jueves, 30 de enero de 2014


“Que brille en lo alto la luz que Dios puso en ti”.


Lectura del segundo libro de Samuel 7,18-19.24-29):

Después que Natán habló a David, el rey fue a presentarse ante el Señor y dijo: «¿Quién soy yo, mi Señor, y qué es mi familia, para que me hayas hecho llegar hasta aquí? ¡Y, por si fuera poco para ti, mi Señor, has hecho a la casa de tu siervo una promesa para el futuro, mientras existan hombres, mi Señor! Has establecido a tu pueblo Israel como pueblo tuyo para siempre, y tú, Señor, eres su Dios. Ahora, pues, Señor Dios, mantén siempre la promesa que has hecho a tu siervo y su familia, cumple tu palabra. Que tu nombre sea siempre famoso. Que digan: "¡El Señor de los ejércitos es Dios de Israel!" Y que la casa de tu siervo David permanezca en tu presencia. Tú, Señor de los ejércitos, Dios de Israel, has hecho a tu siervo esta revelación: "Te edificaré una casa"; por eso tu siervo se ha atrevido a dirigirte esta plegaria. Ahora, mi Señor, tú eres el Dios verdadero, tus palabras son de fiar, y has hecho esta promesa a tu siervo. Dígnate, pues, bendecir a la casa de tu siervo, para que esté siempre en tu presencia; ya que tú, mi Señor, lo has dicho, sea siempre bendita la casa de tu siervo.» Palabra de Dios.

 
Salmo Responsorial:

 R/. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre.

Señor, tenle en cuenta a David
todos sus afanes:
cómo juró al Señor
e hizo voto al Fuerte de Jacob. R/.

«No entraré bajo el techo de mi casa,
no subiré al lecho de mi descanso,
no daré sueño a mis ojos,
ni reposo a mis párpados,
hasta que encuentre un lugar para el Señor,
una morada para el Fuerte de Jacob.» R/.

El Señor ha jurado a David
una promesa que no retractara:
«A uno de tu linaje pondré sobre tu trono.» R/.

«Si tus hijos guardan mi alianza
y los mandatos que les enseño,
también sus hijos, por siempre,
se sentarán sobre tu trono.» R/.

Porque el Señor ha elegido a Sión,
ha deseado vivir en ella:
«Ésta es mi mansión por siempre,
aquí viviré, porque la deseo.» R/.

 Lectura del santo evangelio según san Marcos (4,21-25):

En aquel tiempo, dijo Jesús a la muchedumbre: «¿Se trae el candil para meterlo debajo del celemín o debajo de la cama, o para ponerlo en el candelero? Si se esconde algo, es para que se descubra; si algo se hace a ocultas, es para que salga a la luz. El que tenga oídos para oír, que oiga.»
Les dijo también: «Atención a lo que estáis oyendo: la medida que uséis la usarán con vosotros, y con creces. Porque al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará con creces hasta lo que tiene.» Palabra del Señor.

Por lo que se refiere al evangelio de hoy, que es una colección de cuatro refranes, podemos captar el sentido que les da el evangelista Marcos por el contexto en que los incluye. En el bloque precedente, que comentábamos ayer, se nos muestra cómo Jesús explica a los discípulos el sentido de la parábola del sembrado; se trata justamente de que la luz no quede oculta, sino que alumbre a todos. La comprensión de la palabra de Jesús no debe quedar reservada a un grupo esotérico; todo creyente está llamado a crecer en su comprensión, y, una vez que la ha comprendido, a comunicarla a otros; la luz no debe taparse con un cajón. Jesús, el primero de los heraldos del Reino de Dios, quiere que su acción sea prolongada por nosotros.

La correspondencia de medidas nos habla de una cierta ley de la retribución. A los discípulos de Jesús, por estar abiertos a él, se les comunica el misterio del Reino; son los que tienen, y a ellos se les da todavía más, son los que tienen receptividad, “apertura” , y a ellos se les “abre” el secreto del Reino de Dios. En cambio, a los que se cierran o endurecen, como consecuencia de ese endurecimiento, todo les resulta un enigma; se cierran a la palabra y a ellos se les cierra el contenido de la misma; hasta lo poco que sabían se les va a olvidar.

En conjunto hay una advertencia y una promesa. Advertencia: cuidado con actitudes autosuficientes, escépticas, o hipercríticas; nos empobrecerán. Promesa: tenemos posibilidades de crecer en la comprensión de lo divino; cuanta más hambre tengamos de ello, más alimento se nos dará. La sabiduría dice de sí misma: “los que de mí comen tienen más hambre de mí, y más sed de mí los que de mí beben” (Eclesiástico 24,21). Y la penetración en lo divino nunca concluye, pues, como decía San Juan de la Cruz, “hay mucho que ahondar en Cristo, porque es como una abundante mina con muchos senos de tesoros, que por más que los santos doctores y las almas santas ahonden, nunca les hallan fin ni término”.  

QUEDAOS CON DIOS.

miércoles, 29 de enero de 2014

Salió el sembrador a sembrar:


Lectura del santo evangelio según san Marcos (4,1-20):

En aquel tiempo, Jesús se puso a enseñar otra vez junto al lago. Acudió un gentío tan enorme que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y el gentío se quedó en la orilla.
Les enseñó mucho rato con parábolas, como él solía enseñar: «Escuchad: Salió el sembrador a sembrar; al sembrar, algo cayó al borde del camino, vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra; como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y, por falta de raíz, se secó. Otro poco cayó entre zarzas; las zarzas crecieron, lo ahogaron, y no dio grano. El resto cayó en tierra buena: nació, creció y dio grano; y la cosecha fue del treinta o del sesenta o del ciento por uno.»

Y añadió: «El que tenga oídos para oír, que oiga.»
Cuando se quedó solo, los que estaban alrededor y los Doce le preguntaban el sentido de las parábolas.
Él les dijo: «A vosotros se os han comunicado los secretos del reino de Dios; en cambio, a los de fuera todo se les presenta en parábolas, para que, por más que miren, no vean, por más que oigan, no entiendan, no sea que se conviertan y los perdonen."»

Y añadió: «¿No entendéis esta parábola? ¿Pues, cómo vais a entender las demás? El sembrador siembra la palabra. Hay unos que están al borde del camino donde se siembra la palabra; pero, en cuanto la escuchan, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos. Hay otros que reciben la simiente como terreno pedregoso; al escucharla, la acogen con alegría, pero no tienen raíces, son inconstantes y, cuando viene una dificultad o persecución por la palabra, en seguida sucumben. Hay otros que reciben la simiente entre zarzas; éstos son los que escuchan la palabra, pero los afanes de la vida, la seducción de las riquezas y el deseo de todo lo demás los invaden, ahogan la palabra, y se queda estéril. Los otros son los que reciben la simiente en tierra buena; escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha del treinta o del sesenta o del ciento por uno.» Palabra del Señor.

