¿Habéis imaginado a Dios llorar? (Lc 19, 41-44). Por Iván Muvdi.
Oh, Señor! Soy yo quien te ha hecho llorar…
El Evangelio que
referencia la cita bíblica expresada en el título de esta reflexión, y que nos
trae la liturgia de hoy, evoca el episodio en el que Cristo, próximo a la
ciudad de Jerusalén, llora por ella. En dos ocasiones nos presentan los
evangelios a Jesús llorando; uno de los casos es ante la muerte de su amigo
Lázaro (Jn 11, 21-23. 32-35) y el otro es precisamente el evangelio que se
proclama hoy, es decir, al avistar la ciudad de Jerusalén cuando él sube hasta
ella para entregar su vida por todos nosotros (Lc 19, 41-44); sin embargo, el
llanto no es igual. En la traducción del griego podemos notar que en el caso de
Lázaro se trata de un llanto sin sonido. Mientras que al referirnos a
Jerusalén, Jesús llora en voz alta. ¿Por qué la diferencia? Obviamente desde mi
reflexión personal les compartiré mi percepción sobre este asunto, lo hago a
manera de reflexión espiritual para sacar unas líneas provechosas para nuestra
alma.
Pienso que en el primer
caso, el de la muerte de Lázaro, el llanto expresa el dolor por el amigo, el
dolor de un Dios que tiene frente a sí las consecuencias de un pecado que
trastocó el plan que desde el inicio Él ha tenido para nosotros. Dios nos creó
para ser felices, nos creó para gozar de nuestra existencia, para gozar de Él.
Nunca para el dolor, la enfermedad y mucho menos la muerte. Quizás Jesús llora
viendo también la antesala de lo que a Él mismo le va a ocurrir. Un sepulcro
cuya entrada estaba tapada por una roca… Viendo el dolor de las hermanas de
Lázaro y seguramente familiares y amigos allegados, no era difícil imaginar el
dolor de la Santísima Virgen María, su Madre; el dolor de sus apóstoles y el
impacto que todo esto causaría. Sin embargo, Él es la resurrección y la vida;
Él es el vencedor del pecado y de la muerte. Él remediaría toda esta miseria,
fragilidad y muerte. Comparte nuestro dolor, llora junto a nosotros, pero con
su poder nos librará.
En el segundo caso,
Jerusalén y sus habitantes (la Iglesia y la humanidad en general) quiero
interpretar su llanto sonoro de la
siguiente manera: Dios lo ha hecho todo, no hay nada que no nos haya dado ya,
incluso a su propio Hijo, hasta su última gota de sangre. Compartió nuestra
fragilidad física haciéndose uno de nosotros, semejante en todo a nosotros
menos en el pecado. Para ilustrar mejor lo que quiero decir aquí quiero hacer
mía una frase de San Agustín: “el que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. Dios
nos ha hecho libres, nos ha dado inteligencia y voluntad y por ende libre
albedrío. Pese a todo el esfuerzo de Dios, pese a toda su bondad, su amor y
entrega ilimitada, el hombre es libre de darle la espalda y de vivir su
existencia lejos de Él trayéndole como consecuencia vivir esta opción de
ausencia de Dios por toda la eternidad. Cuánto dolor ver o saber cuántas almas
se perderían, o se perderán, porque muchos seres humanos harían o harán mal uso
de su libertad y elegirán el mal en vez del bien y creerán ser felices buscando
de manera egoísta, desenfrenada e inmoral las riquezas, el poder, el placer, el
tener avaricioso, etc. Muchos, sin darnos cuenta construimos una felicidad
artificial y qué duro será cuando constatemos que aquello era solo un engaño,
un espejismo. Es como decía alguien que reflexionaba sobre el don de la
Sabiduría; cuya palabra viene del latín
sapere, que hace referencia al sabor: “gustad y ved qué bueno es el Señor”, por
lo tanto es el paladar lo que nos hace distinguir entre aquellos alimentos que
son nocivos y aquellos que son saludables, pero si el sentido del gusto se daña
qué terrible desgracia para quien así vive. Mientras que, para quien posee un
sentido del gusto agudo, sano, caerán frente a sí las imitaciones.
¡Si en este día tú también entendieras lo que
puede darte paz!
Jesús entra glorioso
a Jerusalén, es recibido como Mesías, le gritan ¡hosanna! Que significa salva
ya! danos nuestra libertad! Pero tan pronto purifica el templo, las personas
que antes le recibían con gusto, ahora lo cuestionan y le piden señales y
pruebas de su autoridad. Eso somos, mis queridos hermanos, volubles, temerosos,
prestos a creer cuando todo marcha bien, pero invadidos por el terror cuando
las cosas salen mal o por lo menos cuando toman un rumbo que no esperábamos.
