jueves, 14 de noviembre de 2013


“YA NOS OS LLAMO SIERVOS SINO AMIGOS” (Por: Iván Muvdi).
 
Hace algún tiempo escuché una frase que atrapó mi atención: “Quien no vive para servir, no sirve para vivir”. Buscando en la red, supe que esta frase la atribuyen a San Agustín y también a la Madre Teresa de Calcuta.
En el contexto bíblico servir puede verse desde dos ángulos completamente diversos, a saber:
ABAD (hebr.) y DULEUEIN (gr.) pueden hacer referencia a “esclavo” como también a “siervo” o “servidor”.
El contexto es el que nos va a ayudar a mirar en qué sentido entendemos el uso de la palabra, él nos permitirá constatar el tipo de sujeción o sumisión, es decir, si se trata de la sumisión “libre” y “voluntaria” del hombre a Dios; o si es del hombre por el hombre bajo la forma de esclavitud en donde se anula por completo la voluntad y la libertad y la dignidad humana se denigra.
El esclavo se coloca al nivel de las cosas y de los animales, es posesión del amo quien tiene sobre él derechos de vida o muerte. Pierde la dignidad de persona y la capacidad para ser sujeto de derechos.
El siervo no deja de ser humano, conserva su lugar en la familia y en la sociedad; de modo que, siendo realmente un fiel servidor, puede llegar a ser en dicha familia a la que sirve, un hombre de confianza y heredero. Por ejemplo: Eleazar, siervo de Abraham sería quien lo heredaría si Abraham moría sin dejar descendientes.

También podemos encontrar en la Biblia otros dos términos que hacen alusión al servicio y estos son:
Serat: (hebr.) servidor del Rey. Tiene un carácter honorífico, es decir, es un honor servir al Rey, un privilegio que no tiene cualquiera.
Liturgein: (Gr.) también tiene un carácter honorífico, referencia un servicio oficial en cuyo primer rango se halla el servicio cultual.
Con base en lo que hasta aquí hemos descrito, tenemos entonces que:
1.  Servir al Rey (nuestro Dios), es un honor. (SERAT).
2.  El servicio a Dios es libre y voluntario, es decir, quien lo presta no lo hace a la fuerza. Desde esta perspectiva debemos entender por qué nuestro Señor Jesús nos dice en el Evangelio según San Mateo, lo siguiente: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados de sus trabajos y cargas, y Yo los haré descansar. Acepten el yugo que les pongo, y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón; así encontrarán descanso. Porque el yugo que es pongo y la carga que les doy a llevar son ligeros”. (Mt 11, 28-30). No quiere decir esto que llevar a la práctica las enseñanzas cristianas sea fácil; lo que quiere decir es que al hacerlo por amor, al ser una decisión libre, voluntaria, espontánea, no pesa como pesaría a cualquiera que le fueran impuestas. ¿Cuánto cuesta criar a un hijo? Y no me refiero al aspecto económico que también es duro; sino, a velar por él, a criarlo, a formar su carácter, el estar allí siempre, etc; sin embargo, muy a pesar de todo esto, que verdadero padre o madre se queja por esto. Ninguno que ame de verdad a sus hijos lo haría. De igual manera, en un mundo donde cada vez más se alejan las costumbres y la cultura misma de las enseñanzas divinas, cuesta mucho permanecer fiel allí donde la mayoría ha dado la espalda a Dios y en donde las cosas se presentan como normales, muchas veces escondidas tras las leyes con la premisa de que todo lo que es legal es moralmente lícito; por ejemplo: el aborto, la eutanasia, los matrimonios entre personas del mismo sexo, entre otros temas.
3.  Servir a Dios, ser su siervo, dignifica a la persona, en tanto que la libera, pues todo aquel que peca es esclavo del pecado. Quien sirve a Dios, no deja de ser persona, no queda reducido a una cosa o a un animal, no pierde su lugar en la familia, por el contrario, hace parte de la gran familia de Dios que es la Iglesia.
4.  Servir a Dios entraña un compromiso serio y radical: “adorarás al Señor tu Dios y sólo a Él servirás” (Mt4, 10) (Dt6, 13).
 