La parábola del sembrador insiste ampliamente en la desgracia del labrador; solo al final una breve indicación sobre la semilla que da fruto.
¿Qué significa esto en concreto? Algunos (como los apocalípticos judíos contemporáneos de Jesús) la leen de este modo: ahora hay oposiciones, ahora triunfa el mal, pero con la llegada última de Dios el mal quedará destruido, los malos serán castigados y el bien triunfará. Otros (como los fariseos) prefieren leer la parábola en la perspectiva de los méritos y del premio: hoy el creyente parece trabajar inútilmente, su fiel observancia no recibe ninguna paga, pero en realidad está acumulando méritos para el premio eterno.
Creo que el pensamiento de Jesús -aunque se acerque en parte a las dos lecturas precedentes- es distinto y mucho más rico. No se contenta con decir que los fracasos de hoy se convertirán en triunfos mañana.
Pretende más bien afirmar que el Reino está ya presente (aunque a nivel de semilla y aunque aparentemente aplastado): el Reino está aquí, en medio de las oposiciones, en medio de los fracasos (y no simplemente que los fracasos se transformarán en éxitos). De todas formas sigue siendo verdad que los fracasos cambiarán de signo. Por eso la parábola -además de ser una afirmación de la presencia del Reino- se convierte en un estímulo para quienes lo anuncian. La parábola llama la atención sobre el trabajo del sembrador -un trabajo abundante, sin medida, sin miedo a desperdiciar-, que parece de momento inútil, infructuoso, baldío; sin embargo -dice Jesús-, lo cierto es que alguna parte dará fruto, y un fruto abundante. Porque el fracaso es sólo aparente: en el Reino de Dios no hay trabajo inútil, no se desperdicia nada. De todas formas -y entonces la parábola se convierte en advertencia-, haya o no haya éxito, haya o no haya desperdicio, el trabajo de la siembra no debe ser calculado, medido, precavido; sobre todo no hay que escoger terrenos ni echar la semilla en algunos sí y en otros no. El sembrador echa el grano sin distinciones y sin regateos; así es como actúa Cristo en su amor a los hombres y así es como ha de actuar la Iglesia en el mundo. ¿Cómo saber -a la hora de sembrar- qué terrenos darán fruto y qué terrenos se negarán? Nadie tiene que adelantarse al juicio de Dios. Así pues, la parábola llama la atención sobre la presencia del Reino en el seno de las contradicciones de la historia, presencia que es imposible discernir con los "criterios" del éxito o del fracaso, en los que se apoya el cálculo de los hombres. Es éste el primer aspecto que hay que comprender, importante sobre todo para la Iglesia predicante y para los misioneros: no tienen que desanimarse en su trabajo de mensajeros ni tienen que dejarse llevar por los cálculos humanos.
La explicación (4, 14-20) de la parábola (que a nosotros nos parece, como hemos dicho, un comentario hecho por la comunidad a fin de actualizar la parábola para una situación distinta) desplaza la atención del sembrador a los terrenos. No se dirige ya al predicador, sino al discípulo que tiene que escuchar para atesorar la palabra que escucha; le revela las diversas causas que pueden llevarlo a la pérdida de ese tesoro. De esas causas algunas pueden parecer excepcionales, como la tribulación escatológica y la persecución, pero hay otras ciertamente cotidianas, como las preocupaciones del mundo (hoy hablaríamos de los negocios), la obsesión por las riquezas y las ambiciones.
La advertencia de Marcos no proviene de una concepción dualista (rechazar las cosas materiales por ser indignas, los compromisos de la historia por ser terrenos, las riquezas por ser vanidad), sino que se mueve dentro de la perspectiva de la libertad por el Reino. En esta perspectiva la advertencia se hace todavía más radical. No es simplemente cuestión de pecado y de no pecado, de lícito o de ilícito. No es suficiente valorar la opción en sí misma, ya que incluso algunas opciones lícitas pueden convertirse en una esclavitud para el Reino. Es lo que enseña otra parábola: me he casado, he comprado un campo, he comprado una pareja de bueyes, no puedo ir.
Para que la palabra dé fruto se necesita un corazón bueno, leal y perseverante. La Biblia recuerda siempre a la perseverancia cuando habla de la fe. La fe se ve continuamente probada, tiene que resistir con valentía; se necesita coraje y paciencia. No es posible ser discípulo sin la perseverancia.



martes, 28 de enero de 2014


“Los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica”. Por Iván Muvdi.

Lectura del segundo libro de Samuel (6,12b-15.17-19):
En aquellos días, fue David y llevó el arca de Dios desde la casa de Obededom a la Ciudad de David, haciendo fiesta. Cuando los portadores del arca del Señor avanzaron seis pasos, sacrificó un toro y un ternero cebado. E iba danzando ante el Señor con todo entusiasmo, vestido sólo con un roquete de lino. Así iban llevando David y los israelitas el arca del Señor entre vítores y al sonido de las trompetas. Metieron el arca del Señor y la instalaron en su sitio, en el centro de la tienda que David le había preparado. David ofreció holocaustos y sacrificios de comunión al Señor y, cuando terminó de ofrecerlos, bendijo al pueblo en el nombre del Señor de los ejércitos; luego repartió a todos, hombres y mujeres de la multitud israelita, un bollo de pan, una tajada de carne y un pastel de uvas pasas a cada uno. Después se marcharon todos, cada cual a su casa. Palabra de Dios.
 Salmo Responsorial:
 R/. ¿Quién es ese Rey de la gloria?
Es el Señor en persona.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria. R/.

¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra. R/.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria. R/.

¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria. R/.
 Lectura del santo evangelio según san Marcos (3,31-35):

