jueves, 21 de noviembre de 2013



¿Habéis imaginado a Dios llorar? (Lc 19, 41-44). Por Iván Muvdi.



Oh, Señor! Soy yo quien te ha hecho llorar…

El Evangelio que referencia la cita bíblica expresada en el título de esta reflexión, y que nos trae la liturgia de hoy, evoca el episodio en el que Cristo, próximo a la ciudad de Jerusalén, llora por ella. En dos ocasiones nos presentan los evangelios a Jesús llorando; uno de los casos es ante la muerte de su amigo Lázaro (Jn 11, 21-23. 32-35) y el otro es precisamente el evangelio que se proclama hoy, es decir, al avistar la ciudad de Jerusalén cuando él sube hasta ella para entregar su vida por todos nosotros (Lc 19, 41-44); sin embargo, el llanto no es igual. En la traducción del griego podemos notar que en el caso de Lázaro se trata de un llanto sin sonido. Mientras que al referirnos a Jerusalén, Jesús llora en voz alta. ¿Por qué la diferencia? Obviamente desde mi reflexión personal les compartiré mi percepción sobre este asunto, lo hago a manera de reflexión espiritual para sacar unas líneas provechosas para nuestra alma.

Pienso que en el primer caso, el de la muerte de Lázaro, el llanto expresa el dolor por el amigo, el dolor de un Dios que tiene frente a sí las consecuencias de un pecado que trastocó el plan que desde el inicio Él ha tenido para nosotros. Dios nos creó para ser felices, nos creó para gozar de nuestra existencia, para gozar de Él. Nunca para el dolor, la enfermedad y mucho menos la muerte. Quizás Jesús llora viendo también la antesala de lo que a Él mismo le va a ocurrir. Un sepulcro cuya entrada estaba tapada por una roca… Viendo el dolor de las hermanas de Lázaro y seguramente familiares y amigos allegados, no era difícil imaginar el dolor de la Santísima Virgen María, su Madre; el dolor de sus apóstoles y el impacto que todo esto causaría. Sin embargo, Él es la resurrección y la vida; Él es el vencedor del pecado y de la muerte. Él remediaría toda esta miseria, fragilidad y muerte. Comparte nuestro dolor, llora junto a nosotros, pero con su poder nos librará.

En el segundo caso, Jerusalén y sus habitantes (la Iglesia y la humanidad en general) quiero interpretar su llanto sonoro de  la siguiente manera: Dios lo ha hecho todo, no hay nada que no nos haya dado ya, incluso a su propio Hijo, hasta su última gota de sangre. Compartió nuestra fragilidad física haciéndose uno de nosotros, semejante en todo a nosotros menos en el pecado. Para ilustrar mejor lo que quiero decir aquí quiero hacer mía una frase de San Agustín: “el que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. Dios nos ha hecho libres, nos ha dado inteligencia y voluntad y por ende libre albedrío. Pese a todo el esfuerzo de Dios, pese a toda su bondad, su amor y entrega ilimitada, el hombre es libre de darle la espalda y de vivir su existencia lejos de Él trayéndole como consecuencia vivir esta opción de ausencia de Dios por toda la eternidad. Cuánto dolor ver o saber cuántas almas se perderían, o se perderán, porque muchos seres humanos harían o harán mal uso de su libertad y elegirán el mal en vez del bien y creerán ser felices buscando de manera egoísta, desenfrenada e inmoral las riquezas, el poder, el placer, el tener avaricioso, etc. Muchos, sin darnos cuenta construimos una felicidad artificial y qué duro será cuando constatemos que aquello era solo un engaño, un espejismo. Es como decía alguien que reflexionaba sobre el don de la Sabiduría;  cuya palabra viene del latín sapere, que hace referencia al sabor: “gustad y ved qué bueno es el Señor”, por lo tanto es el paladar lo que nos hace distinguir entre aquellos alimentos que son nocivos y aquellos que son saludables, pero si el sentido del gusto se daña qué terrible desgracia para quien así vive. Mientras que, para quien posee un sentido del gusto agudo, sano, caerán frente a sí las imitaciones.
 
¡Si en este día tú también entendieras lo que puede darte paz!


Jesús entra glorioso a Jerusalén, es recibido como Mesías, le gritan ¡hosanna! Que significa salva ya! danos nuestra libertad! Pero tan pronto purifica el templo, las personas que antes le recibían con gusto, ahora lo cuestionan y le piden señales y pruebas de su autoridad. Eso somos, mis queridos hermanos, volubles, temerosos, prestos a creer cuando todo marcha bien, pero invadidos por el terror cuando las cosas salen mal o por lo menos cuando toman un rumbo que no esperábamos.
Si me lo permiten, quisiera alinear esta narración con  algunos episodios que nos narra San Juan en su evangelio. Nos encontramos con algo igualmente interesante y que voy a aprovechar para sacarle mayor provecho a nuestra reflexión.

