El Adviento.
La palabra “adviento” proviene del latín
adventus, que significa, venida, llegada. Dura cuatro semanas y su objetivo es
prepararnos para la celebración de la navidad.
Se utiliza en la liturgia el color morado ya
que éste nos indica que ha iniciado para la Iglesia un tiempo de preparación,
en el cual se nos llama de manera particular a la penitencia, a la conversión.
Sin embargo, el tiempo de adviento se nos presenta más como un tiempo de gozo y
esperanza, que como un tiempo penitencial, sin que esto signifique que haya que
descuidarnos en nuestro proceso de conversión, ya que este terminará el día de
nuestra muerte.
Es importante tener en cuenta que lo que
hacemos en nuestra Iglesia no es una simple conmemoración histórica, como lo
sería el recuerdo de nuestra independencia, o del descubrimiento de América,
etc. Lo particular de nuestra liturgia es que, el poder del Espíritu Santo, que
siempre actúa en la Iglesia, a través de los misterios que celebramos hace de
nuestro culto a Dios un memorial; es decir, que esto comprende “MEMORIA,
PRESENCIA Y PROFECÍA”. Todo este detalle lo presento ante ustedes para que
juntos entendamos que el adviento, como tiempo litúrgico fuerte, hará que
posemos nuestros ojos en la “triple venida de Cristo”, a saber:
1. Jesús se encarnó en el
seno virginal de la Santísima Virgen María. La liturgia hará, no sólo que
recordemos aquel magno acontecimiento, sino que nos llevará a ese momento y lo
hará actual. De aquí deriva lo siguiente:
2. Jesús vendrá a nuestro
interior, nacerá allí este 25 de diciembre si se lo permitimos.
3. Jesús vendrá en gloria a
juzgar a los vivos y a los muertos en su parusía.
Ante esta realidad, a
nosotros, los creyentes, nos compete hacer nuestro el mismo amor con el que
María y José dispusieron todo para acoger a Aquel que ni los cielos pueden
contener. Nuestro interior, toda nuestra persona debe prepararse como un nuevo
pesebre en el cual Jesús nacerá. De nosotros depende que este Divino Niño no se
quede fuera en la intemperie tiritando debido al frío de nuestra indiferencia,
de nuestra falta de compromiso serio con nuestra conversión.
Oh, Señor nuestro, hoy te
repito una vez más como el centurión: “yo no soy digno de que entres en mi
casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. Mi corazón no es digno de
albergarte como tampoco lo fue el pesebre que te acogió; sin embargo, Señor,
pese a mis limitaciones, a mis pecados, mi corazón es lo mejor que tengo y es
ello lo que te ofrezco. Nace y crece en mí, Señor, para llevar celosamente tu
presencia a todo aquel que esté a mi alrededor.
Oh Santísima Madre de
Dios, inúndame del mismo amor con que tú le esperaste y acogiste para que nunca
me separe de Él. Amén.
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