sábado, 30 de noviembre de 2013


Domingo I de Adviento: “La Vigilancia”.


“Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos”. Esto nos dice el profeta Isaías en la primera lectura de la liturgia de hoy. Al igual que lo hemos venido reflexionando a lo largo de esta última semana, hoy nuevamente se nos coloca en frente la esperanza como remedio a todo lo negativo que nos rodea. Al final Dios vencerá. Sabemos que si no lo ha hecho aún se debe a que el tiempo que transcurre es una oportunidad para quienes aún no viven un proceso serio de conversión, ya que, una vez se cumpla la parusía, o antes de ella, nos sorprenda la muerte, no habrá nada que hacer; nuestro tiempo es ahora y por eso, como lo hicieron los santos, hay que vivir cada día como si fuera el último.  “Tú desprecias la inagotable bondad, tolerancia y paciencia de Dios, sin darte cuenta de que es precisamente su bondad la que te está llevando a convertirte a Él”. (Ro 2, 4).

 En el Evangelio, tomado del libro de Mateo, el Señor Jesús nos invita a la vigilancia: “estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre”. Permanecer en estado de vigilancia es sumamente importante y necesario. No es fácil, por eso debemos concentrarnos cada día en este objetivo para no descuidarlo. Los evangelios nos mencionan que en el momento en que Cristo, como hombre, necesitó más a sus apóstoles, éstos le dejaron solos porque se dejaron vencer por el sueño: “¿Por qué están durmiendo? Levántense y oren, para que no caigan en tentación”. (Lc 22, 46).

Desde esta perspectiva podemos comprender mejor la segunda lectura que nos trae la Carta de San Pablo a los Romanos en la que nos invita a “despertarnos del sueño”. Antes de finalizar nuestra reflexión puntualicemos el mensaje en conjunto.

·      En la Primera Lectura se nos presenta el Monte de Jerusalén como una roca firme. Es decir, no temamos en apostarlo todo en Dios pues Él permanecerá firme, incluso después del final.

·      Por lo anterior el salmo no muestra a los peregrinos que se dirigen hacia Jerusalén llenos de la alegría de haber sido invitados.

·      En la segunda lectura, se nos invita a despertar del sueño, porque este nos somete a un estado en el que no podemos ser fieles a Dios.

·      El evangelio nos presenta el antónimo de la situación del sueño; estar despiertos, lo cual equivale a vigilar y para ello nos da un muy buen ejemplo: si te avisaran que un ladrón entrará a tu casa y te dicen a qué hora y de qué forma, ¿qué harías? ¿harías caso omiso y permanecerías durmiendo como de costumbre? No lo creo. Entonces la pregunta es ¿qué representa el sueño? El mismo San Pablo nos lo dice: “dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz.

Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias. Vestíos del Señor Jesucristo”.

El sueño es vivir de espaldas a Dios, es olvidarnos que tenemos un alma que salvar, que recibiremos el pago conforme a nuestras obras, que no podemos olvidar que la paga del pecado siempre ha sido y será la muerte. Es por eso que Jesús dirá en el evangelio que «Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán”. Siempre, mis queridos hermanos, dos bandos; no se puede permanecer neutral; o con Dios o en su contra; o escuchamos su voz o la de la serpiente.

Señor, tú conoces mi corazón. Sabes que deseo con toda mi alma servirte con fidelidad y sin reservas. Pero, ¿cuántas veces tiendo a adormecerme? ¿Cuántas veces he sentido desfallecer? ¿Cuántas veces he sentido que no me quedan fuerzas, olvidando que ella no depende de mis músculos, sino de los tuyos?

El Espíritu está pronto, pero la carne es débil (Mt 26,41). Ayúdame, Señor, a ser señor de mi voluntad para luego colocarla a tus pies y seas Tú el Señor de mi vida, de mi historia, para que también en mí haya parte de victoria. Tuyo soy, Señor; y tuyo quiero ser! Amén.



El Adviento.




La palabra “adviento” proviene del latín adventus, que significa, venida, llegada. Dura cuatro semanas y su objetivo es prepararnos para la celebración de la navidad.

Se utiliza en la liturgia el color morado ya que éste nos indica que ha iniciado para la Iglesia un tiempo de preparación, en el cual se nos llama de manera particular a la penitencia, a la conversión. Sin embargo, el tiempo de adviento se nos presenta más como un tiempo de gozo y esperanza, que como un tiempo penitencial, sin que esto signifique que haya que descuidarnos en nuestro proceso de conversión, ya que este terminará el día de nuestra muerte.

Es importante tener en cuenta que lo que hacemos en nuestra Iglesia no es una simple conmemoración histórica, como lo sería el recuerdo de nuestra independencia, o del descubrimiento de América, etc. Lo particular de nuestra liturgia es que, el poder del Espíritu Santo, que siempre actúa en la Iglesia, a través de los misterios que celebramos hace de nuestro culto a Dios un memorial; es decir, que esto comprende “MEMORIA, PRESENCIA Y PROFECÍA”. Todo este detalle lo presento ante ustedes para que juntos entendamos que el adviento, como tiempo litúrgico fuerte, hará que posemos nuestros ojos en la “triple venida de Cristo”, a saber:

1. Jesús se encarnó en el seno virginal de la Santísima Virgen María. La liturgia hará, no sólo que recordemos aquel magno acontecimiento, sino que nos llevará a ese momento y lo hará actual. De aquí deriva lo siguiente:

2. Jesús vendrá a nuestro interior, nacerá allí este 25 de diciembre si se lo permitimos.

3. Jesús vendrá en gloria a juzgar a los vivos y a los muertos en su parusía.

 

Ante esta realidad, a nosotros, los creyentes, nos compete hacer nuestro el mismo amor con el que María y José dispusieron todo para acoger a Aquel que ni los cielos pueden contener. Nuestro interior, toda nuestra persona debe prepararse como un nuevo pesebre en el cual Jesús nacerá. De nosotros depende que este Divino Niño no se quede fuera en la intemperie tiritando debido al frío de nuestra indiferencia, de nuestra falta de compromiso serio con nuestra conversión.

Oh, Señor nuestro, hoy te repito una vez más como el centurión: “yo no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. Mi corazón no es digno de albergarte como tampoco lo fue el pesebre que te acogió; sin embargo, Señor, pese a mis limitaciones, a mis pecados, mi corazón es lo mejor que tengo y es ello lo que te ofrezco. Nace y crece en mí, Señor, para llevar celosamente tu presencia a todo aquel que esté a mi alrededor.

