martes, 8 de abril de 2014


«Cuando levantéis al Hijo del hombre, sabréis que yo soy”. Por Iván Muvdi. Día 35 en travesía por el desierto cuaresmal.



 
Lectura del libro de los Números (21,4-9):

En aquellos días, desde el monte Hor se encaminaron los hebreos hacia el mar Rojo, rodeando el territorio de Edom.
El pueblo estaba extenuado del camino, y habló contra Dios y contra Moisés: «¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto? No tenemos ni pan ni agua, y nos da náusea ese pan sin cuerpo.»
El Señor envió contra el pueblo serpientes venenosas, que los mordían, y murieron muchos israelitas.
Entonces el pueblo acudió a Moisés, diciendo: «Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti; reza al Señor para que aparte de nosotros las serpientes.»
Moisés rezó al Señor por el pueblo, y el Señor le respondió: «Haz una serpiente venenosa y colócala en un estandarte: los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirarla.»
Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a uno, él miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado.
Palabra de Dios.
 
Salmo Responsorial:
 
R/. Señor, escucha mi oración,
que mi grito llegue hasta ti.


Señor, escucha mi oración,
que mi grito llegue hasta ti;
no me escondas tu rostro el día de la desgracia.
Inclina tu oído hacia mí;
cuando te invoco, escúchame en seguida.
R/.

Los gentiles temerán tu nombre,
los reyes del mundo, tu gloria.
Cuando el Señor reconstruya Sión
y aparezca en su gloria,
y se vuelva a las súplicas de los indefensos,
y no desprecie sus peticiones.
R/.

Quede esto escrito para la generación futura,
y el pueblo que será creado alabará al Señor.
Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario,
desde el cielo se ha fijado en la tierra,
para escuchar los gemidos de los cautivos
y librar a los condenados a muerte.
R/.
 
Lectura del santo evangelio según san Juan (8,21-30):

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: «Yo me voy y me buscaréis, y moriréis por vuestro pecado. Donde yo voy no podéis venir vosotros.»
Y los judíos comentaban: «¿Será que va a suicidarse, y por eso dice: "Donde yo voy no podéis venir vosotros"?»
Y él continuaba: «Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allá arriba: vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Con razón os he dicho que moriréis por vuestros pecados: pues, si no creéis que yo soy, moriréis por vuestros pecados.»
Ellos le decían: «¿Quién eres tú?»
Jesús les contestó: «Ante todo, eso mismo que os estoy diciendo. Podría decir y condenar muchas cosas en vosotros; pero el que me envió es veraz, y yo comunico al mundo lo que he aprendido de él.»
Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre.
Y entonces dijo Jesús: «Cuando levantéis al Hijo del hombre, sabréis que yo soy, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada.»
Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él. Palabra del Señor.
 
