jueves, 3 de abril de 2014


¡Y no queréis venir a mí para tener vida!. Día 29 en travesía por el desierto cuaresmal.


Lectura del libro del Éxodo (32,7-14):


En aquellos días, el Señor dijo a Moisés: «Anda, baja del monte, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un novillo de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman: "Éste es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto."»
Y el Señor añadió a Moisés: «Veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Por eso, déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo.»

Entonces Moisés suplicó al Señor, su Dios: «¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto, con gran poder y mano robusta? ¿Tendrán que decir los egipcios: "Con mala intención los sacó, para hacerlos morir en las montañas y exterminarlos de la superficie de la tierra"? Aleja el incendio de tu ira, arrepiéntete de la amenaza contra tu pueblo. Acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac e Israel, a quienes juraste por ti mismo, diciendo: "Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he hablado se la daré a vuestra descendencia para que la posea por siempre."»

Y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo. Palabra de Dios.

 

Salmo Responsorial:

 

R/. Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo.

En Horeb se hicieron un becerro,
adoraron un ídolo de fundición;
cambiaron su gloria por la imagen
de un toro que come hierba.
R/.

Se olvidaron de Dios, su salvador,
que había hecho prodigios en Egipto,
maravillas en el país de Cam,
portentos junto al mar Rojo.
R/.

Dios hablaba ya de aniquilarlos;
pero Moisés, su elegido,
se puso en la brecha frente a él,
para apartar su cólera del exterminio.
R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (5,31-47):


En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es válido. Hay otro que da testimonio de mí, y sé que es válido el testimonio que da de mí. Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz. Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido realizar; esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado. Y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí. Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su semblante, y su palabra no habita en vosotros, porque al que él envió no le creéis. Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida! No recibo gloria de los hombres; además, os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros. Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibisteis; si otro viene en nombre propio, a ése si lo recibiréis. ¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que yo os voy a acusar ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero, si no dais fe a sus escritos, ¿cómo daréis fe a mis palabras?» Palabra del Señor.

 

En la primera lectura de hoy, tomada del libro del Éxodo, se nos narra el episodio del encuentro entre Moisés y Dios Padre en el Monte Sinaí, como marco de la entrega de los diez mandamientos. En un momento la charla entre el Señor y Moisés se interrumpe cuando Aquel le dice: baja pronto que tu pueblo se ha hecho un ídolo (el becerro de oro).

La etapa de peregrinación siempre resulta difícil, y de manera especial cuando nos falta un guía. Por eso, el pueblo viendo que Moisés no acaba de bajar se construye, con la anuencia de Aarón, un becerro de oro, un dios humano que le oriente, que le interprete los diversos acontecimientos... Sólo así el pueblo se siente seguro.

Ante la demora de Moisés, (40 días en la montaña), el pueblo creyó que éste los había dejado abandonados en medio del desierto; se sintieron sin guía, a pesar de que el mismo Dios les mostraba el camino en forma de nube luminosa durante el día y en forma de columna de fuego durante la noche. “pero al parecer siempre nos falta más para poder creer; esto es lo que nos lleva al error”.

Todos los días el Señor nos provee su amor, su misericordia, al abrir nuestros ojos en la mañana tenemos nuestro primer milagro (muchos no logran hacerlo) pero nosotros damos por hecho que ello debe ser así. Lo que intento decir es que nos acostumbramos tanto a los dones que recibimos de Dios que llegamos al punto de desconocer su intervención en nuestras vidas y como consecuencia de ello, llegamos al tenebroso límite del desagradecimiento; ya no le vemos, ni le sentimos allí cerca de nosotros.

Sin percibir a Dios siempre presente, desviamos nuestro corazón de su presencia y lo entregamos a todas aquellas cosas que, aunque importantes, no son más que medios para lograr fines más importantes y sublimes; de las cosas tenemos que servirnos y no servirles. Entregar nuestra vida a los bienes terrenos, además de que es un terrible error, por descuidar al dador de los dones para amar los dones que de Él recibimos, la idolatría nos lleva a la degradación de nuestra dignidad, que es especial por cuanto somos los únicos seres creados capaces de establecer una comunión con Dios y llamado por Él precisamente a ello.

La adoración al verdadero Dios es la única que no envilece ni rebaja.

De esta situación podemos concluir que la falta de confianza en nuestro Señor necesariamente nos llevará a la idolatría. Quien no confía en Dios, confiará en el dinero, o depositará su confianza y fe en las personas siendo presa fácil del engaño y la decepción, pues el único que nunca falla es Dios, el único que siempre es fiel, es Dios; el único con poder para darnos más allá de lo que podamos pedir, es Dios.

 
Un segundo aspecto de la primera lectura es la posición adoptada por Moisés. Ante el enojo, Dios le ofrece hacer de él la gran nación prometida y olvidarse de aquellos que recién sacados de Egipto en medio de milagros y prodigios ya se habían olvidado de Dios. Tentador para cualquier humano; pero Moisés decide adoptar la posición de un mediador que intercede por un pueblo que siente propio, del cual tiene sentido de pertenencia a pesar de que su niñez, adolescencia y parte de su vida adulta la vivió como miembro de la casa real egipcia.