Oh Santísima Madre de Dios, inúndame del mismo amor con que tú le esperaste y acogiste para que nunca me separe de Él. Amén.

viernes, 29 de noviembre de 2013


“El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán”. (Lc 21,33). Por Iván Muvdi Meza.

 

Es común y generalizada la desconfianza que padecemos la mayoría de los seres humanos con relación a nuestras instituciones en el aspecto político, social, religioso y quizás en muchos otros. Hemos constatado tanta maldad que incluso puede uno preguntarse ¿falta por ver algo más? Con cuanta decepción somos testigos de tantas promesas que quedan sin cumplimiento, por ejemplo, de parte de nuestros dirigentes políticos, hasta hay chistes de todo esto y la frase popular “pareces político, prometes y no cumples”. Ese es el panorama que nos rodea.

Esta oscuridad desoladora se ilumina fuertemente cuando constatamos no sólo en la historia, sino en nuestra cotidianidad, que hay alguien que cumple lo que promete y que es capaz de mantener sus promesas a pesar del tiempo. Ese es Jesús, nuestro señor. Hoy nos lo recuerda de nuevo: “el Cielo y la Tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”; en otro evangelio dirá: “es más fácil que pasen el cielo y la tierra a que deje de cumplirse una coma o un punto de mis palabras”.

Siempre en nuestro año litúrgico se destaca hacia el final la victoria definitiva de Dios sobre el mal, el pecado y la muerte. Dentro de poco iniciaremos el nuevo año litúrgico con el tiempo fuerte de Adviento en donde se actualiza en la historia humana la primera venida de Cristo, pero a la vez, se nos invita a elevar los ojos de nuestro corazón hacia su segunda venida. Es común que por estos días se insista en el género apocalíptico que a muchos asusta, aunque no es ese su objetivo; por el contrario, el propósito de este anuncio es la consolación, por eso hemos leído y reflexionado por estos días en frases como “levantad la cabeza”, “vuestra liberación está cerca” y la liturgia de hoy nos habla de que se aproxima el verano. En Palestina no hay primavera. Así que pasamos del invierno a un pronto florecimiento.

En los inviernos de nuestra historia de hoy, en donde el frío de la indiferencia, de la injusticia, del egoísmo, del hambre, de la guerra, del olvido del otro, llega a helar nuestros huesos aparece como un gran signo de consuelo y esperanza Cristo que nos dice que sus promesas permanecen, que tiene el poder para cumplirlas y que vendrá en gloria a acabar con todos nuestros males. Este gran Señor al cual servimos nos dice a nosotros hoy:

“A los que salgan vencedores les daré a comer del árbol de la vida que está en el paraíso de Dios” (Ap 2, 7).

“Manténte fiel hasta la muerte y Yo te daré la vida como premio” (Ap 2, 10).

“A los que salgan vencedores les daré a comer del maná que está escondido y les daré también una piedra blanca, en la que está escrito un nombre nuevo que nadie conoce sino quien lo recibe”. (Ap 2, 17).

Podría pasarme el resto de mis días transcribiendo toda la Escritura, pues toda ella es una promesa de amor, fidelidad, salvación para ti y para mí.

Siempre enseñé a mis estudiantes “Al final de todo sólo queda Dios”. Estoy convencido de ello, no nos llevaremos nada de lo que tengamos aquí; lo único que llevaremos con nosotros será el amor que brindamos y nuestros pecados.

Por eso, pensando en que sólo Dios y su Reino son eternos, quiero que dirijamos nuestra reflexión al hecho de que nuestra misión como cristianos, como Iglesia es que a través de nuestras obras, todos den gloria a nuestro Padre en el cielo. Por eso la frase “Hágase, Señor tu voluntad, en la tierra, como en el cielo” debemos verla no sólo como el anhelo más profundo de nuestro corazón, sino también como una gran responsabilidad. Escribía el P.a.p.a. Benedicto XVI en su obra “Jesús de Nazareth” que: “Como nuestro ser proviene de Dios, podemos ponernos en camino hacia la voluntad de Dios a pesar de todas las inmundicias que nos lo impiden. Esto es precisamente lo que indicaba el Antiguo Testamento con el concepto de justo: vivir de la Palabra de Dios, entrando progresivamente en sintonía con esa voluntad”.

Jesús dirá a sus apóstoles: “mi alimento es hacer la voluntad de Dios” (Jn 4, 34). Así como ni siquiera tenemos que pensar permanentemente en la necesidad de alimentarnos, pues el mismo cuerpo nos lo recuerda, tenemos que hacer tan nuestro este ideal de hacer nuestro alimento la voluntad de Dios, que también lo sintamos como una gran necesidad.

Continuará el P.a.p.a emérito diciéndonos: “Mirándole a Él, aprendemos que por nosotros mismos no podemos ser enteramente justos; nuestra voluntad nos arrastra continuamente como una fuerza de gravedad lejos de la voluntad de Dios, para convertirnos en mera tierra”. Que sea Él nuestro modelo, nuestra fuerza, que nos impulse su amor, su entrega, su obediencia.

En la petición del Padrenuestro: “Hágase Señor tu voluntad, aquí en la tierra, como en el cielo”, pedimos en última instancia acercarnos cada vez más a Él, a fin de que la voluntad de Dios prevalezca sobre la fuerza de nuestro egoísmo y nos haga capaces de alcanzar la altura a la que hemos sido llamados. (Benedicto XVI).

 Oh, amado, Señor: mira con bondad a este indigno siervo tuyo que llevado por su egoísmo tiende de manera natural a hacer su voluntad y no la tuya. Que tu amor supla mis falencias personales y espirituales para que lleno de ti pueda abrirme a la grandeza de la generosidad y llevado por ella en mis Getsemaní diarios pueda contigo exclamar: que no se haga mi voluntad, sino la tuya;  para que realmente en mí se cumpla lo que dice la Escritura: “el justo por la fe vivirá” y así mi alimento sea hacer tu voluntad. Sólo llevado por ti, sólo abierto a tu gracia, a tu presencia transformadora podré elevarme a la altura a la que me has llamado. Amén.

 
 
 

jueves, 28 de noviembre de 2013


“LEVANTAD LA CABEZA, VUESTRA LIBERACIÓN ESTÁ CERCA”. (Lc 21, 20-28). Por Iván Muvdi.

Continúa la Liturgia de la Palabra describiéndonos las señales antes del fin del mundo y emplea para ello el género literario apocalíptico acostumbrado por aquellos días. Ante esta serie de señales, de desastres, de guerras, de persecuciones, podríamos atemorizarnos. De hecho hay muchos que insisten es esto para llevar a los demás al encuentro de Dios por medio del miedo. Sin embargo, no olvidemos, que todas estas lecturas tienen como marco la celebración del último domingo del año litúrgico: “Jesucristo, Rey del Universo”. Es decir, pese a todos nuestros males, Él ya ha vencido.