En la primera lectura, lo primero que se nos muestra es el cansancio del pueblo que va en busca de la Tierra prometida.
Cansancio físico, emocional y espiritual. Quizás pensaron  que estando Dios con ellos las cosas serían más fáciles. Pero una vez enfrentados a la sed, el hambre, el calor, a una travesía inacabable; sobrevinieron las dudas, las cuales al ser alimentadas por nuestros miedos, por la falta de fe y confianza terminan haciéndose gigantes y por ende expresándose en forma de quejas e incluso de pecados. Nuestro primer enemigo es la búsqueda de acomodarnos siempre en una zona de confort; buscar lo más fácil despreciando el esfuerzo.
Lo cierto es que despreciamos el sufrimiento y anhelamos siempre la comodidad. Dios no nos ha prometido nunca que nos meterá en una burbuja donde nada ni nadie pueda tocarnos; Él ha sido muy claro al hablarnos de tomar  la cruz, de negarnos a nosotros mismos e incluso nos dijo Jesús: “en el mundo ustedes habrán de sufrir, pero tengan valor, yo he vencido al mundo”.
El problema es que no somos capaces de ver más allá de nuestros ojos, porque ciertamente, sin Dios estaríamos peor. ¿Hubiera salido Israel de Egipto sin la intervención de Dios? ¿Hubieran sobrevivido al desierto sin Dios que les acompañaba en forma de nube durante el día y en forma de fuego durante la noche para indicarles el camino? ¿Hubieran sobrevivido al desierto sin Dios que les daba pan por medio del rocío de la mañana que hacía aparecer en sus campos una capa de harina; agua hasta de las rocas y carne de codornices?
Igual ocurre con nosotros hoy. Rodeados de casas, edificios, automóviles, etc; perdemos cuidado y nos olvidamos de que todo esto que nos rodea es nuestro desierto y que también nosotros somos extranjeros en un país extraño pues nuestra patria definitiva es el cielo al cual debemos llegar después de la travesía de este desierto, que es el mundo, árido por el horror de la guerra, plagado de injusticia por la cual muchos, incluso continentes enteros mueren de hambre y de sed; un mundo enfermo en donde la carestía más importante es el amor. La oscuridad que hoy lo envuelve todo se debe a la falta de Dios en el corazón de muchos hombres. ¿Cómo pensar siquiera en atravesar este gran desierto, de muchos años, sin Dios? ¿Cómo hacerlo sin divisar su nube durante el día y su fuego durante la noche?
Aunque muchos no seamos capaces de comprenderlo, ciertamente, esta travesía de la vida es mucho más fácil si nos mantenemos cerca de nuestro Dios. Con Él sabemos que vamos por el camino indicado, que llegaremos a puerto seguro y que a lo largo de esta extensa senda, en donde con seguridad no todo será plano y encontraremos muchas espinas, pero sabemos que Dios intervendrá en el momento preciso y avanzaremos seguros porque Él va delante de nosotros.
Considero que, nuestro segundo enemigo consiste en pensar que las cosas deben ser como nosotros pensamos y deben ocurrir cuando nosotros lo esperamos. El hombre de fe siempre confía y el hombre de fe siempre espera. Todos los días, cada uno de nosotros se ve enfrentado a situaciones que nos ubican en nuestro propio Huerto de los Olivos, allí donde se libra una lucha de voluntades entre lo que Dios quiere y lo que queremos nosotros. La victoria segura vendrá cuando lo que nosotros queremos coincide plenamente con lo que Dios quiere y espera de nosotros; por eso Jesús, que incluso en esa lucha llegó a sudar sangre, concluye su oración diciendo “que no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Hasta que no comprendamos esto, imitaremos a Israel en su culpa de que, a pesar de estar con Dios en el desierto, mediante quejas y reclamos expresamos nuestro deseo de volver a las ollas de Egipto.
Nuestro tercer gran enemigo, a mi modo de ver hoy, para nuestra reflexión, es el llegar a despreciar lo mucho o poco que tengamos: “nos da náuseas ese pan sin cuerpo”.
Mis queridos hermanos, el maná (el pan que Dios hizo llover del cielo) es prefiguración de Cristo Eucaristía.
