sábado, 23 de noviembre de 2013




“Creo en la resurrección de la carne” (Por Iván Muvdi). Lc 20, 27-40.



El primer escrito que publiqué en este blog tiene que ver con la Resurrección de Jesús, en aquella oportunidad resalté dos ideas que recordaré pero de las cuales no volveré a referirme y ellas son:

1.   La mayor prueba de que Jesús es Dios, es su resurrección de entre los muertos, entendida como la unión del alma y el cuerpo que antes habían sido separadas por la muerte para formar un cuerpo glorioso, es decir, incorruptible, no sometido al sufrimiento, ni a la enfermedad, ni a la muerte. Un cuerpo que ya no necesita alimentarse, que no tiene necesidades fisiológicas; un cuerpo para estar en el cielo, no en este mundo; es decir, un cuerpo que ya no estará sometido ni al espacio, ni al tiempo. Si Cristo no resucitó vana es nuestra fe, nuestra predicación y seríamos los más desdichados de todos.

2.   El alma es inmortal por lo tanto lo que requiere de resurrección es la carne y por ende no debemos entenderla como una simple experiencia espiritual que niega el hecho mismo de la resurrección.

 Debido a lo anterior, parto de la base de que creemos en fe que al final de los tiempos se cumplirá la promesa de Cristo en referencia a que todos resucitaremos. Por este motivo lo que voy a intentar hacer es exponer lo más claro posible la doctrina de la Iglesia Católica con relación a este tema. Desafortunadamente hay muchos teólogos enseñando cosas distintas que no corresponden a la verdad creída y transmitida por la Iglesia desde sus orígenes y han arrastrado consigo a muchos sacerdotes y fieles que repiten estas ideas erróneas que confunden y apartan de la fe a muchos.

Creo que sería bueno, antes de iniciar con el estudio que menciono, hacer referencia a otro tema que se mezcla con este y que también de manera equivocada muchos han creído, han adoptado como verdad e incluso a pesar de ser incompatible con el cristianismo llegan a hacer una sincretización mezclando los conceptos; me refiero a la reencarnación.
 
La reencarnación es una creencia que supone una vía de salvación o redención para el hombre, viviendo éste vida tras vida creyendo recibir en cada una de ellas, la justa retribución merecida por sus acciones, faltas o pecados (karmas) de una vida anterior. Esta creencia surge como una respuesta a los interrogantes que el hombre se hace sobre su origen y su fin, la vida y la muerte, el bien, el mal y Dios; y se basa en una concepción errónea del mundo material, tenido como causa del mal. El cuerpo humano es considerado malo y fuente de contaminación.
Quiero, antes de continuar, declarar que mi propósito con estos escritos es aportar desde mi poquedad alguna luz para afianzar la fe cristiana de mis hermanos, aquel conjunto de verdades  profesadas por la Iglesia Católica,  y por ende, no pretendo ofender la fe de las personas que profesan otro tipo de credo religioso. El punto es que respeto a quienes creen en la reencarnación y cualquier otro dogma religioso contrario a los míos, pero al católico lector si le exhorto a preocuparse por mantener su fe tal y como la hemos recibido de Cristo y luego de sus apóstoles desde el origen del cristianismo hasta nuestros días.
La reencarnación fue rechazada, junto con otras creencias paganas, en el Concilio de Nicea en el año 325 d.C. y condenada como herejía en el Concilio de Constantinopla en el año 535 d.C.
La meta de quien cree en la reencarnación sería liberarse del ciclo sucesivo de nacimientos para que por fin el alma individual (atman) forme parte del alma universal (brahman).
 
¿Por qué es incompatible con el cristianismo la creencia en la reencarnación?
 
