miércoles, 16 de abril de 2014



MEDITACIÓN PARA ADORACIÓN EUCARÍSTICA.
JUEVES SANTO DE LA SEMANA MAYOR 2014.
 
 
 
1.   Invocación al Espíritu Santo…
 
2.   Introducción:
Esta santísima noche que da origen al Santo Triduo Pascual, se enmarca dentro de una pluralidad de eventos y de sentimientos: es una noche de despedida, pues Jesús se prepara para pasar de este mundo al Padre, es una noche de oración, de enseñanzas; una noche en la que Jesús lavando los pies a sus apóstoles, evidencia el hecho de que ha asumido en su totalidad la condición de siervo, de esclavo, para cargar con los pecados del mundo; es una noche en la que, con un nuevo mandamiento, Jesús plasmará en el corazón de cada creyente el sello por el cual serán reconocidos sus discípulos: el amor que va más allá de un simple sentimiento para resumirse en una frase de amplios horizontes: “la medida del amor, es el amor sin medida” y que se expresará como signo perenne en la verticalidad y horizontalidad de los travesaños del madero en los que en pocas horas Jesús será clavado y que nos recuerdan  que no hay mandamiento más grande que el amar a Dios con toda el alma, con toda la mente, con todas las fuerzas, con todo el corazón y al prójimo como a nosotros mismos. Es una noche de suma ternura donde el que se sabe amado busca con ansias reposar su cabeza sobre el pecho de Aquel que es el amor sin medida; es también una noche en la que ya por Jesús se ha pagado un precio; una noche en la que, detrás de un beso, se esconde la traición, la avaricia, la codicia, el apego a los bienes terrenos; una noche de insultos, de golpes y de injusta condena; una noche de infidelidad porque por causa del adormecimiento espiritual, no ha habido capacidad para velar en oración junto a Jesús.
Pero sobre todo lo anterior, es una noche sacerdotal y eucarística.
 
3.   Canción. (Sugerencia: Si tú eres el Rey, o Padre me abandono en tus manos)
 
4.   (Primera lectura del texto bíblico) Santo Evangelio según San Juan:
 
Después de decir estas cosas, Jesús miró al cielo y dijo: “Padre, la hora ha llegado: glorifica a tu Hijo, para que también Él te glorifique a Ti. Pues Tú has dado a tu Hijo autoridad sobre todo hombre, para dar vida eterna a todos los que le diste. Y la vida eterna consiste en que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo.
Palabra del Señor.
 
Jesús eleva los ojos al cielo… al lugar de Dios. A este pasaje se le conoce como la oración de despedida, pero también como la oración sacerdotal de Jesús por su consagración, por su ofrecimiento y por su oficio como intercesor; pero sobre todo, no olvidemos que estos eventos surgen dentro el contexto de la última cena, donde, de manera sacramental, Jesús celebró su pascua, es decir, por amor, Jesús adelantó su hora en las especies consagradas del pan y del vino, como sacerdote, víctima y altar para quedarse con nosotros y en nosotros.
Esta oración muestra a Jesús como el revelador exclusivo y absoluto del Padre y dentro de ello, el autor sagrado hace énfasis en la relación de Jesús con Dios como Padre y en ese contexto, Él cabeza de la Iglesia, nos incorpora a todos nosotros. Jesús vive su proceso de entrega a la voluntad del Padre desde un corazón siempre orante, desde una relación viva e íntima con el Padre. La postura y disposición de levantar los ojos al cielo, es diferente por completo de cualquier otra costumbre, Al principio, los judíos no se orientaban hacia ningún lugar para hacer la oración, por ende, este gesto nuevo en el cristianismo, significa a su vez otro tipo de lenguaje.
Jesús y su Palabra es el centro mismo de la oración comunitaria, por Él, con Él y en Él, bajo la acción y el auxilio del Espíritu Santo oramos al Padre.
Jesús ora al Padre pidiéndole que le glorifique y la respuesta es la cruz y la resurrección. Jesús glorifica al Padre cumpliendo en fidelidad y obediencia su voluntad: “Éste es mi Hijo amado, éste que sube como cordero manso hacia Jerusalén”. Jesús glorifica al Padre convirtiéndose en la plenitud de la Revelación por medio de su predicación y de su pascua.
El Padre glorifica al Hijo resucitándolo de entre los muertos, es decir, levantándole como Hijo eterno del Padre, Señor y Mesías.
Jesús glorifica al Padre resarciendo la culpa de Adán y revistiendo de inmortalidad lo que Adán cubrió con sombras de muerte. En Jesús son nuevas todas las cosas, por eso veremos que en la noche del domingo de resurrección Jesús resucitado se presentará frente a sus apóstoles y soplará sobre ellos el mismo aliento de vida que dio origen al primer Adán. En Él hay una nueva creación.
Para gozar en el Hijo de lo que ha venido a ser nuestra herencia, Jesús como Sumo y Eterno Pontífice, nos coloca en comunión con el Padre, intercede por nosotros, se queda con nosotros y en nosotros para que gocemos de su gloria, la vida eterna, la cual consiste en Conocer al Padre y a su enviado Jesucristo.
Conocer en términos bíblicos indica la relación conyugal, queriendo con ello indicar que nuestra vocación más sublime consiste en fundir nuestro amor con el amor que de Dios brota como fuente perenne; sabernos amados por el Padre y corresponder a su amor como hijos.
 
