miércoles, 22 de enero de 2014


“Levántate y ponte ahí en medio”. Por Iván Muvdi.


Lectura del primer libro de Samuel (17,32-33.37.40-51):

  En aquellos días, Saúl mandó llamar a David, y éste le dijo: «Majestad, no os desaniméis. Este servidor tuyo irá a luchar con ese filisteo.»

Pero Saúl le contestó: «No podrás acercarte a ese filisteo para luchar con él, porque eres un muchacho, y él es un guerrero desde mozo.» David le replicó: «El Señor, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, me librará de las manos de ese filisteo.» Entonces Saúl le dijo: «Anda con Dios.» Agarró el cayado, escogió cinco cantos del arroyo, se los echó al zurrón, empuñó la honda y se acercó al filisteo. Éste, precedido de su escudero, iba avanzando, acercándose a David; lo miró de arriba abajo y lo despreció, porque era un muchacho de buen color y guapo, y le gritó: «¿Soy yo un perro, para que vengas a mi con un palo?» Luego maldijo a David, invocando a sus dioses, y le dijo: «Ven acá, y echaré tu carne a las aves del cielo y a las fieras del campo.» Pero David le contestó: «Tú vienes hacia mí armado de espada, lanza y jabalina; yo voy hacia ti en nombre del Señor de los ejércitos, Dios de las huestes de Israel, a las que has desafiado. Hoy te entregará el Señor en mis manos, te venceré, te arrancaré la cabeza de los hombros y echaré tu cadáver y los del campamento filisteo a las aves del cielo y a las fieras de la tierra; y todo el mundo reconocerá que hay un Dios en Israel; y todos los aquí reunidos reconocerán que el Señor da la victoria sin necesidad de espadas ni lanzas, porque ésta es una guerra del Señor, y él os entregará en nuestro poder.» Cuando el filisteo se puso en marcha y se acercaba en dirección de David, éste salió de la formación y corrió velozmente en dirección del filisteo; echó mano al zurrón, sacó una piedra, disparó la honda y le pegó al filisteo en la frente: la piedra se le clavó en la frente, y cayó de bruces en tierra. Así venció David al filisteo, con la honda y una piedra; lo mató de un golpe, sin empuñar espada. David corrió y se paró junto al filisteo, le agarró la espada, la desenvainó y lo remató, cortándole la cabeza. Los filisteos, al ver que había muerto su campeón, huyeron. Palabra de Dios.

 Sal 143,1.2.9-10

R/. Bendito el Señor, mi Roca.

 Bendito el Señor, mi Roca, que adiestra mis manos para el combate, mis dedos para la pelea. R/.

Mi bienhechor, mi alcázar, baluarte donde me pongo a salvo, mi escudo y mi refugio, que me somete los pueblos. R/.

Dios mío, te cantaré un cántico nuevo, tocaré para ti el arpa de diez cuerdas: para ti que das la victoria a los reyes, y salvas a David, tu siervo. R/.

 Lectura del santo evangelio según san Marcos (3,1-6): En aquel tiempo, entró Jesús otra vez en la sinagoga, y había allí un hombre con parálisis en un brazo. Estaban al acecho, para ver si curaba en sábado y acusarlo. Jesús le dijo al que tenía la parálisis: «Levántate y ponte ahí en medio.» Y a ellos les preguntó: «¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?» Se quedaron callados. Echando en torno una mirada de ira, y dolido de su obstinación, le dijo al hombre: «Extiende el brazo.» Lo extendió y quedó restablecido. En cuanto salieron de la sinagoga, los fariseos se pusieron a planear con los herodianos el modo de acabar con él. Palabra del Señor.