Esta es una realidad de la que tenemos que convencernos, pues de esto depende mucho con referencia a nuestra fe y a nuestra salvación.

Quizás en nuestro optimismo, por nuestro esfuerzo y trabajo esperábamos que este año que ya termina trajera consigo muchas cosas positivas en el aspecto material, profesional, académico, económico y espiritual. Es posible que en muchos casos el resultado no haya sido el esperado. El fantasma de las dificultades, del desempleo, de la pérdida de un ser querido, del desprecio padecido por quien lo ha dado todo y recibe a cambio maldad, etc; tantas cosas que pueden desmotivarnos y lanzarnos al suelo. Estos son los cataclismos personales que a diario podemos contemplar; no nos fijemos solamente en las guerras, los desastres naturales, las persecuciones religiosas, políticas, entre otras. Muchos sectores de nuestra vida pueden estar en ruinas y todo ello tendrá que pasar, pero al final, es importante tener presente que el Señor nos invita a levantar la cabeza y fijarnos en el hecho de que Él está sobre la nube lleno de poder y de gloria y dispuesto a librarnos, a liberarnos, a salvarnos.

Frente a esta realidad es importante “PERMANECER FIELES”. En la primera lectura de hoy tomada del libro de Daniel, el texto sagrado nos narra el peligro en que estuvo Daniel por violar el decreto real que prohibía dirigirse a cualquier Dios distinto al de los medos y los persas. Daniel hizo caso omiso a esta orden y como era su costumbre se dirigía a Dios piadosamente tres veces durante el día por lo que fue acusado y arrojado al foso de los leones. Sin embargo, “Dios cerró las fauces de los leones”. Aún en el peligro más grande Dios es capaz de hacer lo imposible. Por eso, en el engranaje de nuestro interior, además de la fidelidad que ahora he mencionado, debe aparecer “LA FE”; porque, de lo contrario, podría ocurrirnos como a los apóstoles, que en medio de la violencia del viento y las olas, sintieron terror a pesar de tener a Jesús en su barca, ante lo cual el Señor les echó en cara su incredulidad. ¿Por qué temen si estoy YO con ustedes? Si creemos que Jesús duerme, hay que despertarlo con nuestra oración, sin embargo, no olvidemos que: “Nunca permitirá que resbales! Nunca se dormirá el que te cuida! El Señor es quien te protege, quien está junto a ti para ayudarte”. (Sal 121 (120)).

Frente a los cataclismos anunciados aparecen dos grupos de personas:

·         “Los incrédulos”, cuya actitud será el pánico.

·         “El creyente”, cuya herencia será el gozo.

De acuerdo a lo anterior, aparece entonces un tercer elemento: “LA PERSEVERANCIA”, no cansarnos nunca de hacer el bien, aunque mal nos paguen; insistir en nuestra salvación y en la de nuestros hermanos, aunque incluso por ello, busquen nuestro mal. De la perseverancia reflexionamos en nuestro tema anterior: “Con vuestra perseverancia, salvaréis vuestras almas”, por lo que no me alargaré en esto el día de hoy.

Nuestro consuelo debemos hallarlo en el Señor: “Levanto mis ojos a los montes y me pregunto: ¿de dónde vendrá mi auxilio? Mi auxilio vendrá del Señor, que hizo el cielo y la tierra. (Sal 121 (120)). “Venid a Mí todos los que estáis cansados y agobiados que Yo os haré descansar”. (Mt 11, 28).

La última pieza que nos propone la liturgia para el engranaje de nuestra alma es “la ESPERANZA”. Nos decía el P.a.p.a. Benedicto XVI en su carta encíclica Spe Salvi, lo siguiente:

 1. Dios nos ha dado una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino.

2. Antes del encuentro con Cristo, los Efesios estaban sin esperanza, porque estaban en el mundo « sin Dios ». Llegar a conocer a Dios, al Dios verdadero, eso es lo que significa recibir esperanza.

3. A través de  la historia de la santa Bakhita (fue vendida como esclava 5 veces, uno de sus amos le tatuó 142 cicatrices por azotes) de Sudán, nos  propone su consigna para animar nuestra esperanza: “yo soy definitivamente amada, suceda lo que suceda; este gran Amor me espera. Por eso mi vida es hermosa”.

Quería cerrar definiendo qué es la esperanza y para ello copiaré textualmente una definición que me encantó y que expreso el P.a.p.a. Francisco: “La virtud de la esperanza – quizás menos conocida que la de la fe y la caridad– nunca debe confundirse con el optimismo humano, que es una actitud más relacionada con el estado de ánimo. Para un cristiano, la esperanza es Jesús en persona, es su fuerza de liberar y volver a hacer nueva cada vida. La esperanza es un don, es un regalo del Espíritu Santo y por esto Pablo dirá: ‘Nunca defrauda’. La esperanza nunca defrauda, ¿por qué? Porque es un don que nos ha dado el Espíritu Santo. Pero Pablo nos dice que la esperanza tiene un nombre. La esperanza es Jesús. No podemos decir: 'Yo tengo esperanza en la vida, tengo esperanza en Dios’, no: si no dices: 'Tengo esperanza en Jesús, en Jesucristo, Persona viva, que ahora viene en la Eucaristía, que está presente en su Palabra”.

No lo olvidemos, FIDELIDAD, FE, PERSEVERANCIA Y ESPERANZA, serán las condiciones para que podamos mantener en alto nuestra cabeza y confiar en nuestra pronta liberación.

 Oh, mi buen Señor! Mi roca y mi fortaleza, baluarte donde me pongo a salvo, mi más alto escondite, mi sol y mi escudo. Tanto quiero darte, Señor y mi condición de fragilidad me lo impide. Tú mereces lo mejor de mí, la medida completa de mi capacidad, aunque ello sea insignificante frente a tu majestad. Oh, mi Señor, hoy elevo mi corazón a Ti y te repito lo que con frecuencia te decía San Agustín: “dame lo que me pides y pídeme lo que quieras”. Ayúdame a serte fiel, a permanecerte fiel. Aumenta, Señor, mi fe; para que confiado en Ti pueda yo decirle a las inmensas montañas de mis dificultades y falencias, quítate de aquí y plántate en el mar. Concédeme el don de la perseverancia final para que seas Tú mi mayor motivación y todo sea para tu mayor gloria. Sé Tú mi esperanza, para que esta no sea una simple actitud humana. Tú eres certeza, Tú no fallas, Tú has vencido! Tuyo soy, Señor, y tuyo quiero ser. Amén.