5.   Oración:
 Oh Señor, que te has querido quedar con nosotros y en nosotros, que por amor infinito quisiste adelantar tu hora de manera sacramental para no dejarnos solos y tenerte siempre presente aunque oculto bajo la apariencia del pan y del vino; te damos las gracias por este don incalculable y por la fe que nos das para sobrepasar las apariencias de las especies consagradas y descubrir en ellas tu presencia viva y real; tu Cuerpo, tu Sangre, tu Alma y tu Divinidad.
Oh Señor, que has buscado la gloria y la honra del Padre por medio del servicio, el amor y la obediencia; míranos con bondad y concédenos la gracia de imitarte.
Queremos gozar de la vida eterna que nos prometes y que ganaste a precio de sangre; concédenos el don de la perseverancia final, para que a pesar de nuestras dificultades, de nuestros defectos y limitaciones, tu gracia supla nuestras falencias y también en nosotros, en nuestra conducta, el Padre se glorifique: Que se cumpla en nosotros lo que nos has enseñado: “Que de igual manera brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre, que está en los cielos”.
 Oh Señor y Dios nuestro, te pedimos perdón por la soledad de los sagrarios, por las comuniones sacrílegas, y por todos los pecados que se cometen a diario contra tu presencia real en la eucaristía.
Haz Señor que nuestro corazón sea generoso para que abiertos a tu acción, el rocío de tu misericordia y de tu amor nos permita ser realmente para el mundo sagrarios vivos que guardan celosamente tu presencia y custodias vivas que te manifiesten al mundo con palabras, pero sobre todo con el ejemplo.
 
…Momento de silencio…
 
6.   Canto: (Cantemos al amor de los amores / Oh buen Jesús/ quiero levantar mis manos).
 
7.   (Segunda parte de la lectura del texto bíblico): Santo Evangelio según San Juan:
 
Yo te he glorificado aquí en el mundo, pues he terminado la obra que tú me confiaste. Ahora, pues, Padre, dame en tu presencia la misma gloria que Yo tenía contigo desde antes que existiera el mundo.
A los que escogiste del mundo para dármelos, les he hecho saber quién eres. Eran tuyos, y tú me los diste, y han hecho caso de tu Palabra. Ahora saben que todo lo que me diste viene de ti; pues les he dado el mensaje que me diste, y ellos lo han aceptado. Se han dado cuenta de que en verdad he venido de Ti y han creído que Tú me enviaste. Palabra del Señor.
 Como lo hemos indicado, Jesús glorificó al Padre cumpliendo su voluntad en fidelidad, obediencia y amor.
Todos hemos sido creados por Dios y para Dios; nuestra comunión con Él es nuestra más alta vocación, por eso, el mismo Dios nos dice: “Sean santos, porque Yo, el Señor, soy Santo”.
Nuestra existencia debe glorificar a Dios. Ya Jesús, en un momento en que buscaban ocasión para matarle, había proclamado: “Dad al César, lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Lo cierto es, mis queridos hermanos, que nosotros somos de Dios. Le pertenecemos porque nos creó, le pertenecemos porque nos redimió, porque nos justificó, porque nos conserva providencialmente, porque nos sostiene en todo tiempo y lugar. No podemos vivir de espaldas a nuestro hacedor viviendo como si no tuviéramos un alma que salvar. Nuestro hacedor, nos dio dos ojos, dos oídos, dos brazos, dos piernas, de modo que, si faltase uno, nos pudiéramos remediar con el otro; pero alma no nos dio sino una y éste es el tiempo, el aquí y el ahora de nuestra salvación, pues nuestro Dios en su amor y misericordia nos ha prometido el perdón, más no el día de mañana; así que día vendrá en que amanezcas y no anochezcas, o en que anochezcas y no amanezcas y dónde irá a parar tu alma?
Nuestra intención y esfuerzo debe en todo momento buscar imitar el ejemplo de la tierra fértil, que siempre en agradecimiento de lo que recibe, produce su fruto a su tiempo.
 Jesús, en esta segunda parte de su oración, pide a su Padre y nuestro Padre, que le de la gloria que siempre había tenido, desde antes que todo fuese.
Pero ahora, mis queridos hermanos, quien se sienta a la derecha del Padre, no es sólo de naturaleza divina, sino también de naturaleza humana; en Cristo, todo hombre se ha acercado a lo más íntimo de Dios.
 Oh, Señor; estando el hombre tan caído ante los ojos de Dios, y en tanta desgracia, tuvo por bien Aquel Señor (no menos grande en la misericordia que en la majestad) de mirar, no a la injuria de su bondad soberana, sino a la desventura de nuestra miseria; y teniendo más lástima de nuestra culpa que ira por su deshonra, determinó remediar al hombre por medio de su Unigénito Hijo, y reconciliarle consigo. Más ¿cómo le reconcilió? ¿Cómo podrá hablar eso lengua mortal? Hizo tan grandes amistades entre Dios y el hombre, que vino a acabar no sólo en que Dios perdonase al hombre, y le restituyese en su gracia y se hiciese una sola cosa con Él por amor, sino, lo que excede todo entendimiento, llegó a hacerle tan una cosa consigo, que en todo lo que hay creado, no hay cosa más una que son ya los dos (Creador y creatura), porque no solo son uno en amor y gracia, sino también en la persona de Cristo. ¿Quién habría pensado que así se soldaría tal quiebra? ¿Quién se hubiera imaginado que estas dos cosas, entre quien la naturaleza y la culpa habían puesto tan grande distancia, habían de venir a juntarse, no en una casa, no en una mesa, ni en una gracia, sino en una persona? ¿Qué cosa hay más distante que Dios y el pecador? ¿Qué cosa ahora más junta que Dios y el hombre? Ninguna cosa hay, dice San Bernardo, más alta que Dios, y ninguna más baja que el barro con el hombre fue formado. Más con tanta humildad descendió Dios al barro y con tanta dignidad subió el barro hasta Dios, que todo lo que hizo Dios se diga que lo hizo el barro, y todo lo que sufrió el barro, se diga que lo padeció Dios.
¿Quién dijera al hombre, cuando tan desnudo y tan enemistado se sintió con Dios, que andaba buscando los rincones del paraíso terrenal para esconderse, que tiempo vendría en que se juntase aquella tan baja sustancia en una persona con Él? Fue tan estrecha esta junta y tan fiel, que cuando hubo de quebrar, que fue el tiempo de la pasión y muerte, aunque pudo la muerte apartar el alma del cuerpo, no pudo apartar a Dios, ni del alma, ni del cuerpo, porque “lo que una vez por nuestro amor tomó, nunca más lo dejó”.
Mucho te debemos, Dios nuestro, porque nos libraste del infierno y nos reconciliaste contigo; pero, mucho más te debemos por la manera en que nos libraste que por la libertad que nos diste; oh, feliz culpa que nos trajo tan grande Redentor.
 …Momento de silencio…
 8.   Canto… (Sáname, Señor)
 