Si me lo permiten, quisiera alinear esta narración con algunos episodios que nos narra San Juan en su evangelio. Nos encontramos con algo igualmente interesante y que voy a aprovechar para sacarle mayor provecho a nuestra reflexión.
Si me lo permiten, quisiera alinear esta narración con algunos episodios que nos narra San Juan en su evangelio. Nos encontramos con algo igualmente interesante y que voy a aprovechar para sacarle mayor provecho a nuestra reflexión.
Juan resalta tres
encuentros de Jesús:
· Con
la Samaritana.
· Con
el ciego de nacimiento.
· Con
Lázaro ya en el sepulcro, muerto por una grave enfermedad.
En el encuentro con
la Samaritana podemos notar tres bases sólidas de la conversación:
1.
La discordia entre samaritanos y judíos.
2.
¿Dónde debe adorarse a Dios?
3.
La posibilidad de estar frente al
Mesías.
Decía Fray Luis de Granada que nada hay más
distante que Dios y la creatura; más alta que Dios y nada más bajo que el barro
con el cual el hombre fue creado. Más con tanta humildad descendió Dios al
barro y con tanta dignidad subió el barro hasta Dios, que todo lo que hizo Dios
se diga que lo hizo el barro y todo lo que sufrió el barro se diga que lo
padeció Dios.
¿Quién dijera al hombre, cuando tan desnudo y
tan enemistado se sintió con Dios, que andaba buscando los rincones del paraíso
para esconderse, que tiempo vendría en que se juntase aquella tan baja
sustancia en una persona con Él? Y termina el santo diciendo: Lo que una vez
por nuestro amor tomó, nunca más lo dejó.
Jesús vino a acabar
con todo muro divisorio. El lenguaje de la fe es universal y no es otro que el
del amor. Por eso le dice a la samaritana “si conocieras el don de Dios”.
Lo segundo es,
refiriéndose a un lugar específico, ¿dónde debe adorarse a Dios? En Jerusalén o
en Garizim? Jesús contesta en Espíritu y verdad. No es cuestión de lugares, un
verdadero adorador de Dios se sabe templo vivo, se sabe permanentemente en la
presencia de Dios y sabe que el culto que le ofrece no es cosa de una
celebración sino que debe trascender a toda su vida. Con esto no pretendo
descalificar al Templo como lugar privilegiado para el culto y para el
encuentro con el Señor, recordemos que en el sagrario se encuentra el Santísimo
Sacramento. Tampoco olvidemos que de manera especial en el templo nos
congregamos o reunimos como pueblo de Dios. Es el mismo Dios quien nos convoca.
Por último, he
encontrado al Mesías, ¿cuál es mi respuesta a Él, a su ofrecimiento de
salvación? La fe es la respuesta del hombre a Dios que se revela. ¿Creo o no
creo? ¿Lo acojo o lo rechazo? ¿Me iré triste porque tengo “muchas posesiones”?
El mal moral, el mal
natural (desastres naturales), el mal físico; son consecuencias del pecado, del
mal uso de nuestra libertad, del mal uso de la naturaleza. “El mal se introdujo
al mundo por el pecado” (Ro 5,12). Como dije al principio de este escrito al
relatar el llanto de Jesús por su amigo Lázaro; es todo un Dios que comparte
nuestro sufrimiento, que lo hace suyo y que lo dignifica atribuyéndole la
capacidad de purificar y santificar. El sufrimiento es ahora un camino o medio
de santificación cuando lo padecemos sin murmurar y asociándolo a Cristo, a su
pasión y muerte. El hecho es que día vendrá en que Dios mismo “secará todas las
lágrimas de ellos y ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor, porque
todo lo que antes existía ha dejado de existir. El que estaba sentado en el
trono dijo: Yo hago nuevas todas las cosas”. (Ap 21, 4-5). También nos dirá San
Pablo: “sabemos que Dios dispone todas las cosas para bien de quienes lo aman,
a los cuales Él ha llamado de acuerdo con su propósito” (Ro 8,28). Todo esto
para concluir que el mal que padecemos no es querido, ni enviado por Dios; pero
Él si muestra su gloria en nuestra vida cuando de dichos sufrimientos, por su
infinito amor y misericordia, lo orienta para sacar de allí un bien mayor.
He querido mencionar
estos tres relatos de Juan por lo siguiente:
Todo hombre, en todo
tiempo se ha hecho cuestionamientos profundos con relación a su origen, el
propósito de su existencia y su destino final. Si se fijan bien, todo ello,
toda la preocupación existencial de toda persona se ve claramente reflejada en
las tres historias que acabo de comentar.