La reencarnación hace innecesario a Cristo como salvador pues cada uno se salva solo viviviendo bien en cada una de sus vidas sucesivas hasta que liberándose por fin de la materia se llega hasta el nirvana.
" Así como todos han de morir una sola vez y después vendrá el juicio, así también Cristo ha sido ofrecido en sacrificio una sola vez para quitar los pecados de muchos". (Hb 9, 27-28).
También es posible escuchar de quienes creen en esto, que todo es Dios, Dios y el universo son idénticos. Con esto desacreditamos completamente a Dios como ser personal y no como "una energía" que yo puedo manipular y canalizar.
En el Budismo, se rechaza la noción del atman o alma, para contraponerla con la anattá o no - alma. Es decir, no existe un "yo"  ni en el plano individual, ni en el plano universal. En este sentido es un sistema ateo. No existen almas, no existe Dios. El modo de liberarse de esta rueda reencarnacionista sería adquiriendo la llamada iluminación, expresada en el estado extático del nirvana que se considera como la cesación de sufrimiento y que se alcanzaría tratando de romper los lazos que unen al hombre con la realidad externa hasta llegar al estado de indiferencia total y desapego del mundo.
El alma del hombre tiende a estar unida a su cuerpo, a ese único cuerpo al que ha estado unida y no a otro que no les es natural. Esta irreductible unidad del ser, alma y cuerpo, es llevada a la plenitud en la resurrección, de la cual , Jesús es primicia de la nuestra.
Para mí, lo más importante de todo esto, es que el lector Cristiano Católico entienda que aunque en occidente esto es la moda y lo más in que nos puede pasar; en oriente, donde se practican estas doctrinas, lo peor que te puede pasar es reencarnar. Esta situación es como un castigo pues cada vida sucesiva es precisamente para librarte de los karmas. El cuerpo es como una cárcel de la cual hay que librarse. Es absurdo desear reencarnar.
Habiendo aclarado lo anterior, procederé a explicar lo que denominamos la "resurrección de los muertos", "DE LA CARNE".
 


El texto de la liturgia de hoy, nos presenta Mt 22, 23-33; una prueba de los Saduceos para Jesús, aquellos niegan la resurrección de los muertos.

 En primer lugar, al contestarles Jesús, les echa en cara su ignorancia en cuanto a las Escrituras y en cuanto al poder de Dios. Los Saduceos sólo aceptaban los cinco libros que componen el Pentateuco como inspirados por Dios. En estos libros aún no se hace referencia a la resurrección.

Acto seguido, Jesús dice que los hombres y las mujeres no se casarán porque serán como los ángeles. De aquí se agarran para decir que lo que resucita no es el cuerpo. Pero como mencioné en escrito anterior, el alma es inmortal, no muere y por ende no requiere resurrección. Si el alma muriera, no se necesitaría el infierno. El infierno es eterno precisamente porque es esa la condición del espíritu. Es el cuerpo mortal que ahora es corruptible el que necesita la intervención especial del poder de Dios para pasar a un estado de incorruptibilidad, un estado glorioso una vez que vuelva a unirse a su propio cuerpo que antes se había separado por la muerte. Cuando Jesús nos asemeja a la condición angelical lo que quiere resaltar es el hecho de que nuestro cuerpo glorioso no estará sometido ni al espacio, ni al tiempo; no estará sometido a ninguna necesidad fisiológica o cualquier otra propia de nuestra naturaleza. De manera especial se resalta el hecho de que ya no es necesario el hecho de la procreación; obviamente no se necesita de ella en el cielo para garantizar la supervivencia de la especie humana.

Por último, en la línea del texto en comento, Jesús recalca que Dios es Dios de vivos y no de muertos. “Yo Soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”, le dijo el señor a Moisés; esto no era solamente para que él comprendiera que se trataba del mismo Dios que había pactado con Abraham, sino que, como el mismo Jesús lo dice, ellos siguen vivos en su presencia. Hay textos muchos más claros en este sentido, pero Jesús utiliza este que está cifrado en Ex 3, 6 precisamente porque se ubica en el Pentateuco, única sección de la Biblia que aceptan los saduceos. Es importante como cierra el texto: “Al oír esto, la gente se quedó asombrada de las enseñanzas de Jesús”, esto puede llevarnos a intuir, por la reacción de quienes escucharon todo esto, que los Saduceos quedaron sin argumentos para restarle valor a lo expresado por Jesús.

La Iglesia enseña que hay un hombre sentado a la derecha del Padre, Jesús; el mismo que enseñó su manos, pies y costado traspasado; el mismo que se dejó palpar por sus apóstoles, que comió con ellos y que en definitiva acabó con cualquier suposición de tener la condición de “un fantasma”.