El Señor Jesús recalca en su oración su carácter de misionero, de emisario o enviado por el Padre.
Para entender el concepto joánico de envío o misión hay que partir del principio forense del judaísmo: «El enviado de un hombre es como él mismo». Se trata de una concepción profundamente enraizada en la concepción antigua del emisario o mensajero: un embajador era el representante de su gobierno, hacía sus veces y estaba estrechamente vinculado a sus instrucciones. Así también en Juan la idea de envío designa, por lo general, la autorización de Jesús por parte de Dios; en razón de su misión, Jesús dispone de la facultad divina de revelar y salvar, y asimismo en cuanto revelador es el representante de Dios en el mundo humano. Quien le acepta, acepta a Dios; quien le rechaza, a Dios rechaza.
La plegaria de Jesús por su glorificación a manos del Padre contempla también por ello mismo la duración eterna, el futuro eterno y la permanente vigencia del acontecer soteriológico, es decir de nuestra Redención o salvación. Como tal acontecimiento la muerte y resurrección de Jesús tienen un significado de eternidad; han ocurrido «de una vez por todas». No sólo tienen un futuro, sino que en ellas se abre ya el futuro eterno.
Jesús, nuestro Señor, en esta noche santa ha instituido el sacramento del Orden Sacerdotal y el Sacramento de la Eucaristía. ¿Con qué fin? Para la obra de la redención no se quedara en la historia del hombre como un acontecer más, sino que, consciente de nuestra fragilidad, ha dejado la Eucaristía y el Sacerdocio como una ofrenda perenne de su amor y de su sacrificio que se mantiene vigente a pesar del paso de los siglos para que tú y yo hoy, y las generaciones venideras vivan en el hoy de la salvación de Dios.
Jesús nos revela al Padre; quien abre su corazón a Dios y a su mensaje, necesariamente abre su corazón a Cristo, pues es Él, verdadero camino, la verdad y la vida que nos comunica al Padre.
Señor Jesús, concédenos la gracia de imitar el testimonio de las primeras comunidades cristianas sobre las cuales se escribió: “Los cristianos son en el mundo, lo que el alma es en el cuerpo. El alma, en efecto, se halla esparcida por todos los miembros del cuerpo; así también los cristianos, se encuentran dispersos por todas las ciudades del mundo. El alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo”.
…Momento de Silencio…
 9.   Canto: (Espíritu Santo, yo te necesito…)
 (Tercera parte de la lectura del texto bíblico): Santo Evangelio según San Juan:
 