 


 
 

martes, 26 de noviembre de 2013


“Con vuestra perseverancia, salvaréis vuestras almas”. Lc 21, 12-19. Por Iván Muvdi.
              “Si no os afirmáis en Mí, no seréis firmes”




El texto sobre el cual reflexionaremos y que nos presenta la liturgia de hoy, miércoles 27 de noviembre, podemos seccionarlo en tres partes diferentes, a saber:

1.   Los que siguen a Jesús sufrirán persecución.

2.   Las persecuciones darán la oportunidad de dar testimonio del Señor.

3.   Los que perseveren hasta el final se salvarán. (Manténganse firmes para poder salvarse).

 Es interesante ver cómo, de manera irresponsable algunos intentan vender a las personas una fe que los librará del sufrimiento. A ninguno nos gusta sufrir, si así fuera, estaríamos enfermos. Pero lo que sí es un hecho, es que Jesús claramente dice: “quien quiera ser mi discípulo que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga”. (Mt 16,24). Nunca dijo que tire su cruz y me sigue. San Juan de la Cruz nos dice: “No busquéis a un Cristo sin cruz”.

Cuando Jesús tuvo 8 días de nacido, para cumplir con lo estipulado en la Ley de Moisés, sus padres, lo presentaron en el templo. En aquel momento, el anciano Simeón nos dice: “este niño será bandera de contradicción, otras traducciones expresan piedra de tropiezo, para que muchos caigan o se levanten. Esta es la realidad de quien se encuentra con Cristo. Él lo pide todo, pide un compromiso radical y ante esa exigencia o nos comprometemos con una vida a su servicio, o sencillamente, colocamos la mano en el arado y miramos atrás dándole la espalda a Él. El compromiso cristiano nos lleva a un modo de vida que por naturaleza no compagina, rechaza, muchos de los lineamientos, estereotipos, costumbres, etc; de este mundo. Eso genera contradicción y por ende el rechazo de quienes viven de acuerdo a este mundo. Por eso sufriremos persecución.

Ahora bien, el mismo Jesús nos dice que no nos preocupemos de antemano por preparar nuestra defensa. ¿Por qué? Porque la verdad se impone por su propia fuerza, porque si hemos mantenido una conducta acorde a la fe que profesamos, nuestras acciones vendrán en nuestra defensa y lo más importante, porque será Él mismo quien a través de su Espíritu nos inspirará lo que tengamos que decir o hacer.

Pero el día de hoy quiero profundizar en la última frase que tiene que ver con la perseverancia. Creo que es muy difícil perseverar cuando sientes que todo te es contrario, que por más esfuerzo que hagas no ves las cosas distintas en cuanto a la injusticia y la incomprensión que sufres por causa de este mundo; por las dificultades de todo tipo que nunca faltan y que pueden llevarte a sentir que no vale la pena seguir luchando y deseas, ya desmotivado, bajar los brazos y sencillamente dejar que la corriente te arrastre y te lleve donde quiera, al fin y al cabo, a veces sientes que no avanzas.

Es precisamente esta la artimaña que utiliza el enemigo de las almas para ponernos fuera de batalla y lograr que se haga su obra y no la de Dios. No podemos secundarlo si decidimos un día ser soldados de Cristo.

San Pablo dirá a Timoteo y a través de él a todos nosotros: “Timoteo, hijo mío, te doy este encargo para que combatas el buen combate con fe y buena conciencia, conforme a las palabras proféticas pronunciadas anteriormente sobre ti”. (1 Tim 1, 18-19).

Es necesario pedirle a Dios el don de la perseverancia final parta poder estar siempre dispuestos a dar testimonio de Él.

Cuando Dios se dirige a la serpiente en el paraíso una vez se consuma el pecado de Adán y Eva, nos da a entender que desde ese momento habrá una guerra constante entre los que escuchan la voz de Dios y los que se dejan seducir por la voz de la serpiente. Nos guste o no, nosotros estamos en medio y no es una opción permanecer neutrales. O con Dios, o con la serpiente. Por eso, en el catecismo se consigna esta frase: “El combate se decide cuando se elige a quien se desea servir”. La pregunta es ¿a quién servimos en este momento?

El numeral 162 del C.E.C. nos dice que la fe es un don gratuito que Dios hace al hombre. Este don inestimable podemos perderlo por eso, para poder perseverar en la fe tenemos que:

1.   Alimentarnos con la Palabra de Dios.

2.   Alimentarnos con su Cuerpo y Sangre.

3.   Pedir en oración que el Señor aumente y haga fuerte nuestra fe.

4.   Debemos actuar por la caridad. Ver a Dios en el otro, servirles y ayudarles en la medida de nuestras posibilidades.

5.   Debemos sostenernos en la esperanza de que Dios tiene el poder para cumplir sus promesas.

6.   Enraizarnos en la fe de la Iglesia.

 “Si no os afirmáis en Mí, no seréis firmes” (Is 7,9).

Las dificultades, las pruebas, e incluso las tentaciones, traen consigo la oportunidad de dar testimonio del Señor. Esto mis queridos hermanos es sumamente difícil más no imposible. Los mártires  creían sufriendo y fue eso lo que los hizo grandes.

La palabra testigo proviene del vocablo griego martyria de donde también proviene la expresión mártir; esto puede significar:

1.   Afirmar lo que se ha visto para que los demás se convenzan de ello.

2.   El hecho mismo de que con la conducta el justo da testimonio de su Señor.

3.   Firmar con la sangre lo que se afirma. “Todavía no habéis llegado hasta la sangre en vuestra lucha contra el pecado”. Hb12,4.

 El P.A.P.A. Juan Pablo II, decía hacia el final de su pontificado que el mundo necesita en estos últimos días a muchos mártires con el testimonio de vida. No es fácil vivir según los lineamientos cristianos en un mundo empecinado en vivir de espaldas a Dios y haciendo parte de la cultura misma todo aquello que es contrario a los mandatos divinos. Pero como le dijo Dios al profeta Jeremías, “no eres tú quien tiene que volverse a ellos, son ellos quienes tienen que volverse a ti”.

 También a través del profeta nos dice el Señor: “Ay del pastor inútil que huye cuando ve venir al lobo”. (Zac 11, 15-17).

Pidámosle al Señor que nos ayude a mantenernos firmes en Él y estar siempre dispuestos a dar el testimonio de todo aquello sobre lo cual hemos puesto nuestra fe, nuestra confianza, nuestra esperanza, nuestro amor.