 
La Biblia nos muestra una revelación progresiva de la resurrección:

 
1.   Vemos en el segundo libro de los Macabeos lo siguiente: “El Rey del mundo, a nosotros que morimos por sus leyes, nos resucitará a una vida eterna”. (2 M 7,9).

En 2 M 7, 14: “Es preferible morir a manos de los hombres con la esperanza que Dios otorga de ser resucitados de nuevo por Él”.

Si nos fijamos bien creo que podemos ver que la esperanza que anima en el martirio a una madre y a sus siete hijos es la fe en que “LA CARNE”, el cuerpo, será resucitado por el poder de Dios.

 
2.   Yahvé da muerte y vida, hace bajar al šheol y retornar» (1 Samuel 2:6). Si analizamos este texto, podemos entender claramente lo que se nos indica cuando se expresa “retornar del Sheol”. Volver a la vida.

 
3.   Por eso dentro de mí, mi corazón está lleno de alegría. Todo mi ser vivirá confiadamente, pues no me dejarás en el sepulcro, no abandonarás en la fosa a tu amigo fiel. (Sal 16 (15), 9-10). Creo que es muy claro cuando se nos dice “no me dejarás en el sepulcro”; sabemos que allí sólo reposa el cuerpo, no el alma, así que al decir no dejarás mi cuerpo en el sepulcro se expresa claramente que es lo corpóreo lo que resucita por el poder de Dios. Ya sabemos que esto se aplica a Cristo en primer lugar, por lo tanto, lo que salió del sepulcro no fue su espíritu, Claramente lo que hasta los mismos soldados constataron y avisaron a las autoridades judías era que “el cuerpo” no estaba.
 
4. Él es quien perdona todas tus culpas, que cura todas tus dolencias, rescata mi vida del sepulcro, quien me colma de amor y de ternura. (Sal 103 (102), 3).

 
5.   «Muchos de los que duermen en el país del polvo se despertarán; unos para la vida eterna; otros, para el oprobio, para el horror eterno. Los doctos brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a la multitud la justicia, como las estrellas por toda la eternidad» (Daniel 12:2-3). Cuando se nos narra la creación de Adán, se nos dice que Dios lo creó con barro del suelo y luego del pecado, le dice, volverás al polvo del que fuiste creado, pues polvo eres y en polvo te convertirás” (Gen 3,19). De igual modo, nos dice la Escritura que ya habiendo sido modelado Adán con el barro del suelo, éste aún no tenía vida hasta que Dios insufló sobre su nariz y le dio aliento de vida. La Iglesia siempre ha interpretado a la luz de estos textos la corporeidad y la constitución espiritual del ser humano. El alma inmortal vivifica al cuerpo y nos es dada directamente por Dios. Es el alma lo que nos hace ser imagen y semejanza de Dios que es inmortal. Por lo tanto, el polvo, el barro, el cieno, indican la parte corporal de todo hombre y por ende concluimos que cuando hablamos de resurrección esta no debe entenderse como algo meramente espiritual sino que involucra a toda la persona, cuerpo y alma.

6. En el mismo sentido debemos entender el siguiente texto: Tus muertos vivirán; sus cadáveres resucitarán. !!Despertad y cantad, moradores del polvo! porque tu rocío es cual rocío de hortalizas, y la tierra dará sus muertos. (Is 26,19).

 Un detalle que es importante tener en cuenta es que toda la Biblia tiene un hilo conductor, Jesucristo. Nada está escrito por azar y todo confluye a un único fin el cual es darnos en Cristo la plenitud de la revelación. En el marco de este contexto, quiero decirles que todo lo que Cristo instituyó fue prefigurado antes, ya sea a lo largo del Antiguo Testamento o incluso en el Nuevo Testamento. Por ejemplo: “El Bautismo”.

A.T:

·      El Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas.

·      El agua del diluvio pone fin al pecado y genera una nueva creación.

·      El paso del Mar Rojo.

·      El paso del río Jordán.