En aquel tiempo, llegaron la madre y los hermanos de Jesús y desde fuera lo mandaron llamar.
La gente que tenía sentada alrededor le dijo: «Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan.»
Les contestó: «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?»
Y, paseando la mirada por el corro, dijo: «Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.»
Palabra del Señor.
 En el día de hoy, la primera lectura nos recuerda la procesión que realizó el Rey David con ocasión del traslado del Arca de la Alianza desde Hebrón hasta Jerusalén, ya que esta última ciudad, se convirtió en la capital del reino una vez que David logró la unidad del país. En este sentido, se nos propone el salmo: Un grupo de participantes en el culto se halla en pie ante las puertas del santuario. Desean hacer que entre Yahvé Sebaot, el «Rey de la gloria». A este grupo, que se ha reunido evidentemente para una procesión, se le pregunta por dos veces: « ¿Quién es el Rey de la gloria?». Esto supone un canto antifonal de culto, una ceremonia litúrgica, que indudablemente está conectada con la entrada del arca santa en el templo de Jerusalén. Es fácil entender la situación de las interpelaciones, preguntas y respuestas litúrgicas: los que van en cabeza de la procesión con el arca pronuncian ante las puertas del santuario la interpelación que leemos en los v. 7.9. y cada vez se les pregunta desde el interior del templo o del santuario: «¿Quién es el Rey de gloria?» (v. 8.10). Las respuestas las da el grupo de los que quieren entrar en procesión. Con este ceremonial litúrgico ante las puertas del santuario se coordina fácilmente la liturgia de torá de los v. 3-6. Antes de procederse a la entrada en el recinto sagrado, los sacerdotes anuncian cuáles son las condiciones para la admisión y preguntan si esas condiciones se cumplen (cf. el Sal 15). Como podemos ver, parte integrante y fija del ritual de la fiesta  consistía en que la procesión festiva preguntara cuáles eran las condiciones de admisión, y que recibiera la siguiente respuesta de los sacerdotes que ejercían sus funciones a las puertas del templo: sólo a quien es de corazón puro y tiene manos puras, le es concedido 'visitar el monte Santo de Yahvé'.
En este salmo, se glorifica a Yahvé como Señor y Creador del mundo. «A Yahvé pertenece la tierra y su plenitud». Se denomina a Yahvé «Señor de toda la tierra»
Se hace referencia al contenido total del mundo creado, como término cosmológico, se refiere a la «tierra firme» o «tierra productiva », iluminada y sustentadora de la vida: esa tierra que –según las viejas cosmogonías- fue ganada al mar del caos.
Manos y corazón: con estas dos expresiones se exige la pureza y limpieza de los actos exteriores y de los movimientos más íntimos del corazón. El «verdadero Israel» está integrado por personas que subordinan su vida diaria a las exigencias de tener las manos limpias y el corazón puro.
Según el Sal 24, el centro de toda la creación se halla en el lugar donde Yahvé se manifiesta y está presente en medio de su comunidad.
El Dios que emerge del ocultamiento de la historia antigua de Israel, entra en el esplendor de la glorificación universal. En el cumplimiento del nuevo testamento, Dios mismo -en Jesús de Nazaret- sale del ocultamiento de la historia de Israel para situarse en medio de su pueblo y en medio del mundo. El es el Rey a quien se ha dado autoridad plena en el cielo y en la tierra.
El Evangelio, por su parte, nos trae el eco de la voz de Cristo que solemnemente proclama que quien escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica, ése es, su madre y su hermano.
Brevemente quisiera resaltar tres ideas; una de cada lectura.
1. La danza de David: la espiritualidad cristiana nos lleva a la certeza de que en este mundo, estamos de paso. Realmente, nuestra verdadera vida, espera por nosotros, junto a Dios. Por eso, algunos han comparado nuestro tránsito por este mundo, como el de un bebé en el vientre de su madre, para indicarnos con ello, que lo que ahora nos ocurre, nos gesta para la vida eterna. Quisiera proponerles que pensemos que en esta vida vamos en procesión “hacia el santuario”; Dios busca colocarnos en nuestras situaciones diarias, “frente al santuario”, para que, como era la costumbre en nuestro corazón resuene la pregunta que se hacía en este culto que hemos detallado en la parte inicial de este escrito: ¿Quién es el Rey de la Gloria? Creo que el inicio de un serio proceso de conversión se origina en la respuesta que demos a este interrogante. ¿Quién es Dios para nosotros? ¿Qué esperamos de Él? ¿Con qué objeto nos acercamos a Él?
Por otra parte, ante tanta adversidad, yo me puesto a pensar ¿cómo estoy subiendo yo a la presencia del Señor? ¿Entre danzas? O por el contrario, ¿entregado al dolor? No es fácil, mis queridos hermanos, por eso es importante, empezando por mí, renovarnos cada día en la certeza de que Dios nos ama y que no nos abandona.
2. ¿Quién puede entrar en el recinto sacro? Si en el numeral anterior la liturgia cultual nos preguntaba ¿quién era el Rey de la Gloria? ahora, como parte del rito, somos nosotros quienes frente al santuario preguntamos ¿quién puede entrar en el santuario? Y la respuesta por la que debemos vivir es: aquel que tenga manos limpias y corazón puro. Guardar lo interior y lo exterior. Cuidar mucho lo que vivimos y lo que mostramos a los demás. Pero hay un problema, que con frecuencia recalcaba San Pablo, y es que, todos tenemos un aguijón en la carne; un ancla cuyo peso nos hace tender de manera natural hacia el fondo. Sólo en Dios podemos estar por encima de esta inclinación natural al mal que la Iglesia ha llamado concupiscencia. Si Dios permite ese aguijón es para que no nos adormezcamos pensando que ya hemos logrado todo en el ámbito del alma. Sin embargo, el otro problema que esto trae consigo es el dejarnos desalentar por nuestra fragilidad. El enemigo de Dios y de las almas trata por todos los medios de vendernos la idea de que no tenemos remedio y de que Dios no nos ama, o nos rechaza, por nuestros pecados. Nunca olvidemos que Él es el Padre misericordioso que con los brazos abiertos y con un vestido nuevo, nos espera como al hijo pródigo.
3. Mi hermano, mi hermana y mi madre: algunos erróneamente se atreven a afirmar, por comentarios como éste, que Jesús despreciaba a su madre. No hay nada más distante que esto; primero porque escrito estaba: “Maldito el que desprecie a su padre o a su madre” (Dt 27, 16-23) y Jesús cumplió la ley (Hb 4,15) (Gal 4,4), y segundo porque lo que quiere indicar en primera instancia es que, lo que hace grande a María, no sólo el hecho de haberle llevado en su vientre. Si lo recuerdan, la única que en realidad no abandonó a Jesús, que permaneció fiel a su Palabra, fue ella; estuvo todo el tiempo con Él, y un dato interesante: ¿por qué los evangelios no la mencionan visitando la tumba de Jesús? ¿Creen que es casualidad? Ella creyó, a diferencia del resto, que Jesús resucitaría al tercer día. La mejor discípulo de Jesús fue ella, cuyo papel lejos de opacarse, se intensificó, manteniéndose en oración y vigilia como podemos verlo en Pentecostés. Ella escuchaba atenta, todo lo guardaba en su corazón y lo llevaba a la práctica. Es eso, lo que Jesús quiere recalcar, y de igual modo, nosotros que hemos sido hechos su familia por medio del bautismo, estamos llamado a vivir en fidelidad a nuestros compromisos bautismales de renuncia al mal, de servicio a Dios y de vivencia de nuestra filiación.
Escribíamos en la explicación del salmo que en la cosmología de la fe, el salmo proclama a Dios como Creador y Señor de la Tierra; se refiere a la «tierra firme» o «tierra productiva », iluminada y sustentadora de la vida: esa tierra que –según las viejas cosmogonías- fue ganada al mar del caos. María, nuestra Santísima Madre, es para mí, la primera tierra firme (porque siempre ha estado fundada sobre Dios como Roca, nunca perteneció a Satanás), productiva (porque llena toda ella de la gracia de Dios no ha hecho sino producir frutos como todo buen árbol plantado por Dios), iluminada y sustentadora de la vida (Madre de Aquel que es la luz del mundo) que fue ganada al caos en el momento en que, al ser concebida, fue preservada de la mancha del pecado original.
 Oh, Santísima Madre de Dios y Madre nuestra, sé tú la que por amor nos ayudes a saber siempre quién es el Señor de la gloria y a imitar sus virtudes y las de su Santísimo Hijo para que podamos llegar al final de nuestros días a presentarnos frente a Dios con las manos limpias y el corazón puro.
Quedaos con Dios!
 
 
 
 
 
 

lunes, 27 de enero de 2014


Pareciera ser un amor egoísta porque cuando Dios le puso color al cielo lo hizo para mí. Si la luz del sol, el verde de los bosques, el aroma de las flores, el canto de las aves y así todo lo bello, todo lo hermoso, lo hizo para mí.

