MEDITACIÓN
PARA ADORACIÓN EUCARÍSTICA.
JUEVES
SANTO DE LA SEMANA MAYOR 2014.
1.
Invocación al Espíritu
Santo…
2.
Introducción:
Esta santísima noche que da origen al
Santo Triduo Pascual, se enmarca dentro de una pluralidad de eventos y de
sentimientos: es una noche de despedida, pues Jesús se prepara para pasar de
este mundo al Padre, es una noche de oración, de enseñanzas; una noche en la
que Jesús lavando los pies a sus apóstoles, evidencia el hecho de que ha
asumido en su totalidad la condición de siervo, de esclavo, para cargar con los
pecados del mundo; es una noche en la que, con un nuevo mandamiento, Jesús
plasmará en el corazón de cada creyente el sello por el cual serán reconocidos
sus discípulos: el amor que va más allá de un simple sentimiento para resumirse
en una frase de amplios horizontes: “la medida del amor, es el amor sin medida”
y que se expresará como signo perenne en la verticalidad y horizontalidad de
los travesaños del madero en los que en pocas horas Jesús será clavado y que
nos recuerdan que no hay mandamiento más
grande que el amar a Dios con toda el alma, con toda la mente, con todas las
fuerzas, con todo el corazón y al prójimo como a nosotros mismos. Es una noche
de suma ternura donde el que se sabe amado busca con ansias reposar su cabeza
sobre el pecho de Aquel que es el amor sin medida; es también una noche en la
que ya por Jesús se ha pagado un precio; una noche en la que, detrás de un
beso, se esconde la traición, la avaricia, la codicia, el apego a los bienes
terrenos; una noche de insultos, de golpes y de injusta condena; una noche de
infidelidad porque por causa del adormecimiento espiritual, no ha habido
capacidad para velar en oración junto a Jesús.
Pero sobre todo lo anterior, es una
noche sacerdotal y eucarística.
3.
Canción. (Sugerencia:
Si tú eres el Rey, o Padre me abandono en tus manos)
4.
(Primera lectura del
texto bíblico) Santo Evangelio según San Juan:
Después de decir estas
cosas, Jesús miró al cielo y dijo: “Padre, la hora ha llegado: glorifica a tu
Hijo, para que también Él te glorifique a Ti. Pues Tú has dado a tu Hijo
autoridad sobre todo hombre, para dar vida eterna a todos los que le diste. Y
la vida eterna consiste en que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a
tu enviado, Jesucristo.
Palabra del Señor.
Jesús eleva los ojos al
cielo… al lugar de Dios. A este pasaje se le conoce como la oración de
despedida, pero también como la oración sacerdotal de Jesús por su consagración,
por su ofrecimiento y por su oficio como intercesor; pero sobre todo, no
olvidemos que estos eventos surgen dentro el contexto de la última cena, donde,
de manera sacramental, Jesús celebró su pascua, es decir, por amor, Jesús
adelantó su hora en las especies consagradas del pan y del vino, como
sacerdote, víctima y altar para quedarse con nosotros y en nosotros.
Esta oración muestra a
Jesús como el revelador exclusivo y absoluto del Padre y dentro de ello, el
autor sagrado hace énfasis en la relación de Jesús con Dios como Padre y en ese
contexto, Él cabeza de la Iglesia, nos incorpora a todos nosotros. Jesús vive
su proceso de entrega a la voluntad del Padre desde un corazón siempre orante,
desde una relación viva e íntima con el Padre. La postura y disposición de levantar los ojos al cielo, es
diferente por completo de cualquier otra costumbre, Al principio, los judíos no
se orientaban hacia ningún lugar para hacer la oración, por ende, este gesto
nuevo en el cristianismo, significa a su vez otro tipo de lenguaje.
Jesús y su Palabra es el centro mismo
de la oración comunitaria, por Él, con Él y en Él, bajo la acción y el auxilio
del Espíritu Santo oramos al Padre.
Jesús ora al Padre pidiéndole que le
glorifique y la respuesta es la cruz y la resurrección. Jesús glorifica al
Padre cumpliendo en fidelidad y obediencia su voluntad: “Éste es mi Hijo amado,
éste que sube como cordero manso hacia Jerusalén”. Jesús glorifica al Padre
convirtiéndose en la plenitud de la Revelación por medio de su predicación y de
su pascua.
El Padre glorifica al Hijo
resucitándolo de entre los muertos, es decir, levantándole como Hijo eterno del
Padre, Señor y Mesías.
