viernes, 10 de enero de 2014


“HOY SE CUMPLE ESTA ESCRITURA QUE ACABÁIS DE ESCUCHAR”. Por Iván Muvdi.



Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (4,19–5,4):

Nosotros amamos a Dios, porque él nos amó primero. Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: Quien ama a Dios, ame también a su hermano. Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama a Dios que da el ser ama también al que ha nacido de él, En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor de Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no, son pesados, pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. Palabra de Dios.

 

Salmo Responsorial: 71,1-2.14.15bc.17

R/.
Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra.

Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud. R/.

Él rescatará sus vidas de la violencia,
su sangre será preciosa a sus ojos.
Que recen por él continuamente
y lo bendigan todo el día. R/.

Que su nombre sea eterno,
y su fama dure como el sol;
que él sea la bendición de todos los pueblos,
y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra. R/.

 

Lectura del santo evangelio según San Lucas (4,14-22a):

En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan. Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.» Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él.

Y él se puso a decirles: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.» Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Palabra del Señor.

 R E F L E X I Ó N :
 
La liturgia sinagogal del sábado se basaba en dos lecturas, a saber: La primera, sacada de la Ley (Pentateuco), era leída y comentada por un "doctor de la Ley"; la segunda, de origen más tardío, tenía que ser extraída de los profetas y podía ser leída y comentada por cualquiera que tuviese al menos treinta años. Jesús tiene treinta años y reivindica el derecho de leer y comentar esta segunda lectura.

Cristo (según San Lucas) parece haber detenido intencionadamente su lectura en el momento en que la profecía de Is 61 anunciaba "un año de gracia". Pasa en silencio el versículo siguiente, que anunciaba el juicio de las naciones: "y un día de venganza para nuestro Dios" (Is 61, 2), para insistir exclusivamente, sin duda, en la gracia de Dios. Estas palabras de gracia provocan el asombro de la asamblea (v. 22) y son el origen de los incidentes narrados en los vv. 25-30. Precisamente para reforzar la idea de que su misión, toda, es de gracia y no de condenación, Cristo (o Lucas) ha añadido dentro de la cita de Is 61, 1-2 un versículo, tomado de Is 58, 6, sobre la libertad ofrecida a los prisioneros.

Cristo define de una vez su misión como una proclamación del amor gratuito de Dios a todo hombre. Tal revelación sólo podía producir escándalo a los judíos que esperaban la escatología con todo el ardor que el odio a los paganos podía producirles.

Aunque esta semana, no he podido escribirles con la frecuencia diaria con la que lo había venido haciendo, sí alcancé, a indicarles, al principio de la misma, que esta era una semana cargada de signos. Hoy tenemos una epifanía de Cristo; “hoy se ha cumplido esta escritura frente a vosotros”; Jesús mismo es el signo, a pesar de que, quienes le habían conocido lo veían como una persona corriente; ése que vivió sometido a la ley y a sus padres; que en el silencio de los años crecía en gracia delante de Dios y de los hombres; ése mismo viene ahora a manifestarse como el signo pleno del amor y la misericordia del Padre. “Cristo confiere a toda la tradición veterotestamentaria de la misericordia divina un significado definitivo. No solo habla de ella y la explica con el uso de semejanzas y de parábolas, sino que, sobretodo, Él mismo la encarna y la personifica. Él mismo es, en cierto sentido, la misericordia” (Dives in Misericordie, N.2). La encarnación del Verbo es no solo obra de la caridad de Dios (Jn3,16), sino también máxima revelación de la misericordia divina que se ha personificado.

Jesucristo, el Unigénito que está en el seno del Padre (Jn 1,18), imagen visible de Dios invisible (Col 1,15), es en su persona, en sus palabras, en sus acciones, en sus actitudes el rostro misericordioso del Padre que es “rico en misericordia” (Ef 2,4). Toda su vida, desde el nacimiento hasta la resurrección, es la narración más completa de la misericordia de la Santísima Trinidad. Él ve, habla, actúa, cura, movido por la piedad y la misericordia hacia los innumerables necesitados, desheredados, y enfermos de toda clase y lugar que acuden a Él. A los discípulos de Juan, que le preguntan si Él era el Mesías, Jesús responde refiriéndose a las obras de misericordia: “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, a los pobres se les anuncia la Buena Nueva. (Lc 7,22).