Somos todos pastores en nuestra familia, en nuestro trabajo, en nuestro vecindario, en nuestra sociedad en general. No huyamos cuando se requiera de nuestro testimonio, no permitamos que las dificultades nos minen en el interior, nos arrebaten la paz y con ella el deseo de perseverar en Dios. Oremos los unos por los otros para que apoyándonos en los hombros del amor y de la fe podamos mantenernos fuertes en nuestra lucha cotidiana.
 
Encontrará fe el Hijo del Hombre cuando regrese? (Lc 18,8).

 QUEDAOS CON DIOS!



 

 “No quedará piedra sobre piedra”. 
 (Lc 21, 5-11). Por Iván Muvdi.
¿Para quién edificas?



El texto que nos trae la liturgia para hoy, martes 26 de noviembre, hace referencia a la admiración que expresan los apóstoles al ver la majestuosidad y hermosura del Templo, considerado una de las maravillas de la antigüedad. En la época de Jesús, el templo estaba siendo reconstruido por el Rey Herodes. (No estaba terminado aún y ya era muy hermoso).

Nos dice el texto de Lucas que algunos estaban hablando de la belleza de las piedras con las que se edificó el templo, de sus adornos.

Según los historiadores, Herodes fue un gran político, militar y “constructor”, debido a su magnificencia pasó a la historia como “Herodes el Grande”, sus obras arquitectónicas aún impresionan hoy a quienes las estudian.
 
 
 

 

Sin embargo, el propósito de Herodes era ser “grande”,  sobresalir, según los criterios de este mundo y no quedarse atrás en comparación con Roma, con Grecia de cuya cultura tenía mucha influencia. Es indudable la belleza y los desafíos arquitectónicos que Herodes asumió para construir obras dignas de admiración, como la Fortaleza de Masada (primera imagen en el recuadro anterior, donde lo que impresiona es ver cómo construyó practicamente sobre el vacío), y el Puerto de Cesarea Marítima, (ni siquiera Roma tenía uno parecido), sin embargo, y es lo que importa resaltar, a Herodes se le recuerda por haber ordenado la matanza de los inocentes; la Historia lo recordará también porque con el apoyo de los romanos combatió y asesinó a muchos miembros de la familia de los Asmoneos que eran quienes gobernaban en Judea. Trató de usar sus construcciones como una forma de congraciarse con los judíos, sin ningún éxito. El punto es, que a pesar de todo esto, a pesar de haber impulsado el comercio y la economía de su pueblo; hoy es recordado por haber ordenado la muerte de todos los niños ante su imposibilidad de ubicar al Mesías recién nacido. Esto debe decirnos algo. Si el propósito de lo que edificamos es la vanagloria, no permanecerá lo que edifiquemos en este mundo. Si lo que construimos procura la gloria de Dios, nada, ni nadie, nos podrá arrebatar lo que construyamos.

Muchas veces hemos sido nosotros los que hemos querido ocupar el lugar de Herodes al pensar que lo que hace que valga la pena nuestra existencia son los logros económicos, sociales, políticos, académicos, profesionales, etc. Este es el mundo que mide al otro por lo que tiene y no por lo que es en realidad como persona debido a que está lleno de muchos Herodes.

Reflexionando en esto, recuerdo entonces el texto del Evangelio en donde Jesús nos habla sobre la casa bien o mal fundada.
No podemos olvidar que es Cristo la "Roca", que hay que construir sobre Él que nos dijo: "sin mí nada podéis hacer". Por eso es muy importante no descuidar otro aspecto del texto que analizamos: "muchos vendrán diciendo yo soy". ¿Cuántos no son hoy los que se presentan a la humanidad como la solución a sus problemas y la respuesta a sus cuestionamientos más profundos? ¿Cuántos no se aprovechan de la falta de amor que mantiene enfermo al mundo, de las consecuencias de  la injusticia social que oprime a la mayoría para envolver a las masas y explotarlos económicamente enseñándoles que entre más dinero den, Dios les devolverá lo que ellos les quitan?
Esto es construir sobre la arena; una vez sobrevengan las pruebas, seremos arrasados.
La misma Escritura nos dice que todo lo que el Padre quería decirnos ya nos lo dijo en Cristo, que es la plenitud de la revelación. Ya nadie puede venir a enseñarnos algo distinto a lo que ya está consignado en la Escritura.
Que el Señor nos conceda a todos la gracia de entender que si no es Él quien construye nuestra obra, en vano se cansan los albañiles; que sólo construyendo para Él edificaremos el más hermoso de los monumentos en el corazón de quienes nos hayan conocido, una edificación que permanecerá por toda la eternidad, pues como lo consigna el profeta Daniel, quienes enseñen a otros a ser buenos brillarán como estrellas en el firmamento por toda la eternidad. De igual modo pidamos al Espíritu Santo nos conceda el discernimiento necesario para acoger solo aquello querido por Dios y no dejarnos contaminar por ninguna doctrina nociva a nuestra fe.

QUEDAOS CON DIOS!







 

 

lunes, 25 de noviembre de 2013



LA OFRENDA DE LA VIUDA POBRE. (Lc 21, 1-4). Por Iván Muvdi.



La liturgia de hoy nos presenta este texto de San Lucas en donde se muestra a un Jesús atento a lo que ocurre en el momento en que las personas se disponen a dar su ofrenda a Dios.

Pienso que hay cosas que nosotros podemos y estamos dispuestos a dar; pero al parecer, hay otras cosas que valoramos mucho más y que por ende no sólo nos cuesta darlas, sino que quizás, en algunos casos, no se dan.

Recuerdo en este momento la historia del “Joven Rico”, y trato de contrastarla con el texto de la “Viuda Pobre”; ¿qué diferencia o qué semejanza podemos encontrar?

Entre las semejanzas, encontramos que ambos están dispuestos a dar; pero entre las diferencias, constatamos que sólo en uno de esos casos se está dispuesto a darlo todo. No quiere decir esto que Jesús desprecia a quien poco da, Él no es así; la misma Escritura nos dice que Jesús amó con la mirada al Joven rico; pero indudablemente mientras más generosos seamos con Dios, Él lo será aún más con nosotros, pues no se dejará ganar por nuestra generosidad. Es por ello que los santos y con ellos la Iglesia ha enseñado siempre que “Quien da a un pobre, le presta a Dios.”