Jesús glorifica al Padre resarciendo
la culpa de Adán y revistiendo de inmortalidad lo que Adán cubrió con sombras
de muerte. En Jesús son nuevas todas las cosas, por eso veremos que en la noche
del domingo de resurrección Jesús resucitado se presentará frente a sus
apóstoles y soplará sobre ellos el mismo aliento de vida que dio origen al
primer Adán. En Él hay una nueva creación.
Para gozar en el Hijo de lo que ha
venido a ser nuestra herencia, Jesús como Sumo y Eterno Pontífice, nos coloca
en comunión con el Padre, intercede por nosotros, se queda con nosotros y en
nosotros para que gocemos de su gloria, la vida eterna, la cual consiste en
Conocer al Padre y a su enviado Jesucristo.
Conocer en términos bíblicos indica
la relación conyugal, queriendo con ello indicar que nuestra vocación más
sublime consiste en fundir nuestro amor con el amor que de Dios brota como
fuente perenne; sabernos amados por el Padre y corresponder a su amor como
hijos.
5. Oración:
Oh Señor, que has buscado la gloria y
la honra del Padre por medio del servicio, el amor y la obediencia; míranos con
bondad y concédenos la gracia de imitarte.
Queremos gozar de la vida eterna que
nos prometes y que ganaste a precio de sangre; concédenos el don de la
perseverancia final, para que a pesar de nuestras dificultades, de nuestros
defectos y limitaciones, tu gracia supla nuestras falencias y también en
nosotros, en nuestra conducta, el Padre se glorifique: Que se cumpla en
nosotros lo que nos has enseñado: “Que de igual manera brille la luz de
ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen,
den gloria a su Padre, que está en los cielos”.
Haz Señor que nuestro
corazón sea generoso para que abiertos a tu acción, el rocío de tu misericordia
y de tu amor nos permita ser realmente para el mundo sagrarios vivos que
guardan celosamente tu presencia y custodias vivas que te manifiesten al mundo
con palabras, pero sobre todo con el ejemplo.
…Momento de silencio…
6.
Canto: (Cantemos al
amor de los amores / Oh buen Jesús/ quiero levantar mis manos).
7.
(Segunda parte de la
lectura del texto bíblico): Santo Evangelio según San Juan:
Yo te he glorificado
aquí en el mundo, pues he terminado la obra que tú me confiaste. Ahora, pues,
Padre, dame en tu presencia la misma gloria que Yo tenía contigo desde antes
que existiera el mundo.
A los que escogiste del
mundo para dármelos, les he hecho saber quién eres. Eran tuyos, y tú me los
diste, y han hecho caso de tu Palabra. Ahora saben que todo lo que me diste
viene de ti; pues les he dado el mensaje que me diste, y ellos lo han aceptado.
Se han dado cuenta de que en verdad he venido de Ti y han creído que Tú me
enviaste. Palabra del Señor.
Todos hemos sido
creados por Dios y para Dios; nuestra comunión con Él es nuestra más alta
vocación, por eso, el mismo Dios nos dice: “Sean santos, porque Yo, el Señor,
soy Santo”.
Nuestra existencia debe
glorificar a Dios. Ya Jesús, en un momento en que buscaban ocasión para
matarle, había proclamado: “Dad al César, lo que es del César y a Dios lo que
es de Dios”. Lo cierto es, mis queridos hermanos, que nosotros somos de Dios.
Le pertenecemos porque nos creó, le pertenecemos porque nos redimió, porque nos
justificó, porque nos conserva providencialmente, porque nos sostiene en todo
tiempo y lugar. No podemos vivir de espaldas a nuestro hacedor viviendo como si
no tuviéramos un alma que salvar. Nuestro hacedor, nos dio dos ojos, dos oídos,
dos brazos, dos piernas, de modo que, si faltase uno, nos pudiéramos remediar
con el otro; pero alma no nos dio sino una y éste es el tiempo, el aquí y el
ahora de nuestra salvación, pues nuestro Dios en su amor y misericordia nos ha
prometido el perdón, más no el día de mañana; así que día vendrá en que
amanezcas y no anochezcas, o en que anochezcas y no amanezcas y dónde irá a
parar tu alma?
Nuestra intención y
esfuerzo debe en todo momento buscar imitar el ejemplo de la tierra fértil, que
siempre en agradecimiento de lo que recibe, produce su fruto a su tiempo.
Pero ahora, mis
queridos hermanos, quien se sienta a la derecha del Padre, no es sólo de
naturaleza divina, sino también de naturaleza humana; en Cristo, todo hombre se
ha acercado a lo más íntimo de Dios.