De lo mencionado en el numeral 4, debemos entender que la fidelidad a Dios tanto en el culto, como en la conducta es un factor determinante en nuestro servicio a Él. El servicio vislumbra una dimensión personal y una dimensión comunitaria.
 Cuando referenciamos el Servicio cultual, entendemos que en la antigüedad se entendía como ofrecer a Dios dones, sacrificios y también en el caso de los Levitas, asumir el cuidado del Templo.
Los que de manera exclusiva servían a Dios eran los sacerdotes y los levitas.
El sacerdote era el guardián del santuario. Servidor del Dios que lo habita. Intérprete de los oráculos que Dios pronuncia.
Pero en el plano de nuestra realidad actual cabe resaltar que por el bautismo todos nosotros somos sacerdotes, profetas y reyes. Como sacerdotes del señor, todos somos guardianes del santuario que podemos entender como nuestro propio cuerpo que es Templo del espíritu Santo, como también del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia.
 
A diferencia de lo que se pensaba en la antigüedad, no podemos reducir la presencia de Dios exclusivamente al templo. Ciertamente el templo sigue siendo hoy el lugar privilegiado en el cual como comunidad nos reunimos para ofrecer a Dios nuestro culto de adoración, además de que allí encontramos a Cristo realmente presente en las formas eucarísticas. Sin embargo, sin restarle importancia a lo que acabo de escribir, Dios nos ha llamado a ser adoradores en “Espíritu y Verdad” y ello tiene que ver mucho con el asumir de una vez por todas que siempre estamos en la presencia del Señor, no solo cuando vamos al templo físico; que llevamos su presencia en nosotros y también debemos encontrarla en los demás y sobretodo que nuestro culto a Él no puede ser un mero ritualismo, un culto vacío en donde sin intervenir nuestra conciencia nos limitamos a repetir gestos, posturas y palabras. Esto es fundamental, de allí la importancia de redescubrir la belleza y profundidad de cada uno de los momentos de la Santa Misa para que esta realmente nos transforme, para que la vivamos como un encuentro real y personal que nuestro Señor y no que asistamos a misa con el ánimo de “cumplir” con un precepto o una costumbre. No hay nada que iguale la riqueza que contiene la misa. Muchos nos estamos perdiendo de esto.
 Servir desde la conducta: nuestro servicio a Dios no se reduce sólo a la parte cultual; si hay algo que tiene un verdadero Cristiano es “compromiso”, siente como una necesidad impactar con la riqueza cristiana al mundo que le rodea, pues el cristianismo no es en exclusiva una relación vertical entre Dios y yo, sino también horizontal porque Dios está también presente en todo aquel que me rodea, principalmente en los necesitados. Si no es así, se cumpliría tristemente en nosotros lo que dijo Dios a través del profeta Isaías: “este pueblo me honra con sus labios pero su corazón está lejos de mí”.
Toda nuestra vida debe ser una extensión del misterio pascual, sólo vivido  de esta manera, el culto transforma la vida del creyente.
“Tú no quieres ofrendas y holocaustos… las ofrendas a Dios son un espíritu dolido; Tú no desprecias, oh Dios, un corazón hecho pedazos”. (Sal 51 (50)).
Nuestro compromiso con el cumplimiento de los mandamientos divinos que se traducen en el amor a Dios y al prójimo es vital a la hora de servir. Dios es el importante no nosotros, Él debe ser el centro de nuestro servicio y es solamente a Él a quien debemos mostrar con nuestro servicio. Si soy yo el que aparece, el que se muestra, el que todos notan, es prueba de que mi servicio es sólo una apariencia y más bien un medio por el cual yo gano protagonismo y con él satisfacer mis ansias de mandar a otros, de monopolizar servicios, etc.
“Lo que yo quiero es amor, no sacrificios” (Os 6, 6).
Hemos dicho hasta este momento que la fidelidad y el compromiso son bases fundamentales sobre las cuales debe erigirse un auténtico servicio, sin embargo, hay otros elementos que son muy importantes, a saber: el amor a Dios y el agradecimiento.
 