Y un día me llamo, este Dios creador y me dijo:
- Te has preguntado, ¿por qué te he dado tanto?

A lo que yo respondí muy despacito pero plenamente consciente:

- Tú me diste todo para que yo lo pueda compartir . (Oscar Bazurto Carbonell).

viernes, 24 de enero de 2014


“me refugio a la sombra de tus alas mientras pasa la calamidad”. Por Iván Muvdi.


Lectura del primer libro de Samuel (24,3-21):


En aquellos días, Saúl, con tres mil soldados de todo Israel, marchó en busca de David y su gente hacia las Peñas de los Rebecos; llegó a unos apriscos de ovejas junto al camino, donde había una cueva, y entró a hacer sus necesidades.

David y los suyos estaban en lo más hondo de la cueva, y le dijeron a David sus hombres: «Este es el día del que te dijo el Señor: "Yo te entrego tu enemigo." Haz con él lo que quieras.»

Pero él les respondió: «¡Dios me libre de hacer eso a mi Señor, el ungido del Señor, extender la mano contra él!» Y les prohibió enérgicamente echarse contra Saúl, pero él se levantó sin meter ruido y le cortó a Saúl el borde del manto, aunque más tarde le remordió la conciencia por haberle cortado a Saúl el borde del manto.

Cuando Saúl salió de la cueva y siguió su camino, David se levantó, salió de la cueva detrás de Saúl y le gritó: «¡Majestad!» Saúl se volvió a ver, y David se postró rostro en tierra rindiéndole vasallaje.

Le dijo: «¿Por qué haces caso a lo que dice la gente, que David anda buscando tu ruina? Mira, lo estás viendo hoy con tus propios ojos: el Señor te había puesto en mi poder dentro de la cueva; me dijeron que te matara, pero te respeté y dije que no extendería la mano contra mi señor, porque eres el Ungido del Señor. Padre mío, mira en mi mano el borde de tu manto; si te corté el borde del manto y no te maté, ya ves que mis manos no están manchadas de maldad, ni de traición, ni de ofensa contra ti, mientras que tú me acechas para matarme. Que el Señor sea nuestro juez. Y que él me vengue de ti; que mi mano no se alzará contra ti. Como dice el viejo refrán: "La maldad sale de los malos...", mi mano no se alzará contra ti. ¿Tras de quién ha salido el rey de Israel? ¿A quién vas persiguiendo? ¡A un perro muerto, a una pulga! El Señor sea juez y sentencie nuestro pleito, vea y defienda mi causa, librándome de tu mano.»

Cuando David terminó de decir esto a Saúl, Saúl exclamó: «Pero, ¿es ésta tu voz, David, hijo mío?»
Luego levantó la voz, llorando, mientras decía a David: «¡Tú eres inocente, y no yo! Porque tú me has pagado con bienes, y yo te he pagado con males; y hoy me has hecho el favor más grande, pues el Señor me entregó a ti y tú no me mataste. Porque si uno encuentra a su enemigo, ¿lo deja marchar por las buenas? ¡El Señor te pague lo que hoy has hecho conmigo! Ahora, mira, sé que tú serás rey y que el reino de Israel se consolidará en tu mano.» Palabra de Dios.

 Sal 56,2.3-4.6.11

R/. Misericordia, Dios mío, misericordia

Misericordia, Dios mío, misericordia,
que mi alma se refugia en ti;
me refugio a la sombra de tus alas,
mientras pasa la calamidad. R/.

Invoco al Dios altísimo,
al Dios que hace tanto por mí.
Desde el cielo me enviará la salvación,
confundirá a los que ansían matarme,
enviará su gracia y su lealtad. R/.

Elévate sobre el cielo, Dios mío,
y llene la tierra tu gloria.
Por tu bondad que es más grande que los cielos,
por tu fidelidad que alcanza las nubes. R/.

 Lectura del santo evangelio según san Marcos (3,13-19):


En aquel tiempo, Jesús, mientras subía a la montaña, fue llamando a los que él quiso, y se fueron con él. A doce los hizo sus compañeros, para enviarlos a predicar, con poder para expulsar demonios. Así constituyó el grupo de los Doce: Simón, a quien dio el sobrenombre de Pedro, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, a quienes dio el sobrenombre de Boanerges –Los Truenos–, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Celotes y Judas Iscariote, que lo entregó. Palabra del Señor.

Comentario:

El día de hoy, mis queridos hermanos, tomaré como marco para nuestra reflexión el Salmo 57 (56) que nos expresa la oración que eleva desde lo profundo de su corazón quien ha padecido los efectos de una situación injusta.

Existía en Israel una costumbre o tradición por la que cuando alguien era acusado injustamente o perseguido sin haber dado motivo para ello podía invocar el “derecho a la incubación” que consistía en que tanto el perseguido como el persecutor eran admitidos en el Santuario del Templo para pasar la noche allí en espera del juicio de Yahvé; es decir, se le concedía la protección de Yahvé, pero sólo con una condición: «hasta que hubiera pasado la calamidad» pero la calamidad pasaba cuando Dios emitía su juicio.

El Sal 57 comienza con un clamor pidiendo ayuda, un clamor que adquiere especial intensidad por la repetición de la expresión reiterada: ¡ten piedad de mí! Y entonces el orante se refiere en seguida al derecho de asilo, al que él quiere acogerse como perseguido.

Yahvé es el «Dios Altísimo» del cielo, que interviene y ayuda poderosamente. Se alude constantemente a las tradiciones cultuales de Jerusalén. Pero la ayuda de Yahvé se manifestará de forma visible y activa cuando queden avergonzados los enemigos del orante.

Las primeras horas de la mañana, en el Salterio, son las horas en que Yahvé muestra su salvación y su ayuda. Después de una noche de «incubación» y prueba, llega con las primeras horas de la mañana la decisión divina de salvación. A esa hora, el que hasta hace poco se había visto duramente afligido se estremece de júbilo por la ayuda recibida de Dios y porque ha pasado la calamidad con la prueba de su inocencia.  Dios se ha manifestado evidenciando la inocencia de quien ha acudido a Él y por ende la injusticia de quien le ha acusado falsamente y le ha perseguido.

David, mientras huía de Saúl, buscó refugio temporalmente en una cueva. Algo parecido ocurre con la institución del juicio divino para el hombre que huye de perseguidores hostiles y halla protección en el recinto del templo, esperando firmemente ser absuelto por Dios. Ahora bien, no es el recinto protector del templo sino la presencia de Dios la que concede amparo e inspira confianza y seguridad. La invocación de Yahvé muestra que Dios concede su gracia, cuando «interviene» en favor del oprimido. El perseguido espera su ayuda de lo más alto y Dios responde.

¿Cuántas veces no hemos sido nosotros acusados, perseguidos y hasta dañados injustamente? Oh, Señor, acudimos a Ti; nos refugiamos a la sombra de tus alas para que seas Tú quien juzgues y emitas un veredicto justo. Líbranos de quienes nos persiguen, que resplandezca frente a ellos la verdad y la pureza de quien mucho bien quiso hacerles para que se avergüencen de su mal proceder.