o te ruego por ellos; no ruego por los que son del mundo, sino por los que me diste, porque son tuyos. Todo lo que es mío es tuyo y lo que es tuyo es mío y mi gloria se hace visible en ellos. Palabra del Señor.
 Uno de los frutos decisivos del acontecimiento salvífico es la fundación de la comunidad de discípulos de Jesús, la Iglesia. Juan habla de que la revelación no alcanza ciertamente su meta en todos los hombres, aunque a todos va dirigida. Pero en los discípulos sí que logra su finalidad.
Ya lo diría el mismo Juan en el prólogo de su evangelio: “Aquel que es la Palabra estaba en el mundo, y aunque Dios hizo el mundo por medio de Él, los que son del mundo no le reconocieron. Vino a su propio mundo, pero los suyos, no le recibieron”. (Jn 1, 10-11)
Entre los primeros discípulos de Jesús ocurre ya de manera ejemplar lo que ocurrirá luego en la comunidad de todos los tiempos.
La primera generación de discípulos de Jesús es la de quienes recibieron la revelación directamente de Jesús, mientras que las generaciones posteriores son aquellas que «Creerán en Él por la palabra de ellos».
Las generaciones sucesivas de discípulos permanecen vinculadas al testimonio de los primeros discípulos. A través de nuestros pastores, en especial del Papa;  de la Sagrada Tradición y del Magisterio de la Iglesia; el mensaje que Cristo anunció se mantiene actual e inmutable; de allí la importancia de guardar la fe y el auténtico testimonio cristiano en la unidad.
La comunidad de creyentes no es un conglomerado dispuesto por los hombres, sino que tiene su origen en Dios que creó de un solo principio todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra y determinó con exactitud el tiempo y los límites del lugar donde habían de habitar, con el fin de que buscasen a Dios, para ver si atientas le buscaban y le hallaban, por más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros; pues en Él vivimos, nos movemos y existimos. (Hch 17, 26-28). Es el mismo Dios el que reúne a todos los hombres que el pecado dispersó en el seno de la Iglesia, su pueblo.
Si la fundación de la comunidad de discípulos de Jesús se había entendido ya como don divino, como regalo de la libertad gratuita y como fruto de la acción de Dios; también se atribuye a la acción divina la permanencia de esa comunidad. La comunidad debe asimismo su existencia a la intercesión de Jesús y al Paráclito divino; en este sentido carece de una existencia autónoma o autárquica. Jesús aparece a la vez como el intercesor celeste en favor de los suyos en presencia de Dios y como presente y actuante en la comunidad. La súplica de Jesús por los suyos es un indicio de que todo el proceso, de que aquí se habla, se desarrolla en el marco de una libertad gratuita o, lo que es lo mismo, en el marco del amor divino, que, de una vez para siempre, ha abierto la obra reveladora de Jesús. En ese «marco» Jesús y los suyos forman una sola realidad.
Cuando se nos dice que no se ora por los del mundo, se recalca el hecho de que Dios respeta la libertad con la cual los hombres le rechazan; él no salva a nadie a la fuerza pues la salvación no es más que una donación mutua y gratuita de amor por parte de Aquel que es el amor mismo y aquel que se sabe amado y que no tiene más remedio que abrirse al amor como respuesta a quien lo ha dado todo por nosotros. Amor con amor se paga.
Teniendo claro lo anterior, es menester entender que la oración de Jesús entenderemos que Jesús no cierra su corazón a quienes le rechazan, ello lo constatamos cuando más adelante, en la misma oración, Jesús dice que envía a sus discípulos al mundo y luego ora por quienes creerán en Él a través del mensaje de ellos; es decir, hace alusión a todos aquellos que viviendo entregados al pecado como muertos, al mantenerse lejos de la gracia.
En tal sentido la oración de despedida expresa también la esperanza de salvación para el mundo, y ése es también el fruto de la glorificación, en que se prolonga y halla siempre un nuevo cumplimiento la obra salvadora de Jesús.
La unidad ha de pedirse; es decir, ha de recibirse y conservarse como un don. Para conservarla es importante tener presente que la Iglesia es una en su fundador y santificador, una en sus sacramentos, una en sus mandamientos, una en sus ministros, una en su mensaje, una en su liturgia. Es importante no herir la unidad de la Iglesia alejándonos de nuestro Dios, de los sacramentos, de la obediencia a los mandamientos, de nuestros pastores, en especial del papa y de los ministros unidos a él; no adoptando conceptos y filosofías ajenas a la fe cristiana llevándola a un sincretismo o mezcla de muchas cosas que son una afrenta al mensaje de Jesús. Es importante como signo y expresión de la unidad celebrar la liturgia conforme lo manda la Iglesia y no haciendo de ella un bien privado, pues es un bien de toda la Iglesia. No podemos herir la unidad, despreciando al hermano.
 
