es legal es moralmente lícito; por ejemplo: el aborto, la
eutanasia, los matrimonios entre personas del mismo sexo, entre otros temas.
3. Servir
a Dios, ser su siervo, dignifica a la persona, en tanto que la libera, pues
todo aquel que peca es esclavo del pecado. Quien sirve a Dios, no deja de ser
persona, no queda reducido a una cosa o a un animal, no pierde su lugar en la familia,
por el contrario, hace parte de la gran familia de Dios que es la Iglesia.
4. Servir
a Dios entraña un compromiso serio y radical: “adorarás al Señor tu Dios y sólo
a Él servirás” (Mt4, 10) (Dt6, 13).
De lo mencionado en
el numeral 4, debemos entender que la fidelidad a Dios tanto en el culto, como
en la conducta es un factor determinante en nuestro servicio a Él. El servicio
vislumbra una dimensión personal y una dimensión comunitaria.
Los que de manera
exclusiva servían a Dios eran los sacerdotes y los levitas.
El sacerdote era el
guardián del santuario. Servidor del Dios que lo habita. Intérprete de los
oráculos que Dios pronuncia.
Pero en el plano de
nuestra realidad actual cabe resaltar que por el bautismo todos nosotros somos
sacerdotes, profetas y reyes. Como sacerdotes del señor, todos somos guardianes
del santuario que podemos entender como nuestro propio cuerpo que es Templo del
espíritu Santo, como también del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia.
Toda nuestra vida
debe ser una extensión del misterio pascual, sólo vivido de esta manera, el culto transforma la vida
del creyente.
“Tú no quieres ofrendas
y holocaustos… las ofrendas a Dios son un espíritu dolido; Tú no desprecias, oh
Dios, un corazón hecho pedazos”. (Sal 51 (50)).
Nuestro compromiso
con el cumplimiento de los mandamientos divinos que se traducen en el amor a
Dios y al prójimo es vital a la hora de servir. Dios es el importante no
nosotros, Él debe ser el centro de nuestro servicio y es solamente a Él a quien
debemos mostrar con nuestro servicio. Si soy yo el que aparece, el que se
muestra, el que todos notan, es prueba de que mi servicio es sólo una
apariencia y más bien un medio por el cual yo gano protagonismo y con él satisfacer
mis ansias de mandar a otros, de monopolizar servicios, etc.
“Lo que yo quiero es
amor, no sacrificios” (Os 6, 6).
Hemos dicho hasta
este momento que la fidelidad y el compromiso son bases fundamentales sobre las
cuales debe erigirse un auténtico servicio, sin embargo, hay otros elementos que
son muy importantes, a saber: el amor a Dios y el agradecimiento.
¿Por qué servir a Dios?
Ya
decía Santa Teresa: “no me mueve mi Dios para quererte el cielo prometido, ni
el infierno tan temido para dejar por ello de amarte… muéveme el verte clavado
en una cruz”… Como quien dice igual te amaría aunque no hubiera cielo o
infierno.
Dios
nos ha amado desde el principio, nos lo ha dado todo incluyendo a su propio
Hijo ¿qué tiene Él que ya no nos haya dado?
Creo,
mis queridos hermanos, que amor con amor se paga y que aunque nunca podamos devolverle
en la misma medida lo que Él nos ha dado, es un honor darle todo lo posible
desde nuestra capacidad y a pesar de nuestras limitaciones. Somos de Dios,
fuimos creados por Él y para Él; por lo tanto a Dios lo que es de Dios.
También
expresaba Fray Luis de Granada: ¿qué ama a quien esta bondad no ama? ¿Qué teme
a quien esta Majestad no teme? ¿A quién sirve quien a este Señor no sirve?
¿Para qué se hizo la voluntad sino para abrazar y amar al bien? Si este es el
Sumo Bien, ¿cómo no lo abraza nuestra voluntad sobre todos los bienes? Y si tan
grande mal es no amarle y reverenciarle sobre todas las cosas, ¿qué será
tenerlo en menos que a todas ellas?
2.
Por el beneficio de la creación: decía
un santo: “El señor nos creó. El hombre es deudor de todo lo que ha recibido”:
el cuerpo con todos sus sentidos y el alma con todas sus potencias. Es mucho lo
que se podría decir ante este título pero sería interminable este escrito y no
es la idea. Lo esencial es que como decía Séneca, “los que recibieron
beneficios son obligados a imitar las tierras fértiles, las cuales dan mucho
más de lo que recibieron”. Como ya dije, es imposible darle a Dios la misma
medida de lo que Él nos ha dado, mucho menos podemos darle más, el problema es
que ni siquiera lo poco que podemos y debemos darle la humanidad se lo está
dando. Si yo soy vuestro Padre, ¿dónde está la honra que me debéis? Y si Yo Soy
vuestro Señor, ¿dónde está el temor que me debéis? (Mal 1, 6). Quisiera en este
punto agregar una sola cosa más. Si mal no recuerdo, sólo tres veces Jesús
reclamó algo para sí: el respeto al soldado del Sumo sacerdote que le golpeaba
sin ningún motivo; el fruto de la higuera que no tenía y por lo cual la maldijo
y el AGRADECIMIENTO a los 9 leprosos que ante su sanación no regresaron (Lc 17,
11-19). No creo que sea posible servir bien a los demás y a Dios si no me
siento agradecido por las bendiciones que he recibido, ya diría el salmista en
su oración: “bendice alma mía al señor y no olvides sus beneficios”. Es
bastante notorio el cuidado que tenían los santos patriarcas a la hora de
agradecer los beneficios recibidos de parte de Dios, tan pronto eran bendecidos
erigían cuidadosamente piedras de testimonio, o altares. O nombraban a los
sitios o a sus hijos con nombres alusivos al beneficio o don recibido. ¿Cuántos
católicos, ni siquiera somos capaces de ir a misa un domingo por falta de
tiempo o con la excusa de que no es necesario pues lo mismo puede hacerse desde
la comodidad de la casa? ¿Cuántos atribuyen el mal y la desgracia a Dios y los
éxitos y logros conseguidos a las capacidades personales? No cesaban de enseñar
muchos santos que cuantas veces respiráramos debíamos acordarnos de Dios.
