“El Señor nos dice salid, venid a la luz”. Por Iván Muvdi. Día 28 en travesía por el
desierto cuaresmal.
Lectura del libro de Isaías (49,8-15):
Así dice el Señor: «En tiempo de gracia te he respondido, en día propicio te he auxiliado; te he defendido y constituido alianza del pueblo, para restaurar el país, para repartir heredades desoladas, para decir a los cautivos: "Salid", a los que están en tinieblas: "Venid a la luz." Aun por los caminos pastarán, tendrán praderas en todas las dunas; no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el bochorno ni el sol; porque los conduce el compasivo y los guía a manantiales de agua. Convertiré mis montes en caminos, y mis senderos se nivelarán. Miradlos venir de lejos; miradlos, del norte y del poniente, y los otros del país de Sin. Exulta, cielo; alégrate, tierra; romped a cantar, montañas, porque el Señor consuela a su pueblo y se compadece de los desamparados. Sión decía: "Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado." ¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré.»
Palabra de Dios.
Salmo Responsorial:
R/. El Señor
es clemente y misericordioso
El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas. R/.
El Señor es fiel a sus palabras,
bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan. R/.
El Señor es justo en todos sus caminos,
es bondadoso en todas sus acciones;
cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente. R/.
El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas. R/.
El Señor es fiel a sus palabras,
bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan. R/.
El Señor es justo en todos sus caminos,
es bondadoso en todas sus acciones;
cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan (5,17-30):
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo.»
Por eso los judíos tenían más
ganas de matarlo: porque no sólo abolía el sábado, sino también llamaba a Dios
Padre suyo, haciéndose igual a Dios.
Jesús tomó la palabra y les dijo:
«Os lo aseguro: El Hijo no puede hacer por su cuenta nada que no vea hacer al
Padre. Lo que hace éste, eso mismo hace también el Hijo, pues el Padre ama al
Hijo y le muestra todo lo que él hace, y le mostrará obras mayores que ésta,
para vuestro asombro. Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da
vida, así también el Hijo da vida a los que quiere. Porque el Padre no juzga a
nadie, sino que ha confiado al Hijo el juicio de todos, para que todos honren al
Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que lo
envió. Os lo aseguro: Quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la
vida eterna y no se le llamará a juicio, porque ha pasado ya de la muerte a la
vida. Os aseguro que llega la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la
voz del Hijo de Dios, y los que hayan oído vivirán. Porque, igual que el Padre
dispone de la vida, así ha dado también al Hijo el disponer de la vida. Y le ha
dado potestad de juzgar, porque es el Hijo del hombre. No os sorprenda, porque
viene la hora en que los que están en el sepulcro oirán su voz: los que hayan
hecho el bien saldrán a una resurrección de vida; los que hayan hecho el mal, a
una resurrección de juicio. Yo no puedo hacer nada por mí mismo; según le oigo,
juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del
que me envió.» Palabra del Señor.
Responder al llamado del Señor implica unos compromisos serios y muchas
veces, ante esos compromisos, puede haber vacilación en nuestra respuesta. Aquí
nos vendría bien recordar las palabras de Jesús a la Samaritana ante su
negativa: “si conocieras el don de Dios”. Si conociéramos el don de Dios, no
temeríamos al compromiso, pues el aliento, el impulso y la gracia para
sostenernos a lo largo del camino nos los da el mismo Dios que no quiere la
muerte del pecador sino que este se convierta y viva. El Señor nos llama a un
compromiso serio de conversión porque Él sabe qué es lo que más nos conviene y
sabe perfectamente que nuestra felicidad plena se haya a su lado.
Las palabras que Dios nos dedica a través del Profeta Isaías, están
cargadas de mucho consuelo y esperanza, pero sobre todo, de mucho amor. ¿Por
qué dudar, si el Señor siempre nos ha respondido, si en el día propicio nos ha
auxiliado? ¿Si siempre nos ha defendido? Dice el el Señor a los cautivos: “salid”;
a los que están en tinieblas: “venid a la luz”. Somos nosotros mis queridos
hermanos, los que aún, sino en todo, por lo menos en algún resquicio de nuestra
vida, estamos en cautiverio o nos hallamos en tinieblas. Nadie puede decir que
ya no requiere conversión, que la obra de Dios en él está consumada, pues la
conversión termina con la muerte, porque después de ella no habrá oportunidad
para convertirnos. Dice San Juan que “aquel que diga que no tiene pecado es un
mentiroso”, y dirá Fray Luis de Granada que, “nada hay más brillante que el sol
y sin embargo, también tiene eclipses”.