Oración:
 
Oh Señor, creador y preservador de todo el género humano, te rogamos humildemente por los hombres de toda suerte y condición: que te complazcas en darles a conocer tus caminos y tu salud salvadora a todas las naciones. Muy especialmente te pedimos por la condición de tu Iglesia Universal: que todos sus miembros se dejen  guiar y gobernar por tu buen Espíritu, a fin de que todos los que se profesan y llaman cristianos sean conducidos en el camino de la verdad y mantengan la fe en la unidad del Espíritu, en el vínculo de la paz y en una vida justa.
Ayúdanos a reconocerte siempre como nuestro Dios y Padre y a los demás como nuestros hermanos para que así, llenos de amor fraterno, podamos ser capaces de ser la extensión de tus manos providentes especialmente para con aquellos que sufren del alma o del cuerpo.
Que así como todos somos alimentados por el mismo pan, en este piso alto, en este cenáculo de la Caridad del Cobre, todos nos esforcemos por mantener la unidad de la Iglesia universal, Arquidiocesana y parroquial.
Que todos seamos uno, como Tú, Señor, eres uno con tu Hijo unigénito y con tu Santo Espíritu.
 
 
 

miércoles, 9 de abril de 2014


“Dios es la verdad que nos hace libres”. Por Iván Muvdi. Día 36 en travesía por el desierto cuaresmal.



Lectura de la profecía de Daniel (3,14-20.91-92.95):


En aquellos días, el rey Nabucodonosor dijo: «¿Es cierto, Sidrac, Misac y Abdénago, que no respetáis a mis dioses ni adoráis la estatua de oro que he erigido? Mirad: si al oír tocar la trompa, la flauta, la citara, el laúd, el arpa, la vihuela y todos los demás instrumentos, estáis dispuestos a postraros adorando la estatua que he hecho, hacedlo; pero, si no la adoráis, seréis arrojados al punto al horno encendido, y ¿qué dios os librará de mis manos?»
Sidrac, Misac y Abdénago contestaron: «Majestad, a eso no tenemos por qué responder. El Dios a quien veneramos puede librarnos del horno encendido y nos librará de tus manos. Y aunque no lo haga, conste, majestad, que no veneramos a tus dioses ni adoramos la estatua de oro que has erigido.»

Nabucodonosor, furioso contra Sidrac, Misac y Abdénago, y con el rostro desencajado por la rabia, mandó encender el horno siete veces más fuerte que de costumbre, y ordenó a sus soldados más robustos que atasen a Sidrac, Misac y Abdénago y los echasen en el horno encendido.

El rey los oyó cantar himnos; extrañado, se levantó y, al verlos vivos, preguntó, estupefacto, a sus consejeros: «¿No eran tres los hombres que atamos y echamos al horno?»
Le respondieron: «Así es, majestad.»

Preguntó: «¿Entonces, cómo es que veo cuatro hombres, sin atar, paseando por el horno sin sufrir nada? Y el cuarto parece un ser divino.»

Nabucodonosor entonces dijo: «Bendito sea el Dios de Sidrac, Misac y Abdénago, que envió un ángel a salvar a sus siervos que, confiando en él, desobedecieron el decreto real y prefirieron arrostrar el fuego antes que venerar y adorar otros dioses que el suyo.» Palabra de Dios.

 

Salmo Responsorial:

 

R/. A ti gloria y alabanza por los siglos.

Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres,
bendito tu nombre santo y glorioso.
R/.

Bendito eres en el templo de tu santa gloria.
R/.

Bendito eres sobre el trono de tu reino.
R/.

Bendito eres tú, que sentado sobre querubines
sondeas los abismos.
R/.

Bendito eres en la bóveda del cielo.
R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (8,31-42):


En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos que habían creído en él: «Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.»
Le replicaron: «Somos linaje de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: "Seréis libres".»
Jesús les contestó: «Os aseguro que quien comete pecado es esclavo. El esclavo no se queda en la casa para siempre, el hijo se queda para siempre. Y si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres. Ya sé que sois linaje de Abrahán; sin embargo, tratáis de matarme, porque no dais cabida a mis palabras. Yo hablo de lo que he visto junto a mi Padre, pero vosotros hacéis lo que le habéis oído a vuestro padre.»

Ellos replicaron: «Nuestro padre es Abrahán.»
Jesús les dijo: «Si fuerais hijos de Abrahán, haríais lo que hizo Abrahán. Sin embargo, tratáis de matarme a mí, que os he hablado de la verdad que le escuché a Dios, y eso no lo hizo Abrahán. Vosotros hacéis lo que hace vuestro padre.»
Le replicaron: «Nosotros no somos hijos de prostitutas; tenemos un solo padre: Dios.»

Jesús les contestó: «Si Dios fuera vuestro padre, me amaríais, porque yo salí de Dios, y aquí estoy. Pues no he venido por mi cuenta, sino que él me envió.» Palabra del Señor.

 
En la primera lectura, el Profeta Daniel nos muestra cómo hay una presión por parte de quienes ejercen poder o autoridad para llevarnos a la idolatría o adoración de personas, costumbres, cosas que obviamente no son Dios pero que en la práctica son objeto de culto idolátrico. En este caso se trató de una imagen, sin embargo, en nuestro contexto, ésta puede significar el culto idolátrico a las ansias de tener bienes materiales, sin esfuerzo, sin pensar en los necesitados, obtenidos a través de medios ilegítimos e inmorales; el ansia de dominar a los otros para oprimirlos, la búsqueda de un placer hedonista, egoísta, materialista y reducido al instinto, la búsqueda de la evasión de la realidad y de la responsabilidad a través del alcohol, las drogas, etc; la fama, la moda, para satisfacer nuestro narcisismo, etc.