El misterio pascual de la muerte y resurrección de Jesús es el vértice de la revelación de la misericordia divina: es el ofrecimiento del Hijo al Padre misericordioso en el abrazo de amor del Espíritu Santo. Por amor, el Padre envía a su Hijo al mundo. Por amor, Cristo se ofrece al Padre por la redención de la humanidad pecadora: “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Y por amor, Cristo resucitado, dona a su Iglesia, junto con el Padre, al Espíritu Santo. El último gesto de Cristo resucitado fue entregar a sus discípulos el poder divino de perdonar los pecados. Creer en Dios es creer en la misericordia, y el “Cristo pascual” es la encarnación definitiva de la misericordia, su signo viviente, histórico – salvífico y al mismo tiempo escatológico.

El signo que hoy la liturgia nos ofrece es el amor de Dios hecho carne y sangre en su Hijo Jesús, nuestro Señor. Sus tejidos humanos, son producto del bordado de amor del Padre a favor de nuestro rescate.

Mis queridos hermanos, ¿Cuántas dificultades nos ha tocado atravesar? Es importante sumergir nuestra alma y nuestro corazón en el hoy de Dios; hoy ha llegado la salvación a nosotros, hoy mis queridos hermanos Cristo se ofrece al Padre a favor nuestro, hoy ha venido a liberarnos, hoy nos acompaña, abre caminos para nosotros, hoy, si es necesario, extenderá sus brazos en la cruz para envolvernos en el amor de Dios; de hecho, cada día, en cada celebración eucarística se actualiza su única obra salvadora en favor nuestro.

Esta ha sido una semana de epifanías, de signos; la pregunta es ¿cuándo seremos nosotros el signo del amor de Dios para nuestros hermanos? Pues el mismo Señor a quien decimos servir nos enseñó lo siguiente: “en esto conoceréis que sois mis discípulos, en que os améis los unos a los otros como yo os he amado”.

Para decirlo con brevedad, lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo. El alma está esparcida por todos los miembros del cuerpo, y los cristianos lo están por todas las ciudades del mundo. El alma habita ciertamente en el cuerpo, pero no es es del cuerpo, y los cristianos habitan también en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está en la prisión del cuerpo visible, y los cristianos son conocidos como hombres que viven en el mundo, pero su religión permanece invisible. La carne aborrece y hace la guerra al alma, aun cuando ningún mal ha recibido de ella, sólo porque le impide entregarse a los placeres; y el mundo aborrece a los cristianos sin haber recibido mal alguno de ellos, sólo porque renuncian a los placeres. El alma ama a la carne y a los miembros que la odian, y los cristianos aman también a los que les odian. El alma está aprisionada en el cuerpo, pero es la que mantiene la cohesión del cuerpo; y los cristianos están detenidos en el mundo como en un prisión, pero son los que mantienen la cohesión del mundo. El alma inmortal habita en una tienda mortal, y los cristianos tienen su alojamiento en lo corruptible mientras esperan la inmortalidad en los cielos. El alma se mejora con los malos tratos en comidas y bebidas, y los cristianos, castigados de muerte todos los días, no hacen sino aumentar: tal es la responsabilidad que Dios les ha señalado, de la que no sería licito para ellos desertar. (Fragmento de la Carta a Diogneto).


Que el Señor nos conceda la gracia de ser signos de su amor, de su presencia, de su misericordia y consuelo para este mundo que tanto lo necesita y que así como el testimonio cristiano impresionó al autor de la Carta a Dioneto, de igual manera nosotros hoy sepamos ser el alma de este mundo.


Quedaos siempre con Dios!













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