El Joven Rico está interesado en la vida eterna, quiere saber qué debe hacer para ganarla. Jesús le dice: “cumple los mandamientos”. El Joven le dice, los he cumplido desde siempre. Seguramente no mentía al decirle que su esfuerzo por cumplir la voluntad de Dios era algo constante y de su interés. Pero Dios siempre quiere más de nosotros, para darnos mucho más de Él. Alguna vez leía o escuchaba a alguien que explicaba que Dios es capaz de colmarnos y desbordarnos a todos, sin embargo, la medida de cada uno es diferente porque no todos se entregan de igual forma. Es como si imagináramos que vamos a llenar de agua varios vasos, pero ellos son de diferentes tamaños. Todos quedan llenos, pero no todos tienen la misma cantidad de líquido en su interior, porque el tamaño o la profundidad de su capacidad son distintos. Igual nos ocurre a nosotros a la hora de ser llenos de la gracia de Dios. Él quiere darnos mucho, pero la capacidad de nuestra entrega y apertura es distinta.

LA VIUDA HA DADO TODO CUANTO TIENE, y es esto lo que la hace distinta a todos los que al igual que ella están depositando sus ofrendas en las arcas del templo. Jesús se había fijado en todos, por eso puede comparar, sin embargo, quien logró atrapar su mirada y ganar su elogio, fue quien ofrendó “todo cuanto tenía para vivir, o para su sustento.” ¿Qué tenemos nosotros que a Dios le haga falta? Nada. ¿Qué poseemos que Él ya no tenga? Nada. Por eso, es preciso entender que no se trata de darle cosas; es el terrible error que hoy cometen muchos padres de familia, por ejemplo, a la hora de llenar de “cosas” a sus hijos y negarles lo más importante: “el estar con ellos y el hacerlos sentir amados”. Durante un tiempo vi en una Parroquia a una joven que cada sábado le llevaba rosas a Jesús sacramentado, pero una vez que las colocaba, se iba. Yo pensaba, acaso ya no eran suyas, refiriéndome a Jesús, las rosas antes de ser cortadas? Estoy seguro que Dios bendecirá y premiará la generosidad de esa joven; pero estoy igualmente seguro que para Él hubiera sido mejor que ella se quedara a su lado.

La Viuda entrega su indigencia: recuerdo un episodio que se nos narra en la vida de San Jerónimo (Léelo completo: oprimiendo “ctrl” en tu teclado haz clic sobre este link: EWTN) en donde Jesús le pide a este Santo lo más despreciable que tiene dejando atónito a este personaje que quería darle lo mejor de sí. Ese es Dios, representado ahora en una viuda, realmente es Él y no nosotros el que lo ha dado todo, incluso a su propio Hijo, quien a su vez dio hasta su última gota de sangre.

Ojalá, mis queridos hermanos, estemos dispuestos a entregar aquello que nos ata y que hizo que el Joven rico perdiera una bendición mayor. Ojalá nunca olvidemos que con nuestros actos tenemos la capacidad de atrapar la mirada de Dios y que en nuestro corazón haya la suficiente generosidad para que la medida que Dios pueda llenar sea grande, profunda y espaciosa. Muchos se preguntan ¿por qué este o aquel…. son más santos que yo? ¿Por qué Dios  a través de ellos pudo hacer tan grandes prodigios? Creo que la respuesta se orienta desde aquí.

QUEDAOS CON DIOS...






sábado, 23 de noviembre de 2013




“Creo en la resurrección de la carne” (Por Iván Muvdi). Lc 20, 27-40.



El primer escrito que publiqué en este blog tiene que ver con la Resurrección de Jesús, en aquella oportunidad resalté dos ideas que recordaré pero de las cuales no volveré a referirme y ellas son:

1.   La mayor prueba de que Jesús es Dios, es su resurrección de entre los muertos, entendida como la unión del alma y el cuerpo que antes habían sido separadas por la muerte para formar un cuerpo glorioso, es decir, incorruptible, no sometido al sufrimiento, ni a la enfermedad, ni a la muerte. Un cuerpo que ya no necesita alimentarse, que no tiene necesidades fisiológicas; un cuerpo para estar en el cielo, no en este mundo; es decir, un cuerpo que ya no estará sometido ni al espacio, ni al tiempo. Si Cristo no resucitó vana es nuestra fe, nuestra predicación y seríamos los más desdichados de todos.

2.   El alma es inmortal por lo tanto lo que requiere de resurrección es la carne y por ende no debemos entenderla como una simple experiencia espiritual que niega el hecho mismo de la resurrección.

 Debido a lo anterior, parto de la base de que creemos en fe que al final de los tiempos se cumplirá la promesa de Cristo en referencia a que todos resucitaremos. Por este motivo lo que voy a intentar hacer es exponer lo más claro posible la doctrina de la Iglesia Católica con relación a este tema. Desafortunadamente hay muchos teólogos enseñando cosas distintas que no corresponden a la verdad creída y transmitida por la Iglesia desde sus orígenes y han arrastrado consigo a muchos sacerdotes y fieles que repiten estas ideas erróneas que confunden y apartan de la fe a muchos.

Creo que sería bueno, antes de iniciar con el estudio que menciono, hacer referencia a otro tema que se mezcla con este y que también de manera equivocada muchos han creído, han adoptado como verdad e incluso a pesar de ser incompatible con el cristianismo llegan a hacer una sincretización mezclando los conceptos; me refiero a la reencarnación.
 
La reencarnación es una creencia que supone una vía de salvación o redención para el hombre, viviendo éste vida tras vida creyendo recibir en cada una de ellas, la justa retribución merecida por sus acciones, faltas o pecados (karmas) de una vida anterior. Esta creencia surge como una respuesta a los interrogantes que el hombre se hace sobre su origen y su fin, la vida y la muerte, el bien, el mal y Dios; y se basa en una concepción errónea del mundo material, tenido como causa del mal. El cuerpo humano es considerado malo y fuente de contaminación.
Quiero, antes de continuar, declarar que mi propósito con estos escritos es aportar desde mi poquedad alguna luz para afianzar la fe cristiana de mis hermanos, aquel conjunto de verdades  profesadas por la Iglesia Católica,  y por ende, no pretendo ofender la fe de las personas que profesan otro tipo de credo religioso. El punto es que respeto a quienes creen en la reencarnación y cualquier otro dogma religioso contrario a los míos, pero al católico lector si le exhorto a preocuparse por mantener su fe tal y como la hemos recibido de Cristo y luego de sus apóstoles desde el origen del cristianismo hasta nuestros días.
La reencarnación fue rechazada, junto con otras creencias paganas, en el Concilio de Nicea en el año 325 d.C. y condenada como herejía en el Concilio de Constantinopla en el año 535 d.C.
La meta de quien cree en la reencarnación sería liberarse del ciclo sucesivo de nacimientos para que por fin el alma individual (atman) forme parte del alma universal (brahman).
 