A pesar de la presión, del rechazo y del peligro mortal; lo que resalta esta primera lectura de hoy es el valor y la fidelidad de estos tres jóvenes que prefieren la muerte antes que ofender a Dios; me recuerda esto al lema de Santo Domingo Sabio: “morir antes que pecar”.

Considero importante que los jóvenes tienen la certeza de que Dios intervendrá en su favor, pero, sin embargo, están abiertos y dispuestos a aceptar que no lo haga. Este nivel de fe y de aceptación de la voluntad de Dios es supremamente loable pues ya nos da una muestra clara de lo que va a hacer Jesús, que por amor y obediencia, es capaz de aceptar la muerte en una cruz.

Finalizando la lectura, podemos evidenciar que la fidelidad que prodigamos a Dios será recompensada y que ese testimonio auténtico de vida sirve como medio para que otros lleguen a la fe, como ocurrió con Nabucodonosor y seguramente con todos aquellos que fueron testigos del infinito poder de Dios que vino en rescate de sus fieles siervos.

Si siempre la primera lectura se relaciona con el Evangelio, ¿de qué manera podríamos relacionarlos?

Los grupos religiosos más influyentes en tiempos de Jesús eran los fariseos (mayor influencia) y los saduceos, aunque había otros también respetados por el pueblo pero con menor grado de capacidad para influir.

Estos grupos religiosos se habían adueñado del “conocimiento de Dios”, “de su Palabra”, “de las tradiciones”, al punto de ser ellos quienes enseñaban qué debía hacerse para lograr la salvación y eran ellos quienes aprobaban  o desaprobaban a los demás; quienes tenían la autoridad para acoger o para rechazar y aislar a las personas de los servicios y el culto en las sinagogas y en el templo.

Habían desvirtuado y desfigurado tanto el rostro de Dios que terminaron presentando al pueblo una imagen falsa de Él y eso es idolatría.

Jesús vino a restablecer el verdadero culto, como plenitud de la revelación, vino a mostrarnos realmente quién es el Padre y cómo debe adorársele, pero quienes habían establecido un culto desvirtuado e idolátrico rechazaron a Jesús y llevaron al pueblo a que hiciera lo mismo.

Además de todo lo que se ha descrito hasta aquí, Jesús expone el “verdadero rostro del pecado” y lo presentará como un ídolo del hombre que le esclaviza, que le somete.

La mentira, que es el pecado, es negación de Dios; cada vez que hacemos mal uso de nuestra libertad y usamos nuestros dones para ir en contra de quien nos los dio, es negación de su amor, de su misericordia, de su bondad, de lo que nos ofrece; porque es elegir como mejor, como más favorable y como fuente de felicidad todo aquello que se opone a Dios.

Sólo en Jesús seremos realmente libres, sólo por medio de Él, camino, verdad y vida, ofreceremos al Padre Dios el verdadero culto que le es debido, en espíritu y en verdad.

 Que el Señor nos conceda en estos pocos días que restan de cuaresma y sobre todo en las celebraciones pascuales, la gracia de dejar a tras nuestros ídolos para ir tras de sí y amarle y adorarle con toda nuestra alma, con toda nuestra mente, con todas nuestras fuerzas y con todo nuestro corazón. Sólo Él es la primera prioridad y sólo en Él recibiremos en herencia todo aquello que ni el ojo vio, ni el oído escuchó, ni el corazón ha sabido o sentido jamás, lo que Dios ha preparado para cada uno de nosotros.

¡Quedaos con Dios!

martes, 8 de abril de 2014


«Cuando levantéis al Hijo del hombre, sabréis que yo soy”. Por Iván Muvdi. Día 35 en travesía por el desierto cuaresmal.



 
Lectura del libro de los Números (21,4-9):

En aquellos días, desde el monte Hor se encaminaron los hebreos hacia el mar Rojo, rodeando el territorio de Edom.
El pueblo estaba extenuado del camino, y habló contra Dios y contra Moisés: «¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto? No tenemos ni pan ni agua, y nos da náusea ese pan sin cuerpo.»
El Señor envió contra el pueblo serpientes venenosas, que los mordían, y murieron muchos israelitas.
Entonces el pueblo acudió a Moisés, diciendo: «Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti; reza al Señor para que aparte de nosotros las serpientes.»
Moisés rezó al Señor por el pueblo, y el Señor le respondió: «Haz una serpiente venenosa y colócala en un estandarte: los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirarla.»
Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a uno, él miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado.
Palabra de Dios.
 
Salmo Responsorial:
 
R/. Señor, escucha mi oración,
que mi grito llegue hasta ti.


Señor, escucha mi oración,
que mi grito llegue hasta ti;
no me escondas tu rostro el día de la desgracia.
Inclina tu oído hacia mí;
cuando te invoco, escúchame en seguida.
R/.

Los gentiles temerán tu nombre,
los reyes del mundo, tu gloria.
Cuando el Señor reconstruya Sión
y aparezca en su gloria,
y se vuelva a las súplicas de los indefensos,
y no desprecie sus peticiones.
R/.