 Nos presenta hoy la liturgia, en la primera lectura, la lucha o combate entre David, un sencillo pastor de ovejas, el último entre sus hermanos y el mejor hombre del ejército filisteo: Goliat. Éste último lanzaba insultos y maldiciones contra Israel lo cual molestó a David que había llegado al campo de batalla para llevarles alimentos a sus hermanos. Al ver que nadie se atrevía a enfrentar a aquel campeón de las guerras, llevado por su celo y amor a Dios y a su pueblo se ofreció a luchar. Al ver su pequeñez, Goliat lo despreció y se sintió insultado, lo cual hizo que aumentaran sus ofensas e insultos contra Dios y contra su pueblo.

Así se presentan las dificultades ante nosotros, fuertemente armadas, dándonos la impresión de ser unos gigantes invencibles, cubiertas con armadura de bronce por todos lados y puede llevarnos a la terrible idea de darnos por vencidos mucho antes de iniciar el combate. ¿Por qué pasa esto? Porque creemos que luchamos solos, porque nos olvidamos que delante va el Señor colocando su pecho a las heridas que buscan infringirnos nuestras dificultades y los ataques provenientes de aquellos que buscan dañarnos.

Oh, Señor; qué difícil es mantenernos firmes como lo hizo David y qué fácil es olvidar que tu vas junto a nosotros. Qué débiles somos; no somos más que una hoja seca que arrastra el viento; así de volubles podemos llegar a ser.

El gran ejemplo que nos da David es que él tenía bien claro que quien luchaba era Dios y que él era un simple instrumento en sus manos; por eso no importa si lo que tienes en frente llega a ti con escudo, armadura, espada, jabalina, escudero; armas pesadas y crueles. “Tú vienes a mí confiando en tus armas. Yo voy a ti en nombre del Señor de los ejércitos”. La fe debe llevarnos a la convicción de que todo lo podemos en Aquel que nos fortalece. No son únicamente nuestros méritos, virtudes y cualidades las que nos ayudan a vencer; es todo eso colocado en las manos de Dios para que con su amor, su fuerza, su omnipotencia seamos imparables, invencibles.

Oh Señor, junto con el salmista, hoy te digo: “Bendito sea el Señor, mi roca, que adiestra mis manos para el combate, mis dedos para la pelea”. Yo no puedo nada sin Ti y deseo que Tú lo puedas todo en mí y desde mí.

En el Evangelio, se nos presenta a un Jesús sanando a un tullido en sábado. Nos dice la Escritura que allí se encontraban muchos que estaban esperando que Él sanara en sábado para acusarlo y poder matarlo. Y ¿qué hizo Jesús? ¿Dejó por ello de sanar, de hacer el bien? ¡No!, continuó haciendo su obra porque era ese su deber y pese al peligro, su confianza estaba puesta en su Dios, su escudo, su roca, su refugio.
De igual manera, pese a nuestras dificultades, debemos continuar edificando en nuestra vida y en la de aquellos que nos rodean, la obra de Dios, seguros de que contamos con su protección y su ayuda. A veces, o quizás muchas veces, no nos es fácil esto porque sentimos a Dios ciego, sordo y mudo ante nuestros ruegos, ante nuestra desesperación. Pero tal vez, mis queridos hermanos, los ciegos, sordos y mudos somos nosotros al no poder ver, ni escuchar a Dios, por pretender que Él nos hable, o actúe en la forma en que nosotros lo esperamos. Pareciera fácil la vida de fe, pero la verdad es que no lo es y lo que lo hace difícil son nuestros obstáculos y limitaciones interiores, nuestras inseguridades y temores. Podemos ser nosotros los tullidos y por ende, es a nosotros a quienes Cristo nos dice: “Levántate y colócate ahí en medio”. Aún a nosotros hoy, el Señor nos mira a los ojos, con cariño y nos dice: “Te falta una cosa: anda y deja todo lo que tienes y luego ven y sígueme”. Señor, ayúdame a despojarme de todo lo que pueda separarme de Ti para que pueda seguirte sin detenerme ante la violencia del viento, del mar, de las olas; sin fijarme si el valle es oscuro, siempre y cuando Tú seas mi camino, mi verdad, mi vida, mi luz y mi pastor; contigo Señor, lleno de Ti, nada me falta.

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