lunes, 7 de abril de 2014

“Yo no te condeno. Vete en paz y no peques más”. Por Iván Muvdi. Día 34 en travesía por el desierto cuaresmal.


Lectura del libro de Daniel (13,1-9.15-17.19-30.33-62):

Vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín. Se había casado con una mujer llamada Susana, hija de Jilquías, que era muy bella y temerosa de Dios; sus padres eran justos y habían educado a su hija según la ley de Moisés. Joaquín era muy rico, tenía un jardín contiguo a su casa, y los judíos solían acudir donde él, porque era el más prestigioso de todos. Aquel año habían sido nombrados jueces dos ancianos, escogidos entre el pueblo, de aquellos de quienes dijo el Señor: «La iniquidad salió en Babilonia de los ancianos y jueces que se hacían guías del pueblo.» Venían éstos a menudo a casa de Joaquín, y todos los que tenían algún litigio se dirigían a ellos. Cuando todo el mundo se había retirado ya, a mediodía, Susana entraba a pasear por el jardín de su marido. Los dos ancianos, que la veían entrar a pasear todos los días, empezaron a desearla. Perdieron la cabeza dejando de mirar hacia el cielo y olvidando sus justos juicios. Mientras estaban esperando la ocasión favorable, un día entró Susana en el jardín como los días precedentes, acompañada solamente de dos jóvenes doncellas, y como hacía calor quiso bañarse en el jardín. No había allí nadie, excepto los dos ancianos que, escondidos, estaban al acecho.

Dijo ella a las doncellas: «Traedme aceite y perfume, y cerrad las puertas del jardín, para que pueda bañarme.»
En cuanto salieron las doncellas, los dos ancianos se levantaron, fueron corriendo donde ella, y le dijeron: «Las puertas del jardín están cerradas y nadie nos ve. Nosotros te deseamos; consiente, pues, y entrégate a nosotros. Si no, daremos testimonio contra ti diciendo que estaba contigo un joven y que por eso habías despachado a tus doncellas.»

Susana gimió: «¡Ay, qué aprieto me estrecha por todas partes! Si hago esto, es la muerte para mí; si no lo hago, no escaparé de vosotros. Pero es mejor para mí caer en vuestras manos sin haberlo hecho que pecar delante del Señor.»
Y Susana se puso a gritar a grandes voces. Los dos ancianos gritaron también contra ella, y uno de ellos corrió a abrir las puertas del jardín. Al oír estos gritos en el jardín, los domésticos se precipitaron por la puerta lateral para ver qué ocurría, y cuando los ancianos contaron su historia, los criados se sintieron muy confundidos, porque jamás se había dicho una cosa semejante de Susana. A la mañana siguiente, cuando el pueblo se reunió en casa de Joaquín, su marido, llegaron allá los dos ancianos, llenos de pensamientos inicuos contra Susana para hacerla morir.

Y dijeron en presencia del pueblo: «Mandad a buscar a Susana, hija de Jilquías, la mujer de Joaquín.»

Mandaron a buscarla, y ella compareció acompañada de sus padres, de sus hijos y de todos sus parientes. Todos los suyos lloraban, y también todos los que la veían. Los dos ancianos, levantándose en medio del pueblo, pusieron sus manos sobre su cabeza. Ella, llorando, levantó los ojos al cielo, porque su corazón tenía puesta su confianza en Dios.
Los ancianos dijeron: «Mientras nosotros nos paseábamos solos por el jardín, entró ésta con dos doncellas. Cerró las puertas y luego despachó a las doncellas. Entonces se acercó a ella un joven que estaba escondido y se acostó con ella. Nosotros, que estábamos en un rincón del jardín, al ver esta iniquidad, fuimos corriendo donde ellos. Los sorprendimos juntos, pero a él no pudimos atraparle porque era más fuerte que nosotros, y abriendo la puerta se escapó. Pero a ésta la agarramos y le preguntamos quién era aquel joven. No quiso revelárnoslo. De todo esto nosotros somos testigos.»
La asamblea les creyó como ancianos y jueces del pueblo que eran. Y la condenaron a muerte.

Entonces Susana gritó fuertemente: «Oh Dios eterno, que conoces los secretos, que todo lo conoces antes que suceda, tú sabes que éstos han levantado contra mí falso testimonio. Y ahora voy a morir, sin haber hecho nada de lo que su maldad ha tramado contra mí.»

El Señor escuchó su voz y, cuando era llevada a la muerte, suscitó el santo espíritu de un jovencito llamado Daniel, que se puso a gritar: «¡Yo estoy limpio de la sangre de esta mujer!»

Todo el pueblo se volvió hacia él y dijo: «¿Qué significa eso que has dicho?»

Él, de pie en medio de ellos, respondió: «¿Tan necios sois, hijos de Israel, para condenar sin investigación y sin evidencia a una hija de Israel? ¡Volved al tribunal, porque es falso el testimonio que éstos han levantado contra ella!»