¿Por qué es incompatible con el cristianismo la creencia en la reencarnación?
 
La reencarnación hace innecesario a Cristo como salvador pues cada uno se salva solo viviviendo bien en cada una de sus vidas sucesivas hasta que liberándose por fin de la materia se llega hasta el nirvana.
" Así como todos han de morir una sola vez y después vendrá el juicio, así también Cristo ha sido ofrecido en sacrificio una sola vez para quitar los pecados de muchos". (Hb 9, 27-28).
También es posible escuchar de quienes creen en esto, que todo es Dios, Dios y el universo son idénticos. Con esto desacreditamos completamente a Dios como ser personal y no como "una energía" que yo puedo manipular y canalizar.
En el Budismo, se rechaza la noción del atman o alma, para contraponerla con la anattá o no - alma. Es decir, no existe un "yo"  ni en el plano individual, ni en el plano universal. En este sentido es un sistema ateo. No existen almas, no existe Dios. El modo de liberarse de esta rueda reencarnacionista sería adquiriendo la llamada iluminación, expresada en el estado extático del nirvana que se considera como la cesación de sufrimiento y que se alcanzaría tratando de romper los lazos que unen al hombre con la realidad externa hasta llegar al estado de indiferencia total y desapego del mundo.
El alma del hombre tiende a estar unida a su cuerpo, a ese único cuerpo al que ha estado unida y no a otro que no les es natural. Esta irreductible unidad del ser, alma y cuerpo, es llevada a la plenitud en la resurrección, de la cual , Jesús es primicia de la nuestra.
Para mí, lo más importante de todo esto, es que el lector Cristiano Católico entienda que aunque en occidente esto es la moda y lo más in que nos puede pasar; en oriente, donde se practican estas doctrinas, lo peor que te puede pasar es reencarnar. Esta situación es como un castigo pues cada vida sucesiva es precisamente para librarte de los karmas. El cuerpo es como una cárcel de la cual hay que librarse. Es absurdo desear reencarnar.
Habiendo aclarado lo anterior, procederé a explicar lo que denominamos la "resurrección de los muertos", "DE LA CARNE".
 


El texto de la liturgia de hoy, nos presenta Mt 22, 23-33; una prueba de los Saduceos para Jesús, aquellos niegan la resurrección de los muertos.

 En primer lugar, al contestarles Jesús, les echa en cara su ignorancia en cuanto a las Escrituras y en cuanto al poder de Dios. Los Saduceos sólo aceptaban los cinco libros que componen el Pentateuco como inspirados por Dios. En estos libros aún no se hace referencia a la resurrección.

Acto seguido, Jesús dice que los hombres y las mujeres no se casarán porque serán como los ángeles. De aquí se agarran para decir que lo que resucita no es el cuerpo. Pero como mencioné en escrito anterior, el alma es inmortal, no muere y por ende no requiere resurrección. Si el alma muriera, no se necesitaría el infierno. El infierno es eterno precisamente porque es esa la condición del espíritu. Es el cuerpo mortal que ahora es corruptible el que necesita la intervención especial del poder de Dios para pasar a un estado de incorruptibilidad, un estado glorioso una vez que vuelva a unirse a su propio cuerpo que antes se había separado por la muerte. Cuando Jesús nos asemeja a la condición angelical lo que quiere resaltar es el hecho de que nuestro cuerpo glorioso no estará sometido ni al espacio, ni al tiempo; no estará sometido a ninguna necesidad fisiológica o cualquier otra propia de nuestra naturaleza. De manera especial se resalta el hecho de que ya no es necesario el hecho de la procreación; obviamente no se necesita de ella en el cielo para garantizar la supervivencia de la especie humana.

Por último, en la línea del texto en comento, Jesús recalca que Dios es Dios de vivos y no de muertos. “Yo Soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”, le dijo el señor a Moisés; esto no era solamente para que él comprendiera que se trataba del mismo Dios que había pactado con Abraham, sino que, como el mismo Jesús lo dice, ellos siguen vivos en su presencia. Hay textos muchos más claros en este sentido, pero Jesús utiliza este que está cifrado en Ex 3, 6 precisamente porque se ubica en el Pentateuco, única sección de la Biblia que aceptan los saduceos. Es importante como cierra el texto: “Al oír esto, la gente se quedó asombrada de las enseñanzas de Jesús”, esto puede llevarnos a intuir, por la reacción de quienes escucharon todo esto, que los Saduceos quedaron sin argumentos para restarle valor a lo expresado por Jesús.

La Iglesia enseña que hay un hombre sentado a la derecha del Padre, Jesús; el mismo que enseñó su manos, pies y costado traspasado; el mismo que se dejó palpar por sus apóstoles, que comió con ellos y que en definitiva acabó con cualquier suposición de tener la condición de “un fantasma”.

 
La Biblia nos muestra una revelación progresiva de la resurrección:

 
1.   Vemos en el segundo libro de los Macabeos lo siguiente: “El Rey del mundo, a nosotros que morimos por sus leyes, nos resucitará a una vida eterna”. (2 M 7,9).

En 2 M 7, 14: “Es preferible morir a manos de los hombres con la esperanza que Dios otorga de ser resucitados de nuevo por Él”.

Si nos fijamos bien creo que podemos ver que la esperanza que anima en el martirio a una madre y a sus siete hijos es la fe en que “LA CARNE”, el cuerpo, será resucitado por el poder de Dios.

 
2.   Yahvé da muerte y vida, hace bajar al šheol y retornar» (1 Samuel 2:6). Si analizamos este texto, podemos entender claramente lo que se nos indica cuando se expresa “retornar del Sheol”. Volver a la vida.

 
3.   Por eso dentro de mí, mi corazón está lleno de alegría. Todo mi ser vivirá confiadamente, pues no me dejarás en el sepulcro, no abandonarás en la fosa a tu amigo fiel. (Sal 16 (15), 9-10). Creo que es muy claro cuando se nos dice “no me dejarás en el sepulcro”; sabemos que allí sólo reposa el cuerpo, no el alma, así que al decir no dejarás mi cuerpo en el sepulcro se expresa claramente que es lo corpóreo lo que resucita por el poder de Dios. Ya sabemos que esto se aplica a Cristo en primer lugar, por lo tanto, lo que salió del sepulcro no fue su espíritu, Claramente lo que hasta los mismos soldados constataron y avisaron a las autoridades judías era que “el cuerpo” no estaba.
 