3.
Por el beneficio de la conservación y gobierno de Dios:
“Así
como nada somos para vivir sin Él, nada somos para ser sin Él”.
Dios
nos creó en un solo y libre acto de amor, más permanentemente nos conserva.
Si
tanto le debemos por habernos creado, ¿cuánto por conservarnos?
Decía
Fray Luis de Granada: “no das un paso que no te mueva Él para eso; no abres, ni
cierras los ojos que no ponga Él allí su mano. Porque si tú no crees que Dios
te da el ser y el obrar, no eres cristiano; y si crees que Él te hace esa
merced y con todo eso le ofendes, no acertaré a decir lo que eres”.
Dime
ahora, continúa Fray Luis, si estuviese un hombre en una torre altísima y
estuviera otro fuera de las columnas hacia el vacío, sostenido por aquel, colgado
de un pequeño cordel, ¿osaría por ventura este que así estuviese, demandarse en
palabras contra aquel que le sostiene?
Pues
si eres tú quien cuelga del hilo de la voluntad de Dios, de tal manera que si
Él te soltase en un punto te volverías nada. ¿Cómo tienes atrevimiento para
provocar a ira los ojos de esta tan alta Majestad que te sostiene aún en ese
mismo instante en que le ofendes?
¿Cuál
es el corazón que andando en medio de un tan grande fuego no solamente no se
quema, más aún no siente calor? ¿Cómo recibiendo continuamente tantos
beneficios no alzarás ninguna vez los ojos al cielo a ver quién es ese que te
hace tanto bien?
4.
Por el beneficio de nuestra Redención: ¿cuánto
tendríamos que reflexionar en este punto? Sin embargo para no alargarme mucho
quisiera invitarlos a pensar en esto: si debemos tanto a Dios por habernos
creado para lo cual sólo bastó que hablara; ¿cuánto no lo debemos por haberse
hecho hombre, haberse sometido a nuestras limitaciones, soportar la
indiferencia, los insultos, salivazos, golpes, latigazos, las espinas, los
clavos, haber derramado hasta su última gota de sangre, haber sido traspasado,
desgarrado todo su cuerpo desde la cabeza hasta la planta de los pies, por
haber agonizado durante tres largas horas expuesto en pleno sol?
¿Cuánto
no le demos por todo esto? Si esto fue lo que nos trajo la salud, nos devolvió
la amistad del Padre, nos abrió las puertas del cielo, etc.
Ojalá
servicio sea nuestro segundo nombre, que realmente las manos y el obrar de Dios
se proyecten a través de nuestra existencia, que seamos Cristo que pasa en medio de nuestros hermanos para que todos
al ver nuestras obras den gloria a Dios en los cielos.
El mismo Jesús dirá en la última cena "Ya no os llamo siervos sino amigos", Dios en su infinita misericordia y amor ha dado un vuelco total y definitivo al servicio, ya se denotaba ello en el ministerio público de Cristo cuando enseñó que producía más alegría dar que recibir. Al siervo es posible que no se le comparta en su totalidad los sueños y proyectos del amo. En cambio el amigo, ostentando la calidad de tal, se le confía lo más íntimo. Jesús no se ha guardado nada para sí, nos lo ha dado todo, conocemos su proyecto y no solo nos lo comparte, sino que nos pide que lo hagamos propio; Él ya ha ido al cielo a prepararnos una morada, ya nos ha dado un lugar en su mesa y en su Reino, Él se ha convertido en el amigo que nunca falla y cuenta con nostros. Al lavar los pies tomó la condición de esclavo, no de siervo, miren cuánta importancia tenemos para Él y nos ha pedido que al igual que Él estemos siempre dispuestos a servir a los demás sin ánimo de aparecer nosotros, de colocarnos en el centro desplazando al propio Jesús. por eso en nuestras comunidades es importantísimo cuidar la forma como nos dirigimos al otro, la forma como enseñamos o sugerimos las cosas, sin imposiciones, sin altivez, sin denigrar al otro, sin humillar al otro, sin hacerle sentir poca cosa. Todo servicio en la Iglesia es importante, no hay servicio pequeño, por ende no debemos pretender ocupar los cargos de más alto nivel solo para que los demás nos vean, no olvidemos que a quien mucho se le da, mucho se le exige. Entre más alto estemos, más actitud de servicio debemos tener. Quien quiera ser el primero, debe ser el servidor de todos.
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