Han transcurrido más de dos mil años de Cristianismo y son muchos los que ya sienten náuseas de Cristo al cual desprecian por no querer dar la espalda a sus pecados o porque quizás, cual genio de lámpara maravillosa, esperamos que Él se haga presente sólo cuando a nuestra voluntad así lo queramos (al frotar la lámpara) y sólo para que nos conceda todo aquello que para ese momento le pidamos. Oh, qué necedad del hombre que no entiende que no es Él quien nos necesita, sino que somos nosotros quienes le necesitamos.
El desprecio a Dios nos somete al pecado y el pecado nos trae como consecuencia la desgracia, pues como reiteradamente lo hemos mencionado, su única paga es la muerte. Aquí se nos dice que muchas serpientes venenosas mordían a los israelitas causándoles la muerte y llevándoles a una desesperación tal que acuden a Moisés para que le pida a Dios que les ayude.
Así nos pasa todo el tiempo, cuando sentimos que efectivamente sin la gracia que nos viene de Dios no podemos resistir más las adversidades de esta vida, volvemos nuevamente a Él, después de haberle despreciado, después de habernos entregado al desánimo, a la desconfianza, a la falta de fe e incluso al pecado, volvemos nuevamente a Él y Él, que no tiene necesidad de nosotros, nos abre los brazos y nos acoge como el mejor de los padres.
No olvidemos que Israel demoró 40 años en el desierto y que sólo pudieron ingresar a la tierra prometida cuando desviaron su mirada de la seguridad que les transmitían “las cosas” (las hoyas de Egipto, es decir, el sustento seguro a pesar de que allí eran esclavos) para elevar los ojos al cielo y fijarlos en Aquel a quien debe dirigirse nuestro amor, nuestra entrega, nuestro culto. En el desierto, no hay nada, sólo arena, no hay cosas y no tuvieron más remedio que entregar su corazón a Dios. Hasta que no entendamos esto, no saldremos de nuestros desiertos, nos mantendremos allí por mucho tiempo.
Por eso, fijar los ojos en Aquel que está en lo alto es nuestra salvación segura ¿para qué exponernos a tantas vicisitudes si podemos desde ya entenderlo? Cuando Jesús hablaba de que su yugo era llevadero, no se refería a que era fácil; lo que sucede es que cuando uno está enamorado, cualquier cosa parece poco con tal de complacer al amado, siempre se está dispuesto a dar más; por eso el yugo es llevadero; pero la resistencia es un gran peso extra que hace cada vez más imposible avanzar en el camino pues cada vez sentimos más que el peso sobrepasa nuestras fuerzas. Pero Tú, Señor, que eres mi fuerza, ¡no te alejes!, ¡ven pronto en mi ayuda! (Sal 22(21) 19).
Por último, quisiera recalcarles el hecho de que Dios haya mandado a hacer una imagen y que se salvara quien la mirara.
Como ustedes saben, uno de los aspectos que nos separan de los cristianos no católicos es el uso de las llamadas “imágenes sagradas”. Ellos alegan que tanto en el Éxodo, como en el Deuteronomio, el Señor prohíbe hacer imágenes. Sin embargo, fíjense en lo que ocurre en el texto de hoy y como este, hay muchos otros, como por ejemplo, el Arca de la Alianza, o los seres alados (ángeles) que Dios ordena bordar en las cortinas de la tienda del encuentro, etc.
La imagen de la serpiente en un hasta, representa a Cristo; de hecho, en el Evangelio, el mismo Cristo utilizará lo ocurrido en el desierto para aplicarlo a sí mismo: “Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así será levantado el Hijo del Hombre”. ¿Será que Dios se contradice? O será que, ¿lo que molesta a Dios no es la imagen en sí misma sino el sentido que se le da? ¿Creen que es casualidad que en ninguno de los 4 evangelios se habla condenando el uso de imágenes?
El mandamiento que prohibía hacer imágenes decía “puesto que no has visto a Dios, no te harás imágenes”; pero en Cristo le hemos visto, pues Él es la imagen visible del Dios invisible; quien le ha visto a Él, ha visto al Padre.
 
Fijemos nuestros ojos sobre Aquel que ha descendido desde lo más alto para hacerse uno de nosotros y que por nosotros ha sido elevado a lo alto de una cruz, rebajado como criminal, para engrandecernos como a hijos de Dios.
Aunque las situaciones adversas hagan como las nubes espesas y oscuras que intentan ocultar el sol, nunca perdamos de vista que Dios nos ha dicho que: “aunque tu Padre y tu madre te abandonen, Yo nunca te abandonaré”.
Ubiquemos a nuestro Señor en lo alto de nuestra mente, de nuestras fuerzas, de nuestro corazón.
¡Quedaos con Dios!
 
 



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