Juan resalta tres encuentros de Jesús:

·      Con la Samaritana.

·      Con el ciego de nacimiento.

·      Con Lázaro ya en el sepulcro, muerto por una grave enfermedad.

 
En el encuentro con la Samaritana podemos notar tres bases sólidas de la conversación:

1.   La discordia entre samaritanos y judíos.

2.   ¿Dónde debe adorarse a Dios?

3.   La posibilidad de estar frente al Mesías.

Decía Fray Luis de Granada que nada hay más distante que Dios y la creatura; más alta que Dios y nada más bajo que el barro con el cual el hombre fue creado. Más con tanta humildad descendió Dios al barro y con tanta dignidad subió el barro hasta Dios, que todo lo que hizo Dios se diga que lo hizo el barro y todo lo que sufrió el barro se diga que lo padeció Dios.

¿Quién dijera al hombre, cuando tan desnudo y tan enemistado se sintió con Dios, que andaba buscando los rincones del paraíso para esconderse, que tiempo vendría en que se juntase aquella tan baja sustancia en una persona con Él? Y termina el santo diciendo: Lo que una vez por nuestro amor tomó, nunca más lo dejó.

Jesús vino a acabar con todo muro divisorio. El lenguaje de la fe es universal y no es otro que el del amor. Por eso le dice a la samaritana “si conocieras el don de Dios”.

Lo segundo es, refiriéndose a un lugar específico, ¿dónde debe adorarse a Dios? En Jerusalén o en Garizim? Jesús contesta en Espíritu y verdad. No es cuestión de lugares, un verdadero adorador de Dios se sabe templo vivo, se sabe permanentemente en la presencia de Dios y sabe que el culto que le ofrece no es cosa de una celebración sino que debe trascender a toda su vida. Con esto no pretendo descalificar al Templo como lugar privilegiado para el culto y para el encuentro con el Señor, recordemos que en el sagrario se encuentra el Santísimo Sacramento. Tampoco olvidemos que de manera especial en el templo nos congregamos o reunimos como pueblo de Dios. Es el mismo Dios quien nos convoca.

Por último, he encontrado al Mesías, ¿cuál es mi respuesta a Él, a su ofrecimiento de salvación? La fe es la respuesta del hombre a Dios que se revela. ¿Creo o no creo? ¿Lo acojo o lo rechazo? ¿Me iré triste porque tengo “muchas posesiones”?


En el encuentro con el ciego de nacimiento, se nos muestra el dilema del pecado y de los males que nos aquejan: “Maestro, ¿por qué nació ciego este hombre? ¿Por su pecado o por el pecado de sus padres?” Los judíos creían que la enfermedad o los males físicos eran castigos que Dios enviaba sobre la persona afectada o por su pecado o por el de sus padres; un Dios castigador, vengativo, en todo caso lejano al Dios que nos muestra Cristo. Se creía en una responsabilidad colectiva tanto en el bien, como en el mal y también una responsabilidad personal. Sin embargo nuevamente nos sorprende la respuesta de Jesús: “ni por su pecado, ni por el pecado de sus padres. Es para que en él se muestre la gloria de Dios. Dicho esto escupió en el suelo y con la saliva hizo lodo y se lo untó en los ojos. Luego le dijo ve a lavarte en el estanque de Siloé (enviado) y mientras iba, sanó”…

El mal moral, el mal natural (desastres naturales), el mal físico; son consecuencias del pecado, del mal uso de nuestra libertad, del mal uso de la naturaleza. “El mal se introdujo al mundo por el pecado” (Ro 5,12). Como dije al principio de este escrito al relatar el llanto de Jesús por su amigo Lázaro; es todo un Dios que comparte nuestro sufrimiento, que lo hace suyo y que lo dignifica atribuyéndole la capacidad de purificar y santificar. El sufrimiento es ahora un camino o medio de santificación cuando lo padecemos sin murmurar y asociándolo a Cristo, a su pasión y muerte. El hecho es que día vendrá en que Dios mismo “secará todas las lágrimas de ellos y ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor, porque todo lo que antes existía ha dejado de existir. El que estaba sentado en el trono dijo: Yo hago nuevas todas las cosas”. (Ap 21, 4-5). También nos dirá San Pablo: “sabemos que Dios dispone todas las cosas para bien de quienes lo aman, a los cuales Él ha llamado de acuerdo con su propósito” (Ro 8,28). Todo esto para concluir que el mal que padecemos no es querido, ni enviado por Dios; pero Él si muestra su gloria en nuestra vida cuando de dichos sufrimientos, por su infinito amor y misericordia, lo orienta para sacar de allí un bien mayor.