Quede esto escrito para la generación futura,
y el pueblo que será creado alabará al Señor.
Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario,
desde el cielo se ha fijado en la tierra,
para escuchar los gemidos de los cautivos
y librar a los condenados a muerte.
R/.
 
Lectura del santo evangelio según san Juan (8,21-30):

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: «Yo me voy y me buscaréis, y moriréis por vuestro pecado. Donde yo voy no podéis venir vosotros.»
Y los judíos comentaban: «¿Será que va a suicidarse, y por eso dice: "Donde yo voy no podéis venir vosotros"?»
Y él continuaba: «Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allá arriba: vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Con razón os he dicho que moriréis por vuestros pecados: pues, si no creéis que yo soy, moriréis por vuestros pecados.»
Ellos le decían: «¿Quién eres tú?»
Jesús les contestó: «Ante todo, eso mismo que os estoy diciendo. Podría decir y condenar muchas cosas en vosotros; pero el que me envió es veraz, y yo comunico al mundo lo que he aprendido de él.»
Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre.
Y entonces dijo Jesús: «Cuando levantéis al Hijo del hombre, sabréis que yo soy, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada.»
Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él. Palabra del Señor.
 
En la primera lectura, lo primero que se nos muestra es el cansancio del pueblo que va en busca de la Tierra prometida.
Cansancio físico, emocional y espiritual. Quizás pensaron  que estando Dios con ellos las cosas serían más fáciles. Pero una vez enfrentados a la sed, el hambre, el calor, a una travesía inacabable; sobrevinieron las dudas, las cuales al ser alimentadas por nuestros miedos, por la falta de fe y confianza terminan haciéndose gigantes y por ende expresándose en forma de quejas e incluso de pecados. Nuestro primer enemigo es la búsqueda de acomodarnos siempre en una zona de confort; buscar lo más fácil despreciando el esfuerzo.
Lo cierto es que despreciamos el sufrimiento y anhelamos siempre la comodidad. Dios no nos ha prometido nunca que nos meterá en una burbuja donde nada ni nadie pueda tocarnos; Él ha sido muy claro al hablarnos de tomar  la cruz, de negarnos a nosotros mismos e incluso nos dijo Jesús: “en el mundo ustedes habrán de sufrir, pero tengan valor, yo he vencido al mundo”.
El problema es que no somos capaces de ver más allá de nuestros ojos, porque ciertamente, sin Dios estaríamos peor. ¿Hubiera salido Israel de Egipto sin la intervención de Dios? ¿Hubieran sobrevivido al desierto sin Dios que les acompañaba en forma de nube durante el día y en forma de fuego durante la noche para indicarles el camino? ¿Hubieran sobrevivido al desierto sin Dios que les daba pan por medio del rocío de la mañana que hacía aparecer en sus campos una capa de harina; agua hasta de las rocas y carne de codornices?
Igual ocurre con nosotros hoy. Rodeados de casas, edificios, automóviles, etc; perdemos cuidado y nos olvidamos de que todo esto que nos rodea es nuestro desierto y que también nosotros somos extranjeros en un país extraño pues nuestra patria definitiva es el cielo al cual debemos llegar después de la travesía de este desierto, que es el mundo, árido por el horror de la guerra, plagado de injusticia por la cual muchos, incluso continentes enteros mueren de hambre y de sed; un mundo enfermo en donde la carestía más importante es el amor. La oscuridad que hoy lo envuelve todo se debe a la falta de Dios en el corazón de muchos hombres. ¿Cómo pensar siquiera en atravesar este gran desierto, de muchos años, sin Dios? ¿Cómo hacerlo sin divisar su nube durante el día y su fuego durante la noche?
Aunque muchos no seamos capaces de comprenderlo, ciertamente, esta travesía de la vida es mucho más fácil si nos mantenemos cerca de nuestro Dios. Con Él sabemos que vamos por el camino indicado, que llegaremos a puerto seguro y que a lo largo de esta extensa senda, en donde con seguridad no todo será plano y encontraremos muchas espinas, pero sabemos que Dios intervendrá en el momento preciso y avanzaremos seguros porque Él va delante de nosotros.
Considero que, nuestro segundo enemigo consiste en pensar que las cosas deben ser como nosotros pensamos y deben ocurrir cuando nosotros lo esperamos. El hombre de fe siempre confía y el hombre de fe siempre espera. Todos los días, cada uno de nosotros se ve enfrentado a situaciones que nos ubican en nuestro propio Huerto de los Olivos, allí donde se libra una lucha de voluntades entre lo que Dios quiere y lo que queremos nosotros. La victoria segura vendrá cuando lo que nosotros queremos coincide plenamente con lo que Dios quiere y espera de nosotros; por eso Jesús, que incluso en esa lucha llegó a sudar sangre, concluye su oración diciendo “que no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Hasta que no comprendamos esto, imitaremos a Israel en su culpa de que, a pesar de estar con Dios en el desierto, mediante quejas y reclamos expresamos nuestro deseo de volver a las ollas de Egipto.