Hoy me refugio en el recinto sacro de tu misericordioso corazón, me oculto en la cueva de tus santas llagas mientras pasa la calamidad a la que me han sometido quienes han querido dañarme. El guardián de Israel no duerme y estoy en espera de que en mí brille tu gloria, el resplandor de la verdad y la luminiscencia desde un corazón que ha sido absuelto de cualquier acusación falsa en su contra.

En el Evangelio, San Marcos nos dice que Jesús subió a un monte.  La experiencia de Jesús nos muestra la montaña como el lugar de las grandes decisiones, un lugar solitario propicio para la oración... un lugar también de amplios horizontes, desde donde se ve a lo lejos...

Oh, mi Señor y Dios; hoy busco tu presencia en las cúspides de las cimas que has edificado en mi interior; lejos del ruido de tantas cosas, para que seas Tú quien me hables. Son muchas las cosas que no se entienden, por eso, desde allí, desde la altura de tu amor permíteme ver el horizonte desde el cual brillarás como un nuevo amanecer en mi historia personal. Por eso te invoco como a mi único Señor y Dios, el Dios que ha hecho tanto por mí y que con toda seguridad, desde el cielo, desde el recinto sacro, me enviará la salvación. ¡Sal fiador por mí!

Jesús también será acusado falsamente, por eso aunque hoy nos dice Marcos cómo eligió Jesús a los Doce, nos deja entrever ya la sombra del calvario cuando nos narra que Judas será quien lo entregue en manos de quienes le darán muerte. Es Jesús quien ha soportado la mayor injusticia; acusado falsamente en dos juicios distintos y condenado en ambos a muerte.

Tenemos que aprender a no juzgar a los demás, sólo Dios que conoce realmente el corazón y los alcances de cada uno de nosotros puede hacerlo. Con la misma vara que midamos, seremos medidos.

Quedaos con Dios.

 


miércoles, 22 de enero de 2014


“Levántate y ponte ahí en medio”. Por Iván Muvdi.


Lectura del primer libro de Samuel (17,32-33.37.40-51):

  En aquellos días, Saúl mandó llamar a David, y éste le dijo: «Majestad, no os desaniméis. Este servidor tuyo irá a luchar con ese filisteo.»

Pero Saúl le contestó: «No podrás acercarte a ese filisteo para luchar con él, porque eres un muchacho, y él es un guerrero desde mozo.» David le replicó: «El Señor, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, me librará de las manos de ese filisteo.» Entonces Saúl le dijo: «Anda con Dios.» Agarró el cayado, escogió cinco cantos del arroyo, se los echó al zurrón, empuñó la honda y se acercó al filisteo. Éste, precedido de su escudero, iba avanzando, acercándose a David; lo miró de arriba abajo y lo despreció, porque era un muchacho de buen color y guapo, y le gritó: «¿Soy yo un perro, para que vengas a mi con un palo?» Luego maldijo a David, invocando a sus dioses, y le dijo: «Ven acá, y echaré tu carne a las aves del cielo y a las fieras del campo.» Pero David le contestó: «Tú vienes hacia mí armado de espada, lanza y jabalina; yo voy hacia ti en nombre del Señor de los ejércitos, Dios de las huestes de Israel, a las que has desafiado. Hoy te entregará el Señor en mis manos, te venceré, te arrancaré la cabeza de los hombros y echaré tu cadáver y los del campamento filisteo a las aves del cielo y a las fieras de la tierra; y todo el mundo reconocerá que hay un Dios en Israel; y todos los aquí reunidos reconocerán que el Señor da la victoria sin necesidad de espadas ni lanzas, porque ésta es una guerra del Señor, y él os entregará en nuestro poder.» Cuando el filisteo se puso en marcha y se acercaba en dirección de David, éste salió de la formación y corrió velozmente en dirección del filisteo; echó mano al zurrón, sacó una piedra, disparó la honda y le pegó al filisteo en la frente: la piedra se le clavó en la frente, y cayó de bruces en tierra. Así venció David al filisteo, con la honda y una piedra; lo mató de un golpe, sin empuñar espada. David corrió y se paró junto al filisteo, le agarró la espada, la desenvainó y lo remató, cortándole la cabeza. Los filisteos, al ver que había muerto su campeón, huyeron. Palabra de Dios.

 Sal 143,1.2.9-10

R/. Bendito el Señor, mi Roca.

 Bendito el Señor, mi Roca, que adiestra mis manos para el combate, mis dedos para la pelea. R/.

Mi bienhechor, mi alcázar, baluarte donde me pongo a salvo, mi escudo y mi refugio, que me somete los pueblos. R/.

Dios mío, te cantaré un cántico nuevo, tocaré para ti el arpa de diez cuerdas: para ti que das la victoria a los reyes, y salvas a David, tu siervo. R/.

 Lectura del santo evangelio según san Marcos (3,1-6): En aquel tiempo, entró Jesús otra vez en la sinagoga, y había allí un hombre con parálisis en un brazo. Estaban al acecho, para ver si curaba en sábado y acusarlo. Jesús le dijo al que tenía la parálisis: «Levántate y ponte ahí en medio.» Y a ellos les preguntó: «¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?» Se quedaron callados. Echando en torno una mirada de ira, y dolido de su obstinación, le dijo al hombre: «Extiende el brazo.» Lo extendió y quedó restablecido. En cuanto salieron de la sinagoga, los fariseos se pusieron a planear con los herodianos el modo de acabar con él. Palabra del Señor.

 Nos presenta hoy la liturgia, en la primera lectura, la lucha o combate entre David, un sencillo pastor de ovejas, el último entre sus hermanos y el mejor hombre del ejército filisteo: Goliat. Éste último lanzaba insultos y maldiciones contra Israel lo cual molestó a David que había llegado al campo de batalla para llevarles alimentos a sus hermanos. Al ver que nadie se atrevía a enfrentar a aquel campeón de las guerras, llevado por su celo y amor a Dios y a su pueblo se ofreció a luchar. Al ver su pequeñez, Goliat lo despreció y se sintió insultado, lo cual hizo que aumentaran sus ofensas e insultos contra Dios y contra su pueblo.

Así se presentan las dificultades ante nosotros, fuertemente armadas, dándonos la impresión de ser unos gigantes invencibles, cubiertas con armadura de bronce por todos lados y puede llevarnos a la terrible idea de darnos por vencidos mucho antes de iniciar el combate. ¿Por qué pasa esto? Porque creemos que luchamos solos, porque nos olvidamos que delante va el Señor colocando su pecho a las heridas que buscan infringirnos nuestras dificultades y los ataques provenientes de aquellos que buscan dañarnos.

Oh, Señor; qué difícil es mantenernos firmes como lo hizo David y qué fácil es olvidar que tu vas junto a nosotros. Qué débiles somos; no somos más que una hoja seca que arrastra el viento; así de volubles podemos llegar a ser.