Las preocupaciones de
la Samaritana en el diálogo con Jesús: las discordias y divisiones humanas,
¿cuál religión será mejor? ¿eres tú a quien esperábamos? Vale la pena creerte y
depositar mi fe, mi confianza y mi esperanza en ti? El deseo de una vida nueva,
la insatisfacción por la forma de vida actual, la sed interior de
trascendencia, felicidad y paz. ¿No es todo esto el reflejo de cualquier ser
humano?
En el caso de
Bartimeo, la ceguera que se traduce en ignorancia existencial; el mundo que se
opone y dificulta nuestro encuentro con Cristo; el mal físico, el mal moral,
los desastres naturales, ¿Dios nos los envía? ¿Por qué no los evita? No son
esas las inquietudes de cualquiera de nosotros. ¿Cuántas veces no he escuchado
decir, si Dios es bueno, ¿por qué existe el mal, por qué lo permite? ¿Por qué
no lo evita?
En el caso de Lázaro,
la muerte; la consecuencia más grave del pecado y lo que más nos causa
sufrimiento.
Es importante ver
cómo Jesús durante su ministerio público, asiste a los desvalidos, sana a los
enfermos, consuela a los tristes, “resucita a los muertos”; pero más aún carga
sobre sí los pecados del mundo, muere en una cruz y resucita al tercer día
según las Escrituras.
En los tres casos,
JESÚS ES LA RESPUESTA. Jesús es capaz de responder a los cuestionamientos más
profundos de todo hombre y en todo tiempo.
Volvamos entonces al
relato en comento inicial: “Jesús llora al divisar a Jerusalén”, figura de la
Iglesia y de toda la humanidad.
Piensen en esto: Jesús
llega como la respuesta, llega ofreciendo la trascendencia y la felicidad que
todos conscientes o inconscientemente buscan, llega como respuesta al
sufrimiento y a la muerte; llega para darnos el cielo, para adentrarnos en su
corazón, para unirnos a la Santísima Trinidad en su persona; pero le ignoran,
le rechazan, lo tratan con indiferencia: “Aquel que es la Palabra estaba en el mundo; y, aunque
Dios hizo el mundo por medio de Él, los que son del mundo no lo reconocieron..
Vino a su propio mundo pero los suyos no lo recibieron”. (Jn 1, 10-11).
Muy amados en el
señor, llevando a nuestra propia experiencia este pasaje entendamos que
nosotros somos la nueva Jerusalén. De nosotros depende que como esta nueva
ciudad nos presentemos arreglados como una novia para su prometido, o por el
contrario, le daremos la espalda y haremos parte de aquel grupo que distanciará
más al mundo de Dios, “habrá tanta maldad, que la mayoría dejará de tener amor
hacia los demás” (Mt 24, 12).
San Agustín decía: “temo
al Dios que pasa”. Todos los días viene a nuestro encuentro y tenemos la opción
de dejarlo entrar a nuestro corazón y a nuestra vida o de dejarlo tiritar por
el frío de nuestra indiferencia: “Mira, yo estoy llamando a la puerta; si alguien oye mi
voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos.” (Ap
3,20).
Si nos apartamos de Dios, si nos alejamos de su gracia, de su fuerza para vencer el mal, estamos perdidos. No podremos resistir a los ataques del demonio, el mundo y la carne. Por eso nos dirá el Señor, "tus enemigos harán un muro a tu alrededor"; nuestra persona inclinada a la concupiscencia si no cuenta con la gracia dará rienda suelta al pecado: "En lugar de la verdad de Dios, han buscado la mentira, y han honrado y adorado las cosas creadas por Dios y no a Dios mismo, que las creó y que merece alabanza por siempre. Amén. Por eso, Dios los ha abandonado a pasiones vergonzosas. Hasta sus mujeres han cambiado las relaciones naturales por las que van contra la naturaleza; de la misma manera, los hombres han dejado sus relaciones naturales con la mujer y arden en malos deseos los uno spor los otros. Hombres con hombres cometen acciones vergonzosas y sufren en su propio cuerpo el castigo merecido por su perversión. Como no quisieron reconocer a Dios, Él los ha abandonado a sus perversos pensamientos para que hagan lo que no deben..." (Ro 1, 25-28). Caso contrario ocurre para quienes hacen del Señor su refugio, la roca que los sostiene, pues aunque temblemos, "Cristo, la Roca" permanece firme e inconmobible: "Y ahora, hermanos, busquen su fuerza en el Señor, en su poder irresistible. Protéjanse con toda la armadura que Dios les ha dado, para que puedan estar firmes contra los engaños del diablo. Porque no estamos luchando contra poderes humanos, sino contra malignas fuerzas espirituales del cielo, las cuales tienen mando, autoridad y dominio sobre el mundo de tinieblas que nos rodea." (Ef 6, 10-12).