En este tiempo santo de cuaresma, donde el derroche de gracia y amor de
Dios es mucho mayor, permitamos que resuene en nuestro interior la voz de Dios
que nos dice ¡SALID! De la falta de confianza, de este o aquel pecado, de aquel
sentimiento adverso, de aquel desánimo, etc. Escuchemos al Señor que nos dice:
VENID A LA LUZ, para que nunca más haya oscuridad en nuestro camino y su luz nos
anime y nos de confianza para emprender tal recorrido.
Nadie ha dicho que responder al Señor sea fácil, ciertamente implica
renuncias a muchas cosas que tal vez incluso nos gusten pero que no están bien
a la luz de los mandatos de Dios. Recorrer el camino de la conversión implica
cargar la cruz y atravesar por la vía crucis, pero estemos seguros que al final
habrá resurrección y gloria.
Los caminos que en principio pueden ser escabrosos y torcidos, se
enderezarán; por más inclemente que sea el sol, nuestro Dios nos cobijará bajo
la sombra de sus alas. Mis queridos hermanos, ¿cómo puede permanecer inconmovible
nuestro corazón frente a la declaración de amor que nos hace el Señor? “¿Puede
acaso una madre olvidarse del hijo de sus entrañas? Pues aunque tu padre y tu
madre te olviden, yo jamás me olvidaré de ti”.
El salmista refuerza con su cántico la propuesta de amor, de misericordia,
de ayuda o auxilio que el Señor nos da, nos ofrece gratuitamente.
Es interesante cómo se afirma en el salmo que el Señor “sostiene a los que
van a caer” y “endereza a los que ya se doblan”. ¿Qué más queremos para
sentirnos confiados en ese recorrido que Dios nos pide? Ante esto, ¿quién puede
dudar del amor y la misericordia de Dios? Quien vive en oración, quien se
esfuerza por cumplir los mandatos de Dios, quien se sabe permanentemente en la
presencia del Señor, éste le sostiene con su gracia para que sus pies no
tropiecen con piedra alguna; de allí proviene aquella frase bíblica que dice
que “jamás seremos tentados por encima de nuestras fuerzas”; recuerden que
Pablo también dice que “cuando es más débil, entonces es más fuerte porque en
él reside la fuerza de Dios”. Cuando flaqueamos, Dios nos sostiene con la
violencia de su amor. Pero si nuestra realidad es otra, más lamentable por
causa de las cadenas del pecado que colocan su peso de muerte sobre nuestros
hombros; el Señor, como a la jorobada o encorvada que encuentra en el templo,
nos endereza, nos restaura y nos impulsa a recorrer el camino de la salvación.
En el Evangelio se nos recalca el hecho de que para acoger al Padre,
necesariamente hay que acoger al Hijo, que es el camino, la verdad y la vida;
quien en su propia persona reconcilia la naturaleza divina y la naturaleza
humana.
Jesús recalca su atribución o potestad para juzgar y aunque la misericordia triunfa sobre el
juicio, es importante resaltar que la infinita misericordia de Dios no puede
servir de base al terrible pecado de la presunción, es decir, basarnos en el
amor de Dios para perseverar en nuestros pecados con la idea de que al final no
importa pues Dios nos perdonará. Jesús es claro al decir que unos resucitarán
para la vida, pero otros para el juicio. Dios es amor pero también justicia,
dos realidades que no podemos separar, pues escrito está que “Dios pagará a
cada uno conforme hayan sido sus obras”.
La única forma que nos permite evitar enfrentar al juez y acogernos al
padre misericordioso que abre sus brazos al hijo pródigo es acogernos a esa
hora (el aquí y el ahora) en que los que están en el sepulcro oirán la voz del
Hijo de Dios que les dice ¡salid!, ¡venid a la luz! Quedaos con Dios.
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