El gran ejemplo que nos da David es que él tenía bien claro que quien luchaba era Dios y que él era un simple instrumento en sus manos; por eso no importa si lo que tienes en frente llega a ti con escudo, armadura, espada, jabalina, escudero; armas pesadas y crueles. “Tú vienes a mí confiando en tus armas. Yo voy a ti en nombre del Señor de los ejércitos”. La fe debe llevarnos a la convicción de que todo lo podemos en Aquel que nos fortalece. No son únicamente nuestros méritos, virtudes y cualidades las que nos ayudan a vencer; es todo eso colocado en las manos de Dios para que con su amor, su fuerza, su omnipotencia seamos imparables, invencibles.

Oh Señor, junto con el salmista, hoy te digo: “Bendito sea el Señor, mi roca, que adiestra mis manos para el combate, mis dedos para la pelea”. Yo no puedo nada sin Ti y deseo que Tú lo puedas todo en mí y desde mí.

En el Evangelio, se nos presenta a un Jesús sanando a un tullido en sábado. Nos dice la Escritura que allí se encontraban muchos que estaban esperando que Él sanara en sábado para acusarlo y poder matarlo. Y ¿qué hizo Jesús? ¿Dejó por ello de sanar, de hacer el bien? ¡No!, continuó haciendo su obra porque era ese su deber y pese al peligro, su confianza estaba puesta en su Dios, su escudo, su roca, su refugio.
De igual manera, pese a nuestras dificultades, debemos continuar edificando en nuestra vida y en la de aquellos que nos rodean, la obra de Dios, seguros de que contamos con su protección y su ayuda. A veces, o quizás muchas veces, no nos es fácil esto porque sentimos a Dios ciego, sordo y mudo ante nuestros ruegos, ante nuestra desesperación. Pero tal vez, mis queridos hermanos, los ciegos, sordos y mudos somos nosotros al no poder ver, ni escuchar a Dios, por pretender que Él nos hable, o actúe en la forma en que nosotros lo esperamos. Pareciera fácil la vida de fe, pero la verdad es que no lo es y lo que lo hace difícil son nuestros obstáculos y limitaciones interiores, nuestras inseguridades y temores. Podemos ser nosotros los tullidos y por ende, es a nosotros a quienes Cristo nos dice: “Levántate y colócate ahí en medio”. Aún a nosotros hoy, el Señor nos mira a los ojos, con cariño y nos dice: “Te falta una cosa: anda y deja todo lo que tienes y luego ven y sígueme”. Señor, ayúdame a despojarme de todo lo que pueda separarme de Ti para que pueda seguirte sin detenerme ante la violencia del viento, del mar, de las olas; sin fijarme si el valle es oscuro, siempre y cuando Tú seas mi camino, mi verdad, mi vida, mi luz y mi pastor; contigo Señor, lleno de Ti, nada me falta.

jueves, 16 de enero de 2014


“Yo nunca te abandono”. Por Iván Muvdi.


Lectura del primer libro de Samuel (4,1-11):


En aquellos días, se reunieron los filisteos para atacar a Israel. Los israelitas salieron a enfrentarse con ellos y acamparon junto a Piedrayuda, mientras que los filisteos acampaban en El Cerco. Los filisteos formaron en orden de batalla frente a Israel. Entablada la lucha, Israel fue derrotado por los filisteos; de sus filas murieron en el campo unos cuatro mil hombres.

La tropa volvió al campamento, y los ancianos de Israel deliberaron: « ¿Por qué el Señor nos ha hecho sufrir hoy una derrota a manos de los filisteos? Vamos a Siló, a traer el arca de la alianza del Señor, para que esté entre nosotros y nos salve del poder enemigo.»

Mandaron gente a Siló,  por el arca de la alianza del Señor de los ejércitos, entronizado sobre querubines. Los dos hijos de Elí, Jofní y Fineés, fueron con el arca de la alianza de Dios. Cuando el arca de la alianza del Señor llegó al campamento, todo Israel lanzó a pleno pulmón el alarido de guerra, y la tierra retembló.

Al oír los filisteos el estruendo del alarido, se preguntaron: « ¿Qué significa ese alarido que retumba en el campamento hebreo?»

Entonces se enteraron de que el arca del Señor había llegado al campamento y, muertos de miedo, decían:

« ¡Ha llegado su Dios al campamento! ¡Ay de nosotros! Es la primera vez que nos pasa esto. ¡Ay de nosotros! ¿Quién nos librará de la mano de esos dioses poderosos, los dioses que hirieron a Egipto con toda clase de calamidades y epidemias? ¡Valor, filisteos! Sed hombres, y no seréis esclavos de los hebreos, como lo han sido ellos de nosotros. ¡Sed hombres, y al ataque!»

Los filisteos se lanzaron a la lucha y derrotaron a los israelitas, que huyeron a la desbandada. Fue una derrota tremenda: cayeron treinta mil de la infantería israelita. El arca de Dios fue capturada, y los dos hijos de Elí, Jofní y Fineés, murieron. Palabra de Dios.

 Salmo Responsorial.

R/. Redímenos, Señor, por tu misericordia.

Ahora nos rechazas y nos avergüenzas,
y ya no sales, Señor, con nuestras tropas:
nos haces retroceder ante el enemigo,
y nuestro adversario nos saquea. R/.

Nos haces el escarnio de nuestros vecinos,
irrisión y burla de los que nos rodean;
nos has hecho el refrán de los gentiles,
nos hacen muecas las naciones. R/.

Despierta, Señor, ¿por qué duermes?
Levántate, no nos rechaces más.
¿Por qué nos escondes tu rostro
y olvidas nuestra desgracia y opresión? R/.

 Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,40-45):
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme.»
Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio.» La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio.
Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.»
Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes. Palabra del Señor.


Reflexión:

Queridos hermanos:

El primer libro de Samuel, el día de hoy, creo que quiere colocarnos de manifiesto que en nuestras batallas, Dios no nos reemplaza. Él lucha junto a nosotros, no en vez de nosotros. Es el esfuerzo humano, bendecido por Dios, lo que nos trae de regreso la salud del alma. Es por ello, que en la oración secreta que hace el sacerdote en el momento de la presentación del pan y el vino, que luego se consagrarán; éste dice: “Bendito seas, Señor, Dios, Rey del Universo, por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos… El trigo del pan nos es dado por Dios, pero no llega hasta la mesa convertido en pan, si no interviene el esfuerzo y el trabajo del hombre.

Cada día de nuestra existencia trae consigo un reto que exige de nuestra parte nuestra fe, nuestro compromiso, nuestra fidelidad, nuestra entrega, nuestra confianza; pero también nuestro esfuerzo y trabajo. Creo que esto es claro en el Padrenuestro, el Señor nos enseña a pedir: “no nos dejes caer en la tentación”; no en cambio: “no exista la tentación en nuestro camino”. ¿Cómo sabemos que somos fieles, si no existe la posibilidad de ser infieles? Es en el esfuerzo de una decisión libre y voluntaria que elige el bien, que elige a Dios como el Sumo Bien y la razón de ser de nuestra felicidad. Alguna vez escuché que: “santo es aquel que pudiendo hacer el mal, elige hacer el bien”.