¿Por qué servir a Dios?
 Fray Luis de Granada en su obra: “Guía de Pecadores” expone varios argumentos que sirven para mover la voluntad, entre ellos, me referiré a los siguientes:
 1.  Por ser Él quien es: decía Jesús, “dadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Cierto es que todo el universo y nosotros principalmente dentro de él le pertenecemos. Él es nuestro dueño, nuestro Señor, el principio y el fin de todo. Decía el santo: “si se acata y reverencia a un rey, a un presidente, en este mundo, aunque esté fuera de su reino o Estado por su sola dignidad o la dignidad de lo que representa; ¿cuánto más se deberá a Aquel Señor que trae bordado en su vestidura (como lo atestigua el Apocalipsis) Rey de reyes y Señor de señores?
Ya decía Santa Teresa: “no me mueve mi Dios para quererte el cielo prometido, ni el infierno tan temido para dejar por ello de amarte… muéveme el verte clavado en una cruz”… Como quien dice igual te amaría aunque no hubiera cielo o infierno.
Dios nos ha amado desde el principio, nos lo ha dado todo incluyendo a su propio Hijo ¿qué tiene Él que ya no nos haya dado?
Creo, mis queridos hermanos, que amor con amor se paga y que aunque nunca podamos devolverle en la misma medida lo que Él nos ha dado, es un honor darle todo lo posible desde nuestra capacidad y a pesar de nuestras limitaciones. Somos de Dios, fuimos creados por Él y para Él; por lo tanto a Dios lo que es de Dios.
También expresaba Fray Luis de Granada: ¿qué ama a quien esta bondad no ama? ¿Qué teme a quien esta Majestad no teme? ¿A quién sirve quien a este Señor no sirve? ¿Para qué se hizo la voluntad sino para abrazar y amar al bien? Si este es el Sumo Bien, ¿cómo no lo abraza nuestra voluntad sobre todos los bienes? Y si tan grande mal es no amarle y reverenciarle sobre todas las cosas, ¿qué será tenerlo en menos que a todas ellas?
2. Por el beneficio de la creación: decía un santo: “El señor nos creó. El hombre es deudor de todo lo que ha recibido”: el cuerpo con todos sus sentidos y el alma con todas sus potencias. Es mucho lo que se podría decir ante este título pero sería interminable este escrito y no es la idea. Lo esencial es que como decía Séneca, “los que recibieron beneficios son obligados a imitar las tierras fértiles, las cuales dan mucho más de lo que recibieron”. Como ya dije, es imposible darle a Dios la misma medida de lo que Él nos ha dado, mucho menos podemos darle más, el problema es que ni siquiera lo poco que podemos y debemos darle la humanidad se lo está dando. Si yo soy vuestro Padre, ¿dónde está la honra que me debéis? Y si Yo Soy vuestro Señor, ¿dónde está el temor que me debéis? (Mal 1, 6). Quisiera en este punto agregar una sola cosa más. Si mal no recuerdo, sólo tres veces Jesús reclamó algo para sí: el respeto al soldado del Sumo sacerdote que le golpeaba sin ningún motivo; el fruto de la higuera que no tenía y por lo cual la maldijo y el AGRADECIMIENTO a los 9 leprosos que ante su sanación no regresaron (Lc 17, 11-19). No creo que sea posible servir bien a los demás y a Dios si no me siento agradecido por las bendiciones que he recibido, ya diría el salmista en su oración: “bendice alma mía al señor y no olvides sus beneficios”. Es bastante notorio el cuidado que tenían los santos patriarcas a la hora de agradecer los beneficios recibidos de parte de Dios, tan pronto eran bendecidos erigían cuidadosamente piedras de testimonio, o altares. O nombraban a los sitios o a sus hijos con nombres alusivos al beneficio o don recibido. ¿Cuántos católicos, ni siquiera somos capaces de ir a misa un domingo por falta de tiempo o con la excusa de que no es necesario pues lo mismo puede hacerse desde la comodidad de la casa? ¿Cuántos atribuyen el mal y la desgracia a Dios y los éxitos y logros conseguidos a las capacidades personales? No cesaban de enseñar muchos santos que cuantas veces respiráramos debíamos acordarnos de Dios.
3. Por el beneficio de la conservación y gobierno de Dios:
“Así como nada somos para vivir sin Él, nada somos para ser sin Él”.
Dios nos creó en un solo y libre acto de amor, más permanentemente nos conserva.
Si tanto le debemos por habernos creado, ¿cuánto por conservarnos?
Decía Fray Luis de Granada: “no das un paso que no te mueva Él para eso; no abres, ni cierras los ojos que no ponga Él allí su mano. Porque si tú no crees que Dios te da el ser y el obrar, no eres cristiano; y si crees que Él te hace esa merced y con todo eso le ofendes, no acertaré a decir lo que eres”.
Dime ahora, continúa Fray Luis, si estuviese un hombre en una torre altísima y estuviera otro fuera de las columnas hacia el vacío, sostenido por aquel, colgado de un pequeño cordel, ¿osaría por ventura este que así estuviese, demandarse en palabras contra aquel que le sostiene?
Pues si eres tú quien cuelga del hilo de la voluntad de Dios, de tal manera que si Él te soltase en un punto te volverías nada. ¿Cómo tienes atrevimiento para provocar a ira los ojos de esta tan alta Majestad que te sostiene aún en ese mismo instante en que le ofendes?
¿Cuál es el corazón que andando en medio de un tan grande fuego no solamente no se quema, más aún no siente calor? ¿Cómo recibiendo continuamente tantos beneficios no alzarás ninguna vez los ojos al cielo a ver quién es ese que te hace tanto bien?
4. Por el beneficio de nuestra Redención: ¿cuánto tendríamos que reflexionar en este punto? Sin embargo para no alargarme mucho quisiera invitarlos a pensar en esto: si debemos tanto a Dios por habernos creado para lo cual sólo bastó que hablara; ¿cuánto no lo debemos por haberse hecho hombre, haberse sometido a nuestras limitaciones, soportar la indiferencia, los insultos, salivazos, golpes, latigazos, las espinas, los clavos, haber derramado hasta su última gota de sangre, haber sido traspasado, desgarrado todo su cuerpo desde la cabeza hasta la planta de los pies, por haber agonizado durante tres largas horas expuesto en pleno sol?
¿Cuánto no le demos por todo esto? Si esto fue lo que nos trajo la salud, nos devolvió la amistad del Padre, nos abrió las puertas del cielo, etc.
 No cabe duda hermanos, el amor, la fidelidad, la obediencia y el agradecimiento son las bases sólidas de un auténtico servicio.
Ojalá servicio sea nuestro segundo nombre, que realmente las manos y el obrar de Dios se proyecten a través de nuestra existencia, que seamos Cristo que pasa  en medio de nuestros hermanos para que todos al ver nuestras obras den gloria a Dios en los cielos.
 
