viernes, 21 de febrero de 2014


“Niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme.”


Lectura del santo evangelio según san Marcos:


En aquel tiempo, Jesús llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar uno para recobrarla? Quien se avergüence de mí y de mis palabras, en esta generación descreída y malvada, también el Hijo del hombre se avergonzará de él, cuando venga con la gloria de su Padre entre los santos ángeles.»

Y añadió: «Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto llegar el reino de Dios en toda su potencia.» PALABRA DEL SEÑOR.
Jesús, llamando a la muchedumbre y a sus discípulos les dijo: El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.

Jesús acaba de anunciar la "cruz para sí". Decididamente, el evangelio está dando un viraje: habla inmediatamente de la "cruz para los discípulos". El único camino de la gloria es el de la cruz, tanto para sus discípulos como para él.

Y esta exigencia es enseñada no sólo a los Doce, sino a la muchedumbre: no hay dos categorías de cristianos... algunos que deberían aplicar a su vida exigencias más fuertes, y la masa, más ordinaria, de cristianos medianos.

No, Jesús lo dice a todos.

La existencia del cristiano está definida por la de Jesús: seguir e imitar... reproducir y estar en comunión... venir a ser otro Cristo...

Para los primeros lectores de Marcos en Roma, esto significaba precisamente que un candidato al bautismo era a la vez candidato al martirio: ser cristiano implicaba un cierto peligro, y la decisión debía hacerse con pleno conocimiento de causa Si Jesús invita a "sacrificar su vida", es que también puede "salvarla": la resurrección para Jesús como para los discípulos se halla efectivamente en esto.

"Perder su vida". No hay vida cristiana sin renuncia de sí mismo. La vida, siguiendo el evangelio, no es una vida fácil.

El discípulo tiene que "negarse" a sí mismo, esto es, tiene que aceptar -a diferencia de Pedro- el proyecto mesiánico de Cristo, invirtiendo de esta manera la imagen de Dios que se había construido y purificando radicalmente las esperanzas que había cultivado hasta entonces.

El discípulo tiene que proyectar su existencia en términos de entrega, no de posesión: "El que quiera asegurar su vida la perderá; en cambio, el que pierda su vida por mí y por el Evangelio se salvará". Hay que evitar absolutamente leer estas palabras en una clave dualista: renunciar a esta vida terrena por la celestial, a los valores materiales por los espirituales. Nada de esto. Jesús afirma que la vida entera, material y espiritual, se posee únicamente en la entrega de sí mismo. Vale la pena que insistamos: Jesús no nos pide que renunciemos a la vida (a esta vida, para que tengamos otra), sino que exige que cambiemos el proyecto de esta vida. No se trata de una renuncia a la vida, sino de un proyecto de la misma en la línea del amor.

La oposición está en el proyecto del hombre y el proyecto de Dios, entre dos modos posibles de conducir la existencia. No está en juego una vida en lugar de la otra, no se trata de elegir simplemente entre esta vida y la vida futura. Está en juego toda la existencia; la elección hay que hacerla entre una vida "llena" y una vida "vacía".


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