 Por último, está el relato de Lázaro: reforzando un poco lo anterior, se nos expone aquí la condición de fragilidad humana que hoy es sobre este mundo y mañana puede haber terminado la existencia mortal. (Tu amigo Lázaro está enfermo y cuando llegó ya tenía cuatro días de muerto).

He querido mencionar estos tres relatos de Juan por lo siguiente:

Todo hombre, en todo tiempo se ha hecho cuestionamientos profundos con relación a su origen, el propósito de su existencia y su destino final. Si se fijan bien, todo ello, toda la preocupación existencial de toda persona se ve claramente reflejada en las tres historias que acabo de comentar.

Las preocupaciones de la Samaritana en el diálogo con Jesús: las discordias y divisiones humanas, ¿cuál religión será mejor? ¿eres tú a quien esperábamos? Vale la pena creerte y depositar mi fe, mi confianza y mi esperanza en ti? El deseo de una vida nueva, la insatisfacción por la forma de vida actual, la sed interior de trascendencia, felicidad y paz. ¿No es todo esto el reflejo de cualquier ser humano?

En el caso de Bartimeo, la ceguera que se traduce en ignorancia existencial; el mundo que se opone y dificulta nuestro encuentro con Cristo; el mal físico, el mal moral, los desastres naturales, ¿Dios nos los envía? ¿Por qué no los evita? No son esas las inquietudes de cualquiera de nosotros. ¿Cuántas veces no he escuchado decir, si Dios es bueno, ¿por qué existe el mal, por qué lo permite? ¿Por qué no lo evita?

En el caso de Lázaro, la muerte; la consecuencia más grave del pecado y lo que más nos causa sufrimiento.

Es importante ver cómo Jesús durante su ministerio público, asiste a los desvalidos, sana a los enfermos, consuela a los tristes, “resucita a los muertos”; pero más aún carga sobre sí los pecados del mundo, muere en una cruz y resucita al tercer día según las Escrituras.

En los tres casos, JESÚS ES LA RESPUESTA. Jesús es capaz de responder a los cuestionamientos más profundos de todo hombre y en todo tiempo.

Volvamos entonces al relato en comento inicial: “Jesús llora al divisar a Jerusalén”, figura de la Iglesia y de toda la humanidad.

Piensen en esto: Jesús llega como la respuesta, llega ofreciendo la trascendencia y la felicidad que todos conscientes o inconscientemente buscan, llega como respuesta al sufrimiento y a la muerte; llega para darnos el cielo, para adentrarnos en su corazón, para unirnos a la Santísima Trinidad en su persona; pero le ignoran, le rechazan, lo tratan con indiferencia: “Aquel que es la Palabra estaba en el mundo; y, aunque Dios hizo el mundo por medio de Él, los que son del mundo no lo reconocieron.. Vino a su propio mundo pero los suyos no lo recibieron”. (Jn 1, 10-11).

 Esta es la reflexión que he querido compartirles, mis queridos hermanos, somos nosotros la causa del llanto del Señor del universo: “Si en este día tú también entendieras lo que puede darte paz! Pero ahora te está escondido y no puedes verlo”. (Lc 19, 42).

 El no reconocerlo trae consecuencias, no porque Dios nos castigue, sino que cada quien recoge en justicia lo que siembra. Cuando el hombre se siente superior a Dios, cuando cree que está por encima de Él y que no lo necesita imita al Demonio que por soberbia y orgullo perdió su lugar en el cielo. Decía Fray Luis de Granada reflexionando sobre esto escribió: “Quien es imitador de su culpa será compañero de su pena”. Por eso más adelante dirá nuestro Señor en medio de su llanto: “Van a venir para ti días malos, en que tus enemigos harán un muro a tu alrededor, y te rodearán y atacarán por todos lados y te destruirán por completo. Matarán a tus habitantes, y no dejarán en ti ni una piedra sobre otra, porque no reconociste el momento en que Dios vino a visitarte” (Lc 19, 43-44).

Muy amados en el señor, llevando a nuestra propia experiencia este pasaje entendamos que nosotros somos la nueva Jerusalén. De nosotros depende que como esta nueva ciudad nos presentemos arreglados como una novia para su prometido, o por el contrario, le daremos la espalda y haremos parte de aquel grupo que distanciará más al mundo de Dios, “habrá tanta maldad, que la mayoría dejará de tener amor hacia los demás” (Mt 24, 12).



