miércoles, 2 de abril de 2014


“El Señor nos dice salid, venid a la luz”. Por Iván Muvdi. Día 28 en travesía por el desierto cuaresmal.

 
Lectura del libro de Isaías (49,8-15):

Así dice el Señor: «En tiempo de gracia te he respondido, en día propicio te he auxiliado; te he defendido y constituido alianza del pueblo, para restaurar el país, para repartir heredades desoladas, para decir a los cautivos: "Salid", a los que están en tinieblas: "Venid a la luz." Aun por los caminos pastarán, tendrán praderas en todas las dunas; no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el bochorno ni el sol; porque los conduce el compasivo y los guía a manantiales de agua. Convertiré mis montes en caminos, y mis senderos se nivelarán. Miradlos venir de lejos; miradlos, del norte y del poniente, y los otros del país de Sin. Exulta, cielo; alégrate, tierra; romped a cantar, montañas, porque el Señor consuela a su pueblo y se compadece de los desamparados. Sión decía: "Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado." ¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré.»
Palabra de Dios.
 
Salmo Responsorial:
 
R/. El Señor es clemente y misericordioso

El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas.
R/.

El Señor es fiel a sus palabras,
bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan.
R/.

El Señor es justo en todos sus caminos,
es bondadoso en todas sus acciones;
cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente.
R/.
 
Lectura del santo evangelio según san Juan (5,17-30):

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo.»
Por eso los judíos tenían más ganas de matarlo: porque no sólo abolía el sábado, sino también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios.
Jesús tomó la palabra y les dijo: «Os lo aseguro: El Hijo no puede hacer por su cuenta nada que no vea hacer al Padre. Lo que hace éste, eso mismo hace también el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace, y le mostrará obras mayores que ésta, para vuestro asombro. Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere. Porque el Padre no juzga a nadie, sino que ha confiado al Hijo el juicio de todos, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que lo envió. Os lo aseguro: Quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no se le llamará a juicio, porque ha pasado ya de la muerte a la vida. Os aseguro que llega la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan oído vivirán. Porque, igual que el Padre dispone de la vida, así ha dado también al Hijo el disponer de la vida. Y le ha dado potestad de juzgar, porque es el Hijo del hombre. No os sorprenda, porque viene la hora en que los que están en el sepulcro oirán su voz: los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección de vida; los que hayan hecho el mal, a una resurrección de juicio. Yo no puedo hacer nada por mí mismo; según le oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.» Palabra del Señor.
 