Todo el pueblo se apresuró a volver allá, y los ancianos dijeron a Daniel: «Ven a sentarte en medio de nosotros y dinos lo que piensas, ya que Dios te ha dado la dignidad de la ancianidad.»

Daniel les dijo entonces: «Separadlos lejos el uno del otro, y yo les interrogaré.»

Una vez separados, Daniel llamó a uno de ellos y le dijo: «Envejecido en la iniquidad, ahora han llegado al colmo los delitos de tu vida pasada, dictador de sentencias injustas, que condenabas a los inocentes y absolvías a los culpables, siendo así que el Señor dice: "No matarás al inocente y al justo." Con que, si la viste, dinos bajo qué árbol los viste juntos.»

Respondió él: «Bajo una acacia.»

«En verdad –dijo Daniel– contra tu propia cabeza has mentido, pues ya el ángel de Dios ha recibido de él la sentencia y viene a partirte por el medio.»

Retirado éste, mandó traer al otro y le dijo: «¡Raza de Canaán, que no de Judá; la hermosura te ha descarriado y el deseo ha pervertido tu corazón! Así tratabais a las hijas de Israel, y ellas, por miedo, se entregaban a vosotros. Pero una hija de Judá no ha podido soportar vuestra iniquidad. Ahora pues, dime: ¿Bajo qué árbol los sorprendiste juntos?»

Él respondió: «Bajo una encina.»

«En verdad –dijo Daniel– tú también has mentido contra tu propia cabeza: ya está el ángel del Señor esperando, espada en mano, para partirte por el medio, a fin de acabar con vosotros.»

Entonces la asamblea entera clamó a grandes voces, bendiciendo a Dios que salva a los que esperan en él.
Luego se levantaron contra los dos ancianos, a quienes, por su propia boca, había convencido Daniel de falso testimonio y, para cumplir la ley de Moisés, les aplicaron la misma pena que ellos habían querido infligir a su prójimo: les dieron muerte, y aquel día se salvó una sangre inocente. Palabra de Dios.

 En esta primera lectura tomada del Profeta Daniel, se nos narra el caso de Susana, una mujer virtuosa que por mantenerse fiel a Dios es acusada falsamente e injustamente condenada a muerte.

Vemos cómo Dios permite la prueba del justo hasta el extremo que a veces parece que se haya olvidado de él. Pero el bien triunfa. Susana representa el alma del pueblo, fiel a Dios, su esposo, a pesar del adulterio que se le propone bajo el árbol de la idolatría. Los viejos insidiosos son los que se han comprometido con el paganismo.

Sabemos que a nivel espiritual puede sobrevenirnos la prueba o la tentación.

Podemos definir la prueba como aquellas situaciones adversas que Dios permite que ocurran con el fin de fortalecernos en la fe, la esperanza y el amor. Crecer en fidelidad, en entrega a Dios; renunciar cada vez más a todo aquello en lo que pueda estar nuestra seguridad para ir llegando a aquel estado ideal donde sólo en Dios se está seguro, sólo en Él se confía. El objeto de la prueba es asociarnos a la pasión de Jesús, para gozar de su gloria. Si perseveramos en la prueba, habremos alcanzado un mayor grado de santidad y de madurez o profundidad espiritual. Si no perseveramos en la prueba, nos privaríamos de las gracias que Dios quiere darnos, pero no pasaría nada más allá de eso.

Por el contrario, la tentación que viene del maligno, siempre tendrá por objeto llevarnos al pecado para apartarnos de Dios. Sin embargo, Dios que no quiere la muerte del pecador sino que este se convierta y viva, por su amor y misericordia nos concede su gracia en el momento de la tentación para que podamos en libertad y responsabilidad optar por el bien. Si vencemos la tentación eligiendo el bien, creceremos en santidad y madurez espiritual; si no lo hacemos y caemos en el pecado, el demonio habrá logrado su cometido al someternos bajo su yugo para lo cual será necesario acudir nuevamente a la gracia de Dios a través del sacramento de la reconciliación.

Susana estuvo en aprietos; o hacía lo que los dos ancianos le proponían (acostarse con ellos) ofendiendo con ello a Dios; o aceptaba ser acusada falsamente y ello significaría su muerte. “Ser fieles a Dios o ser fieles al mundo”. Susana eligió la primera opción y confiada en Dios se sometió a un juicio injusto.

¿Dónde estuvo la mayor intensidad de la prueba? En que Dios ciertamente actuó pero cuando intervino ya ella estaba condenada a muerte, no lo hizo antes.

La victoria en la prueba consistía en mantenerse fiel y confiada en que Dios le haría justicia.

Mis queridos hermanos, esto suena fácil, pero es muy difícil, sin embargo, no es un imposible. La misma Escritura nos dice que sólo se sabe que el oro es auténtico después de haber sido probado en el fuego. Cuando todo marcha bien qué fácil es brillar aparentando ser oro puro; sin embargo, en los momentos de dificultad, qué difícil es continuar brillando como verdadero oro puro y auténtico.