El auténtico líder y mediador de todo pueblo es aquel que quiere correr la misma suerte que los suyos, sin halagos, sin excepciones, sin ventajas personales... Ojalá nuestra clase dirigente aprendiera esto; pero de igual manera también, el padre, la madre, en su hogar; el empresario con sus empleados, el Párroco con su feligresía, el Obispo con su diócesis, el profesor con sus alumnos, etc.

Moisés acalla estas vanas esperanzas personales para situarse como intercesor entre Dios y el pueblo. El estilo de vida de Moisés ha hecho de él, en la tradición judía, el prototipo del mediador que después llevará a su pleno cumplimiento Jesús.

Jesús toma la naturaleza de este pueblo infiel, carga sobre sí nuestros pecados, sufre el castigo por ellos merecido y muere con la muerte más deshonrosa existente en su época para redimirnos, para pagar la deuda de Adán, siendo Él inocente. Se sienta a la derecha del Padre para interceder por nosotros, aún ahora que, pese a todo lo que hizo, continuamos pecando y construyendo ídolos.

 En el Evangelio Jesús dice: "Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es válido. Hay otro que da testimonio de mí y sé que es válido el testimonio que da de mí".

El testimonio que una persona da a su favor puede ser interesado. Normalmente lo es. Por eso no es válido en un proceso. Por eso, ahora, Jesús va a aducir testimonios en favor suyo. No va a apoyarse en el suyo propio. Sabe que tiene a su favor otro testigo irrecusable que demostrará la legitimidad de su postura.

Aduce en primer lugar, el testimonio del Bautista. Todo lo que Juan negaba ser, lo afirmaba de Jesús: la luz, el Mesías, el Profeta, el más fuerte, el preexistente, de quien no era digno de desatar la correa de su sandalia. En realidad, Jesús no necesitaba el testimonio del Bautista. Su testimonio iba destinado a otros para que creyeran en Jesús. El no era la luz, sino una lámpara. Esta es la diferencia entre Jesús y Juan: la que existe entre la luz como tal, y una lámpara. Y sin embargo, los judíos prefirieron lo secundario, la lámpara, a lo primario, la luz; prefirieron el testigo en lugar de lo testimoniado por él, que era Jesús.

Pero, por si no fuera suficiente el primero, Jesús ofrece un testigo mucho más fuerte:

"Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido realizar; esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado".

Testimonio mayor que el de Juan lo constituyen las obras mismas de Jesús. En estas obras, con su carácter significativo de "signos", se fija particularmente el evangelio de Juan. Los signos, fueron hechos "para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo tengáis vida en su nombre".

Todo el que reconozca que Dios es Padre, tiene que reconocer que las obras de Jesús, como las del Padre, comunican vida al hombre, son de Dios. Jesús está apelando implícitamente a un rasgo claramente expresado en el A.T., que descubre la solicitud de Dios por su pueblo, especialmente por los débiles.

Jesús les reprocha que nunca hayan escuchado el mensaje de amor que Dios les proponía. Por eso en Caná faltaba el vino. Dios había querido dar vino de amor a su pueblo, pero había sido sofocado por la institución judía, encarnada en la ley, a la cual daban valor absoluto.

Se enfrentan aquí dos concepciones de Dios: el Dios de Jesús, el Padre que ama al hombre y se manifiesta, dándole vida y libertad, y el Dios de los dirigentes, el Dios soberano, que impone y mantiene un orden jurídico, prescindiendo del bien concreto del hombre. Por eso Jesús puede afirmar que no conocen en absoluto al Padre; es más, incluso el mensaje de la Alianza, expresado desde el principio con la acción de Dios, que los hizo un pueblo precisamente al sacarlos de la esclavitud, tampoco lo han conservado. Ellos han olvidado esta imagen dada por el mismo Dios, para fabricarse la suya.

V. 39-40: Por eso les dice: "Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, y no queréis venir a mí para tener vida". Tampoco hacen caso de las Escrituras porque su modo de leerlas es equivocado.

Piensan que van a encontrar en ellas lo que no contiene: la vida definitiva. Han dado un valor absoluto a la Escritura y la han convertido en un todo completo y cerrado, en lugar de ver en ellas, una promesa y una esperanza.

El verdadero papel de la Escritura era el mismo de Juan Bautista: dar testimonio preparatorio a la llegada del Mesías. Ellos no hacen caso de este testimonio porque su clave de lectura es falsa.

"Os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros".

Les asegura nada menos que les falta ese "amor de Dios": amor a Dios y amor de Dios. Carecen de aquella apertura fundamental a Dios que es imprescindible en el amor; por eso les falta también la capacidad de acercarse a Jesús y reconocerlo como enviado de Dios. Y si no se admite al enviado de Dios ¿qué ocurre? Pues lo que está ocurriendo en nuestro tiempo: existe el gran peligro de aceptar sin crítica alguna a muchos otros que llegan en su propio nombre y ponen siempre por delante sus grandes exigencias personales, a pesar de lo cual se les sigue con gran fidelidad.

 

"Sordo a la verdadera autoridad que le habla desde el más allá, el mundo recibe el castigo de inclinarse siempre ante unos guías que no poseen ninguna verdadera autoridad, sino que en ellos sólo se dejan sentir las tendencias de su propio querer".

 

¡Quedaos con Dios!
 


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