Responder al llamado del Señor implica unos compromisos serios y muchas veces, ante esos compromisos, puede haber vacilación en nuestra respuesta. Aquí nos vendría bien recordar las palabras de Jesús a la Samaritana ante su negativa: “si conocieras el don de Dios”. Si conociéramos el don de Dios, no temeríamos al compromiso, pues el aliento, el impulso y la gracia para sostenernos a lo largo del camino nos los da el mismo Dios que no quiere la muerte del pecador sino que este se convierta y viva. El Señor nos llama a un compromiso serio de conversión porque Él sabe qué es lo que más nos conviene y sabe perfectamente que nuestra felicidad plena se haya a su lado.
Las palabras que Dios nos dedica a través del Profeta Isaías, están cargadas de mucho consuelo y esperanza, pero sobre todo, de mucho amor. ¿Por qué dudar, si el Señor siempre nos ha respondido, si en el día propicio nos ha auxiliado? ¿Si siempre nos ha defendido? Dice el el Señor a los cautivos: “salid”; a los que están en tinieblas: “venid a la luz”. Somos nosotros mis queridos hermanos, los que aún, sino en todo, por lo menos en algún resquicio de nuestra vida, estamos en cautiverio o nos hallamos en tinieblas. Nadie puede decir que ya no requiere conversión, que la obra de Dios en él está consumada, pues la conversión termina con la muerte, porque después de ella no habrá oportunidad para convertirnos. Dice San Juan que “aquel que diga que no tiene pecado es un mentiroso”, y dirá Fray Luis de Granada que, “nada hay más brillante que el sol y sin embargo, también tiene eclipses”.
En este tiempo santo de cuaresma, donde el derroche de gracia y amor de Dios es mucho mayor, permitamos que resuene en nuestro interior la voz de Dios que nos dice ¡SALID! De la falta de confianza, de este o aquel pecado, de aquel sentimiento adverso, de aquel desánimo, etc. Escuchemos al Señor que nos dice: VENID A LA LUZ, para que nunca más haya oscuridad en nuestro camino y su luz nos anime y nos de confianza para emprender tal recorrido.
Nadie ha dicho que responder al Señor sea fácil, ciertamente implica renuncias a muchas cosas que tal vez incluso nos gusten pero que no están bien a la luz de los mandatos de Dios. Recorrer el camino de la conversión implica cargar la cruz y atravesar por la vía crucis, pero estemos seguros que al final habrá resurrección y gloria.
Los caminos que en principio pueden ser escabrosos y torcidos, se enderezarán; por más inclemente que sea el sol, nuestro Dios nos cobijará bajo la sombra de sus alas. Mis queridos hermanos, ¿cómo puede permanecer inconmovible nuestro corazón frente a la declaración de amor que nos hace el Señor? “¿Puede acaso una madre olvidarse del hijo de sus entrañas? Pues aunque tu padre y tu madre te olviden, yo jamás me olvidaré de ti”.
El salmista refuerza con su cántico la propuesta de amor, de misericordia, de ayuda o auxilio que el Señor nos da, nos ofrece gratuitamente.
Es interesante cómo se afirma en el salmo que el Señor “sostiene a los que van a caer” y “endereza a los que ya se doblan”. ¿Qué más queremos para sentirnos confiados en ese recorrido que Dios nos pide? Ante esto, ¿quién puede dudar del amor y la misericordia de Dios? Quien vive en oración, quien se esfuerza por cumplir los mandatos de Dios, quien se sabe permanentemente en la presencia del Señor, éste le sostiene con su gracia para que sus pies no tropiecen con piedra alguna; de allí proviene aquella frase bíblica que dice que “jamás seremos tentados por encima de nuestras fuerzas”; recuerden que Pablo también dice que “cuando es más débil, entonces es más fuerte porque en él reside la fuerza de Dios”. Cuando flaqueamos, Dios nos sostiene con la violencia de su amor. Pero si nuestra realidad es otra, más lamentable por causa de las cadenas del pecado que colocan su peso de muerte sobre nuestros hombros; el Señor, como a la jorobada o encorvada que encuentra en el templo, nos endereza, nos restaura y nos impulsa a recorrer el camino de la salvación.
En el Evangelio se nos recalca el hecho de que para acoger al Padre, necesariamente hay que acoger al Hijo, que es el camino, la verdad y la vida; quien en su propia persona reconcilia la naturaleza divina y la naturaleza humana.
Jesús recalca su atribución o potestad para juzgar  y aunque la misericordia triunfa sobre el juicio, es importante resaltar que la infinita misericordia de Dios no puede servir de base al terrible pecado de la presunción, es decir, basarnos en el amor de Dios para perseverar en nuestros pecados con la idea de que al final no importa pues Dios nos perdonará. Jesús es claro al decir que unos resucitarán para la vida, pero otros para el juicio. Dios es amor pero también justicia, dos realidades que no podemos separar, pues escrito está que “Dios pagará a cada uno conforme hayan sido sus obras”.
La única forma que nos permite evitar enfrentar al juez y acogernos al padre misericordioso que abre sus brazos al hijo pródigo es acogernos a esa hora (el aquí y el ahora) en que los que están en el sepulcro oirán la voz del Hijo de Dios que les dice ¡salid!, ¡venid a la luz! Quedaos con Dios.
 


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