El Señor es mi luz y mi salvación, ¿de quién podré tener miedo? El Señor defiende mi vida, ¿a quién habré de temer?
Aunque un ejército me rodee, mi corazón no tendrá miedo; aunque se preparen para atacarme, yo permaneceré tranquilo... Sal 27 (26).
Si nos apartamos de Dios, si nos alejamos de su gracia, de su fuerza para vencer el mal, estamos perdidos. No podremos resistir a los ataques del demonio, el mundo y la carne. Por eso nos dirá el Señor, "tus enemigos harán un muro a tu alrededor"; nuestra persona inclinada a la concupiscencia si no cuenta con la gracia dará rienda suelta al pecado: "En lugar de la verdad de Dios, han buscado la mentira, y han honrado y adorado las cosas creadas por Dios y no a Dios mismo, que las creó y que merece alabanza por siempre. Amén. Por eso, Dios los ha abandonado a pasiones vergonzosas. Hasta sus mujeres han cambiado las relaciones naturales por las que van contra la naturaleza; de la misma manera, los hombres han dejado sus relaciones naturales con la mujer y arden en malos deseos los uno spor los otros. Hombres con hombres cometen acciones vergonzosas y sufren en su propio cuerpo el castigo merecido por su perversión. Como no quisieron reconocer a Dios, Él los ha abandonado a sus perversos pensamientos para que hagan lo que no deben..." (Ro 1, 25-28). Caso contrario ocurre para quienes hacen del Señor su refugio, la roca que los sostiene, pues aunque temblemos, "Cristo, la Roca" permanece firme e inconmobible: "Y ahora, hermanos, busquen su fuerza en el Señor, en su poder irresistible. Protéjanse con toda la armadura que Dios les ha dado, para que puedan estar firmes contra los engaños del diablo. Porque no estamos luchando contra poderes humanos, sino contra malignas fuerzas espirituales del cielo, las cuales tienen mando, autoridad y dominio sobre el mundo de tinieblas que nos rodea." (Ef 6, 10-12).
El Señor es mi luz y mi salvación, ¿de quién podré tener miedo? El Señor defiende mi vida, ¿a quién habré de temer?
Aunque un ejército me rodee, mi corazón no tendrá miedo; aunque se preparen para atacarme, yo permaneceré tranquilo... Sal 27 (26).
La pregunta es: ¿lo
dejaremos se largo? ¿Permaneceremos indiferentes ante su toque a la
puerta de nuestro corazón? ¿No reconoceremos el momento de su visita a nuestras
vidas?
Oh, Señor, qué gran
paciencia nos has tenido; con cuanto amor y ternura has esperado por cada uno
de nosotros hasta el punto de parecer Tú el necesitado y nosotros los
omnipotentes. Te pido perdón por todas las veces en que yo te he dejado en el
frío del después, de la duda, de la indiferencia, del poco compromiso cristiano.
Por todas las veces que con mi pecado te he cerrado la puerta en la cara y te
he impedido entrar como corresponde a mi vida y en mi historia personal. Te he
herido tanto que he causado tus lágrimas. Cada una de ellas es como una espina
en mi corazón. Mi buen Dios, quita la venda que hay en mis ojos y que me impide
verte como la respuesta absoluta a todas mis preocupaciones e inquietudes más
profundas. Tú eres la respuesta, al encontrarte a Ti ya no tenemos que buscar a
nada, ni a nadie más, Tú no sólo eres capaz de colmarnos, sino de desbordarnos.
San Agustín decía dame lo que me pides y pídeme lo que quieras; hoy con él yo
te ruego que me permitas ver cuál es el propósito de mi existencia y te ruego
me concedas la generosidad y el amor suficiente para responderte como tú lo
esperas. Que como la Samaritana yo pueda encontrar en ti la fuente siempre
nueva que me colma y me inunda plenamente, que te descubra a Ti como el gran
don de Dios y que te conozca; que lleno de tu Espíritu Santo pueda adorarte en
Espíritu y verdad y a través de mí puedan mis hermanos encontrarte a ti; que
como al ciego de nacimiento en mí pueda manifestarse tu gloria para que ni mis
hermanos, ni yo permanezcamos ciegos por las vendas que este mundo coloca sobre
nuestros ojos y que como Lázaro pueda descubrirte como la resurrección y la
vida, como Aquel que comparte nuestro dolor y como Aquel que tiene el poder
para vencerlo todo; todo lo puedo en Ti que me fortaleces. Perdóname por ser el
motivo de tus lágrimas, concédeme que viva de tal manera mi existencia que yo
pueda ser una extensión de tus manos providentes, de tu consuelo, amor y
misericordia para mis hermanos. Amén.
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