Nuestro tercer gran enemigo, a mi modo de ver hoy, para nuestra reflexión, es el llegar a despreciar lo mucho o poco que tengamos: “nos da náuseas ese pan sin cuerpo”.
Mis queridos hermanos, el maná (el pan que Dios hizo llover del cielo) es prefiguración de Cristo Eucaristía.
Han transcurrido más de dos mil años de Cristianismo y son muchos los que ya sienten náuseas de Cristo al cual desprecian por no querer dar la espalda a sus pecados o porque quizás, cual genio de lámpara maravillosa, esperamos que Él se haga presente sólo cuando a nuestra voluntad así lo queramos (al frotar la lámpara) y sólo para que nos conceda todo aquello que para ese momento le pidamos. Oh, qué necedad del hombre que no entiende que no es Él quien nos necesita, sino que somos nosotros quienes le necesitamos.
El desprecio a Dios nos somete al pecado y el pecado nos trae como consecuencia la desgracia, pues como reiteradamente lo hemos mencionado, su única paga es la muerte. Aquí se nos dice que muchas serpientes venenosas mordían a los israelitas causándoles la muerte y llevándoles a una desesperación tal que acuden a Moisés para que le pida a Dios que les ayude.
Así nos pasa todo el tiempo, cuando sentimos que efectivamente sin la gracia que nos viene de Dios no podemos resistir más las adversidades de esta vida, volvemos nuevamente a Él, después de haberle despreciado, después de habernos entregado al desánimo, a la desconfianza, a la falta de fe e incluso al pecado, volvemos nuevamente a Él y Él, que no tiene necesidad de nosotros, nos abre los brazos y nos acoge como el mejor de los padres.
No olvidemos que Israel demoró 40 años en el desierto y que sólo pudieron ingresar a la tierra prometida cuando desviaron su mirada de la seguridad que les transmitían “las cosas” (las hoyas de Egipto, es decir, el sustento seguro a pesar de que allí eran esclavos) para elevar los ojos al cielo y fijarlos en Aquel a quien debe dirigirse nuestro amor, nuestra entrega, nuestro culto. En el desierto, no hay nada, sólo arena, no hay cosas y no tuvieron más remedio que entregar su corazón a Dios. Hasta que no entendamos esto, no saldremos de nuestros desiertos, nos mantendremos allí por mucho tiempo.
Por eso, fijar los ojos en Aquel que está en lo alto es nuestra salvación segura ¿para qué exponernos a tantas vicisitudes si podemos desde ya entenderlo? Cuando Jesús hablaba de que su yugo era llevadero, no se refería a que era fácil; lo que sucede es que cuando uno está enamorado, cualquier cosa parece poco con tal de complacer al amado, siempre se está dispuesto a dar más; por eso el yugo es llevadero; pero la resistencia es un gran peso extra que hace cada vez más imposible avanzar en el camino pues cada vez sentimos más que el peso sobrepasa nuestras fuerzas. Pero Tú, Señor, que eres mi fuerza, ¡no te alejes!, ¡ven pronto en mi ayuda! (Sal 22(21) 19).
Por último, quisiera recalcarles el hecho de que Dios haya mandado a hacer una imagen y que se salvara quien la mirara.
Como ustedes saben, uno de los aspectos que nos separan de los cristianos no católicos es el uso de las llamadas “imágenes sagradas”. Ellos alegan que tanto en el Éxodo, como en el Deuteronomio, el Señor prohíbe hacer imágenes. Sin embargo, fíjense en lo que ocurre en el texto de hoy y como este, hay muchos otros, como por ejemplo, el Arca de la Alianza, o los seres alados (ángeles) que Dios ordena bordar en las cortinas de la tienda del encuentro, etc.
La imagen de la serpiente en un hasta, representa a Cristo; de hecho, en el Evangelio, el mismo Cristo utilizará lo ocurrido en el desierto para aplicarlo a sí mismo: “Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así será levantado el Hijo del Hombre”. ¿Será que Dios se contradice? O será que, ¿lo que molesta a Dios no es la imagen en sí misma sino el sentido que se le da? ¿Creen que es casualidad que en ninguno de los 4 evangelios se habla condenando el uso de imágenes?
El mandamiento que prohibía hacer imágenes decía “puesto que no has visto a Dios, no te harás imágenes”; pero en Cristo le hemos visto, pues Él es la imagen visible del Dios invisible; quien le ha visto a Él, ha visto al Padre.
 
Fijemos nuestros ojos sobre Aquel que ha descendido desde lo más alto para hacerse uno de nosotros y que por nosotros ha sido elevado a lo alto de una cruz, rebajado como criminal, para engrandecernos como a hijos de Dios.
Aunque las situaciones adversas hagan como las nubes espesas y oscuras que intentan ocultar el sol, nunca perdamos de vista que Dios nos ha dicho que: “aunque tu Padre y tu madre te abandonen, Yo nunca te abandonaré”.
Ubiquemos a nuestro Señor en lo alto de nuestra mente, de nuestras fuerzas, de nuestro corazón.
¡Quedaos con Dios!