N.T:

·      Juan el Bautista habla sobre el bautismo y él mismo hace una distinción entre su bautismo y el de Cristo: “Yo los bautizo con agua; pero entre ustedes hay uno que no conocen y que viene después de mí. Yo ni siquiera merezco desatarle la correa de sus sandalias”. Jn 1, 26. Viene uno que los bautizará con Espíritu santo y fuego”. (Lc 3,16).

·      Jesús le dice a Nicodemo que “el que no nace de nuevo, no podrá ver el Reino de Dios” y también “quien no nace del agua y del Espíritu no entrará en el Reino de los Cielos”. (Jn 3, 3.5).

 
·      Jesús le dice a la Samaritana: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te está pidiendo agua, tú le pedirías a Él, y Él te daría agua viva”. (Jn 4,10).

 
Hay muchos otros textos pero la idea no es alargarme innecesariamente, creo que los que he citado son suficiente para identificarlos como la antesala a la institución del bautismo: “Dios me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, a todas las naciones y háganlas mis discípulos bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes”. (Mt 28, 18-20).
 
 

 De igual manera ocurre con la resurrección, no tendría por qué ser la excepción. En todo el Antiguo Testamento se menciona tal y como lo he citado en los textos aquí referenciados, pero se ve más claramente en los siguientes hechos:

 
·      La resurrección del hijo de la viuda de Sarepta por mediación del profeta Elías (1 Re 17, 17-23).

·      La resurrección del hijo de la sunamita por mediación del profeta Eliseo (2 Re 4, 31-37).

·      Finalmente, un cadáver que fue arrojado apresuradamente en la tumba del propio Eliseo volvió a la vida al tocar los huesos del profeta (2 Re 13, 20-21).
 
 

 Estos textos no tienen el único propósito de mostrar a estos profetas como prefiguraciones del mismo Cristo y que el Señor Jesús actuaba de la misma forma que ellos (un profeta enviado por Dios pero que al actuar recapitulaba en sí a todos los anteriores mostrándose entonces como el profeta por excelencia):

·      La resurrección del hijo de la Viuda de Sarepta – La resurrección del hijo de la Viuda de Naím. (Lc 7, 11-17).

·      El cadáver que resucita al tocar los huesos del profeta Eliseo – “Al morir Jesús, la tierra tembló, las rocas se partieron y los sepulcros se abrieron; y hasta muchas personas santas, que habían muerto, volvieron a la vida. Entonces salieron de sus tumbas, después de la resurrección de Jesús y entraron en la Santa ciudad de Jerusalén, donde mucha gente los vio”. (Mt 27, 51-53).

 Estos textos también buscan evidenciarnos el poder que tiene Jesús sobre el pecado (muerte espiritual) y su consecuencia más grave: “la muerte corporal o física que nos arrebató la inmortalidad original”. Jesús es la resurrección y la vida. Él liga la fe en la resurrección a la fe en su propia persona. (Catecismo de la Iglesia Católica num. 994).


La esperanza cristiana en la resurrección está totalmente marcada por los encuentros con Cristo resucitado. Nosotros resucitaremos  como Él, con Él y por Él. (C.E.C. 995).
 
De igual maera, el Catecismo nos presenta de una manera simple e interesante este asunto así:
 
¿Quién resucitará? Todos los hombres que han muerto: los que hayan hecho el bien, lo harán para la vida y los que hayan hecho el mal, para la condenación. (Jn 5,29).
 
¿Cómo? Al igual que Cristo, todos resucitarán con su propio cuerpo, el que tienen ahora, pero este cuerpo será transfigurado en cuerpo de gloria. (Flp 3,21); en cuerpo espiritual. (1 Co 15, 44).
 
¿Cuándo? Sin duda en el último día. (Jn 6, 39-40. 44. 54; 11, 24); al fin del mundo. (C.E.C. 998 - 1001).
 
El cuerpo es para el Señor y el Señor para el cuerpo. Y Dios que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros mediante su poder. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? (1 Co 6, 13-15. 19-20).
 
¿Creen que sólo resucitará la cabeza? Todo el cuerpo místico de Cristo participará de la resurrección de su Señor y no sólo en sentido espiritual, sino, más aún, en sentido físico pues es aquí donde Dios muestra su omnipotencia.
 







 
 
 
 
 
 

 

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