El mismo Jesús dirá en la última cena "Ya no os llamo siervos sino amigos", Dios en su infinita misericordia y amor ha dado un vuelco total y definitivo al servicio, ya se denotaba ello en el ministerio público de Cristo cuando enseñó que producía más alegría dar que recibir. Al siervo es posible que no se le comparta en su totalidad los sueños y proyectos del amo. En cambio el amigo, ostentando la calidad de tal, se le confía lo más íntimo. Jesús no se ha guardado nada para sí, nos lo ha dado todo, conocemos su proyecto y no solo nos lo comparte, sino que nos pide que lo hagamos propio; Él ya ha ido al cielo a prepararnos una morada, ya nos ha dado un lugar en su mesa y en su Reino, Él se ha convertido en el amigo que nunca falla y cuenta con nostros. Al lavar los pies tomó la condición de esclavo, no de siervo, miren cuánta importancia tenemos para Él y nos ha pedido que al igual que Él  estemos siempre dispuestos a servir a los demás sin ánimo de aparecer nosotros, de colocarnos en el centro desplazando al propio Jesús. por eso en nuestras comunidades es importantísimo cuidar la forma como nos dirigimos al otro, la forma como enseñamos o sugerimos las cosas, sin imposiciones, sin altivez, sin denigrar al otro, sin humillar al otro, sin hacerle sentir poca cosa. Todo servicio en la Iglesia es importante, no hay servicio pequeño, por ende no debemos pretender ocupar los cargos de más alto nivel solo para que los demás nos vean, no olvidemos que a quien mucho se le da, mucho se le exige. Entre más alto estemos, más actitud de servicio debemos tener. Quien quiera ser el primero, debe ser el servidor de todos.

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