Como un segundo aspecto relevante a destacar en nuestra reflexión de hoy con base en esta primera lectura está en la siguiente frase: “Vayamos a Siló y busquemos el Arca del Señor”. Yo deduzco dos cosas de esta acción:

1.   El Arca estaba lejos, es decir, en el olvido. Si la hubieran tenido presente, como en otros tiempos, hubieran marchado con ella desde el principio; pero una vez todo empieza a salir mal, se acuerdan de Dios.

2.   Se toma a Dios como algo mágico y que de manera automática va a actuar complaciendo los caprichos de quienes se sienten en capacidad de manipularlo.

Creo que es importante el hecho de que Dios debe estar siempre presente en nuestra vida, debemos permitirle hacer parte, “SIEMPRE”, de nuestra historia y no recurrir a Él sólo cuando sentimos que no podemos solos. No podemos tratarlo como un bombero al cual recurrimos cuando tenemos la necesidad de apagar un incendio, es decir, cuando estamos en problemas y mientras las cosas marchan bien, ni siquiera nos acordamos de Él.

El orante del salmo, deja entrever en su aflicción que el Señor le ha abandonado. Si hemos seguido la línea de esta reflexión, podemos deducir que, somos nosotros quienes nos alejamos. Dios nunca lo hace, pues Él no falta a sus promesas: “aunque tu padre y tu madre te abandonen, yo nunca te abandonaré”.

Creo que esto queda claro en el episodio del Evangelio; los leprosos tenían prohibido estar a menos de 50 metros de una persona sana; incluso se les obligaba a vivir fuera de las ciudades o aldeas principales y a portar una campana en el cuello para que todos, al escucharla, se apartaran. Un Rabbí nunca se hubiera acercado y mucho menos tocado, y sin embargo, Jesús se acerca, le escucha, le acoge, lo tocó y le expreso el anhelo más profundo de su corazón: “quiero que estés sano, que estés limpio, que seas feliz, que nadie te excluya”. Ese es nuestro Dios, un Dios con nosotros, no un Dios lejano o ajeno a nuestros sufrimientos; Él nos toca y Él nos dice “quiero”, siempre y cuando, aquello que le pidamos lo hagamos con humildad y convenga a nuestra salvación. Que Dios los bendiga!

Quedaos siempre con Dios!



miércoles, 15 de enero de 2014


“Habla, Señor, que tu siervo escucha”.     Por Iván Muvdi Meza.


Lectura del primer libro de Samuel (3,1-10.19-20):

En aquellos días, el niño Samuel oficiaba ante el Señor con Elí. La palabra del Señor era rara en aquel tiempo, y no abundaban las visiones. Un día Elí estaba acostado en su habitación. Sus ojos empezaban a apagarse, y no podía ver. Aún ardía la lámpara de Dios, y Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde estaba el arca de Dios.

El Señor llamó a Samuel, y él respondió: «Aquí estoy.»
Fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo: «Aquí estoy; vengo porque me has llamado.»

Respondió Elí: «No te he llamado; vuelve a acostarte.»

Samuel volvió a acostarse. Volvió a llamar el Señor a Samuel. Él se levantó y fue a donde estaba Elí y le dijo: «Aquí estoy; vengo porque me has llamado.»

Respondió Elí: «No te he llamado, hijo mío; vuelve a acostarte.»
Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la palabra del Señor. Por tercera vez llamó el Señor a Samuel, y él se fue a donde estaba Elí y le dijo:

«Aquí estoy; vengo porque me has llamado.»

Elí comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho, y dijo a Samuel: «Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: "Habla, Señor, que tu siervo te escucha."»
Samuel fue y se acostó en su sitio. El Señor se presentó y le llamó como antes: « ¡Samuel, Samuel!»

Él respondió: «Habla, que tu siervo te escucha.»
Samuel crecía, y el Señor estaba con él; ninguna de sus palabras dejó de cumplirse; y todo Israel, desde Dan hasta Berseba, supo que Samuel era profeta acreditado ante el Señor. Palabra de Dios.

 Salmo Responsorial:

 R/. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad

Yo esperaba con ansia al Señor;
él se inclinó y escuchó mi grito.
Dichoso el hombre que ha puesto
su confianza en el Señor,
y no acude a los idólatras,
que se extravían con engaños. R/.

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo: «Aquí estoy.» R/.

«Como está escrito en mi libro:
para hacer tu voluntad.»
Dios mío, lo quiero,
y llevo tu ley en las entrañas. R/.

He proclamado tu salvación
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios:
Señor, tú lo sabes. R/.

 
Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,29-39):

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar.
Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: «Todo el mundo te busca.»
Él les respondió: «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido.»
Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios. Palabra del Señor.



Muy amados en el Señor, la primera lectura que nos presenta la liturgia el día de hoy hace referencia a la vocación del profeta Samuel, al llamamiento que Dios le hace para que le sirva y a su respuesta de amor y fe. En este orden de idea les invito para que me acompañen, con su paciente lectura, en la siguiente reflexión:

1. Samuel nos enseña a vivir nuestras vidas en permanente escucha y respuesta a Dios: siempre ha cautivado mi corazón el hermoso credo de los hebreos: “Shemá Israel, Adonay elohéinu, Adonay ejád”( שְׁמַע יִשְׂרָאֵל יְהוָה אֱלֹהֵינוּ יְהוָה אֶחָד) que significa: “escucha Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno”. Pero siempre primero: “ESCUCHA”. Creo que es importante tratar de que en nuestra relación de Dios no se dé un monólogo en donde el único que habla soy yo, y peor aún, cuando eso que hablo, lo digo de manera mecánica y poco significativa.

Una de las versiones modernas de la vida se llama: “Dios habla hoy”, y esto es real; no se trata de lo que Dios dijo hace milenios; Dios sigue hablando, sigue actuando, sigue sanando, sigue salvando. Debemos escuchar y para ello debemos estar atentos a la Palabra de Dios, a su escucha consciente en nuestras celebraciones, en nuestras meditaciones, en nuestra oración contemplativa. Debemos darnos espacios de silencio contemplativo para escuchar la voz de Dios. Muchas veces nos llenamos del ruido de tantas cosas que enmudecen la voz de Dios. Por ejemplo, ¿cuántas personas, le prestan mayor atención al chat en su celular que a Dios? ¿Cuánto tiempo le resta esta práctica impersonal y moderna a nuestro trato con Dios y con nuestra familia?¿Cómo le podremos responder a Dios si no le escuchamos? Porque no se trata sólo de oírlo, se trata también de servirlo en su propósito de amor y de salvación en nuestro favor. Ojalá que cada día practiquemos la lectura orante de la Palabra de Dios y que antes de leerla, de encomendarnos al Espíritu Santo, le digamos: “habla, Señor, que tu siervo (a) te escucha”.