4. Él es quien perdona todas tus culpas, que cura todas tus dolencias, rescata mi vida del sepulcro, quien me colma de amor y de ternura. (Sal 103 (102), 3).

 
5.   «Muchos de los que duermen en el país del polvo se despertarán; unos para la vida eterna; otros, para el oprobio, para el horror eterno. Los doctos brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a la multitud la justicia, como las estrellas por toda la eternidad» (Daniel 12:2-3). Cuando se nos narra la creación de Adán, se nos dice que Dios lo creó con barro del suelo y luego del pecado, le dice, volverás al polvo del que fuiste creado, pues polvo eres y en polvo te convertirás” (Gen 3,19). De igual modo, nos dice la Escritura que ya habiendo sido modelado Adán con el barro del suelo, éste aún no tenía vida hasta que Dios insufló sobre su nariz y le dio aliento de vida. La Iglesia siempre ha interpretado a la luz de estos textos la corporeidad y la constitución espiritual del ser humano. El alma inmortal vivifica al cuerpo y nos es dada directamente por Dios. Es el alma lo que nos hace ser imagen y semejanza de Dios que es inmortal. Por lo tanto, el polvo, el barro, el cieno, indican la parte corporal de todo hombre y por ende concluimos que cuando hablamos de resurrección esta no debe entenderse como algo meramente espiritual sino que involucra a toda la persona, cuerpo y alma.

6. En el mismo sentido debemos entender el siguiente texto: Tus muertos vivirán; sus cadáveres resucitarán. !!Despertad y cantad, moradores del polvo! porque tu rocío es cual rocío de hortalizas, y la tierra dará sus muertos. (Is 26,19).

 Un detalle que es importante tener en cuenta es que toda la Biblia tiene un hilo conductor, Jesucristo. Nada está escrito por azar y todo confluye a un único fin el cual es darnos en Cristo la plenitud de la revelación. En el marco de este contexto, quiero decirles que todo lo que Cristo instituyó fue prefigurado antes, ya sea a lo largo del Antiguo Testamento o incluso en el Nuevo Testamento. Por ejemplo: “El Bautismo”.

A.T:

·      El Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas.

·      El agua del diluvio pone fin al pecado y genera una nueva creación.

·      El paso del Mar Rojo.

·      El paso del río Jordán.


N.T:

·      Juan el Bautista habla sobre el bautismo y él mismo hace una distinción entre su bautismo y el de Cristo: “Yo los bautizo con agua; pero entre ustedes hay uno que no conocen y que viene después de mí. Yo ni siquiera merezco desatarle la correa de sus sandalias”. Jn 1, 26. Viene uno que los bautizará con Espíritu santo y fuego”. (Lc 3,16).

·      Jesús le dice a Nicodemo que “el que no nace de nuevo, no podrá ver el Reino de Dios” y también “quien no nace del agua y del Espíritu no entrará en el Reino de los Cielos”. (Jn 3, 3.5).

 
·      Jesús le dice a la Samaritana: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te está pidiendo agua, tú le pedirías a Él, y Él te daría agua viva”. (Jn 4,10).

 
Hay muchos otros textos pero la idea no es alargarme innecesariamente, creo que los que he citado son suficiente para identificarlos como la antesala a la institución del bautismo: “Dios me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, a todas las naciones y háganlas mis discípulos bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes”. (Mt 28, 18-20).
 
 

 De igual manera ocurre con la resurrección, no tendría por qué ser la excepción. En todo el Antiguo Testamento se menciona tal y como lo he citado en los textos aquí referenciados, pero se ve más claramente en los siguientes hechos:

 
·      La resurrección del hijo de la viuda de Sarepta por mediación del profeta Elías (1 Re 17, 17-23).

·      La resurrección del hijo de la sunamita por mediación del profeta Eliseo (2 Re 4, 31-37).

·      Finalmente, un cadáver que fue arrojado apresuradamente en la tumba del propio Eliseo volvió a la vida al tocar los huesos del profeta (2 Re 13, 20-21).
 
 

 Estos textos no tienen el único propósito de mostrar a estos profetas como prefiguraciones del mismo Cristo y que el Señor Jesús actuaba de la misma forma que ellos (un profeta enviado por Dios pero que al actuar recapitulaba en sí a todos los anteriores mostrándose entonces como el profeta por excelencia):

·      La resurrección del hijo de la Viuda de Sarepta – La resurrección del hijo de la Viuda de Naím. (Lc 7, 11-17).

·      El cadáver que resucita al tocar los huesos del profeta Eliseo – “Al morir Jesús, la tierra tembló, las rocas se partieron y los sepulcros se abrieron; y hasta muchas personas santas, que habían muerto, volvieron a la vida. Entonces salieron de sus tumbas, después de la resurrección de Jesús y entraron en la Santa ciudad de Jerusalén, donde mucha gente los vio”. (Mt 27, 51-53).

 Estos textos también buscan evidenciarnos el poder que tiene Jesús sobre el pecado (muerte espiritual) y su consecuencia más grave: “la muerte corporal o física que nos arrebató la inmortalidad original”. Jesús es la resurrección y la vida. Él liga la fe en la resurrección a la fe en su propia persona. (Catecismo de la Iglesia Católica num. 994).


La esperanza cristiana en la resurrección está totalmente marcada por los encuentros con Cristo resucitado. Nosotros resucitaremos  como Él, con Él y por Él. (C.E.C. 995).
 
De igual maera, el Catecismo nos presenta de una manera simple e interesante este asunto así:
 
¿Quién resucitará? Todos los hombres que han muerto: los que hayan hecho el bien, lo harán para la vida y los que hayan hecho el mal, para la condenación. (Jn 5,29).
 
¿Cómo? Al igual que Cristo, todos resucitarán con su propio cuerpo, el que tienen ahora, pero este cuerpo será transfigurado en cuerpo de gloria. (Flp 3,21); en cuerpo espiritual. (1 Co 15, 44).
 
¿Cuándo? Sin duda en el último día. (Jn 6, 39-40. 44. 54; 11, 24); al fin del mundo. (C.E.C. 998 - 1001).
 
El cuerpo es para el Señor y el Señor para el cuerpo. Y Dios que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros mediante su poder. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? (1 Co 6, 13-15. 19-20).
 
¿Creen que sólo resucitará la cabeza? Todo el cuerpo místico de Cristo participará de la resurrección de su Señor y no sólo en sentido espiritual, sino, más aún, en sentido físico pues es aquí donde Dios muestra su omnipotencia.