San Agustín decía: “temo al Dios que pasa”. Todos los días viene a nuestro encuentro y tenemos la opción de dejarlo entrar a nuestro corazón y a nuestra vida o de dejarlo tiritar por el frío de nuestra indiferencia: “Mira, yo estoy llamando a la puerta; si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos.” (Ap 3,20).

Si nos apartamos de Dios, si nos alejamos de su gracia, de su fuerza para vencer el mal, estamos perdidos. No podremos resistir a los ataques del demonio, el mundo y la carne. Por eso nos dirá el Señor, "tus enemigos harán un muro a tu alrededor"; nuestra persona inclinada a la concupiscencia si no cuenta con la gracia dará rienda suelta al pecado: "En lugar de la verdad de Dios, han buscado la mentira, y han honrado y adorado las cosas creadas por Dios y no a Dios mismo, que las creó y que merece alabanza por siempre. Amén. Por eso, Dios los ha abandonado a pasiones vergonzosas. Hasta sus mujeres han cambiado las relaciones naturales por las que van contra la naturaleza; de la misma manera, los hombres han dejado sus relaciones naturales con la mujer y arden en malos deseos los uno spor los otros. Hombres con hombres cometen acciones vergonzosas y sufren en su propio cuerpo el castigo merecido por su perversión. Como no quisieron reconocer a Dios, Él los ha abandonado a sus perversos pensamientos para que hagan lo que no deben..." (Ro 1, 25-28). Caso contrario ocurre para quienes hacen del Señor su refugio, la roca que los sostiene, pues aunque temblemos, "Cristo, la Roca" permanece firme e inconmobible: "Y ahora, hermanos, busquen su fuerza en el Señor, en su poder irresistible. Protéjanse con toda la armadura que Dios les ha dado, para que puedan estar firmes contra los engaños del diablo. Porque no estamos luchando contra poderes humanos, sino contra malignas fuerzas espirituales del cielo, las cuales tienen mando, autoridad y dominio sobre el mundo de tinieblas que nos rodea." (Ef 6, 10-12).

El Señor es mi luz y mi salvación, ¿de quién podré tener miedo? El Señor defiende mi vida, ¿a quién habré de temer?
Aunque un ejército me rodee, mi corazón no tendrá miedo; aunque se preparen para atacarme, yo permaneceré tranquilo... Sal 27 (26).
 

La pregunta es: ¿lo dejaremos se largo? ¿Permaneceremos indiferentes ante su toque a la puerta de nuestro corazón? ¿No reconoceremos el momento de su visita a nuestras vidas?

 




Oh, Señor, qué gran paciencia nos has tenido; con cuanto amor y ternura has esperado por cada uno de nosotros hasta el punto de parecer Tú el necesitado y nosotros los omnipotentes. Te pido perdón por todas las veces en que yo te he dejado en el frío del después, de la duda, de la indiferencia, del poco compromiso cristiano. Por todas las veces que con mi pecado te he cerrado la puerta en la cara y te he impedido entrar como corresponde a mi vida y en mi historia personal. Te he herido tanto que he causado tus lágrimas. Cada una de ellas es como una espina en mi corazón. Mi buen Dios, quita la venda que hay en mis ojos y que me impide verte como la respuesta absoluta a todas mis preocupaciones e inquietudes más profundas. Tú eres la respuesta, al encontrarte a Ti ya no tenemos que buscar a nada, ni a nadie más, Tú no sólo eres capaz de colmarnos, sino de desbordarnos. San Agustín decía dame lo que me pides y pídeme lo que quieras; hoy con él yo te ruego que me permitas ver cuál es el propósito de mi existencia y te ruego me concedas la generosidad y el amor suficiente para responderte como tú lo esperas. Que como la Samaritana yo pueda encontrar en ti la fuente siempre nueva que me colma y me inunda plenamente, que te descubra a Ti como el gran don de Dios y que te conozca; que lleno de tu Espíritu Santo pueda adorarte en Espíritu y verdad y a través de mí puedan mis hermanos encontrarte a ti; que como al ciego de nacimiento en mí pueda manifestarse tu gloria para que ni mis hermanos, ni yo permanezcamos ciegos por las vendas que este mundo coloca sobre nuestros ojos y que como Lázaro pueda descubrirte como la resurrección y la vida, como Aquel que comparte nuestro dolor y como Aquel que tiene el poder para vencerlo todo; todo lo puedo en Ti que me fortaleces. Perdóname por ser el motivo de tus lágrimas, concédeme que viva de tal manera mi existencia que yo pueda ser una extensión de tus manos providentes, de tu consuelo, amor y misericordia para mis hermanos. Amén.
 




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