La dificultad radica en la lucha entre lo que nosotros esperamos que suceda y lo que sucede y más aún el tiempo en que nosotros esperamos que Dios actúe y el tiempo en que efectivamente lo hace. Allí es donde se presentan los espacios para sucumbir en la desesperación, el desánimo, la falta de fe y confianza en Dios.

La verdad es que somos muy frágiles y que si no estamos firmemente arraigados a la oración que nos mantiene permanentemente asociados a nuestro Señor; si no acudimos con frecuencia a la Eucaristía y Confesión, a la meditación de la Palabra de Dios; será muy difícil poder mantenernos firmes en la hora de la prueba o de la tentación.

Vale la pena aclarar que no todas las cosas que nos sobrevienen son enviadas por Dios o incluso que no siempre que caemos en pecado medie antes una tentación.

La misma vida trae consigo (o por mis decisiones, o por las decisiones de otro) circunstancias que traen consigo la oportunidad de mostrar si es cierto que creemos y hasta dónde es cierto que creemos. También pueden darse casos en los que el pecado está tan arraigado al alma del pecador que se ha vuelto un hábito o costumbre y por ende ya ni siquiera se da una influencia ya sea del demonio, el mundo o la carne.

Pidamos al Señor que nos conceda la gracia de la perseverancia final para sea una prueba o una tentación la que nos sobrevenga, nos sepamos mantener firmes en Él y salir victoriosos.

Dios nos quiere santos y el medio para lograrlo es la fidelidad en el momento decisivo, por eso en el Padrenuestro Jesús nos enseñó a pedirle a Dios no que no permita la tentación, sino que, no nos deje caer en ella.

 
Salmo Responsorial

 

R/. Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo.


El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas.
R/.

Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.
R/.

Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.
R/.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.
R/.

 
Este salmo, muchas otras veces comentado, nos resalta la confianza que necesariamente debe colocar la oveja en el pastor en cuyo cuidado confía. Sólo el pastor conoce el camino seguro, los pastos seguros, el agua segura; sólo el pastor puede defenderlas de las fieras, se confía plenamente en Él, en sus cuidados, se oye solo su voz si queremos estar a salvo.

Creo que no cabe duda de que Aquel que dijo: “Yo Soy el Buen Pastor”, realmente lo es, ya nos demostró que es capaz de dar su vida por sus ovejas así que es digno de confianza y su poder es infinito para conducirnos a lugares de delicados pastos y de límpidas aguas. LA CLAVE ES… ¡CONFÍA!

 
Lectura del santo evangelio según san Juan (8,1-11):


En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?»

Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.

Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.»
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado?» Ella contestó: «Ninguno, Señor.»
Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.» Palabra del Señor.


 
 En el Evangelio de hoy, ocurre algo totalmente contrario a lo que nos presenta el Profeta Daniel en la primera lectura.

En este caso, la acusación es cierta; la mujer ha sido flagrantemente descubierta en pleno acto de adulterio y la ley ordena apedrearla.

Esta mujer sorprendida en su pecado no espera nada distinto a la muerte; pero ocurre lo inesperado…

En primera instancia, su situación es usada para poner a prueba a Jesús: “hay que matarla, pero ¿Tú qué piensas?”

La respuesta de Dios ante la fragilidad humana, ante el pecado será la vida, pues si la paga del pecado es la muerte, la de Dios es la vida. Jesús es misericordioso e interviene a favor de la acusada, pero no con violencia, sino con la verdad y con la autoridad moral que sólo Él posee: “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Nadie lo hizo porque todos hemos pecado; pero Él que no ha pecado, que es el directamente ofendido por nuestros pecados, tampoco lanza la piedra, ni siquiera la toma para tirarla; Él le dice al pecador: “Yo no te condeno”. Ahora bien, aquí hay otro asunto que reviste gran importancia y es el referente al pecado de presunción en el que caen aquellos que pretenden abusar del amor y el perdón que Dios nos ofrece para perseverar no en el bien sino en el pecado. A estas personas les pediría que no se olviden de la justicia divina que pagará a cada uno conforme hayan sido sus obras. En el pasaje de la adúltera está claro cuando después de exonerarla de la muerte por lapidación le dice “vete y NO PEQUES MÁS”.

El perdón que Dios nos ofrece tiene un doble compromiso, a saber:

·      Perdonar a los que nos han ofendido.

·      Esforzarnos por perseverar en el bien y alejarnos de  la oscuridad.

Señor, que esta cuaresma que está por terminar no sea una más en nuestra vida; concédenos la gracia de que sea definitiva en nuestro proceso de conversión y entrega a Ti; que aprovechemos los días que aún nos quedan para celebrar convenientemente los misterios de la pascua por la cual se selló nuestra redención.

¡Quedaos con Dios!

No hay comentarios.:

Publicar un comentario