viernes, 7 de febrero de 2014


“¿Qué huellas dejará nuestra existencia? Siguiendo las huellas de Jesús. Por Iván Muvdi.


Lectura del libro del Eclesiástico (47,2-13):

Como la grasa es lo mejor del sacrificio, así David es el mejor de Israel. Jugaba con leones como con cabritos, y con osos como con corderillos; siendo un muchacho, mató a un gigante, removiendo la afrenta del pueblo, cuando su mano hizo girar la honda, y derribó el orgullo de Goliat. Invocó al Dios Altísimo, quien hizo fuerte su diestra para eliminar al hombre aguerrido y restaurar el honor de su pueblo. Por eso le cantaban las mozas, alabándolo por sus diez mil. Ya coronado, peleó y derrotó a sus enemigos vecinos, derrotó a los filisteos hostiles, quebrantando su poder hasta hoy. De todas sus empresas daba gracias, alabando la gloria del Dios Altísimo; de todo corazón amó a su Creador, entonando salmos cada día; trajo instrumentos para servicio del altar y compuso música de acompañamiento; celebró solemnemente fiestas y ordenó el ciclo de las solemnidades; cuando alababa el nombre santo, de madrugada, resonaba el rito. El Señor perdonó su delito y exaltó su poder para siempre; le confirió el poder real y le dio un trono en Jerusalén. PALABRA DE DIOS.

 Salmo Responsorial:

R/. Bendito sea mi Dios y Salvador.

Perfecto es el camino de Dios,
acendrada es la promesa del Señor;
él es escudo para los que a él se acogen. R/.

Viva el Señor, bendita sea mi Roca,
sea ensalzado mi Dios y Salvador.
Por eso te daré gracias entre las naciones, Señor,
y tañeré en honor de tu nombre. R/.

Tú diste gran victoria a tu rey,
tuviste misericordia de tu Ungido,
de David y su linaje por siempre. R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Marcos (6,14-29):

En aquel tiempo, como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó hablar de él. Unos decían: «Juan Bautista ha resucitado, y por eso los ángeles actúan en él.» Otros decían: «Es Elías.» Otros: «Es un profeta corno los antiguos.» Herodes, al oírlo, decía: «Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado.»
Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel, encadenado. El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano. Herodías aborrecía a Juan y quería quitarlo de en medio; no acababa de conseguirlo, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre honrado y santo, y lo defendía. Cuando lo escuchaba, quedaba desconcertado, y lo escuchaba con gusto. La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea. La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados.

El rey le dijo a la joven: «Pídeme lo que quieras, que te lo doy.» Y le juró: «Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino.»

Ella salió a preguntarle a su madre: « ¿Qué le pido?»
La madre le contestó: «La cabeza de Juan, el Bautista.»
Entró ella en seguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió: «Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista.»

El rey se puso muy triste; pero, por el juramento y los convidados, no quiso desairarla. En seguida le mandó a un verdugo que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre. Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo enterraron. PALABRA DEL SEÑOR.
 
 
Las lecturas de la liturgia de hoy nos muestran los hechos por los cuales seremos recordados una vez que hayamos partido de este mundo. Son muchos los que pasarán por este mundo, se irán sin dejar ninguna huella en aquellos que le conocieron. En el caso del Rey David, se recuerda su victoria sobre Goliat, cuando, lleno de amor, de confianza y de celo por Dios, enfrentó al gigante que no perdía momento para insultar al Señor y a su pueblo. Se le recuerda a David porque fue el mejor rey que tuvo Israel, porque de todo corazón amó a su Creador y no dejaba de darle gracias por los beneficios que de Él recibía; por eso Dios lo bendijo dándole la victoria sobre sus enemigos y afirmando su trono para siempre.
En el Evangelio, se nos narra el martirio de Juan, el bautista, quien en cumplimiento de su misión profética denuncia el escandaloso pecado de Herodes que tiene por mujer a su cuñada. Este rey admira la valentía Juan, le oye con gusto, le agrada escuchar a este profeta, incluso, nos dice la Escritura que se desconcierta ante la predicación de Juan, pero no pasa de allí. Juan será recordado por su fidelidad a Dios, a la misión que le fue encomendada, por su valentía para cumplir con su doble misión profética de anunciar la Palabra de Dios y de denunciar todo aquello que le sea contraria.
Sería lamentable para nosotros, que nos ocurriera lo mismo que a Herodes; es decir, que ante el anuncio de la Palabra de Dios nos quedemos en la complacencia y en la admiración que producen tan sabias, consoladoras y santas palabras de nuestro Señor, pero sin que ello nos mueva a conversión.
Sería triste que, por complacer a otros, equivocáramos más nuestro camino matando toda posibilidad de ir al encuentro de nuestro Señor para dar rienda suelta a nuestro pecado.
Sería triste que cada uno de nosotros, que hemos sido ungidos por Dios, el día de nuestro bautismo, como sus sacerdotes, profetas y reyes; que hemos sido sellados como su pertenencia y colmados con la gracia del Espíritu Santo, el día de nuestra confirmación; vivamos nuestra vida entregados al vicio, a la impureza, a la mentira, a la maldad, a la injusticia y a todo aquello que denigra nuestro ser cristiano. Hemos sido puestos en este mundo para ser signos del amor, el consuelo, la fortaleza y  la presencia viva de Dios. Tenemos un compromiso con Él y con nosotros mismos y el sentido de nuestra existencia es dejar una huella positiva en el corazón de quienes nos conozcan, de quienes en algún momento haya entrado en contacto con nosotros, es nuestro deber edificar siempre al pueblo de Dios. Las huellas no serán nuestras, pues lo que haremos será comunicar las huellas que Él, nuestro Dios y Señor, ha dejado en nosotros, la huella de su amor extremo por cada uno de nosotros.
Que el Señor nos conceda la gracia de ser sus testigos fieles, de llevar con honor y con orgullo, como lo hace el gimnasta, la antorcha que contiene el fuego del amor de Dios para incendiar con él a este mundo que persiste en lanzarle al olvido y para incinerar toda situación de pecado, todo mal ejemplo que lleva al error a muchos.
El día que debamos partir de este mundo, ¿qué será lo que los demás recordarán de nosotros?
¡Quedaos con Dios!


 

 
 


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