¿Quién dijera al
hombre, cuando tan desnudo y tan enemistado se sintió con Dios, que andaba
buscando los rincones del paraíso terrenal para esconderse, que tiempo vendría
en que se juntase aquella tan baja sustancia en una persona con Él? Fue tan
estrecha esta junta y tan fiel, que cuando hubo de quebrar, que fue el tiempo
de la pasión y muerte, aunque pudo la muerte apartar el alma del cuerpo, no
pudo apartar a Dios, ni del alma, ni del cuerpo, porque “lo que una vez por
nuestro amor tomó, nunca más lo dejó”.
Mucho te debemos, Dios
nuestro, porque nos libraste del infierno y nos reconciliaste contigo; pero,
mucho más te debemos por la manera en que nos libraste que por la libertad que
nos diste; oh, feliz culpa que nos trajo tan grande Redentor.
El Señor Jesús recalca
en su oración su carácter de misionero, de emisario o enviado por el Padre.
Para entender el concepto joánico de envío o misión hay que partir del
principio forense del judaísmo: «El enviado de un hombre es como él mismo». Se
trata de una concepción profundamente enraizada en la concepción antigua del
emisario o mensajero: un embajador era el representante de su gobierno, hacía
sus veces y estaba estrechamente vinculado a sus instrucciones. Así también en
Juan la idea de envío designa, por lo general, la autorización de Jesús por
parte de Dios; en razón de su misión, Jesús dispone de la facultad divina de
revelar y salvar, y asimismo en cuanto revelador es el representante de Dios en
el mundo humano. Quien le acepta, acepta a Dios; quien le rechaza, a Dios
rechaza.
La plegaria de Jesús por su
glorificación a manos del Padre contempla también por ello mismo la duración
eterna, el futuro eterno y la permanente vigencia del acontecer soteriológico,
es decir de nuestra Redención o salvación. Como tal acontecimiento la muerte y
resurrección de Jesús tienen un significado de eternidad; han ocurrido «de una
vez por todas». No sólo tienen un futuro, sino que en ellas se abre ya el
futuro eterno.
Jesús, nuestro Señor, en esta noche
santa ha instituido el sacramento del Orden Sacerdotal y el Sacramento de la
Eucaristía. ¿Con qué fin? Para la obra de la redención no se quedara en la
historia del hombre como un acontecer más, sino que, consciente de nuestra
fragilidad, ha dejado la Eucaristía y el Sacerdocio como una ofrenda perenne de
su amor y de su sacrificio que se mantiene vigente a pesar del paso de los
siglos para que tú y yo hoy, y las generaciones venideras vivan en el hoy de la
salvación de Dios.
Jesús nos revela al Padre; quien abre
su corazón a Dios y a su mensaje, necesariamente abre su corazón a Cristo, pues
es Él, verdadero camino, la verdad y la vida que nos comunica al Padre.
Señor Jesús, concédenos la gracia de
imitar el testimonio de las primeras comunidades cristianas sobre las cuales se
escribió: “Los cristianos son en el mundo, lo que el alma es en el cuerpo. El
alma, en efecto, se halla esparcida por todos los miembros del cuerpo; así también
los cristianos, se encuentran dispersos por todas las ciudades del mundo. El
alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; los cristianos viven en
el mundo, pero no son del mundo”.
…Momento
de Silencio…
o te ruego por ellos; no ruego por
los que son del mundo, sino por los que me diste, porque son tuyos. Todo lo que
es mío es tuyo y lo que es tuyo es mío y mi gloria se hace visible en ellos. Palabra del Señor.
Ya lo diría el mismo Juan en el
prólogo de su evangelio: “Aquel que es la Palabra estaba en el mundo, y aunque
Dios hizo el mundo por medio de Él, los que son del mundo no le reconocieron.
Vino a su propio mundo, pero los suyos, no le recibieron”. (Jn 1, 10-11)
Entre los primeros discípulos de Jesús ocurre ya de manera ejemplar lo que
ocurrirá luego en la comunidad de todos los tiempos.
La primera generación de discípulos de Jesús es la de quienes recibieron
la revelación directamente de Jesús, mientras que las generaciones posteriores
son aquellas que «Creerán en Él por la palabra de ellos».
Las generaciones sucesivas de discípulos permanecen vinculadas al
testimonio de los primeros discípulos. A través de nuestros pastores, en
especial del Papa; de la Sagrada
Tradición y del Magisterio de la Iglesia; el mensaje que Cristo anunció se
mantiene actual e inmutable; de allí la importancia de guardar la fe y el
auténtico testimonio cristiano en la unidad.