 

2. La escucha de Dios no es fácil, tuvo que llamar tres veces: la misma Escritura nos dice que el primer obstáculo que dificultó la escucha de Dios a Samuel fue el hecho de no haberlo conocido. yo me pregunto, tú y yo, ¿realmente le conocemos? ¿Cuántas personas creen que con Dios se puede comerciar? Yo te doy esto si Tú me das aquello… ¿Cuántos no creen que Dios no les ama? ¿Qué está lejano a su situación personal, que no le importa lo que nos pasa? ¿Cuántos no tratamos a Dios como un bombero para que apague nuestros incendios? ¿cuántos no lo tratamos como un dispensador que debe surtir nuestros caprichos? Pienso, mis queridos hermanos, que debemos trabajar duro para quitar del rostro de Dios los velos que nosotros mismos le hemos puesto y poder contemplarle realmente como Él es. Otra actitud que debiéramos tener es la de un profundo agradecimiento pues pese a nuestras falencias personales y a todos los obstáculos que le ponemos a Dios, Él, de manera insistente, persiste en llamarnos y a quedar en espera de que lo elijamos como objeto de nuestro amor y servicio.

3. Aceptar la mediación de la Iglesia para escuchar a Dios: soy consciente de que, sobre todo en estos últimos tiempos, la Iglesia ha sido muy cuestionada y en muchos casos culpable de todo lo que se le acusa. Pero esto es entendible, pues quienes la integran somos tú y yo, seres imperfectos e inclinados al pecado. Los sacerdotes, no son la excepción, ni dejan de ser seres humanos por la unción que les consagra como tales. (Sería bueno leer: “qué discutible eres, Iglesia, y sin embargo, cuánto de amo”. La encuentran fácilmente en google). Lamentablemente muchos toman los errores de la Iglesia, como si ellos mismos fueran ajenos a esa situación, como excusa para tratar de vivir una filosofía que reza: “Dios sí, Iglesia no”, en el mejor de los casos, pues muchos otros, optan por negar incluso al Señor que les creó. Pues hay algo que es un hecho cierto y contundente: NADIE SE SALVA SOLO. Precisamente Cristo fundó su Iglesia sobre un puñado de hombres que le traicionaron, le negaron y le abandonaron. Los pecados o defectos personales no impiden que estas personas separadas y escogidas de entre el pueblo de Dios para servir como sacerdotes sean los instrumentos de su gracia. Necesitamos a la Iglesia. Así como Elí ayudó a Samuel a reconocer y escuchar la voz de Dios, de igual manera, los ministros de la Iglesia de hoy cumplen esa labor, en especial, el Papa, cuyas enseñanzas son fundamentales para nuestra fe. Así que Dios sí e Iglesia también.

4. Un profeta es el signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo, es la voz de su conciencia: por el bautismo, todos hemos sido consagrados por Dios y por ende hemos sido constituidos sacerdotes, profetas y reyes. Por eso la Escritura con frecuencia recalca que somos una nación consagrada, un pueblo sacerdotal. Como tales, es nuestro deber ser santos y hacer santas todas las cosas, se necesita que nuestra voz transmita el eco de la voz de Dios, de su mensaje de consuelo, de esperanza, de amor, de pureza, de justicia, de entrega total. Siempre he dicho que en este mundo se nota más el mal que el bien; es decir, si hay 2000.000.000 millones de cristianos en este mundo, ¿por qué no hay una inundación del amor de Dios? Pues la única señal para reconocer que somos discípulos de Cristo es que nos amemos los unos a los otros como Él nos ha amado. La respuesta es triste: NO ESTAMOS CUMPLIENDO CON NUESTRAMISIÓN Y PROPÓSITO; no hemos acogido en su totalidad, con la radicalidad que ese santo llamado implica, la voz de Dios; no le hemos dicho con sinceridad, con apertura de corazón: “habla, Señor, que tu siervo (a) te escucha”. ¿Dónde está nuestra voz cuando los que supuestamente nos representan aprueban y promulgan leyes favorables al aborto, la eutanasia, la dosis personal, relaciones sexuales incentivadas para tenerse cada vez a más temprana edad, matrimonios entre personas del mismo sexo, etc.? Si nosotros somos la conciencia del mundo, qué triste es ver que es un mundo sin conciencia.

5. Samuel crecía, y el Señor estaba con él; ninguna de sus palabras dejó de cumplirse; y todo Israel, desde Dan hasta Berseba, supo que Samuel era profeta acreditado ante el Señor: la coherencia entre fe y vida, el ser signos de la presencia de Dios, de su amor, de su paciencia, de su tolerancia, de su servicio desinteresado, ser fermentos de su paz, de la unidad, signos de su justicia cuando tratamos bien a los demás y no nos aprovechamos de las circunstancias para explotar al otro, para negarle sus derechos, etc; todo esto es lo que demuestra que estamos acreditados ante el señor.

6. En síntesis de ello, el Salmo cantará: “aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”: estos son los sentimientos de Cristo cuando eleva su corazón al Padre y ello debe reflejarse en nuestros latidos; ¿tiene acaso otro propósito nuestra existencia? Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, nosotros somos de Dios, le pertenecemos porque nos creó, le pertenecemos porque nos conserva, le pertenecemos porque nos provee, le pertenecemos porque nos redimió. ¿Qué esperamos para hacer realidad aquello de que, amor con amor se paga?
7. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó: La actitud de Jesús frente a la suegra de Simón presenta caracteres absolutamente nuevos. En primer lugar, un rabino nunca se habría dignado acercarse a una mujer y cogerla de la mano para devolverle la salud. Pero, sobre todo, un rabino no se habría dejado nunca servir por una mujer. Jesús no solamente pone en cuestión estas reglas rabínicas, sino que invierte todos los presupuestos de las relaciones sociales, dando al "servicio" un nuevo estilo y un nuevo contenido.
El "servicio" era, a los ojos de los griegos, una cosa indigna. Dominar, no servir: esto era lo característico de un ser humano. Para el griego el fin de la vida humana está en el perfecto desarrollo de la propia personalidad; por lo tanto, le resulta extraño todo sentido de servicio al prójimo. Qué actual es este tipo de pensamiento. Todos quieren dominar y muy pocos están dispuestos a servir. Este es un mundo enfermo que nos inflama en orgullo, prepotencia, autosuficiencia, entre otras muchas cosas. Pero fíjense ustedes que cuando se habla de aborto o de eutanasia o de sexualidad temprana, se nos dice, que todo ello es permitido en pro de salvaguardar el derecho constitucional, del llamado “libre desarrollo de la personalidad y de los derechos sexuales y reproductivos”; es la exaltación de un YO que no deja lugar a un tú. Por ejemplo, la madre que aborta en aras del ejercicio del derecho que tiene de “decidir sobre su cuerpo” (el bebé no es su cuerpo). Este YO exaltado para que no exista el tú, se me parece al primer yo que ha existido, me refiero al de Satanás, que lleno de soberbia, envidia, orgullo, autosuficiencia, exclama desde lo más profundo de su ser: “Non Serviam”, no serviré. Cristo, nuestro Señor y Maestro, por el contrario exclama: he aquí que vengo, Oh Padre, para hacer tu voluntad; y en su relación con los otros, viene como el que sirve a pesar de que es Él quien debe ser servido. Mis hermanos, la Sagrada Escritura es Cristo mismo, es nuestro espejo; al reflejarnos en ella ¿qué vemos? Si vemos a Jesús, vamos por buen camino; pero si aún el reflejo es nuestro YO excluyente, hay mucho por avanzar todavía. “Ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí”, “Yo debo menguar, y Él debe crecer”.
 
QUEDAOS SIEMPRE EN DIOS Y CON DIOS!