martes, 26 de noviembre de 2013


 “No quedará piedra sobre piedra”. 
 (Lc 21, 5-11). Por Iván Muvdi.
¿Para quién edificas?



El texto que nos trae la liturgia para hoy, martes 26 de noviembre, hace referencia a la admiración que expresan los apóstoles al ver la majestuosidad y hermosura del Templo, considerado una de las maravillas de la antigüedad. En la época de Jesús, el templo estaba siendo reconstruido por el Rey Herodes. (No estaba terminado aún y ya era muy hermoso).

Nos dice el texto de Lucas que algunos estaban hablando de la belleza de las piedras con las que se edificó el templo, de sus adornos.

Según los historiadores, Herodes fue un gran político, militar y “constructor”, debido a su magnificencia pasó a la historia como “Herodes el Grande”, sus obras arquitectónicas aún impresionan hoy a quienes las estudian.
 
 
 

 

Sin embargo, el propósito de Herodes era ser “grande”,  sobresalir, según los criterios de este mundo y no quedarse atrás en comparación con Roma, con Grecia de cuya cultura tenía mucha influencia. Es indudable la belleza y los desafíos arquitectónicos que Herodes asumió para construir obras dignas de admiración, como la Fortaleza de Masada (primera imagen en el recuadro anterior, donde lo que impresiona es ver cómo construyó practicamente sobre el vacío), y el Puerto de Cesarea Marítima, (ni siquiera Roma tenía uno parecido), sin embargo, y es lo que importa resaltar, a Herodes se le recuerda por haber ordenado la matanza de los inocentes; la Historia lo recordará también porque con el apoyo de los romanos combatió y asesinó a muchos miembros de la familia de los Asmoneos que eran quienes gobernaban en Judea. Trató de usar sus construcciones como una forma de congraciarse con los judíos, sin ningún éxito. El punto es, que a pesar de todo esto, a pesar de haber impulsado el comercio y la economía de su pueblo; hoy es recordado por haber ordenado la muerte de todos los niños ante su imposibilidad de ubicar al Mesías recién nacido. Esto debe decirnos algo. Si el propósito de lo que edificamos es la vanagloria, no permanecerá lo que edifiquemos en este mundo. Si lo que construimos procura la gloria de Dios, nada, ni nadie, nos podrá arrebatar lo que construyamos.

Muchas veces hemos sido nosotros los que hemos querido ocupar el lugar de Herodes al pensar que lo que hace que valga la pena nuestra existencia son los logros económicos, sociales, políticos, académicos, profesionales, etc. Este es el mundo que mide al otro por lo que tiene y no por lo que es en realidad como persona debido a que está lleno de muchos Herodes.

Reflexionando en esto, recuerdo entonces el texto del Evangelio en donde Jesús nos habla sobre la casa bien o mal fundada.
No podemos olvidar que es Cristo la "Roca", que hay que construir sobre Él que nos dijo: "sin mí nada podéis hacer". Por eso es muy importante no descuidar otro aspecto del texto que analizamos: "muchos vendrán diciendo yo soy". ¿Cuántos no son hoy los que se presentan a la humanidad como la solución a sus problemas y la respuesta a sus cuestionamientos más profundos? ¿Cuántos no se aprovechan de la falta de amor que mantiene enfermo al mundo, de las consecuencias de  la injusticia social que oprime a la mayoría para envolver a las masas y explotarlos económicamente enseñándoles que entre más dinero den, Dios les devolverá lo que ellos les quitan?
Esto es construir sobre la arena; una vez sobrevengan las pruebas, seremos arrasados.
La misma Escritura nos dice que todo lo que el Padre quería decirnos ya nos lo dijo en Cristo, que es la plenitud de la revelación. Ya nadie puede venir a enseñarnos algo distinto a lo que ya está consignado en la Escritura.
Que el Señor nos conceda a todos la gracia de entender que si no es Él quien construye nuestra obra, en vano se cansan los albañiles; que sólo construyendo para Él edificaremos el más hermoso de los monumentos en el corazón de quienes nos hayan conocido, una edificación que permanecerá por toda la eternidad, pues como lo consigna el profeta Daniel, quienes enseñen a otros a ser buenos brillarán como estrellas en el firmamento por toda la eternidad. De igual modo pidamos al Espíritu Santo nos conceda el discernimiento necesario para acoger solo aquello querido por Dios y no dejarnos contaminar por ninguna doctrina nociva a nuestra fe.

QUEDAOS CON DIOS!







 

 

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