La comunidad de creyentes no es un conglomerado dispuesto por los hombres,
sino que tiene su origen en Dios que creó de un solo principio todo el linaje
humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra y determinó con
exactitud el tiempo y los límites del lugar donde habían de habitar, con el fin
de que buscasen a Dios, para ver si atientas le buscaban y le hallaban, por más
que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros; pues en Él vivimos, nos
movemos y existimos. (Hch 17, 26-28). Es el mismo Dios el que reúne a todos los
hombres que el pecado dispersó en el seno de la Iglesia, su pueblo.
Si la fundación de la comunidad de discípulos de Jesús se había entendido
ya como don divino, como regalo de la libertad gratuita y como fruto de la
acción de Dios; también se atribuye a la acción divina la permanencia de esa
comunidad. La comunidad debe asimismo su existencia a la intercesión de Jesús y
al Paráclito divino; en este sentido carece de una existencia autónoma o
autárquica. Jesús aparece a la vez como el intercesor celeste en favor de los
suyos en presencia de Dios y como presente y actuante en la comunidad. La
súplica de Jesús por los suyos es un indicio de que todo el proceso, de que
aquí se habla, se desarrolla en el marco de una libertad gratuita o, lo que es
lo mismo, en el marco del amor divino, que, de una vez para siempre, ha abierto
la obra reveladora de Jesús. En ese «marco» Jesús y los suyos forman una sola
realidad.
Cuando se nos dice que no se ora por los del mundo, se recalca el hecho de
que Dios respeta la libertad con la cual los hombres le rechazan; él no salva a
nadie a la fuerza pues la salvación no es más que una donación mutua y gratuita
de amor por parte de Aquel que es el amor mismo y aquel que se sabe amado y que
no tiene más remedio que abrirse al amor como respuesta a quien lo ha dado todo
por nosotros. Amor con amor se paga.
Teniendo claro lo anterior, es menester entender que la oración de Jesús
entenderemos que Jesús no cierra su corazón a quienes le rechazan, ello lo
constatamos cuando más adelante, en la misma oración, Jesús dice que envía a
sus discípulos al mundo y luego ora por quienes creerán en Él a través del
mensaje de ellos; es decir, hace alusión a todos aquellos que viviendo
entregados al pecado como muertos, al mantenerse lejos de la gracia.
En tal sentido la oración de despedida expresa también la esperanza de
salvación para el mundo, y ése es también el fruto de la glorificación, en que
se prolonga y halla siempre un nuevo cumplimiento la obra salvadora de Jesús.
La unidad ha de pedirse; es decir, ha de recibirse y conservarse como un
don. Para conservarla es importante tener presente que la Iglesia es una en su
fundador y santificador, una en sus sacramentos, una en sus mandamientos, una
en sus ministros, una en su mensaje, una en su liturgia. Es importante no herir
la unidad de la Iglesia alejándonos de nuestro Dios, de los sacramentos, de la
obediencia a los mandamientos, de nuestros pastores, en especial del papa y de
los ministros unidos a él; no adoptando conceptos y filosofías ajenas a la fe
cristiana llevándola a un sincretismo o mezcla de muchas cosas que son una
afrenta al mensaje de Jesús. Es importante como signo y expresión de la unidad
celebrar la liturgia conforme lo manda la Iglesia y no haciendo de ella un bien
privado, pues es un bien de toda la Iglesia. No podemos herir la unidad,
despreciando al hermano.
Oración:
Oh Señor, creador y preservador de todo el género humano, te rogamos
humildemente por los hombres de toda suerte y condición: que te complazcas en
darles a conocer tus caminos y tu salud salvadora a todas las naciones. Muy
especialmente te pedimos por la condición de tu Iglesia Universal: que todos sus
miembros se dejen guiar y gobernar por
tu buen Espíritu, a fin de que todos los que se profesan y llaman cristianos
sean conducidos en el camino de la verdad y mantengan la fe en la unidad del Espíritu,
en el vínculo de la paz y en una vida justa.
Ayúdanos a reconocerte siempre como nuestro Dios y Padre y a los demás
como nuestros hermanos para que así, llenos de amor fraterno, podamos ser
capaces de ser la extensión de tus manos providentes especialmente para con
aquellos que sufren del alma o del cuerpo.
Que así como todos somos alimentados por el mismo pan, en este piso alto,
en este cenáculo de la Caridad del Cobre, todos nos esforcemos por mantener la
unidad de la Iglesia universal, Arquidiocesana y parroquial.
Que todos seamos uno, como Tú, Señor, eres uno con tu Hijo unigénito y con
tu Santo Espíritu.